Pasada la noticia: sobre los niños rescatados de la amazonia

Pasada la noticia: sobre los niños rescatados de la amazonia

Por Nònimo Lustre.

Tu amor es un periódico de ayer / que a nadie interesa ya leer, /
fue comentario que nación en la madrugada, /
a mediodía noticia proclamada /
y en la tarde materia olvidada (Héctor Lavoe)

Un minuto antes de que el amor por los niños –“aunque fueran indios”, rezongará más de una-, perdidos y hallados en la Amazonía colombiana desaparezca de los glotones medios, quizá sea útil registrar un Resumen del acontecimiento, raro por su temática étnica, que ocupó la atención mundial. La nota de hoy quiere centrarse -no exclusivamente- en dos asuntos: la actuación de los indígenas y la repercusión que este caso ha tenido sobre el imaginario occidental.

[Este texto (5.500 palabras) se basa en un dossier de prensa internacional (40.000 palabras) compuesto por una selección de noticias publicadas de las que personalmente había suprimido las duplicaciones, extravagancias, ostentosas majaderías, etc. No consulté ninguna investigación antropológica sobre los indígenas de la Amazonia colombiana meridional. Asimismo, estas notas son la última entrega de una trilogía compuesta por la presente y por dos notas anteriores que tratan temas del espacio amazónico en el que se desarrolló la odisea infantil y cuyos títulos se insertan en este Resumen: “Un accidente aéreo con niños perdidos en Amazonas”, 21.Mayo; y “Putumayo: de Meca contracultural a una facción guerrillera”, 29. Mayo]

“Chamanes, alucinógenos y rituales sagrados: así encontraron a los niños perdidos en la Amazonia” (prensa 20.VI.2023) Este titular resume lo que el imaginario popular cree que es la selva neotropical lluviosa del Amazonas: un lugar tremebundo poblado por ‘indios’ sagrados pero drogados y/o por ‘tribus’ que tienen poderes que se manifiestan en ritos dolorosos pero salvíficos. Etcétera. Huelga añadir que estos manidos titulares perdurarán pocos meses más allá del episodio mundialmente conocido de los cuatro niños indígenas Muira-Muinane (*) perdidos 40 días tras colisionar la avioneta en la que viajaban con su madre y otros dos adultos.

Lo que supimos desde siempre pero callamos para no dispersar la atención y sólo ahorita podemos señalar, es que la familia witoto viajaba para encontrarse con Manuel Ranoque, esposo de la fallecida Magdalena Mucutuy Valencia (madre de las dos niñas mayores) y padre de las dos niñas menores, a quien una tan criminal como desquiciada guerrilla [cf. mi nota “Putumayo: de meca contracultural a facción guerrillera”, 29 mayo 2023; sobre alias Ivan Mordisco, el sabio R.E. Schultes y el millonario zascandil W. Burroughs] había amenazado de muerte. Por ende, el pater familias se había tenido que exiliar lejos del monte y de su territorio étnico. Sin embargo, este dato tiene la fea costumbre de pasar desapercibido o de sufrir, independientemente de su trinchera ideológica, la censura de los media. De ahí que no recoja en estas notas las disputas que han surgido entre las familias Ranoque y Mucutuy. Sospecho que, por puro morbo, los media están hurgando en esa herida para enfrentarlas artificiosamente y, por supuesto, sin respetar ni el dolor que las une ni, menos aún, indagar el vigente sistema de parentesco witoto o los antecedentes del conflicto interno.

(*) Nota etnonímica: los hoy conocidos como Muira-Muinane son los otrora llamados Witotos, apellidados Hijos del tabaco, la coca y la yuca dulce. Este pueblo amazónico aparece citado en los papeles con varios nombres y variadas grafías: Huitoto, Uitotos, Witoto, Murui, Muinane, Mi-ka, Mi-pode, witoto, etc. Por concesión a la popularidad del anticuado etnónimo witoto, por mor de brevedad silábica y pidiendo perdón, lo seguiremos utilizando -a veces.

La secuencia de los hechos

1º de mayo 2023, 07,44 am: las últimas palabras del piloto fueron “Mayday, mayday, mayday, 2803, 2803, el motor me volvió a fallar… voy a buscar un río… aquí tengo un río a la derecha…”. Un minuto después, agregó: “…103 millas fuera de San José… voy a acuatizar…”.

