Sánchez y Puigdemont están obligados a entenderse

Sánchez y Puigdemont están obligados a entenderse
Pedro Sánchez y Carles Puigdemont, dándose un beso en el mural del artista urbano TVBoy, en la plaza de las Glòries, Barcelona

Por Domingo Sanz

Por mucho que en los últimos dos mil días no se hayan tomado juntos ni un solo café, ni siquiera virtual, pocas cosas vinculan más a dos políticos entre ellos que lo de compartir deudas y adversarios

Respecto de las deudas, tras las últimas elecciones generales y en pleno ejercicio de sus competencias firmaron un contrato público, llamado “ley de amnistía”, tras difíciles negociaciones sometidas a los insultos y amenazas de los perdedores, pero también de jueces poderosos que no paraban de anunciar que se negarían a aplicarlo, antes incluso de conocer la letra pequeña, en un caso que ya forma parte de la historia universal de los peores acosos de entre los sufridos por un poder legislativo nacido de unas urnas no cuestionadas por nadie.

En cualquier caso, el catalán pagó su parte por anticipado, aquellos siete votos irreversibles en el Congreso, pero el madrileño tiene muchos e importantes flecos pendientes porque, si consiguió seguir en La Moncloa fue, precisamente, para resolverlos, no para jugar a lo que más le conviniera en cada momento y según lo que fuera sucediendo.

Y, sobre los adversarios que ambos comparten y que también tanto unen, me está resultando imposible localizar parejas de líderes políticos en el tan democrático “mundo occidental” que, como Sánchez y Puigdemont, siendo o habiendo sido presidentes de poderes ejecutivos, estén al mismo tiempo compartiendo el dudoso placer de ser tan perseguidos, ellos mismos o a través de sus entornos más cercanos, por miembros tan blindados e impunes del poder judicial que siempre actúan a sabiendas de que, si se llegara a demostrar que se “equivocaron”, ni sus sueldos de mil vidas bastarían para reparar los daños ocasionados y de los que, por supuesto, son plenamente conscientes desde el primer instante en el que inician sus actuaciones.

¿Le ha ocurrido a usted alguna vez que un tercero le haya ocasionado un perjuicio injusto de 500 €, pero renuncia usted a presentar la necesaria querella porque su abogado le costará 1.000?

Ciertos jueces, sobre todo los que cuando conviene entran en sus despachos por las puertas de atrás y a quienes la politización más negra les tiñe hasta el último centímetro cuadrado de sus togas, emplean las estrategias de esos terceros abusadores de posiciones dominantes porque saben que todo, y sobre todo el tiempo, se convierte en una circunstancia a su favor. Y ni siquiera necesitan pararse a pensar.

Son los gestores de decisiones y trámites que siempre tienen en cuenta aquella sabiduría popular que, con solo nueve palabras, aconseja al más débil lo de que “la salsa puede salir más cara que el pescado”. Pero quienes deciden lo aplican en su beneficio. Algunas veces son jueces.

Mientras tanto, alrededor hace mucho ruido, y que hablen de nosotros, aunque sea mal, es lo que sí deben estar pensando los dos que no pueden parar de pensar si quieren seguir, el uno en La Moncloa y el otro en libertad.

Muchísimo ruido estoy escuchando y leyendo desde el 8 de agosto, con mucho más “Puigdemont” que “Illa” o “Salvador”.

Y, en medio del estruendo, como casi siempre, ella, la también presidenta, la que duerme con alguien que ha reconocido su propio delito fiscal por escrito, a la que quizás por eso le ha venido el nuevo chiste fácil que nos ha regalado, una ocurrencia que quizás ni ha tenido que pillar al vuelo de cualquier rincón X ni de su MAR, aunque para eso le paguen los madrileños.

“Si me dijeran que Sánchez ocultó a Puigdemont en La Moncloa me lo creería”, más o menos ha dicho.

Primero sonrío un poco, pues se parece a otros de las suyos, pero acto seguido a mí, que disfruto avisando de peligros, se me ocurre decirte, Isabel, que cuanto más altas sean las cimas que intentes pisotear, más dura será la caída desde la que resbalarás al final.

Mientras tanto, disfruten o no siendo deudores o acreedores entre ellos, pero siempre en medio de amenazas y peligros, Sánchez y Puigdemont siguen obligados a entenderse en beneficio de la democracia y de la inmensa mayoría.

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