Venezuela patio electoral de España
Javier Nix Calderón*. LQSomos. Junio 2016
Quizá muchos os preguntéis, como yo, el porqué de ese interés hacia Venezuela que tanto los medios de comunicación como los políticos españoles le han dedicado al país caribeño en los últimos tiempos. En el último mes, los informativos de TVE han dedicado 71 minutos a hablar sobre Venezuela mientras que sólo han dedicado 31 a hablar sobre el desempleo en nuestro país. ¿Casualidad o causalidad?
No hay espacio para la casualidad en la política. Desde el año 2002, los medios de comunicación españoles han actuado como paladines de la oposición venezolana al chavismo, desplegando un lenguaje rico en términos claramente partidistas. Yo, sin ir más lejos, demonicé a Hugo Chávez antes de poder formarme una opinión empujado por los artículos de El País. Era habitual encontrarse con las palabras “caudillo”, “régimen chavista” o la aún más sonora “dictadura”. Bolivia tampoco se salvó de la quema. Evo Morales fue llamado “líder indigenista”, y su gobierno tildado de “régimen etnopopulista”. Es evidente que este lenguaje ha ido configurando una opinión pública claramente contraria al gobierno primero de Chávez, y más tarde de Maduro.
Los medios de comunicación mayoritarios se dedicaron a labrar, hace más de diez años, un campo semántico sobre Venezuela que hoy aran sin ningún tipo de pudor para obtener ganancias electorales. El nacimiento de Podemos, que en origen se nutrió de algunos principios de la revolución bolivariana, asustó a Partido Popular y PSOE, que vieron amenazada su tradicional hegemonía política. No hace falta bucear demasiado en la red para conocer las estrechas relaciones de Felipe Gónzalez con círculos oligárquicos venezolanos, colombianos, peruanos o chilenos. Es bien conocida la relación entre Felipe Gónzalez y Carlos Andres Pérez, presidente de Venezuela entre 1989 y 1993, que abrió las puertas de su país al neoliberalismo y, cómo no, a las empresas españolas. No está de más recordar que bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez se produjo la revuelta popular conocida como “Caracazo”, en marzo de 1989, provocada por los durísimos ajustes que el gobierno venezolano llevó a cabo bajo órdenes del Fondo Monetario Internacional. La brecha social venezolana se ensanchó, situando a más del 35% de su población bajo el umbral de la pobreza, según el informe anual de la ONU sobre la pobreza en el mundo en 1990. Abundan las imágenes de aquel “Caracazo” de personas saqueando piezas de carne de las carnicerías, así como los rumores de que los pobres en Venezuela complementaban su dieta con Perrarina, un pienso para perros. Ciertos o no, lo que sí es cierto son los datos de desnutrición en Venezuela en 1990, que llegaron a un pavoroso 20%. ¿Cómo se cubrió la información de aquella revuelta, reprimida ferozmente por el gobierno de Pérez, desde El País? ¿A quién se achacaron las culpas? Propongo a todo aquel que lea este artículo que acuda a la hemeroteca de El País y busque noticias del día 4 de marzo de 1989. Se encontrará con frases tan significativas cómo “La culpa de la situación la tiene la deuda externa de Venezuela”. La culpa de aquella revuelta no fue la actuación del gobierno amigo de Carlos Andrés Pérez, sino la deuda externa, una palabra intangible, etérea. Compárese el tratamiento de este asunto con los disturbios que tuvieron lugar en el año 2014.
Felipe González actuó a modo de celestina entre los medios de comunicación españoles y los grandes empresarios latinoamericanos desde los comienzos de su mandato. El Grupo Prisa, propietario de diarios como El País y emisoras como Cadena Ser, y accionista del conglomerado español de canales Mediaset y medios internacionales, como Radio Caracol en Colombia o el Grupo Televisa en México, pronto se mostró como la punta de lanza del neoliberalismo español en América Latina. González, que encandiló a todo un país con su imagen moderna de joven socialista con media melena y chaqueta de pana con coderas, también hechizó con sus cantos de sirena al continente hermano. El expresidente español, el mejor relaciones públicas del Grupo Prisa, cambió influencias en América Latina por el apoyo mediático de El País y Cadena Ser a su gestión, quienes contribuyeron a tapar la guerra sucia contra ETA y a dulcificar la ferocísima reconversión industrial vivida por España durante la década de los 80. La misma década en la que aparece otro nombre propio fundamental para comprender la deriva informativa sobre Venezuela en España: Gustavo Cisneros.
