Un año después de la muerte de Chato Galante

Un año después de la muerte de Chato Galante

Luis Suárez-Carreño*. LQS. Marzo 2021

Es bueno recordar algo en lo que Chato siempre insistió: la lucha contra la impunidad del franquismo no va tanto del cobro de una deuda del pasado como de la inversión necesaria para un futuro asentado en la justicia y los derechos humanos

Con el fallecimiento de Chato se fue un referente de la lucha por la justicia y la libertad en nuestro país y más allá. Para algunas personas, yo entre ellas, se fue también un amigo entrañable, único, un gran trozo de mi propia vida.

Conocí a Chato al comienzo de nuestra etapa universitaria a finales de los 60, donde empezamos más o menos al mismo tiempo pues no nos llevábamos ni un año de diferencia. Allí coincidimos en las primeras militancias antifranquistas, en concreto en nuestro caso los comités de acción del FLP (Frente de Liberación Popular) de Escuelas Técnicas, y tras un proceso de debates, a finales del año 1970 acabamos en una nueva organización de izquierda radical, la LCR (Liga Comunista Revolucionaria), marxista revolucionaria y antiestalinista – esto último bastante raro entre la extrema izquierda en aquellos años.

Ya en los primeros años 70 ambos fuimos detenidos y procesados, pero Chato vive circunstancias especialmente duras, primero porque alguna de sus detenciones le pilla en un cuartel haciendo la mili, y porque además en una de estas detenciones, en el marco de las movilizaciones posteriores a los consejos de guerra de Burgos (contra 16 militantes de ETA) en 1971, Chato se cruza en la DGS, antes de que lo hagamos muchos otros y otras, con el torturador J.A. González Pacheco (alias Billy el niño), que se ensaña con él con especial brutalidad.

La represión no mitigará la militancia, sino que, por el contrario, nos empujará a una dedicación casi exclusiva a la organización y la ‘subversión’ – como denominaba el régimen la rebelión -, abandonando estudios y trabajos, en coherencia con el crescendo imparable de las movilizaciones sociales contra la dictadura a lo largo de la primera mitad de los 70. Las organizaciones ilegales se exponían a riesgos también crecientes; en aquellos años finales del franquismo las detenciones y procesamientos se contaban por centenares…

Chato y yo nos reencontramos así en diciembre de 1973 en la tercera galería de Carabanchel; yo estaba ahí alojado desde el mes de julio; Chato y otros camaradas entran justo el mismo día del vuelo sin motor de Carrero Blanco, la cárcel rodeada esa noche por fascistas que querían vengarse con los rojos.

Después de Carabanchel, Chato pasa la mayor parte del resto del tiempo de cárcel en Zaragoza y Segovia, participando en esta última en varias huelgas de hambre y en la preparación de las conocidas fugas. Sale a la calle con el indulto de septiembre del 76, pero la relación de camaradería, sobre todo con los abundantes presos vascos – en esos años se había producido la unificación LCR-ETA VI -, se mantendrá hasta ahora en la forma de grupo de viejos roqueros-talegueros con un vínculo indestructible de idealismo y resistencia.

Durante la transición surgen las nuevas formas de hacer política, aunque el terreno electoral no va a ser especialmente fructífero para las organizaciones de izquierda revolucionaria. Chato asume un papel relevante como dirigente y portavoz público de la LCR; durante algún tiempo destacado en Asturias; asumiendo tareas en relación la Cuarta Internacional y en procesos como la unificación con el MC (Movimiento Comunista).

En los años inmediatos a la cárcel se produce para Chato, en el plano personal, un hecho determinante para el resto de su vida: iniciar su relación con Justa, su compañera ya para siempre inseparable, con la que descubrir un territorio y una nueva visión que todo lo va a cambiar, el feminismo. Justa le ayudará también a curar muchas heridas emocionales que Chato sufrió en el ámbito familiar desde su juventud: un padre muerto muy joven, la terrible pérdida de hermanos en accidente, y otras difíciles situaciones en las que él siempre asumió con generosidad ilimitada sus responsabilidades de hermano mayor. La misma generosidad que derrochó con sus amigos y amigas y de la que puedo dar testimonio directo.

La transición fue frustrante para quienes propugnamos la ruptura con la dictadura y el desmantelamiento del sistema político e institucional franquista. Como ha dicho un amigo recordando esa época: ‘la represión fue más dura en los 60 y 70; pero el desánimo era peor a principios de los 80’. Desánimo que se llevó por delante a mucha gente de nuestra generación, a otra la llevó a integrarse en el poder, y a otra se nos curó luchando contra nuevos desafíos del poder contra la libertad y la justicia, aunque fuera bajo formas democráticas; Chato se entregó, sobre todo en la segunda mitad de los años 80, a luchas como las movilizaciones contra la OTAN – y las legendarias marchas a Torrejón -, o la histórica Huelga General del 14-D del 88. Y nos involucramos en los movimientos emergentes del tardofranquismo: el barrial o ciudadano – a través de las asociaciones de vecinos -, el ecologismo (movimiento antinuclear, Cabañeros…), el pacifismo-antimilitarismo, o el internacionalismo – particularmente la solidaridad con Latinoamérica.

