Yo, Daniel Blake
Carlos Olalla*. LQSomos. Diciembre 2016
“Yo, Daniel Blake”, la última película de Ken Loach galardonada con la Palma de Oro en Cannes y el Premio del público en San Sebastián, refleja con toda la dureza la crueldad de la crisis que estamos viviendo, una crisis en la que el sistema criminaliza a los parados, a los pobres y a los vulnerables mediante una campaña pensada, dirigida y ejecutada para enfrentarles con la sociedad, excluirles de las ayudas y, sobre todo, hacerles sentirse culpables de su situación. Esta campaña, que se mueve en varios frentes y es aplicada en la mayoría de los países de la Unión Europea, va desde declaraciones de políticos y artículos de medios de comunicación asustando a la población con un fraude generalizado en la percepción de las ayudas sociales que no existe en la realidad, a las trabas administrativas cada vez más elevadas para poder acceder a ayudas, prestaciones o subsidios, o a obligar a realizar los trámites a través de internet a personas que no han visto un ordenador en su vida. Todo, todo vale con tal de reducir la cuantía de las ayudas sociales y de reducir el número de beneficiarios, incluso fijar objetivos de sanciones a los perceptores que los funcionarios de las oficinas de empleo deben conseguir cada mes. La película se centra en la historia de Daniel Blake, un carpintero que roza los sesenta que ha trabajado y pagado sus impuestos y cotizaciones durante toda su vida, y que, tras sufrir un infarto por el que los médicos le prohíben trabajar, debe peregrinar de ventanilla en ventanilla para que le concedan un subsidio por incapacidad.
Que quienes deban evaluar si puede o no trabajar no sean médicos sino administrativos no le importa al sistema. Que él presente informes médicos que constatan que no debe trabajar, tampoco. Daniel Blake, no cumple los requisitos que un siempre invisible comité de aprobación ha fijado para que una persona pueda tener un subsidio, y eso es suficiente. Si quiere recibir alguna ayuda debe hacerlo como desempleado en busca de empleo y recibir la prestación de desempleo que le corresponda siempre y cuando se presente puntualmente a una cita de control y demuestre que está buscando trabajo activamente, siempre que asista a unos cursos de formación que no le van a servir para nada pero que cumplen su función de aparentar que el sistema ofrece ayuda a los desempleados, siempre que…
El mensaje que ha calado entre la población es que muchas personas son unos vividores que se aprovechan de las ayudas sociales para no trabajar y que viven como Dios a costa de los contribuyentes. En muchas ocasiones el mensaje, además, se centra en las personas migrantes, a las que se les acusa de todos los males que se puedan imaginar. Pero la realidad no es esa. La realidad es muy distinta. El fraude real no llega al 1% del total, pero los excluidos del sistema con la excusa de evitar el fraude son cientos de miles que se quedan sin cobrar un subsidio o una prestación que les pertenece porque no estamos hablando de caridad, sino de derecho y de justicia: esas personas han cotizado y pagado sus impuestos durante toda su vida para poder cobrar esas ayudas en circunstancias de necesidad.
La película se centra en una historia que pasa en el Reino Unido, en ese norte de Inglaterra depauperado por la crisis, pero esa historia no es un caso aislado, no es algo que solo pase allí, sino que está pasando en casi todos los países europeos, empezando por el nuestro. Para escribir el guión, Loach y su guionista, Paul Laverty, recorrieron infinidad de comedores sociales y se entrevistaron con cientos de personas que les hablaron de su drama. Optaron por centrar la película en la historia de Daniel y en la de una mujer que intenta sobrevivir como puede con sus dos hijos pequeños a la que conoce en la oficina de empleo cuando intentan sancionarla por haber llegado unos minutos tarde a su cita de control. A través de ellos vemos la historia de miles de personas que sufren a diario la criminalización y la marginación de la pobreza, una pobreza cada vez más extendida entre quienes no tienen trabajo y entre quienes trabajan por un sueldo que no les permite comer.
Lo grave de la situación es que no es un caso aislado o un error del sistema, sino un plan cuidadosamente premeditado y ejecutado para excluir a esas personas del sistema. Como bien dice Laverty, que reconoce que para escribir el guión tuvo que descartar historias terribles porque el público no las hubiera podido creer, “hay una política de hacerlo más difícil, por ejemplo, con las solicitudes online para personas que no tienen ordenadores, para mucha gente que no ha visto un ordenador en su vida. El gran fraude es que la gente sienta que es su culpa, se sienten culpables, aislados, deprimidos. Es el gran fraude, echarles la culpa a ellos. Existe una campaña visceral para echarles la culpa a ellos”. La Real Academia de la Lengua dice que terrorismo es “la dominación por el terror, una sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”. El Papa Francisco lo ha denunciado sin pelos en la lengua: “el primer terrorista es el sistema capitalista” “Yo, Daniel Blake” denuncia, como pocas veces se ha hecho, que lo que estamos sufriendo es terrorismo, terrorismo de Estado.
En todo organismo público puedes encontrarte con personas que son verdaderos ángeles y que, conscientes de lo injusto y cruel del sistema, intentan humanizarlo ayudándote. Son las menos, pero existir existen y puedo dar fe de ello. Y eso, como la solidaridad que recibes cuando las cosas van mal dadas, es algo que te reconforta y que solo cuando has llegado a verte en esa situación puedes llegar a entender lo que verdaderamente significa. Son muchas las reflexiones a las que te invita “Yo, Daniel Blake” pero hay una que te llega a lo más hondo y es saber que el drama que estás viendo en la pantalla, la terrible injusticia que el sistema comete con esas personas, es algo que te puede pasar a ti y que el momento en el que esa situación puede llegar está más cerca de lo que imaginas y que, como ellas, te sentirás avergonzado, culpable, aislado, marginado, y que tendrás que ser fuerte, muy fuerte, para no caer en ello y mantener la dignidad, la sed de justicia y la rebeldía que te intentan robar.
Las palabras de Daniel Blake son un alegato impresionante contra la crueldad de esta injusticia que tantos y tantas están sufriendo hoy, a nuestro lado, y un grito de dignidad y rebeldía contra un sistema que se devora a sí mismo en sus últimos estertores, un sistema que, sin duda, acabará por caer aunque lo que no sabemos es si al caer se nos llevará por delante solo a unos cuantos millones o al planeta entero: “Yo no soy un cliente, ni el usuario de ningún servicio. No soy un mendigo, ni un ladrón. Pago todas mis deudas y estoy orgulloso de hacerlo. Miro a mis vecinos a los ojos y ni busco ni acepto caridad. Mi nombre es Daniel Blake, soy un hombre, no un perro, y como tal exijo mis derechos y ser tratado con respeto. Yo, Daniel Blake, soy un ciudadano, ni más ni menos” Esta situación y la dignidad de las palabras de Daniel Blake nos tienen que ayudar a entender que hoy TODOS SOMOS DANIEL BLAKE