Gustavo Cisneros desembarcó en España en 1983 comprando Galerias Preciados, unos grandes almacenes expropiados por el gobierno y sacados a la venta por 1.500 millones de pesetas, unos 9 millones de euros. En 1988, Cisneros, amigo personal del entonces presidente González, vendía Galerías Preciados a una sociedad inglesa por 30.000 millones, aproximadamente 180 millones de euros. Un negocio redondo que consolidó una amistad que se ha mantenido en el tiempo. Gustavo Cisneros, considerado en 2004 como el segundo hombre más rico de Hispanoamérica, es un magnate venezolano propietario de la mayor televisión privada de Venezuela, Venevisión, que cuenta con importantes participaciones en medios de comunicación en Chile, Estados Unidos, Colombia, Perú y Bolivia. Sus televisiones y periódicos mantuvieron desde el principio una clara línea editorial antichavista. Polanco y Cebrián hicieron lo propio con el Grupo Prisa. Los puentes tendidos a ambas orillas del Atlántico entre España y Venezuela tuvieron a sus arquitectos en Cisneros y González. Hoy resulta evidente que las líneas editoriales del Grupo Prisa y el Grupo Cisneros presentan paralelismos en su tratamiento de la información sobre el chavismo en Venezuela. Es lo que se ha denominado como “intereses cruzados” de Polanco, Cebrián y Cisneros. Aliados más económicos que ideológicos, cuidan de los intereses del otro en sus respectivos países. Amamantan a los suyos, limpian sus desastres y justifican sus desmanes. Pero atacan con saña a los rebeldes que tratan de escapar del redil.
No es un tema baladí. Venezuela ha sido retratada como un régimen autoritario, como una república bananera, como un país profundamente corrompido y últimamente como un país en el que sus ciudadanos comienzan a pasar hambre. ¿Cuánto hay de cierto y cuánto de mito interesado? Empecemos por las certezas. Venezuela tiene problemas económicos gravísimos. Con una economía completamente dependiente del petróleo, la fuerte bajada de los precios del petróleo y la incapacidad de Maduro para reaccionar han llevado a Venezuela a un caos económico del que no saben cómo escapar. La inflación, que ya supera el 60%, se ha unido a una devaluación de la moneda que ha hecho descender la renta media de los hogares de 13.000 a 9.000 dólares al año. Son datos suficientes para aceptar que la situación económica es deplorable y se necesitan soluciones inmediatas, soluciones que es posible que el gobierno de Maduro no esté en condiciones de aportar. A esto debemos unirle el aumento de la violencia, que por otro lado no dejó de cesar ni tan siquiera durante los mejores años del chavismo, en los que el país creció a un ritmo de más del 5%. Sin embargo, no podemos olvidar que muchos otros países del entorno, como Brasil, Colombia o México, sufren la lacra de la inseguridad ciudadana, con su cortejo fúnebre de asaltos, secuestros y asesinatos.
Vayamos ahora con los mitos. No existe hoy por hoy hambre en Venezuela. Sí existe malnutrición. Hay una diferencia fundamental entre la desnutrición y la malnutrición. La primera implica una falta total de nutrientes para el organismo, que desemboca en el hambre y a la larga en la muerte por inanición, mientras que la segunda consiste en una dieta desequilibrada, en la que faltan nutrientes y/o hay un exceso de otros. No deja de ser alarmante la malnutrición en Venezuela, pero, ¿y en España? Vayamos a los datos. En nuestro país, 2,5 millones de niños viven en hogares con una renta inferior a la del umbral de la pobreza, es decir, el 30% de los hogares españoles, según datos de la ONG Save the Children. El 25% de las familias no pueden permitirse una comida de carne, pollo o pescado cada dos días, según el Instituto Nacional de Estadística. Son datos demoledores, producto de la crisis económica en la que nos encontramos desde el año 2008. La malnutrición que afecta a Venezuela, unida a la carestía de algunos productos básicos, es real, las colas de venezolanos que intentan comprar productos a precios subvencionados es real, así como lo es la dificultad de muchos hogares españoles para llegar a fin de mes.