Paisaje amazónico con cerros no cartografiados

Cuando leí las primeras noticias me sorprendió que la avioneta hubiera cambiado radicalmente su rumbo: de ir recto hacia el Norte, se desvió en un ángulo de 90º hacia el Oeste. Imaginé que había encontrado una franja de nubes espesas y que, sabiendo que hubiera sido muy imprudente intentar atravesarla en picado porque, pese a que los mapas terrestres señalaran que atravesaba terreno plano, nunca pudo estar seguro de que, al descender, no se encontraría de repente con un cerrito -mínimo pero potencialmente letal- y se estrellara contra él. Es un problema que he vivido varias veces. “Voy a buscar un río”, era la solución menos mala. En consecuencia, bajó la avioneta y siguió el curso del río Caquetá. A la postre, quizá por escasez de combustible, intentó un aterrizaje de emergencia en el río (voy a acuatizar) o en el monte (en la Amazonia, nadie dice selva y, muchísimo menos, jungla) pero chocó con los árboles.

Año 1946, indígenas Xavante,
entonces aislados, hoy integrad

Año 2008: indígenas aislados -¿Awá?-
en la Amazonia brasilera. Foto Survival-FUNAI

¿Por qué giró su rumbo?: espero que el piloto no hiciera caso a las habladurías de la multitud de ‘expertos’ amazónicos que surgieron de repente y que, por la congénita frivolidad de los nuevos opinadores y de la prensa, fueron ampliamente amplificadas por los medios de desinformación. A saber: que no quiso utilizar la rutinaria vía al Norte para no sobrevolar el Resguardo Nukak -territorio de los Nukak, unos indígenas que estuvieron aislados por voluntad propia hasta hace pocos años pero que, recientemente, se habían ‘entregado’ a la ‘civilización’. A mi juicio, en la raíz de esta majadería pesan desde hace bastante más de medio siglo las fotos de indios aislados flechando a los pájaros de aluminio.

Un trino decisivo

El 15.mayo, dos semanas después de su desaparición y, según fuentes militares, tras “370 horas de búsquedas”, las patrullas encontraron los restos de la avioneta en la vereda Palma Rosa (Solano, Caquetá; muy lejos de la ruta prevista), con los 3 cadáveres pero sin los 4 niños.

Mapa de Solano, Caquetá

El 17.mayo, sólo dos días después de este promisorio hallazgo, el presidente Petro tuiteó (trinó, en colombiano): “Después de arduas labores de búsqueda de nuestras Fuerzas Militares, hemos encontrado con vida a los 4 niños”, etc. 17 horas después, eliminó el mensaje de sus redes sociales y lo sustituyó por éste otro: “He decidido borrar el trino debido a que la información entregada por el ICBF no ha podido ser confirmada. Lamento lo sucedido. Las Fuerzas Militares y las comunidades indígenas continuarán en su búsqueda incansable para darle al país la noticia que está esperando” (mis negrillas)

El ICBF (Instituto Colombiano de Bienestar Familiar) es un organismo que tenía un papel secundario en la búsqueda, hasta entonces exclusivamente en manos de los militares. ¿Por qué se atrevió a dar una información sensible que estaba fuera de su alcance institucional y operativo? A mi leal saber y entender, el ICBF solamente transmitió a Presidencia lo que le dijeron los militares sobre el terreno. Es decir, fue una trampa criminal y ventajista puesto que jugó miserablemente con las esperanzas del pueblo y de la familia witoto y las manifestadas por la sociedad colombiana -e incluso, mundial. Cuando Petro descubrió la concha ‘e mango (dicho en criollo, piel de plátano dicho en castellano de España) su siguiente trino fue fulminante: “Las Fuerzas Militares y las comunidades indígenas continuarán en su búsqueda…”, etc.

Naturalmente -léase, antinatural y socialmente hablando-, nunca tendremos una explicación oficial sobre la consecuencia inmediata de esa frase presidencial. Mientras la espero (sentado), me permito una opinión personal anclada en un hecho: los militares llevaban más de medio mes buscando a los niños con infinidad de medios técnicos (patrullas bien nutridas, helicópteros, altoparlantes-bocinas en lengua witoto, bombardeo con “más de 100 kilos” de kits de supervivencia, etc) pero la misión estaba fracasando… hasta que los indígenas tuvieron el vº bº presidencial para incorporarse a las patrullas de tierra -dicho de otro modo, hasta que Presidencia obligó a los generales a que incluyeran a los amerindios. La cuenta temporal es terminante: del susodicho trino de Petro hasta que, el viernes 09.junio a las 05 p.m., fueron ‘descubiertos’ los niños, sólo mediaron 21 días. Si tenemos en cuenta las gestiones subterráneas que tuvieron lugar para superar la lentísima burocracia castrense y, probablemente, el saboteo de los altos mandos involucrados en la insidiosa trampa, representa la mitad del lapso total de búsqueda. Pero, si contabilizamos las maniobras en la oscuridad consustanciales al Poder civil y militar, no son muchos días.

