Competitividad china y difamación de EEUU

Competitividad china y difamación de EEUU

Por Jeffrey D. Sachs*

La más reciente campaña de Estados Unidos contra China se basa en la acusación de que China tiene exceso de capacidad en una variedad de productos manufacturados y que, por lo tanto, debe restringir sus exportaciones

La verdad es más simple: China y otros países del este de Asia son productores a bajo costo de una variedad de artículos industriales de alta calidad que el mundo necesita: módulos solares, vehículos eléctricos, turbinas de viento, baterías eficientes, redes 5G y más. Puesto que Estados Unidos va a la zaga de China en esos sectores, disemina comentarios negativos sobre ésta, caracterizando su éxito como algún tipo de supuesta mala conducta.

El enfoque estadounidense hacia China se basa en una mezcla de arrogancia, bajeza e ingenuidad. La arrogancia proclama que Estados Unidos manda en el mundo, así que ¡cómo se atreve China a tener tal éxito económico! La bajeza consiste en que Estados Unidos se dedica abiertamente a bloquear el progreso chino. El progreso en este mundo es ya bastante difícil sin que Estados Unidos trabaje contra él en otros países. La ingenuidad radica en creer que el resto del mundo en realidad secundará la propaganda estadounidense.

La arrogancia fue hecha explícita en 2015 por el embajador Robert Blackwill y Ashley Tellis en una publicación en el Consejo de Relaciones Exteriores. En marzo de ese año, escribieron:

“Desde su fundación, Estados Unidos ha aplicado de manera consistente una gran estrategia enfocada en adquirir y mantener preeminencia sobre diversos rivales, primero en el continente norteamericano, luego en el hemisferio occidental, y finalmente en el mundo…

“Como el esfuerzo estadounidense por ‘integrar’ a China en el orden liberal internacional ha generado ahora nuevas amenazas a la primacía estadounidense en Asia –y podría conducir a la larga a un desafío al poder global estadounidense–, Washington necesita una nueva gran estrategia hacia China, que se centre en equilibrar el ascenso del poderío chino, en vez de continuar ayudando a su ascenso”.

Lisa y llanamente, el objetivo de Estados Unidos es ser número uno. Su “gran estrategia” no es la paz, el desarrollo sostenible o el bienestar, sino la hegemonía. Washington ha elegido una gran estrategia que de manera automática lo coloca contra otras potencias en una contienda de suma cero. Para los estrategas estadounidenses, la cooperación internacional es ingenua, puesto que el objetivo de su país es el dominio.

Es un objetivo vano y, en última instancia, condenado al fracaso. Después de todo, Estados Unidos tiene 335 millones de habitantes, en tanto China tiene mil 400 millones, o sea unas cuatro veces más. ¿Cómo va a mantener el dominio si China es cuatro veces más populosa? La respuesta implícita de Washington es mantener a China en relativa pobreza, con un producto interno bruto no superior a la cuarta parte del nivel estadounidense. Pero tengan por seguro que China tampoco será hegemónica. Su participación en la producción mundial llegará a su máximo en alrededor de 20 por ciento, y el país enfrentará significativos desafíos de una población decreciente y cada vez más vieja durante el siglo XXI.

La parte de bajeza de la estrategia estadounidense deriva de su equivocado intento de tener la hegemonía global. Su objetivo es detener, si no descarrilar, el éxito económico chino. Blackwill y Tellis hicieron explícito el plan de juego en su artículo de 2015. Entre las tácticas figuran: tratar de cortar a China de los acuerdos comerciales; tratar de excluirla de bienes de alta tecnología, como los semiconductores avanzados; rodearla militarmente en los confines de Asia, y forjar nuevas alianzas militares en el continente asiático.

El ex presidente Barack Obama puso en marcha el proceso al tratar de negociar la Alianza Transpacífico, basada en la idea absurda de crear un acuerdo comercial Estados Unidos-Asia que excluyera a China, pese a que ésta es la mayor socia comercial de la mayoría de los otros países asiáticos. Era una idea ridícula y por fortuna fracasó.