En cuanto a la represión política que ha ejercido el gobierno de Maduro contra algunos líderes opositores, se ha asumido como dogma que en Venezuela existen presos políticos. Si viajamos unos años atrás, a las elecciones de 2013, nos encontramos con una ajustadísima victoria del PSUV, el partido del fallecido Hugo Chávez liderado por Nicolás Maduro, frente a la Mesa de la Unidad Democrática, comandada por Henrique Capriles. Menos de 250.000 votos inclinaron la balanza del lado de Maduro. La fractura política en el país se hizo patente tras las elecciones. Yo mismo pude observar el clima de beligerancia en el país cuando viajé allí, el mismo día de las elecciones, un 14 de abril de 2013. Me encontraba en una ciudad con una larga tradición de oposición al chavismo, Mérida, donde se sucedieron las manifestaciones y las caceroladas durante los diez días que permanecí allí. En su primera alocución televisiva, Henrique Capriles no reconoció los resultados de las elecciones, acusando al gobierno y al Consejo Nacional Electoral, organismo encargado de velar por la limpieza en las elecciones, de manipulación en el conteo de los votos. Un año más tarde, el líder opositor Leopoldo López hace un llamamiento a la desobediencia civil en las calles para forzar una salida del gobierno de Maduro, operación que denominó como “La salida”, que pronto degeneró en enfrentamientos en las calles entre manifestantes (llamados allí guarimberos, por levantar barricadas o guarimbas desde las que se enfrentaron a la policía quemando mobiliario público, así como arrojando piedras e incluso con armas de fuego) y las fuerzas de seguridad y partidarios del gobierno. El balance de muertos fue de 42, y culminó con la detención y encarcelamiento de López, acusado de instigación a delinquir, asociación para delinquir e incendios y daños a edificios públicos, en carácter de determinación. Estos cargos le valieron una pena de cárcel de más de 13 años. La trayectoria en la oposición de Leopoldo López se remonta al año 2002, cuando en los momentos previos al intento de golpe de Estado llevado a cabo por la oposición contra el gobierno de Hugo Chávez, condujo a una masa ciudadana hacia el palacio presidencial de Miraflores para requerir la renuncia del presidente. Lo que sucedió a continuación flota en una niebla oscura producida por la propaganda de ambos bandos: la marcha opositora se encuentra con otra marcha chavista y comienza un tiroteo. El gobierno acusa a la oposición de haber colocado francotiradores en las azoteas, disparando a los chavistas, que cuentan hasta 18 muertos por disparos en la cabeza, cifra que se elevaría a 43 en los disturbios posteriores. La oposición muestra imágenes de chavistas disparando contra la marcha de la oposición, pero la cámara no enfoca contra quién disparaban realmente. La verdad se diluye en esa niebla, y el sol de la verdad se muestra incapaz de disiparla. Leopoldo López es detenido tras el fracaso del golpe de Estado, que concluyó cuando el presidente de facto, presidente también de la patronal venezolana Fedecámaras, abandona el Palacio de Miraflores a la carrera cuando las fuerzas armadas leales al gobierno acuden en auxilio del presidente Chávez, que fue recluido en Fuerte Tiuna. Al día siguiente, el golpe fracasa y Chávez es repuesto como presidente. Leopoldo López es condenado y posteriormente amnistiado por el gobierno en 2007. De ahí en adelante, el gobierno de Chávez llega a un pacto con los medios de comunicación privados venezolanos y los opositores en aras de la estabilidad. La oposición reduce su actividad y Chávez gana elección tras elección, espoleado por una masa social que se mantiene fiel a la “revolución bolivariana”. Así fue hasta el día de su muerte, un 5 de marzo de 2013.