[Para no crear dudas ni estimular escisiones cívico-militares que podrían entorpecer la búsqueda de los cuatro niños, omití este ‘pequeño detalle’ en otra nota: “Un accidente aéreo con niños perdidos en el Amazonas”, 20 mayo; con menciones al héroe irlandés Roger Casement, énfasis en la siniestra Casa Arana y una comparanza con un caso amazónico: “Un martes de 1981, una avioneta se estrelló en la frontera colombo venezolana del río Guainía. Murieron todos sus ocupantes… menos la dra. Raiza Ruiz, venezolana. El sábado siguiente, la enterraban en presencia de sus familiares -a los que nunca dejaron abrir el ataúd so pretexto de que estaba ‘irreconocible’. Pero, tras deambular por el monte, desnortada, deshidratada y agusanada, el domingo la rescataron los indígenas Kurripako (no Baré como escribió la prensa) de Kapú Kuriamo (precisamente donde, dos años antes, habíamos rodado un documental etno-musicológico) Entonces, ¿quién estaba en el féretro?: unos huesos de animales rebozados en 40 kgs. de cal viva. Nunca se supo quién armó tan cruel astucia.” El Amazonas ‘es ansí’]

Al final de la exploración, redondeando los efectivos en el monte, eran cien uniformados y cien indígenas, una proporción equitativa étnicamente hablando que, sin embargo, fue maquillada por los media donde, huelga añadirlo, la absolutamente decisiva participación indígena fue jibarizada -y malamente ‘compensada’ con las referencias continuas a los 10 perros-soldados que rastrearon el monte. Una anécdota que refleja la ignorancia de los militares y la sabiduría amazónica de los indígenas: un mílite “recuerda cuando escuchó unos lamentos. ‘¡Los niños!’, pensó y corrió henchido de felicidad hacia el lugar de donde procedían. Paseó su mirada por la vegetación, removió maleza, bejucos, ramas. Hasta que el rastreador indígena de su unidad advirtió la confusión. Había oído al pájaro triste que emite sonidos que parecen humanos.”

Sin embargo, los medios concedieron gran espacio al general-brigadier Pedro Sánchez, jefe del Comando Conjunto de Operaciones Especiales sobre el monte -u Operación Esperanza-, quien, después de finalizar su misión con gran éxito, declaró: ‘’Guardia [Indígena], guardia; fuerza, fuerza, ¿hasta cuándo? Hasta siempre’’. Así fue como este general describió haber sido recibido por la Guardia Indígena lo que lo motivó aún más en la búsqueda de los menores. Y añadió: ‘’A veces estigmatizan o subvaloran quienes son ellos (los indígenas) el 88% de los colombianos somos mestizos, quiere decir que tenemos sangre indígena… Tal vez yo sea la cara visible, pero ellos (la Guardia Indígena) son los que hicieron esto posible”. Consecuentemente, aceptó la invitación de la familia de los niños para ser padrino de la benjamina Crispin quien, como sabe el mundo entero, cumplió un año durante su peripecia montuna.

Observemos algunas otras medias verdades -equivalentes a mentiras dobles- mediáticas que han polucionado las noticias y, correlativamente, al imaginario popular.

Según las autoridades colombianas, “los niños sobrevivieron gracias a unos kits de supervivencia que fueron arrojados desde helicópteros. Estos paquetes contenían fariña [mañoco en Venezuela, harina de yuca/mandioca], agua, bocadillos, galletas, sueros y un encendedor; y, al parecer, cumplieron su propósito de alimentar a los menoresGracias al trabajo conjunto entre las Fuerzas Militares y miembros de cuatro familias indígenas, se mezcló la tecnología de punta (aviones fantasma) y rituales ancestrales (consumo de yagé, Banisteriopsis caapi, enteógeno también conocido como ayahuasca, caabi, etc) Todavía no hemos oído a los niños y es probable que, cuando hablen, su discurso esté mediatizado por infinidad de instancias estatales, familiares y hasta étnicas. Por ello, no podemos refrendar que, en efeto, los niños sobrevivieron gracias a haberse topado con esos, ahora famosísimos, kits de supervivencia. Lo mismo debemos decir de la efectividad de los rituales ancestrales, con la diferencia de que, sobre el susodicho yagé, hay mucha información científica pero también nos aburren con toneladas de divulgación popular, mayormente de cariz esotérico -léase, olvidable.

