Un accidente aéreo con niños perdidos en Amazonas

Un accidente aéreo con niños perdidos en Amazonas

Por Nònimo Lustre.

Amazonia colombiana, 01.mayo.2023: Una avioneta que había partido de los poblados de La Chorrera y del vecino Araracuara con rumbo claramente norte-norte a San José del Guaviare, se estrelló. 15 días después, hallaron sus chatarras en Solano (cf. infra, señal roja en mapa); el piloto y dos adultos indígenas witoto habían muerto pero no apareció ninguna señal de los cuatro menores witoto. Al día de la fecha, los equipos de rescate siguen sin encontrarlos. Como estos accidentes son frecuentes en Amazonas, vamos a intentar aclarar algunas de las notas que se derivan de un área con abundantes historias y etnologías que, al hilo de la tragedia, merecen ser recordadas.Itinerario previsto del vuelo La Chorrera-Araracuara-San José del Guaviare. El rumbo era evidentemente Norte-Norte pero la avioneta se desvió hacia el Noroeste hasta caer en Solano, cerca del río Caquetá. Aún no sabemos por qué esa notoria desviación pero, basándonos en nuestra experiencia personal, especulamos que pudo ser debida a que alguna circunstancia todavía desconocida (mal tiempo, evitar cerros invisibles bajo el techo de nubes, etc.) llevó al piloto a seguir el rio Caquetá… hasta estrellarse. En la Amazonia, es un procedimiento habitual cuando no hay carreteras sino selva más o menos profunda.

Un error epistemológico-mediático entre docenas

El consustancial tremendismo de los medios se refocila en unas majaderías que subsisten desde hace siglos gracias a la pereza y al servilismo de, en este caso, los ‘expertos’ en Amazonas. En estos aciagos días, aterrorizan al público llorando la mala suerte de unos niños que vagabundean huérfanos por la selva “comiendo frutos selváticos y a merced de animales salvajes”, con mención especial a “los jaguares y las culebras”. Los numerosos casos documentados sobre gentes perdidas en el Amazonas, nos enseñan que esos peligros son reales pero mucho más lo es saber si los extraviados son indígenas o criollos. Obviamente, en el primer caso, puede haber esperanza mientras que, en el segundo caso, mejor que nos encomendemos a santa Rita o alguna otra patrona de los imposibles -al final de estas notas sopesaremos un punto clave: si los indígenas están aculturados o son genuinos.

Más enjundiosas son las perversas alusiones mediáticas al nomadismo. Hemos leído en la prensa colombiana que el vuelo atravesaba un área “peligrosa” habitada por “indios no contactados” -en el mapa, la Reserva Nacional Natural Nukak; en realidad jurídica, un Resguardo, de menor empaque legal. Es una insinuación fruto del falso y nefasto concepto que se propala sobre el nomadismo. Los Nukak -también mal llamados maco (denominación genérica para los indígenas desconocidos, no confundir con los Makú, un pueblo indígena específico)- abandonaron su aislamiento cuando su población ascendía al millar de almas: en 1988, la invasión de colonos cocaleros que les robaban sus niños, 49 Nukak se ‘rindieron a la civilización’ y se refugiaron en Calamar (Guaviare) A partir de ahí, proliferaron las epidemias, las fumigaciones de los cocales, los madereros, las minas antipersonas, los paramilitares y las guerrillas. Su población descendió a unas 400 personas. En 2017, habiendo casi recuperado su anterior densidad demográfica, crearon su Consejo de Autoridades Tradicionales. Hasta la fecha, subsisten en unos 20 asentamientos ‘provisionales’ lejos de su hábitat ancestral pero todavía no les permiten regresar a su territorio tradicional. Los antaño clasificados como ‘cazadores-recolectores’ siguen sufriendo el estigma de ‘nómadas’ cuando es más cierto que ‘erraban’ a tiro fijo en un circuito conocido -léase, conocían la agricultura. Si abandonamos el habitual prejuicio sobre el (inexistente) nomadeo, comprenderemos que no hubiera habido ningún conflicto si la fatídica avioneta hubiera sobrevolado el territorio núkak.

La Chorrera

La Chorrera, 1991. En lo alto, la Misión. En lo bajo, una niña descalza. Foto AP.

La Chorrera. Aldea witoto. Casas semi-palafíticas y planta de túpiro, el antecesor del tomate. Una muestra de la diversidad de los cultivos witoto que nos ha parecido meritoria de señalar así sea para que leamos críticamente sobre el origen de muchos alimentos. Foto APTúpiro (otros nombres vernáculos: cocona, lulo; Solanum spp.) Solanácea taxonomizada en 1814 desde la que se domesticó el tomate -en Amazonia. En algunas variedades, sus frutos pueden comerse crudos. Foto APLa Chorrera, 1991. A principios del siglo XX, la Fiebre del Caucho estaba en su apogeo. Esta Casa Arana albergó oficinas, celdas de tortura y de asesinatos masivos de indígenas. Hoy, es el colegio del pueblo. Foto AP.