¿Qué nos dice todo esto? Que lo que en España se conocen como “presos políticos” son más bien “políticos presos”. De hecho, el propio Capriles pronto se desmarcó de la estrategia de “calentar las calles” de López, consciente de que el poder en Venezuela debe ser conquistado por las urnas. Existen muchos mitos relacionados con Venezuela que nos son inoculados desde televisión, radio y prensa sin apenas contraste. La propia clase política ha creado lo que en comunicación política se llaman “sound bites”, es decir, palabras con una profunda carga emocional que etiquetan al adversario político, anulando cualquier atisbo de razón y redirigiendo el debate por cauces emocionales. Palabras como “chavista” o “bolivariano” se han convertido en sinónimo de dictadura, represión, ausencia de libertades, términos todos ellos aplicados a Podemos desde el inicio de su andadura política. Dicho esto, debemos no perder de vista los problemas estructurales de Venezuela y del chavismo como construcción política. Su gestión económica ha sido deficiente. No ha sabido salir del atraso usando el incremento de sus ingresos petroleros en los tiempos del boom del crudo, mostrándose incapaz de diversificar su economía y redistribuyendo esos ingresos en ayuda asistencial que no termina de crear una industria potente y una clase media pujante. El gobierno de Chávez y el de Maduro no han sabido acabar con la lacra de la inseguridad ciudadana, y Caracas es hoy, y desde hace unos años, una de las ciudades con más asesinatos del planeta, con unas cifras semejantes a las de la guerra de Afganistán. Sólo el año pasado hubo aproximadamente 28.000 muertos en Venezuela. ¿Es todo culpa del gobierno? Evidentemente no. La situación es similar en otros países de América Latina. Pero no debemos olvidar que los grandes medios de comunicación están en manos de grupos empresariales que apoyan a los partidos de derechas, que siempre han estado más cerca de los poderes económicos. Aun así, el gobierno tiene una responsabilidad sobre estas cifras, y su incapacidad para reducirlas una muestra de que la situación parece superar a un gobierno con una credibilidad cada vez más mermada entre sus propios ciudadanos.
Vistos los mitos y las realidades en Venezuela, es el turno de la explicación del porqué de la sobreexposición mediática de Venezuela en España. Los años de trabajo semántico de los medios españoles para situar a Venezuela entre los enemigos de Occidente comenzaron a dar sus frutos con la aparición de Podemos en el escenario político. Podemos se presentó como el partido de la gente, de los de abajo, construido para frenar las políticas neoliberales que los gobiernos de PP y PSOE habían llevado a cabo en los años de la crisis en España. Comenzaron reivindicando una forma diferente de hacer política, creando una dicotomía gente-casta, los de abajo-los de arriba, con eslóganes como “Somos la gente” o “Somos los de abajo”, que recuerdan a la estrategia política de Hugo Chávez de “Somos el pueblo”. Beben de fuentes semejantes, ya que Podemos en sus inicios se desmarcó del resto de formaciones políticas definiéndose como la única hecha por la gente y para la gente, rescatando el concepto de patria, basándose en las teorías de lo “nacional-popular” que los movimientos de izquierdas latinoamericanos habían utilizado a principios del siglo XXI. Algunos de sus dirigentes, como Juan Carlos Monedero, firme defensor de la revolución bolivariana, fueron apartados de la dirección a medidas que pasaron los meses tras los intentos de los partidos rivales de acercarle a Venezuela. Los “bites sounds” aparecieron de nuevo. Les acusaron de simpatizar con ETA, pero la fuerza evocadora del terrorismo sobre la sociedad española no era la misma tras el abandono de las armas de la banda terrorista. Cambiaron entonces la terminología. Les llamaron chavistas, bolivarianos, amigos de los iraníes, antidemócratas, golpistas, populistas. Los ataques arreciaron desde todos los flancos. Los medios de comunicación vivieron un curioso desdoble de la personalidad al necesitar a líderes como Pablo Iglesias, Errejón o Monedero en sus tertulias porque incrementaban los índices de audiencia, y al atacar sus posiciones ideológicas por ser cercanas a lo que tanto habían criticado en el pasado. Volvieron al campo semántico del antichavismo y lo araron con energía. Uno de sus frutos fue apartar a Monedero de la cúpula de Podemos, por sus lazos con la Venezuela de Chávez. Los estereotipos son poderosos en España. Podemos se desligó una y otra vez de Venezuela. Pero los “bites sounds” siguen ahí, ladrando insultos y tratando de ocultar las ideas con emociones, la razón con sentimientos. Al fin y al cabo, la política es un músculo y no un órgano, por eso muchos partidos eligen un corazón como símbolo y no un cerebro.