La militancia partidista se irá extinguiendo para muchos de nosotros a principios de los años 90 con el propio declive de las organizaciones extraparlamentarias; en concreto, LCR-MC, tras un breve periodo bajo la denominación de Izquierda Alternativa, se disolverá a mediados del 93.

Chato se va a vincular de forma muy activa, sobre todo desde finales de los 80, con un ecologismo en proceso de articulación y maduración, desde AEDENAT a Ecologistas en Acción, impulsado por figuras como Ladis Martínez o Ramón Fernández Durán. Entonces comienza su nunca pretendida notoriedad mediática, por ejemplo, en la defensa del arbolado del Paseo del Prado – en esa ocasión con aliadas tan improbables como la baronesa Thyssen.

En Ecologistas Chato va a mostrar sus capacidades en otra faceta a la del activista de primera línea: la del organizador eficaz que intenta equilibrar la transparencia y democracia en los métodos de trabajo, con la eficacia y rigor en la gestión. Algo que Chato desarrolló en su vida profesional paralela a sus militancias políticas.

El inicio de su última etapa de lucha puede datarse hacia finales de los 2000, en concreto contra la demolición de la cárcel de Carabanchel – en 2008 -, cuando Chato y otros compañeros y compañeras nos juntamos para reivindicar tanto la memoria como la justicia para la resistencia antifranquista, constituyendo la asociación La Comuna en 2010, en cuya creación y trayectoria el rol de Chato, hasta su fallecimiento, volverá a ser determinante.

Fue así como, tras muchos años, Chato y otros y otras ‘viejas glorias’ de la militancia antifranquista nos volvemos a citar en el activismo. En eso hemos estado durante los últimos 10 años, y si nuestro objetivo central -juzgar a los criminales- no se ha realizado, al menos hemos contribuido significativamente a poner la memoria y la impunidad, así como su relación con los derechos humanos y con la calidad de nuestra democracia, en la agenda social y mediática. En ese camino hemos tenido que recurrir al principio de justica universal, abriendo en Buenos Aires una causa judicial que hoy agrupa a centenares de víctimas (‘la Querella Argentina’).

Es bueno recordar algo en lo que Chato siempre insistió: la lucha contra la impunidad del franquismo no va tanto del cobro de una deuda del pasado como de la inversión necesaria para un futuro asentado en la justicia y los derechos humanos.

En realidad, todas esas luchas y empeños a los que Chato se entregó sin desmayo – él nunca mostró desgana, ponía en todo lo que hacía esa generosidad marca de la casa – han sido formas de una misma rebelión contra el orden dominante capitalista y explotador, consumista e individualista; de una misma aspiración a una sociedad libre, solidaria e igualitaria, y en armonía con la naturaleza.

En los últimos años, la causa de la justicia – y el propio Chato -, cobraron una relevancia social y mediática renovadas, a causa del excelente documental ‘El silencio de otros’, ganador del premio Goya 2018 y de otros muchos premios en todo el mundo; relevancia que se puso de relieve de forma incontestable con la unánime reacción social de dolor ante su fallecimiento. Cuando, poco más de un mes después, falleció su torturador, González Pacheco, víctima del mismo virus, el contraste ha sido abrumador, así como el sentimiento de vergüenza colectiva ante la incapacidad, o desinterés, por parte de nuestras instituciones para impartir justicia.

Durante estos 50 años compartidos hemos perdido muchas batallas, como confirmando ese viejo y cínico dicho: ‘de derrota en derrota hasta la victoria final’. Desde la transición y sus falsas recetas, la OTAN, la especulación y corrupción frente a la defensa de lo común, el desmantelamiento del movimiento obrero ante el neoliberalismo, la guerra de Irak, la impunidad… Pero puede que en el fondo algo de razón tenga el dicho: aunque sólo sea en el plano moral, y en el de la historia, la victoria final es ya nuestra, querido amigo Chato.

* Represaliado político, activista memorialista, miembro de La Comuna Presxs del Franquismo
Texto basado en el artículo ‘Unas pocas líneas sobre Chato’, del mismo autor, publicado en la revista ‘Madrid Ecologista’, de Ecologistas en Acción de Madrid, nº 47 (verano 2020).

Chato Galante. Un año sin ti ¡Siempre contigo!
#ChatoGalanteMemoriaActiva

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