Women Wage Peace, Mujeres Por la Paz

Women Wage Peace, Mujeres Por la Paz

Carlos Olalla*. LQSomos. Septiembre 2017

“El susurro del viento del océano está soplando desde muy lejos y la ropa colgada está golpeando las sombras en la pared. Entre el cielo y la tierra hay personas que quieren vivir en paz. No te rindas, sigue soñando…” Un viento limpio y puro, un viento fresco, un viento nuevo está soplando cada día con más fuerza para traernos ese mensaje que habla de paz. Nació en Israel hace tres años cuando un puñado de madres israelíes y palestinas, angustiadas ante el mundo en el que tendrían que vivir sus hijos, se unieron para gritar bien alto y bien claro que querían la paz, que la exigían, y que no pararían hasta que hubiera un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos. Más allá de diferencias e ideologías, más allá de credos y creencias, la paz es un derecho que nos pertenece a todas y a todos, y por ello construirla es también una obligación que todas y todos tenemos. Eso es lo que han hecho este grupo de mujeres: dar un paso al frente en este mundo de hombres que desde hace milenios se despedazan unos a otros para decir ¡Basta ya!, para exigir el derecho que ellas y sus hijos tienen a poder vivir en paz. WOMEN WAGE FOR PEACE  es un movimiento apartidario que nace en 2014 como respuesta a la violencia en Gaza que costó la vida de 73 israelíes y 2.200 palestinos.

Desde entonces ha organizado diversas acciones de protesta no violenta, una de las más numerosas la concentración que hicieron frente a la casa del primer ministro Netanyahu. Women Wage Peace hoy está ya formado por más de 25.000 personas, en su mayoría mujeres, en Israel y más de 33.000 fuera de Israel. El movimiento, apoyado por la activista liberiana y premio Nobel de la Paz Leymah Gbowee, también se está extendiendo por África. Iniciativas como ésta deberían abrir nuestros telediarios y ocupar las primeras páginas de todos nuestros periódicos. Por desgracia el patriarcado sigue dominando la inmensa mayoría de los medios y negando el espacio a cualquier iniciativa que cuestione su dominio. Estas mujeres visten siempre de blanco y llevan llamativos pañuelos de colores en sus protestas. Transmiten luz, alegría y esperanza en un mundo cada vez más falto y necesitado de ellas. En 2016 realizaron una marcha por la paz por diferentes territorios. El himno de aquella marcha era la canción “Prayer of the mothers” (La oración de las madres) de Yael Deckelbaum, una de las principales impulsoras del movimiento. Ella es de las que cree que la música puede cambiar el mundo. Y lo está haciendo. Aquel himno se ha convertido en pocos meses en un himno universal por la paz que Yael ha cantado en escenarios de toda Europa. El pasado 27 de agosto lo hacia en Italia, en el festival “La notte della Taranta”, que este año estuvo dedicado a la paz, donde anunció que el próximo 24 de septiembre está convocada otra marcha por la paz en Israel a la que todas las personas que queremos la paz estamos invitadas.

El movimiento MUJERES POR LA PAZ afronta por primera vez la resolución de un conflicto como el de Palestina e Israel desde una perspectiva radicalmente nueva: no busca vencedores y vencidos, sino consenso, y no quiere un acuerdo si no es justo y duradero. Y si radicalmente nueva es la perspectiva que plantea, no lo son menos los principios sobre los que se fundamenta: el respeto mutuo, cooperación y liderazgo compartido, y perseverancia y firme convicción. Ver marchar a estas mujeres te hace recuperar la esperanza en que otro mundo es posible. Irradian alegría, esperanza, amor, solidaridad…No me cabe duda de que este movimiento es una llama que pronto prenderá en todo el mundo. Nació para resolver un conflicto concreto, pero es tan grande y tan imparable que podrá resolverlos todos, porque se basa en valores universales como amor y generosidad. Y digo que no me cabe duda de que podrá resolverlos porque está creado por mujeres, porque tiene alma de mujer, alma de madre, de esa madre tierra Pachamama que no va a permitir que unos cuantos cientos de miles de testosterónicos descerebrados acaben con el planeta. Como bien dicen ellas en su Facebook, “No podemos contar con los hombres para crear la paz, lo tenemos que hacer por nosotras mismas”.

El mundo de hoy se enfrenta a un nuevo paradigma: el femenino. Tras siglos de luchas y guerras ha llegado el momento de la palabra y el acuerdo; tras milenios de competición y puñetazos, el de la cooperación y los abrazos. La fuerza que un grupo de mujeres puede tener es capaz de cambiar el mundo. Es algo que ya vivimos en la parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías, cuando un grupo de madres, allá por los ochenta, descubrió el mundo de la droga, la cárcel y la muerte a través del genocidio que hicieron con sus hijos. Les defendieron enfrentándose a los poderes que amparaban aquel genocidio o simplemente lo permitieron mirando hacia otro lado. Se enfrentaron a jueces y policías con la mirada alta y la mano tendida; amaron a sus hijos como nadie más les amó… y hoy, muertos casi todos ellos y con más de ochenta años muchas de ellas, siguen reuniéndose cada semana en la parroquia para organizarse y ayudar a esos nuevos hijos que han adoptado: los desahuciados, los sin papeles, los perseguidos, los ninguneados, los nadies… Y, conviviendo con las madres contra la droga, en la Borromeo están también las madres contra la represión, esas madres que en la España de aquí y de ahora se enfrentan a unas leyes que cada día se apartan más de la justicia, unas leyes que encarcelan a jóvenes, a tuiteros o a titiriteros simplemente por defender su libertad de expresión o apoyar una huelga. Siempre están ahí, en primera línea, dispuestas a defender la libertad y la justicia y a tender su mano abierta a quien la pueda necesitar. Que nadie dude de ellas. Revolución tiene nombre de mujer. Y si no que se lo pregunten a las abuelas de la plaza de Mayo, que no han parado hasta encontrar a sus hijos y nietos y que se juzgue a los responsables de la barbarie que sufrieron.