En el fondo y en la superficie, entre Occidente y los indígenas, hay una profunda discrepancia: el primero cree que es Dueño del monte y los segundos creen que el monte tiene dueños con los que, respetando rituales como el del yagé, pueden conversar, platicar, negociar en suma. Concretamente, en el área del accidente y del posterior rescate, el monte pertenece prioritariamente a Yuruparí, una digamos deidad cuyo título de propietario se extiende ampliamente por el septentrión amazónico. Sin embargo, una lectura superficial de los media, sorprende porque tanto los indígenas como los militares compiten dándole efusivas gracias a Dios. Ahora bien, ¿ambos se refieren al mismo dios, Jehová y/o Jesucristo? Si los indígenas son evangélicos, pentecostalistas o bautistas de las Nuevas Tribus quizá aproximen esas deidades. En este rincón amazónico, dada la vertiginosa expansión de esas clases de protestantismo, no sería raro. No hay más que oír al abuelo Narciso Mucutuy: “Según la Biblia, en San Mateo 25, dice que cuando el hombre iba a entregarse por nuestra causa, por nuestros pecados, nuestra desobediencia, se fue al monte Sinaí, ayunó 40 días y 40 noches, sin comer, sin tomar, y nunca Cristo murió, esa fe tal vez los niños tenían para que no sucediera nada, en esa selva no quedaran los huesos, esa es la historia”. Evangelismo puro y destilado. Pero si los indígenas rescatistas son tradicionales, evidentemente se refieren a, por ejemplo, Yuruparí.

Dos leyendas urbanas

Desde el punto de vista indígena pero, sobre todo, militar, entre los peligros que afrontaba la misión de rescate sobresalían dos: la existencia de ‘tribus aisladas’ y la actividad de la guerrilla. El primero era simbólico pero el segundo era desgraciadamente muy real.

Indígenas no contactados o, mejor dicho, aislados por voluntad propia. Por razones casuístico-empíricas, sabemos que hay pueblos indígenas aislados que usan lenguas desconocidas para la Ciencia. Pero también sabemos que no son numerosos, ni como etnias ni por su cantidad demográfica. Aun así, haberlos haylos. Y forzosamente son inofensivos porque hace décadas que conocieron el poder omnímodo de las invasoras armas de fuego. Como ya comenté que, en el área que hoy nos ocupa, el caso más trabajado es el del pueblo Nukak, ex aislado, me limito a reproducir un párrafo:

[“Más enjundiosas son las perversas alusiones mediáticas al nomadismo. Hemos leído en la prensa colombiana que el vuelo atravesaba un área “peligrosa” habitada por “indios no contactados” -en el mapa, la Reserva Nacional Natural Nukak; en realidad jurídica, un Resguardo, de menor empaque legal. Es una insinuación fruto del falso y nefasto concepto que se propala sobre el nomadismo. Los Nukak -también mal llamados maco, denominación genérica para los indígenas desconocidos, no confundir con los Makú, un pueblo indígena específico- abandonaron su aislamiento cuando su población ascendía al millar de almas: en 1988, tras la invasión de colonos cocaleros que les robaba sus niños, 49 Nukak se ‘rindieron a la civilización’ y se refugiaron en Calamar (Guaviare) A partir de ahí, proliferaron las epidemias, las fumigaciones de los cocales, los madereros, las minas antipersonas, los paramilitares y las guerrillas. Su población descendió a unas 400 personas… Los antaño clasificados como ‘cazadores-recolectores’ siguen sufriendo el estigma de ‘nómadas’ cuando es más cierto que ‘erraban’ a tiro fijo en un circuito conocido -léase, conocían la agricultura. Si abandonamos el habitual prejuicio sobre el (inexistente) nomadeo, comprenderemos que no hubiera habido ningún conflicto si la fatídica avioneta hubiera sobrevolado el territorio núkak” (cf. “Un accidente aéreo con niños perdidos en Amazonas”, 21.Mayo; y cf. infra, Roberto Franco, Cariba malo, 2012]

Guerrilla. Es lógico que la misión de rescate tuviera aprensión a que los niños hubieran caído en un área donde hubiera actividad guerrillera. Lógico recelo pero prefiero subrayar que no se enfatiza lo suficiente un hecho palmario pero lejano geográficamente del lugar del accidente antes mencionado: que la raíz del caso de los 4 niños perdidos estriba en que su padre, el witoto Manuel Ranoque (portavoz de la comunidad witoto Los Monos, en Puerto Sábalo, río Cahuinarí) tuvo que exiliarse de su tierra natal porque una facción disidente de una veterana guerrilla lo amenazaba de muerte.