Hace años, visitamos La Chorrera. Habíamos sido invitados a conocer superficialmente esa localidad (menos de 4.000 habitantes) para que evaluáramos la posibilidad de convertir la tristemente famosa Casa Arana en un centro de investigación amazónica. La idea era factible pero se enfrentaba a un problema subjetivo que databa de finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX: en esa gran edificación de piedra, una fuerte empresa cauchera había esclavizado, torturado y asesinado a miles de indígenas mayormente witoto -auténtico etnónimo Muira Muinane pero, por inercia y por facilidad para documentarse, seguiremos usando la vieja denominación. En realidad, no fueron sólo witoto sino, conservando los obsoletos etnónimos de un censo que Julio César Arana, gran patrón de la Peruvian Amazon Company, encargó a un geógrafo francés, eran también indígenas Bora, Boras Mirañas, Andoques, Muinanes de la Sabana, Okainas, Nonuyas y Rosigeros -seguiremos reduciéndoles a sólo ‘witoto’ aunque, para la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), su autodenominación es Muina Murui – sinónimos Huitoto, Murui, Muinane, Mi-pode, Mi-ka o Witotos “los hijos del tabaco, la coca y la yuca dulce”.

Un ejemplo de que la esclavización en las caucherías de los indígenas fue un genocidio perpetrado a punta de fusil, cepo y látigo: sobre todo entre los años 1913 a 1935, con y sin la Casa Arana, se estableció en estos montes -nadie les llama selvas-, el modus operandi de las hachas: invasores blancos y sus sicarios negros de Barbados, secuestraban niños y niñas indígenas a cambio de hachas, escopetas, o machetes -se dice que ¨un hacha valía por cinco niños¨. Según fuentes colombianas, los niños eran llevados al Perú donde se les esclavizaba en las caucherías y se les bautizaba por curas ‘itinerantes’ como ¨hijos de padres desconocidos¨.

Truculencias aparte -los crímenes de las empresas caucheras fueron tan sádicos como variopintos-, antes de viajar en 1991 a La Chorrera me dijeron que, según los indígenas y los criollos de la zona, todavía se veían en las paredes de la patibularia Casa Arana rastros humanos de los miles de indígenas allí asesinados -se escribe que unos “30.000 witoto”. Dada la voracidad de los bichos amazónicos, no nos parecía posible que, casi un siglo después, quedaran restos orgánicos y así lo pudimos comprobar in situ -lo contamos para manifestar que la memoria del genocidio extractivista es justiciera aunque quizá demasiado imaginativa para el cartesianismo occidental. Esa memoria está viva. Veamos una reciente noticia local: “en ocasiones los indígenas encuentran pequeños restos de huesos humanos que la selva no ha podido devorar. Y cuando llueve, la tierra parece escupir pedazos de porcelanas y vajillas inglesas, y botellas de licores escoceses e ingleses” (El Tiempo, Colombia, 14.VIII.2016) No nos pareció que la reforma del edificio Casa Arana lograra revertir los pésimos recuerdos de los indígenas por lo que sugerimos que se tuvieran muy en cuenta las memorias -orales en su mayoría- de la población local. Finalmente, se modernizó como colegio.

(Sir) Roger Casement (1864-1916)

El irlandés Ruairí Mac Easmainn fue sir pero perdió ese ¿honorífico? título cuando se unió a la causa independentista de Irlanda y fue ahorcado en la Pentonville Prison de Londres. Antes de tan inicuo final (Charles III: nunca olvidaremos que tu corona está bañada en sangre), hizo dos enormes servicios a la corona británica: a) circa 1900-1904, como cónsul en Congo, denunció el genocidio que estaba cometiendo el rey Leopoldo II so pretexto de desarrollar su empresa privada a la que llamó pomposamente Estado Libre del Congo. El hoy Reino Unido aprovechó el Informe Casement para quitar el monopolio a los belgas. b) Londres repitió la jugada ‘humanitaria’ en 1910-1912: envió a Casement a investigar el genocidio de protagonizado por Julio César Arana y sus feroces caucheros. A raíz del estudio en el Parlamento del correspondiente Informe (llamado ‘del Putumayo’) la impoluta corona británica se hizo con más poder sobre el mercado del caucho.

