Verano del 67: el alucinante viaje de Pink Floyd

Verano del 67: el alucinante viaje de Pink Floyd

Por Mariano Muniesa. LQSomos.

Se han cumplido 55 años, de la edición del álbum debut de Pink Floyd, “The Piper At The Gates Of Down”

Asumo que puede haber cierto debate entre los periodistas e historiadores de rock acerca de cual fue el año más crucial en el revolucionario cambio que se produjo en la música popular contemporánea y más propiamente en el rock a finales de los años 60 del pasado siglo; pero si me permiten posicionarme, creo que 1967, el año del Festival de Monterey y el verano hippie, de los históricos conciertos del Saville Theater de Londres de Jimi Hendrix y los Who, de la explosión de Cream con ‘Disraeli Gears’, del ‘Sargent Peppers’ y el ‘Their Satanic Majestic Request’ de Beatles y Rolling Stones, del debut de los Doors y otros mil y un acontecimientos que claramente señalan la diferencia entre un antes y un después, dan a ese año el marchamo del momento histórico en el que nació una nueva concepción de la música que marcó todo lo que ha venido con posterioridad.

Y justamente en estos días, una nueva efeméride que en modo alguno podemos pasar por alto en estas notas y que nos lleva al 5 de agosto de 1967, entiendo que refuerza mi teoría acerca de cómo en esos 12 meses lo cambiaron todo. Ese día, se cumplieron 55 años, se editó el álbum debut de Pink Floyd, “The Piper At The Gates Of Down”. El primer disco de una formación que abrió un camino de ruptura, vanguardia y experimentación en el rock, análogo al que Led Zeppelin abrió un año más tarde sentando las bases del heavy metal con su disco debut.

Este disco fue el primero que plasmó sobre unos microsurcos todo el movimiento que en clubes como el UFO y en todo el ambiente underground del Londres de mediados de los años 60 se venía gestando en torno a la psicodelia. Sus protagonistas, un grupo en el que contrastaba el genio a veces incomprensible y con frecuencia distorsionado por las drogas de Syd Barrett con el virtuosismo desde los teclados de Rick Wright y la sólida base de ritmo que Roger Waters y Nick Mason ponían al servicio de todo aquel laboratorio de experimentación musical, respectivamente desde el bajo y la batería. Es cierto que, en esos mismos años en América, Grateful Dead estaban en su propio viaje, por así decirlo, al igual que Velvet Underground y 13th Floor Elevators, los únicos experimentalistas estadounidenses que se acercaban al terreno de Pink Floyd. Pero en un contexto completamente distinto y sin que en modo alguno puedan evidenciarse influencias mutuas en uno u otro sentido.

Aún a sabiendas de que resulta sumamente difícil tratar de explicar en un artículo periodístico un disco de la complejidad de “The Piper At The Gates Of Dawn”, sí quiero señalar al menos a grandes rasgos muchas de las características que hicieron de este disco la piedra angular de toda una transformación del rock hacia el rock progresivo de los 70. Desde el impresionante despegue de “Astronomy Domine” hasta la asombrosa locura de los acordes finales de “Bike”, este es un viaje hacia las entrañas más intrincadas del sonido como muy pocos antes – y después- se harían en la historia del rock. “The Piper at the Gates of Dawn” está compuesto por ecos, sensaciones y ráfagas sonoras de lo espacial, lo pop, lo melancólico y lo experimental, todo combinado a la perfección en las manos de Barrett, Wright, Mason y Waters. Ofrece un compendio perfecto de las características básicas de la psicodelia: largas improvisaciones, fascinantes collages sonoros, armonías barrocas, inquietantes y misteriosos efectos de sonido y letras que a menudo implican un significado alternativo más allá de su verdadero sentido.

“Lucifer Sam” es un ejemplo prístino de lo que se ha dado a conocer a lo largo de los años como “psych pop”. Syd Barrett escribió el libro sobre ese género con canciones como “Arnold Layne” -el primer sencillo de Pink Floyd- y la siempre estelar “See Emily Play”, que sigue siendo uno de los mejores sencillos jamás creados por la banda. “Flaming” y “Matilda Mother” irradian pura belleza lisérgica, mientras que los elementos casi infantiles de canciones como “The Scarecrow” y “The Gnome” son auténtica magia hecha música. Todo ello sin perjuicio de la pura genialidad de la inigualable “Interstellar Overdrive”, el mejor retrato sonoro del ambiente psicodélico del Londres de 1966-67 y uno de los temas que aproxima, por su dureza a Pink Floyd con el incipiente hard rock de esos años.

Según relata en su libro “Dentro de Pink Floyd” el batería de la banda Nick Mason, la mayor parte de este disco se grabó entre enero y febrero de 1967 en los Sound Techniques Studios de Londres bajo la supervisión y producción de quien era de facto su mánager, el dueño del UFO Club de Tottenham Court Road, Joe Boyd. Pero al calor de la fama que el grupo iba adquiriendo dentro de aquel creciente movimiento underground de Londres, la por aquel entonces todopoderosa EMI ofreció un contrato a Pink Floyd, de tal suerte que parte del disco tuvo que ser regrabado en aquella primavera en los Abbey Road Studios, justo mientras los Beatles estaban allí mismo grabando su “Sargent Peppers Lonely Hearts Club Band”.

“The Piper at the Gates of Dawn” fue, y sigue siendo, un increíble hito de la psicodelia británica. Llegó al Top 10 en el Reino Unido, aunque ni siquiera logró rozar el Billboard Top 100 en Estados Unidos. Obviamente, Pink Floyd compensaría años más tarde cualquier comienzo lento en los Estados Unidos, convirtiéndose en grandes superestrellas en la década siguiente. Eso correría paralelo a la ascensión de Roger Waters, aunque aquí solo contribuye con una canción; la inconexamente maravillosa “Take Up Thy Stethoscope and Walk”.

El lanzamiento en Estados Unidos a través de Tower Records, subsidiaria de EMI/Capitol, se retrasó hasta octubre del 67. Como era costumbre en ese entonces, el sello hizo un gran trabajo en la lista de canciones, agregando en la versión americana “See Emily Play”, pero eliminando “Astronomy Domine” y “Bike”. Afortunadamente, en la era del CD, por supuesto todos fueron restaurados, reeditados y remasterizados una y otra vez. No hay escasez de “The Piper at the Gates of Dawn” y material relacionado de Syd Barrett en el mercado. Una edición ampliada del 40 aniversario, lanzada en 2007, no incluía las pistas aún inéditas de Syd Barrett “Scream Thy Last Scream” y “Vegetable Man”, que aunque no forman parte de estas sesiones, siguen siendo las piezas finales del rompecabezas de Barrett que nunca se completó del todo.

Verano del 67. Una época que además de fascinante, es imprescindible conocer para entender la evolución del rock hacia esa variedad, ese eclecticismo y esa genialidad que durante décadas nos ha dejado un inagotable legado de obras maestras. “The Piper At The Gates Of Dawn”, una guía básica para sumergirse en ese periodo.

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