[No insistiré en este ‘pequeño detalle’ puesto que ya escribí sobre él: “Hace pocos días, redactamos unas notas sobre unos niños indígenas witoto desaparecidos en la selva. Hoy, con indignación y desespero, volvemos a escribir sobre el mismo pueblo witoto pero esta vez porque cuatro de sus menores han sido asesinados en el Predio Putumayo por los dizque guerrilleros Disidentes de las FARC del Frente Carolina Ramírez al mando de Iván Mordisco -Néstor Gregorio Vera Fernández.” Cf. “Putumayo: de Meca contracultural a una facción guerrillera”, 29. mayo]

Sobre estas dos seudo-leyendas y contra el consumismo pre-digerido propalado por los media, el gran público dispone en Colombia de una buena bibliografía sobre lo que significa extraviarse en la selva neotropical lluviosa. Incluso hay varios reportajes con categoría de grandes novelas que se desarrollan precisamente en el área trillada por el caso que hoy nos ocupa -i.e., entre los ríos Apaporis, Yarí y Caquetá. Me refiero a dos obras del gran periodista-novelista Germán Castro Caycedo (1940-2022) La primera, Perdido en el Amazonas (1978), sobre Julián Gil y la segunda, Mi alma se la dejo al diablo (1982), sobre el campesino andino Benjamín Cubillos de cuya trágica peripecia se desprende que fue un ingeniero nato -este tipo de colonizadores contemporáneos con final trágico resulta muy atractivo para los novelistas; ejemplo ambientado en el Caribe, Paul Theroux, La costa de los Mosquitos, 1981.

Item más, en 2012, el antropólogo Roberto Franco García (1952-2014) publicó Cariba malo, una actualización sobre la figura del exmarinero Julián Gil y, como el andino Cubillos (cf. Caycedo 1978), animoso y desdichado invasor que, persiguiendo su adaptación personal del mito colonial de El Dorado, se inmola en un monte aparentemente ocupado por unos elusivos indígenas dizque aislados -infamante sinónimo de caníbales.

Discursos occidentales y discursos indígenas

Primeras declaraciones de la familia cuando todavía no habían aparecido las criaturas perdidas:

“Siempre ella los cuidaba cuando la mamá trabajaba. Les daba fariñita, casabito [harina y obleas de yuca respectivamente], cualquier frutica en el monte… No bajamos la guardia con el abuelo, con mi hermano, todas las noches oramos”, relataron Fátima y Fidencio Valencia, abuelos de las criaturas. Ambos insisten en que el destino de los menores estaba en manos de los “espíritus del tabaco y del mambe” [mambear es paladear hojas de coca molida] Ahora bien, siendo excesivamente meticuloso, podría preguntarme: la mayor de los niños, la ahora famosa Lesly de 13 años, ¿pudo mambear en el monte? No creo porque me resultaría insólito que tuviera la hoja de coca molida que exige el ‘espíritu del mambe’. Otra pregunta estúpida sería: Lesly & Co., ¿pudieron prender alguna fogata?, ¿disponían de palitos pirógenas y sabían cómo frotarlos para obtener la primera brasa? Lo dudo mucho porque crear fuego es una habilidad frecuente entre los indígenas del mundo pero también es una de las primeras que se eclipsan por la aculturadora ‘modernidad’ -maña muy graciosa para los occidentales pero no tanto si pensamos en un futuro apocalíptico que fuerce el regreso a las técnicas más remotamente atávicas.

El Día D: ¿quiénes fueron los primeros que encontraron a los niños? Según el antes citado general Pedro Sánchez, “Quienes los hallaron fueron esos indígenas de la comunidad Murui, fueron ellos los que los encontraron y luego se reunieron con una célula de nuestros hombres de los comandos especiales”.

Es una cuestión baladí pero, en este contexto de insólita colaboración indígena-castrense, hasta los más nimios aspectos merecen ser registrados: ¿quiénes fueron los primeros entre los primeros que encontraron a los niños? No fue Manuel Ranoque quien, la víspera ”Llegué con mucha fiebre porque estaba durmiendo en la selva sin toldillo [carpa] y me picaron muchos mosquitos”, por lo cual, mientras lloraba a su esposa Magdalena descansando en una hamaca de su campamento, todavía somnoliento porque había permanecido despierto casi toda la madrugada aguardando la sentencia del yagé (o rascándose las picaduras de los mosquitos), había declarado a una periodista: “Los niños están vivos, aguantarán porque están protegidos por el dueño de la Naturaleza y vamos a recuperarlos muy pronto”.