Trump fue más directo. Golpeó a China en la cabeza con un alud de aumentos de tarifas que violaban de manera descarada las reglas de la Organización Mundial de Comercio. Para sostener ese proteccionismo, Estados Unidos sencillamente se retiró de los mecanismos de coerción de la OMC, al grado de paralizar los procedimientos de apelación de la misma.

Cuando Joe Biden llegó al poder, no sólo mantuvo las tarifas de Trump, sino que las duplicó, introduciendo nuevas capas de proteccionismo en la legislación de su país (por ejemplo, en la Ley de Reducción de la Inflación) y nuevas capas de prohibiciones a la exportación de tecnología, de manera notable en semiconductores avanzados, pero también en otros productos. Tanto Trump como Biden se lanzaron contra Huawei, la muy innovadora y extremadamente eficiente productora privada de avanzadas tecnologías digitales, entre ellas la red 5G y varias plataformas digitales industriales de vanguardia.

El “éxito” estadounidense ha sido cerrar en parte su mercado a productos chinos altamente competitivos, de bajo costo y alta calidad. Las exportaciones chinas a los mercados estadounidenses no sólo dejaron de crecer, sino que en realidad decayeron. Medidas como proporción del PIB estadounidense, las importaciones de China cayeron de 2.6 del PIB en 2018 a 1.6 en 2023. Sin embargo, esto ha elevado los precios para los consumidores y compañías estadounidenses y no ha traído ninguna alegría a los trabajadores del país. La fuerza de trabajo de Estados Unidos, de unos 13 millones de personas, es apenas un poco mayor que en 2017 y se mantiene muy por debajo de lo que era antes de la gran recesión de 2008.

También nos enteramos de algo bastante asombroso –pero en realidad apenas previsible– en fechas recientes, cuando Reuters reveló que Trump había encargado a la CIA diseminar chismes maliciosos sobre China en las redes sociales, incluyendo difamar a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Cuando no puedes ganar honestamente, hazlo deshonestamente: el estilo estadounidense, por desgracia.

Así pues, Estados Unidos ha cerrado en parte sus mercados a los productos de China y quiere que Europa haga lo mismo. Puesto que la capacidad productiva del país asiático sigue creciendo, existe de hecho un “exceso de capacidad” en China creado artificialmente, porque Washington ha bloqueado sus exportaciones a Estados Unidos. Ahora, advierte a China que se abstenga de vender sus bienes a otros mercados también.

He aquí un enfoque mucho mejor y más honesto. Primero, Washington debe reconocer que quedó muy a la zaga de China (incluido Taiwán), Corea y Japón en muchas áreas de fabricación avanzada, no por perversidad de esos países asiáticos, sino porque Estados Unidos erró el camino cuando se trató de impulsar tecnologías verdes y de 5G. En tanto Estados Unidos se ha aferrado a continuar expandiendo la producción de combustibles fósiles, verdadero callejón sin salida en un mundo que necesita descarbonizarse para mediados de este siglo, China se ha estado preparando para la energía de cero carbono. Por lo tanto, China encabeza al mundo en tecnología solar, eólica, nuclear de cuarta generación, de vehículos eléctricos y muchas otras.

En segundo lugar, China no tiene un “exceso de capacidad” productiva, porque produce lo que en realidad el mundo necesita con urgencia para avanzar hacia la sustentabilidad ambiental y el desarrollo económico. El aparente exceso es resultado no sólo del proteccionismo de Washington, sino también del ineficiente financiamiento para el desarrollo sustentable de las economías emergentes. El mundo no necesita menos producción china: necesita más financiamiento para acelerar la transición energética y poner fin a la pobreza.

En tercer lugar, Estados Unidos debe cooperar con China, no combatirla, cuando se trata de desarrollo global sustentable. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, por ejemplo, es una política sumamente innovadora e importante para promover el desarrollo sustentable en las economías emergentes. Más que difamarla, como hizo la CIA en su propaganda, Washington debe asociarse con China, Corea, Japón y otros en una política de cooperación para promover más inversiones en tecnologías verdes y digitales en las economías emergentes del planeta. Ésa es la política de ganar-ganar que debe remplazar las maquinaciones destructivas –y autodestructivas– de Estados Unidos para obtener hegemonía.

* Traducción para el diario “La Jornada” de Jorge Anaya

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