Un Nobel para Macondo
Por Daniel Alberto Chiarenza*
21 de octubre de 1982: la Academia de Letras sueca otorga el Premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez
El jueves 21 de octubre de 1982 se exterioriza la alegría de una Colombia alborotada por el júbilo que produce la noticia de que Gabriel García Márquez había sido consagrado con el Premio Nobel de Literatura. La decisión de los 18 jurados vitalicios de la Academia de Letras de Suecia fue unánime. La satisfacción se dio en cadena en todo el mundo, por lo menos en todo el mundo universalmente pensante.
La Academia de Letras de Suecia no había vuelto a escoger a nadie de América Latina después de Gabriela Mistral (1945), Miguel Ángel Asturias (1967) y Pablo Neruda (1971).
Los ganadores anteriores –incluidos los de todo el mundo- exceptuando en menor medida a Neruda, pasaron casi desapercibidos, sólo era para los círculos literarios, académicos e intelectuales. En cambio lo de Gabo no fue así. El colombiano pasó los límites de la intelectualidad. El Nobel se sentía en las calles, en los mercados, en los parques, en los prostíbulos, -sin escandalizarse- porque allí estaban sus “putas tristes” (aparentemente su muy polémica última novela, porque argumentan que es un tema que atañe a la prostitución infantil).”El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a ésa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás” […] G. G. Márquez: Memoria de mis putas tristes. Buenos Aires, Sudamericana / MODADORI, 2004.
Siguiendo con los festejos de aquél día: los taxistas en Barranquilla hacían sonar sus bocinas, espontáneamente, eso significa que el homenaje es merecidamente popular con este héroe nacional de Colombia.
En la Universidad Nacional de Bogotá fue una locura; era la primera vez que los estudiantes se alborotaban -y no para quejarse-. Todos intentaban comunicarse con la residencia de Gabo en México. Un periodista logró comunicarse con la mamá de Gabo, Luisa Santiaga Márquez en Cartagena, luego de llamarla al teléfono de un vecino. M’ijo, estamos muy contentos y ojalá que este premio sirva para que me arreglen el teléfono, fueron las primeras palabras de doña Luisa, una expresión propia de los personajes macondianos de su hijo Gabriel.
La UPI (Agencia Internacional de Noticias con sede en Estados Unidos) y la France Press identificaban a Gabo como el más grande y formidable escritor de la lengua española en el mundo, tal era el costeño Gabriel García Márquez, de 54 años.
El expresidente conservador Belisario Betancur fue el primer colombiano en hablar con el flamante nobel tras la adjudicación del galardón. Gabo siempre le ha dado gloria a Colombia, su patria lo espera, dijo Betancur con su marcado tono poético tras haber dialogado con el Nobel.
Tras las falsías de los periodistas, García Márquez destacaría, que la del presidente resultó mejor que la de cualquier periodista colombiano, pues fue el primero en llamarlo esa mañana para congratularse. En el terreno intelectual no hubo un solo pronunciamiento en contra.
El maestro argentino Jorge Luis Borges, quien desafortunadamente murió sin que le fuera otorgado el Nobel, dijo: el Nobel a García Márquez es todo un acierto. Las editoriales se enloquecieron. ¿Qué podemos decir (del Nobel)? Que estamos enloquecidas, dijo Gloria López Aubel, directora de la editorial Sudamericana, principal empresaria de la rama del Libro en Argentina y Suramérica.
El presidente francés, François Mitterrand, amigo personal de Gabo, señaló: “Saludo con emoción al amigo personal. Saludo con respeto al novelista que se ha inscrito en la imaginación de los pueblos del mundo”.
El ministro de Justicia de la entonces Unión Soviética, Vladimir Blinov, quien andaba por esos días en Colombia, dijo a los periodistas: “hemos sabido que la noticia del Nobel a García Márquez fue recibida también con júbilo en Moscú”. Y para no dejar duda sobre su admiración por la obra de Gabo empezó a enumerarlas y hasta pronunció de memoria citas textuales de su obra cumbre: Cien años de soledad.
Gabo era el Nobel más popular de la historia. Y por eso también el más controvertido por sus posiciones políticas a favor de los pobres y vulnerables de la Tierra. A punto que la Academia Sueca en su declaración oficial aludió su compromiso político del lado de los pobres y los débiles contra la opresión nacional y la explotación extranjera en América Latina.
La noticia sorprendió a García Márquez en su residencia de México, en momentos en que se disponía salir a trotar. Poco antes de las seis de la mañana lo llamó un amigo desde Estocolmo para darle la noticia. “Es un reconocimiento al progreso avasallador de la literatura de América Latina”.
Para Gabo el premio era importante en la medida en que aumenta la posibilidad de influir a favor de los derechos humanos en América Latina. Una obscena violación de la que él había sido víctima, en razón de sus posiciones políticas de izquierda y su actividad generosa y humanitaria, y que lo obligó a salir rápidamente del país tras ser informado de que se estaba fraguando un atentado letal en su contra.
La prensa recordó que García Márquez es el hijo del humilde telegrafista de Aracataca; el marido de Mercedes Barcha, la hija del boticario. El muchacho flaco de pantalones desteñidos que un día llegó a estudiar a Zipaquirá con una beca y una caja de cartón como maleta.
En el periódico El Espectador, Eduardo Zalamea Borda le publicó el primer cuento, anunciando que había nacido un nuevo y gran escritor en Colombia. El mismo García Márquez explica en aquella crónica del Náufrago de 1955 en su presentación, La historia de esta historia: “Lo que no sabíamos ni el náufrago ni yo cuando tratábamos de reconstruir minuto a minuto su aventura, era que aquel rastreo agotador había de conducirnos a una nueva aventura que causó un cierto revuelo en el país, que a él le costó su gloria y su carrera y que a mí pudo costarme el pellejo. Colombia estaba entonces bajo la dictadura militar y folclórica del general Gustavo Rojas Pinilla, cuyas dos hazañas más memorables fueron una matanza de estudiantes en el centro de la capital cuando el ejército desbarató a balazos una manifestación pacífica, y el asesinato por la policía secreta de un número nunca establecido de taurófilos dominicales, que abucheaban a la hija del dictador en la plaza de toros. La prensa estaba censurada, y el problema diario de los periódicos de posición era encontrar asuntos sin gérmenes políticos para entretener a los lectores. En El Espectador, los encargados de ese honorable trabajo de panadería éramos Guillermo Cano, director; José Salgar, jefe de redacción, y yo, reportero de planta. Ninguno era mayor de 30 años”. G. G. Márquez. Relato de un náufrago. Barcelona, Tusquets Editor, febrero de 1970.
El novelista que logró que su novela Cien años de soledad fuera traducida a 32 idiomas, es decir igual número de guerras que perdió el coronel Aureliano Buendía, principal protagonista de su inmejorable novela, obra maestra del “realismo mágico latinoamericano”. “MUCHOS AÑOS DESPUÉS, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. […] G. G. Márquez: Cien años de soledad. España-Buenos Aires, Ed. Sudamericana, 1995.
El experiodista que recogió botellas en París para poder sobrevivir; el amigo personal de Fidel Castro, ese era Gabo.
Era un Nobel para Macondo, como titularía el diario El Caribe de Barranquilla. Para el discurso de Estocolmo le aconsejaron: No temas decir lo que quieras porque, después del Nobel que diste a Colombia, a Gabo todo le estaba permitido con su magia.
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