Pero, en 1912, Casement dejó el servicio consular y comenzó a conspirar con los republicanos irlandeses. Fue descubierto en una playa de Kerry, se le acusó de todo lo imaginable -desde alta traición a la Crown hasta una propina populachera siempre efectiva: los delitos de homosexualidad y de supuesta paidofilia- y fue ahorcado -por cierto, su reseña en Wikipedia es irritantemente tendenciosa pro english crown. Hasta medio siglo después de mantenerlo en una tumba anónima y clandestina, en 1965, Londres fue obligado por la insistencia de la ya independiente República de Irlanda a permitir que sus restos fueran repatriados a Dublín donde, sobra decirlo, fueron recibidos con todos los honores.

En 2010, Vargas Llosa publicó su novela El sueño del celta. No insiste mucho en que, desde La Chorrera, Casement encontró miles de pruebas del genocidio pero, de tarde en tarde suelta algunos párrafos ‘feministas’ (signo de este tiempo) y ‘equidistantes’. Ejemplo, el reo se niega a declararse católico porque, le espeta al capellán, “Mi reincorporación a la Iglesia católica debe ser algo íntimo” e incluso el novelista cita al verdugo de Pentonville quien “en el libro de memorias que escribió poco antes de suicidarse, dejó dicho que “de todas las personas que debí ejecutar, la que murió con más coraje fue Roger Casement””.

Casement volvió a Londres para defender su Informe ‘del Putumayo’ acompañado como testigos por dos jóvenes indígenas: el witoto Omarino -citado a menudo por Vargas Llosa- y el andoque Ricudo -Arédomi, en Vargas Llosa. ¿Qué fue dellos? Nadie lo sabe. La lideresa indígena Fany Kuirú lleva años preguntándoselo a las autoridades británicas que seguramente lo saben pero, desde luego, no contestan.

Quienes no esperaron a Londres fueron los indígenas de las comarcas caucheras: en agosto de 2016, cuando se cumplió el I Aniversario del asesinato de Casement, en La Chorrera conmemoraron la figura de quien les salvó de los peores excesos de los Arana & Co. (cf. “En la selva amazónica le rindieron homenaje a un ‘sir’ británico”, en ibid El Tiempo) Insólito cumplido que nos recuerda, a) que la memoria indígena trabaja cuando la dejan; b) que los medios de desinformación, no la dejan.

Agosto 2016. La Chorrera. En el I Centenario de su asesinato,
homenaje de los Witoto a Roger Casement

Esperando un final feliz

No estamos ante unos niños perdidos en Amazonas. De hecho, hemos recordado automáticamente que, un martes de 1981, una avioneta se estrelló en la frontera colombo venezolana del río Guainía. Murieron todos sus ocupantes… menos la dra. Raiza Ruiz, venezolana. El sábado siguiente, la enterraban en presencia de sus familiares -a los que nunca dejaron abrir el ataúd so pretexto de que estaba ‘irreconocible’. Pero, tras deambular por el monte, desnortada, deshidratada y agusanada, el domingo la rescataron los indígenas kurripako (no baré como escribió la prensa) de Kapú Kuriamo (precisamente donde, dos años antes, habíamos rodado un documental etno-musicológico) Entonces, ¿quién estaba en el féretro?: unos huesos de animales rebozados en 40 kgs. de cal viva. Nunca se supo quién armó tan cruel astucia. El Amazonas ‘es ansí’.

Parafrasean el dicho español, el Pisuerga no pasa por La Chorrera pero sí el Igará Paraná. Por ello (¿) podemos subrayar que los witoto tienen mala suerte. Hace un siglo, fueron deportados a un biotopo amazónico que no era exactamente el suyo. Hoy, cuatro de sus niños (Lesly Mucutuy, de 13 años; Soleiny Mucutuy, de 9; Tien Noriel Ronoque Mucutuy, de 4, y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, de 11 meses) pueden estar vagando por un territorio que tampoco es el de su infancia. Tras 20 días perdidos, hoy quizá estén acercándose a las sabanas (los Llanos) o quizá al revés, retrocediendo hacia los cerros frondosos. En ambos casos, ojalá sobrevivan gracias a Lesly, la niña ‘mayor’, pero es casi imposible que lo consiga el bebé cuando se acabe el tetero que hemos visto vacío en las fotos publicadas por los rescatistas -aunque nunca descartaremos que los niños hayan encontrado una ‘leche vegetal’ de urgencia. A todo ello, habría que añadir su hipotética adaptación a la cultura tradicional witoto. Estos hermanos, son witoto ‘de nación’ pero, punto crucial, no sabemos si la educación à la occidental ha menoscabado sus saberes étnicos.

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