España se enfrenta a innumerables problemas en el futuro cercano. Vamos a votar por la segunda vuelta de las elecciones en dos semanas, y la situación política se antoja tan inestable como hace seis meses. A medida que se acercaba la fecha de la votación, partidos como Ciudadanos se subían al carro de la oportunidad y colocaban a Venezuela en el centro del debate, con la visita de Albert Rivera invitado por la oposición a Caracas. El campo semántico aún tiene tierra fértil de la que se pueden cosechar votos. El Partido Popular hace lo propio. De hecho, en los últimos días Pablo Casado, vicesecretario de comunicación del PP, ha colgado una foto de unos disturbios en el Congo como si las imágenes perteneciesen a Venezuela. El PSOE, más cauto tras los resultados del 20 de diciembre, intenta dar una imagen menos hostil y disminuye las alusiones a Venezuela. Los medios de comunicación de masas colocan la alfombra que los políticos pisan después, dedicando gran parte de sus programaciones a hablar de la situación en Venezuela. Una parte de la opinión pública se enfurece y se asusta, al identificar a Podemos con Venezuela. Es lamentable observar como los informativos no dedican un solo minuto a hablar del régimen saudí, conocido por su persecución de homosexuales y opositores y una total falta de respeto por los derechos humanos más elementales, o de Marruecos, que mantiene bajo su bota al pueblo saharaui sin que desde España nadie alce su voz, o de Guinea Ecuatorial, un régimen dictatorial que pisotea los derechos humanos gobernado por un dictador. Estos tres países tienen algo en común con España: intereses económicos con las élites que dominan estos países. Arabia Saudí tiene jugosos contratos de compra de armas con la industria armamentística española, que sólo en 2015 ascendieron a más de 1.700 millones de euros; Marruecos es el país por el que pasa el gas que calienta España en invierno, y no es difícil imaginar a la monarquía de Mohammed VI cerrando la espitas de los gasoductos en caso de conflicto diplomático; por último, Guinea Ecuatorial, cuyo presidente Obiang, famoso por haber asesinado a más de 50.000 personas en su llegada al poder, ha favorecido los negocios de grandes multinacionales españolas.
Los medios de comunicación en España manipulan y lo hacen sin ningún tipo de vergüenza. Manipular no consiste solo en mentir o deformar la realidad: también incluye no mirar hacia donde sí se están produciendo auténticas violaciones de los derechos humanos, silenciando el dolor de unos para aumentar la ganancia electoral de otros. Como ciudadanos de un país democrático, tenemos la obligación de identificar si no la verdad, sí al menos las mentiras. Si dejamos la construcción de nuestra visión del mundo en manos de unos pocos canales de televisión, si la prensa escrita mayoritaria es la encargada de edificar los cimientos desde los que construimos nuestra idea de la realidad, nos arriesgamos a vivir instalados permanentemente en la mentira. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad social: informar con decencia y el mayor porcentaje de veracidad posible. Si los de siempre no lo hacen, escapémonos de esa falsa realidad por alguna hendidura. El sistema es una maquinaria casi perfecta, engrasada durante décadas, pero tiene fallos. Están ahí. Sólo debemos leer, preguntarnos, ser críticos y, sobre todo, ser valientes. La verdad es una luz que se enciende despacio, pero que nadie puede apagar cuando por fin brilla.