Probablemente el suertudo fue el murui-witoto Nicolás Ordóñez Gómez: “Les dije: somos familia, venimos de parte de su padre, de su abuela y de sus tías”. Enseguida llegaron otros indígenas como Henry Guerrero, acompañado de Ranoque. Llegaron justo a tiempo porque “La ropa se les rompió, se les pudrió, ya no tenían zapatos. Andaban en punta de chanclas, estaban mal, estaban agotados”, aseguró su abuelo materno Narciso Mucutuy quien negó la versión de Ranoque pero confirmó que “los menores escuchaban los gritos de los rescatistas pero que por temor optaban por esconderse” (cf., infra)

Otros nombres: Edwin Paki, uno de los indígenas que guiaban (no sólo acompañaban) a los rescatistas militares, tuvo una actuación estupenda y eso que teóricamente no era experto. Y es que los amerindios que acudieron al rescate no sólo fueron witoto -hubo desde amazónicos del Putumayo hasta miembros destacados del Consejo Regional Indígenas del Cauca (CRIC), la veterana y golpeadísima organización de los Nasa, antes mal llamados paeces y/o guambianos. En el mismo sentido de lo manifestado por Ranoque, todos ellos, caucanos y amazónicos, sospechaban que alguna fuerza sobrenatural impedía el rescate. Pero, por diplomática prudencia, lo atribuían a una ‘fuerza sobrenatural’, que, en el fondo quizá fuera un eufemismo para no decir ‘fuerzas militares’.

Sea como fuere, cuando los medios dan espacio a las declaraciones ‘étnicas’ de los familiares, simultáneamente la seleccionan para dar más espacio a los tópicos habituales: en el monte hay peligro con “tigrillos [jaguares pequeños, tamaño lince], perros de agua [nutrias], venados negros, boas, culebras de cuatro narices [peligrosísimas Bothrops atrox], serpientes cascabel, jaguares”. Dicho en jerga mediática, el lugar es mágico pero los étnicos y difusos ‘espíritus de la selva’ pasan a ser unos muy concretos animales. ¿Qué tiene de mágica una nutria? Lo que queremos atribuirla. Para los medios, con la condición de que se fortifique la costumbre occidental de tomarse la metáfora al pie de la letra -nefasto modo de eliminar el misterio.

En todo caso, a la performance mediática -¿se dice así?-, la recomendaría que no abusara de los “jaguares y serpientes” y, a cambio, que prestara más atención al hecho de que los niños estaban deshidratados -quizá si así se corregiría la imagen real pero no pan-amazónica de un Amazonas anfibio. También la agradecería que no se limitara a consultar a las ONG’s. Y, visualmente, que nunca más nos aburra con sus secuencias de aguerridos exploradores macheteando la vegetación secundaria.

Cuando los niños ya estaban en el Hospital Militar de Bogotá: el mismo día del encuentro con los niños, la Organización Nacional Indígena de Colombia emitió un Comunicado a la Opinión Pública que rezaba: “Reconocemos y agradecemos los esfuerzos de los Sabios, Sabias, Autoridades Tradicionales, equipo indígena de rescate, las Organizaciones y Comunidades indígenas, sumado a las acciones de las entidades del Gobierno y del Presidente”. Inmediatamente, pasa a lo práctico e informa sobre su propuesta para que no se volviera a producir un incidente que tanto dolor había causado a los niños y a sus allegados: ” Nuevamente instamos al Congreso de la República a generar un debate de control sobre las acciones y omisiones del Estado colombiano sobre la garantía del derecho fundamental a la libertad de locomoción, en aras que los Pueblos Indígenas y todos los colombianos puedan trasladarse de un lugar a otro sin impedimento alguno” (mis negrillas; Consejo de Gobierno-ONIC-Autoridad de Gobierno Indígena; 09 junio)

Otrosí, los abuelos y sus allegados pidieron ser los primeros en atenderlos: “Tenemos que soplar el cuerpo de ellos para que cojan fuerza y ahí los entregamos para que ya los mire la parte occidental”. No les hicieron el debido caso.