WOMEN WAGE PEACE es un movimiento revolucionario capaz de devolvernos la esperanza, un movimiento que viene a decir que las mujeres han dicho que basta es basta y han declarado la paz. Estas mujeres son ese viento nuevo que nos alcanza estemos donde estemos y seamos quienes seamos. No en vano quienes más están haciendo por la paz y la convivencia en conflictos como el de Euskal Herria son las mujeres. Son ellas, principalmente, quienes han promovido los encuentros de víctimas de ETA con ex presos de ETA y de víctimas de ETA y de los GAL, son ellas quienes han dado un paso al frente para entrevistarse y llegar a abrazarse incluso con quien mató a su marido, a su padre o a su hijo. Es desde ahí, y solo desde ahí, desde donde pueden crearse unos cimientos que sean lo suficientemente fuertes como para poder aguantar el peso de la convivencia pacífica en un territorio que lleva más de 50 años sufriendo la violencia.

Sin duda los hombres también podemos y debemos dar ese paso al frente, pero es mucho lo que nos queda por aprender de las mujeres. Todavía son casos aislados los que vemos, pero gracias a estos casos llegará un día en que dejarán de ser aislados. El ejemplo dado por Javier Martínez, el padre de Xavi, el niño de tres años asesinado en el atentado de Barcelona del pasado día 17, abrazándose al imán de la mezquita de la localidad en donde ambos viven, Rubí, y expresando el dolor que también siente por los familiares de quienes asesinaron a su hijo, nos marca, sin duda, el camino que debemos seguir. Como también nos lo marca la intervención de Hafida Oukabir, la hermana de dos de los terroristas responsables de los atentados de Barcelona y Cambrils, que tomó la palabra en el homenaje a las víctimas para mostrar su dolor y recordarnos que el Islam nada tiene que ver con el terrorismo.

Son muestras de amor como éstas las que cambiarán el mundo porque el amor es más fuerte que el odio, porque solo el amor puede reconstruir lo que el odio ha destruido. Hay que ser valiente, muy valiente, para dar un paso así. Por eso el espontáneo grito de “NO TINC POR” (no tengo miedo) nacido en esas Ramblas de Barcelona todavía ensangrentadas refleja, como ningún otro, el sentimiento que compartimos quienes queremos un mundo donde la paz y la justicia no sean un privilegio, sino el derecho que nunca deberían dejar de haber sido. Y ese valor es el que nos transmiten, con su ejemplo, las mujeres que, hartas de tanta crueldad y sinsentido, se han puesto a andar creando un movimiento imparable que ha llegado a nuestro país tomando los patios de escuelas donde niños y niñas de infantil y primaria, junto a sus madres, se han unido para cantar “La oración de las madres” este nuevo himno que, de Norte a Sur y de Oeste a Este, está llegando a todos los rincones del mundo. Puede que pienses que cosas como esta pertenecen a soñadores y soñadoras sin remedio. Quizá. Pero, como bien supo ver John Lennon, cada día somos más quienes soñamos y también somos más quienes decidimos convertir nuestros sueños en realidad. Y convertir esos sueños en realidad es algo que está al alcance de todas las personas. Y si no, pregúntaselo a las 7 mujeres de Córdoba que, tras ver el vídeo de Yael y su oración de las madres, se pusieron a soñar, crearon la idea de “Mujeres tejiendo la paz” y el 3 de junio pasado reunieron a miles de personas vestidas de blanco recorriendo las calles de su ciudad en una marcha por la paz, el mestizaje y la interculturalidad a la que asistió la propia Yael.

El tiempo del silencio ha pasado, es el tiempo del corazón, del gritar ¡Ya basta, No más guerras, No más violencia! Es el tiempo de cantar ¡Queremos paz, Exigimos justicia! Ese otro mundo que es posible está ya aquí, a punto de nacer. El odio y el sufrimiento que hoy vemos a nuestro alrededor son los dolores del parto de ese nuevo mundo que nos pertenece a todas y a todos, de ese nuevo mundo al que estamos llamados a ayudar a nacer. Y es mucho, mucho más incluso de lo que crees, lo que tú puedes hacer. Son, somos, muchas y muchos quienes te necesitamos. Si escuchas bien, oirás que ese viento del océano, ese viento nuevo que habla de justicia, de paz y amor, también grita otra cosa: tu nombre. ¡No te rindas… y nunca dejes de soñar!

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