Fracasar con estilo
Javier Nix Calderón*. LQSomos. Agosto 2016
El fracaso es un maestro ineludible. En la escuela, en nuestro círculo de amistades, incluso en nuestra familia, se nos cataloga por nuestro nivel de éxito. Tenemos que mantener ese statu quo, porque construimos nuestra autoestima alrededor de nuestra capacidad para triunfar. El binomio éxito-fracaso es el primer elemento que nos separa de los demás. ¿Por qué ese miedo al fracaso, por qué ese amor al éxito? Lo que nos define no son los éxitos. No. Somos quienes somos por los fracasos que acumulamos. En todos ellos hay una enseñanza, algo que afinar. El fracaso es una oportunidad para descansar en el camino. El fracaso no es una piedra con la que tropezamos. Es una piedra, sí, pero una piedra en la que sentarse a descansar, a tomar aire, a recapacitar, a analizar. Fracasar nos hace más conscientes de nuestras limitaciones. Fracasar nos hace grandes, grandes porque somos pequeños y es entonces cuando nos damos cuenta.
Los grandes, los grandes de verdad, se sentían profundos fracasados, sin serlo. Cervantes murió sin haber conocido el éxito económico tras publicar El Quijote. Cuando dos franceses acudieron a la corte de Felipe III, quisieron conocer a quien consideraban el hombre más ingenioso del mundo. Preguntaron en qué palacio vivía. Un marqués les confesó la verdad: Cervantes era “viejo, soldado y pobre”. Cómo puede ser, exclamaron, que el rey no le haya puesto un sueldo vitalicio. El marqués respondió: “Si es la necesidad la que le obliga a escribir, ruego a Dios que nunca tenga abundancia, para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo”. Y no es el único caso. Hay miles. Van Gogh, el pintor con el récord de precio de venta de una obra de arte en una subasta, murió solo, pobre y loco. Desasistido, suplicando dinero a su hermano Theo, Van Gogh pasó media vida deambulando por pueblos de Bélgica, Francia y Holanda. Se acercó a los pobres, porque vio en su derrota la esencia de todo aquello que nos hace humanos. Obsesionado con pintar, dedicó ocho años de su corta vida a realizar más de 900 cuadros y más de 3000 dibujos. Y fracasaba siempre, porque no logró vender un solo cuadro. El fracaso le espoleó. El fracaso le enseñó a pintar. La fe en sí mismo le hizo continuar. Persistió, aprendió a fracasar cada vez mejor, a fracasar con estilo, y su pincel se derramó en un sinfín de estrellas que nos iluminan desde hace más de cien años. Mi admirado John Fante no conoció el éxito más que en una fugaz ocasión, en la que vendió uno de sus libros para ser adaptado al cine. Los siguientes treinta años los pasó olvidado, pero siguió escribiendo. Bukowski, que también experimentó el fracaso una vez tras otra, lo rescató de ese olvido, exigiendo a su editor que publicara Pregúntale al polvo, una obra que es hoy ya inmortal. Fante, enfermo de diabetes, ciego, con un brazo y una pierna amputados, sólo disfrutó durante dos años del reconocimiento que siempre mereció.
El éxito es un cable muy fino que recorremos con miedo a caer de él. Creemos que el fracaso es un abismo del que nunca se sale, pero es en realidad el aire en el que podemos desplegar nuestras alas. En el éxito somos funambulistas asustados, pero en el fracaso somos pájaros que remontan el vuelo, que viajan hasta sus profundidades y vuelven a ascender. ¿Dónde están esas alas? ¿En qué lugar remoto de nuestro ser se encuentran? Solo el que ha fracasado muchas veces lo sabe. El éxito nos esclaviza, nos obliga a superarnos constantemente, pero el fracaso es libertad, pausa, crecimiento. Yo he fracasado muchas veces. No soy brillante. Repetí un curso en el instituto. He suspendido dos oposiciones. Han roto varios currículos míos ante mis ojos. No consigo escribir algo digno de ser leído. Me gusta el graffiti, pero no tengo talento. Pero, ¿sabéis algo? Estoy enamorado hasta la médula del fracaso. Pienso en fracasar y algo dentro de mí se agita y me eriza la piel, porque significa que estoy en marcha. Entre un hombre que camina y otro con miedo a comenzar solo media el deseo de fracasar. Quiero fracasar más. Quiero fracasar cada vez mejor. Quiero fracasar con estilo. Y si algún día dejo de fracasar, será porque he muerto. Si algún día dejo de aprender, será porque me he vuelto soberbio y entonces en el fondo ya estaré muerto. El éxito es un cohete que estalla en la noche. Nos maravilla, nos hipnotiza, pero no es real. Desaparece en pocos segundos. Lo que es real es el fracaso. Esa debe ser la primera enseñanza de nuestras vidas. Fracasa. Fracasa siempre. Fracasa bien. Levántate y sigue en marcha. No te rindas. Fracasa. Ten éxito. Vuelve a fracasar cada vez mejor. La noche seguirá oscura, pero la luz te inundará por dentro.
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– Ilustración: Funámbulo 1, 2001. Fernando de la Jara