Dos hechos claves censurados por ‘anecdóticos’

1) “Es una zona que nosotros trillamos y en esa área no hay cuevas ni selva espesa ni nada que no hubiésemos registrado”, declaró un uniformado cuando cundió la sorpresa de saber que, antes de la incorporación de los indígenas, se supo que los rescatistas militares estuvieron varias veces a pocos metros de los niños pero no los vieron. Traduzco: es obvio que los niños vieron a los uniformados pero es aún más cierto que los militares no vieron a los niños. ¿Por qué ese desencuentro? Seguramente los niños huyeron porque, en el monte umbrío, no es fácil distinguir entre guerrillas, paracos, ejércitos, etc, puesto que todos van armados y uniformados. Y, además, porque los witoto tienen malos recuerdos de los agentes armados: aunque los niños desconocían que la guerrilla disidente asesinaría a cuatro jóvenes witoto días después de su accidente aéreo, es seguro que conocían los desmanes que caucheros, paracos, guerrillas y militares han infligido a su pueblo desde principios del siglo XX.

2) ¿Por qué los niños se alejaron de la avioneta siniestrada? De creer a pies juntillas las primeras palabras de Ranoque tras el rescate, “La mamá estuvo cuatro días viva. Entonces, antes de morir, les dice: ‘váyanse y ustedes van a mirar quién es su papá’”. Para, a renglón seguido añadir: “los niños darán sus declaraciones. Ella (Lesly) lo único que me aclara es que la mamá estuvo cuatro días viva, entonces antes de morir les dice, tal vez: ”váyanse y ustedes van a mirar quién es su papá y su amor de papá”. Si tenemos en cuenta la presión de los medios y que la disputa intrafamiliar estaba cociéndose, debemos poner entre paréntesis estas palabras. Por ello, sólo me atrevo a redactar que los niños se alejaron (relativamente) de la Cessna 206 por muchos motivos, incluyendo el ethos exploratorio. Pero, especialmente, porque los muertos contaminan, contagian y atraen carroñeros -el biotopo amazónico resucita sus cadáveres porque sus plantas son más parásitas (matapalos) que simbióticas y porque sus animales son carroñeros; insospechadamente, incluso el temible tigre o jaguar. Asimismo, recordemos que allí estaba su madre muerta. Quizá los niños más pequeños quisieron quedarse para velarla o por puro temor cansino a caminar por el monte pero Lesly ejerció su autoridad sobre sus hermanitas Soleiny, Tien Noriel y Cristin y de allá huyeron periódicamente -en términos witoto, se alejaron muy poco de la avioneta/ataúd y, además, sólo después de ‘saquear’ la Cessna 206 siniestrada.

Aportes de los expertos en Supervivencia y de la Psicología

Ignacio Ortega, Presidente de la Escuela Española de Supervivencia -¿eso existe?-, reconoce una evidencia que, pese a su plausibilidad, es aceptada por los media pero sólo a regañadientes: que los niños sobrevivieron porque son indígenas puesto que hubiera sido “muy distinto si hubieran sido jóvenes criados en una ciudad”. Después, entrando en mayores profundidades, describe como al “Amazonas lo vemos como algo peligroso, pero realmente no es así. Para las personas que se han criado en ese ambiente es la madre selva, no es el enemigo selva.” Partiendo de esa diferencia fundamental entre madre y enemigo, no concede demasiada importancia a que los niños se alejaran de la avioneta accidentada aunque especifica que “Cinco kms. en la selva es una gran distancia, en la selva andando 10 metros ya te pierdes.” Y concluye criticando los habituales prejuicios y los gruesos embustes que dominan la imagen popular del monte tropical lluvioso: “los peligros en la selva del Amazonas son las aguas contaminadas y comida y plantas que son venenosas. Para los urbanitas la selva la consideramos un peligro, pero realmente en la selva los peligrosos son los animales pequeños, no los grandes.” (prensa 12 junio; por ejemplo dicho por un rescatista, mosquitos “zancudos y palomilla que pica terrible y las hormigas congas que lo ponen a uno a llorar”) Estoy de acuerdo; en efecto, es preferible que nos muerda un roedor montuno a que nos pique una mosquita Anopheles -habitual portadora de alguno de los varios Plasmodium de la malaria. Es más, según contó Lesly al citado abuelo Narciso, “Mi nieta dijo que en ningún momento ellos miraron serpientes, tigres, ni osos, nada, nada. Lo que la niña decía era que no sentía miedo de nada, estaba perdida de pensamiento por el susto que se pegó. Ella pensaba era en llegar, en salir.”

Con algún retoque cosmético, el veredicto de Ortega podría ser suscrito por los amerindios: “Son niños indígenas y conocen muy bien la selva. Saben qué comer y qué no. Lograron sobrevivir gracias a eso y a su fuerza espiritual (mis negrillas) declaró Luis Acosta, quien participó en las operaciones de búsqueda representando a la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC).

Sin embargo, no veo demasiadas concordancias entre las opiniones de los ‘indios’ y las de una experta psicóloga. Velay: con fecha 14.junio, el diario español ultra-monárquico ABC entrevistó a la madrileña Sara Laguna “psicóloga experta en emergencias y catástrofes” quien corroboró la opinión del indígena Acosta: “Es muy importante tener ese factor en cuenta. No habrían sobrevivido de no ser así. La supervivencia en este tipo de casos depende mucho de las experiencias previas que uno tiene y de sus habilidades”. Hasta aquí, tautología diplomada o perogrullismo en vena puesto que sobrevivir siempre y en todo caso, en Amazonas o en los Polos, dependerá de la habilidad del accidentado.

Preguntada por los traumas que los niños puedan desarrollar, la experta (¿) insiste en que, en esa fecha prematura, con los niños en el hospital militar sin dar entrevistas, “es un poco pronto para hablar de ello pues no sabemos cuáles son las características de la personalidad de los menores”. Ahora bien, ¿sabe algo la susodicha de cómo son las personalidades indígenas? Lo dudo pues no hay una disciplina académica que se titule antropología psicológica -de haberla, tendría que existir su recíproca, una Psicología Etnológica y no parece que Occidente, abismado en el individuo, asuma el contraste entre lo personal-individual y lo colectivo.

La experta finaliza con dos frases aparentemente perogrullescas pero que cargan cierta dosis de acertijo: “También hay que tener en cuenta que el concepto que tenemos en Occidente de muerte no es el mismo al que tienen ellos.” Que los ritos funerarios sean distintos en Occidente y en el mundo indígena es obvio así como “que las diferencias entre la comunidad indígena y Occidente son inmensas.” Evidente pero, si al final reconoce que existe una gran discrepancia entre los indígenas y Occidente, ¿por qué se empeña en perorar doctamente sobre el concepto clave de la muerte? Pese a todo ello, es de agradecer que la dra. Laguna no caiga en un repetido lugar común: que entre los marginados la vida no vale nada, una proposición xenófoba y racista que llega al extremo de demostrar (¿) que las madres tercer y cuarto mundistas sufren poco la altísima mortalidad pueril porque se consuelan pariendo a menudo -se nota que nunca han presenciado un entierro infantil. En definitiva, el ‘concepto de muerte’ preconizado por Laguna sólo es cierto si lo contempla el informático que, apoltronado en la butaca de su oficina, aprieta el botón rojo de un dron letal.

Propina: Wilson, el perro ¿perdido o huido?

El 18.mayo, tras haber encontrado a los niños y permanecido con ellos un tiempo indefinido -¿días, semanas?- , el perro-soldado Wilson desapareció. Una vez más, indígenas y Estado difieren en los copiosos comentarios que despierta la movilización que, hasta la fecha, ha emprendido su rescate.

“Wilson quedó como ofrenda… fue intercambiado por los espíritus que tenían a los niños. Esperemos que mediante conversa espiritual logre salir. Los pueblos amazónicos están en ello también, porque es una vida y la guardia debe propender por la vida de todos”, dijo un portavoz indígena.

Por su parte, los cariacontecidos militares explican la ‘traición’ de su soldado canino maliciando que “podría estar experimentando un bloqueo psicológico [o también emocional] lo que podría explicar su falta de respuesta a los llamados de las personas… cuando se aleja de su guía, ya el perro se siente un poco desorientado y ya cambia su motivación, probablemente eso también pudo haber sido mediado por los ruidos propios de la selva. A eso le sumamos que el perro pudo haber sido intimado por algún depredador [cita a caimanes, jaguares, panteras y anacondas]... el canino no llevaba GPS, ya que en este tipo de misiones no se utiliza para evitar que el animal se enrede con alguna rama “Por protocolo, los perros que participan en actividades de búsqueda y rescate no deben llevar equipamiento, y eso incluye el uso de collares y arnés”. Hegemonía de la ofrenda –unas veces antónima de sacrificio y otras sin llegar siquiera a parónima-, contra el comportamiento veterinario. Como hubiera dicho Quevedo, entre el manso clavel y las espinosas Rosidae, que la lectora escoja.

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