Llanto republicano por García Lorca

Llanto republicano por García Lorca

Por Arturo del Villar

La muerte era el final literario adecuado en sus obras dramáticas y poéticas, y tenía que serlo también inevitablemente en la biografía de su autor, pero no tan pronto, no tan anticipada, una víctima más, pero tan inoportuna, tan inesperada, de la guerra organizada por los militares monárquicos con el propósito criminal de poner fin a la República

Para acabar con la República empezaron por asesinar a uno de sus poetas más populares, comprometido con el nuevo régimen porque garantizaba las libertades públicas, porque siendo una “República democrática de trabajadores de toda clase”, como tan acertadamente la define el primer artículo de su Constitución, igualaba a todos los españoles, eliminando las castas y los privilegios. Eso era lo que no querían tolerar los señoritos acostumbrados a recoger los beneficios proporcionados por el trabajo de sus empleados: tienen su mejor ejemplo, por ser el peor, en el señorito andaluz.

Federico García Lorca era el poeta de la izquierda republicana, el comunista que firmó en abril de 1933 el manifiesto de los Amigos de la Unión Soviética, el demócrata que refrendó el 1 de mayo de 1933 el manifiesto contra la Alemania nazi, el intelectual que rubricó el 4 de noviembre de 1934 el manifiesto de protesta contra el ilegal proceso incoado de Manuel Azaña, el escritor que se definió como “el poeta de los pobres”, el que dedicó espléndidos poemas a los negros y a los gitanos como integrantes de las ínfimas clases sociales en los Estados Unidos de América y en el reino de España con las que se identificaba, el andaluz exponente del antiseñoritismo que ensalzaba a los aparceros a la vez que denunciaba a los guardias civiles, en una palabra, el portavoz de los necesitados debido a estar secularmente sometidos a los que mandaban en España gracias a la manipulación sabida y consentida de las elecciones políticas en todos sus grados: la corrupción empezaba en el disoluto monarca, y por ello podía extenderse a toda la sociedad completa.

Al ser un poeta querido por el pueblo al que presentaba en su realidad social, se convertía en un peligro para sus opresores. Participaba en la agitada vida política desde su trabajo intelectual, extendiendo la cultura por medio del teatro, el gran montaje de La Barraca, a los pueblos tradicionalmente abandonados por la monarquía. A los reyes y sus ministros les convenía mantener al proletariado ajeno a la instrucción, para que no pensara en la realidad del reino y en su situación, lo que podía dar lugar a revoluciones sociales, sobre todo en la desproporcionada Andalucía, en donde coincidían las mayores fortunas y las peores miserias.

Fue la víctima elegida por los militares sublevados como ejemplo de lo que sucedería a quienes no se declaraban partidarios de la rebelión. El poeta del pueblo serviría de advertencia. Los militares sublevados sabían que los más influyentes intelectuales del mundo civilizado condenaban la rebelión y lo demostraban en sus escritos, manifiestos, mítines, toda clase de actuaciones a favor de la República atacada por el nazifascismo internacional dominante en Alemania, Italia, Portugal y el ilusorio Estado Vaticano. Los tres primeros auxiliaron a los militares monárquicos rebeldes proporcionándoles material de guerra y hombres que lo utilizaban, mientras la clerigalla recogía dinero en sus templos por todo el mundo con el mismo destino, para permitir la compra de armamento y gasolina, además de procurar la propaganda en medios internacionales afines.

Federico García Lorca, por Vázquez de Sola

Voz de un intelectual de izquierdas

Federico García Lorca constituía un enemigo peligroso para la ultraderecha española, por representar todo lo que sus impulsores detestaban. Un intelectual con muchos seguidores resulta más peligroso que una división motorizada, debido a la audiencia alcanzada por sus palabras y actividades en el pueblo de diversos países. El primer propósito de los rebeldes se hallaba muy bien expuesto por el calificado por ellos mismos como el Director de la sublevación, el exgeneral Emilio Mola, el último y más violento director general de Seguridad de Alfonso XIII: sus instrucciones ordenaban causar el mayor terror a la población civil, para que por miedo se uniera a los rebeldes. Puede calificarse de plan diabólico, pero sin duda eficaz, como bien se demostró enseguida. Los lugares conquistados por los rebeldes se regaron con sangre republicana.

Nada podía resultar más terrorífico que asesinar al más popular de los escritores del momento, cuyos romances eran recitados en los teatros de barrio coreados por el público, y cuyas obras dramáticas se representaban con éxito en teatros de España y América del Sur. Un mes después de la sublevación, la noche del 17 al 18 de agosto del trágico 1936, se consumó el sacrificio del poeta como víctima inocente propiciatoria al horror generalizado por la violencia criminal de los militares y sus auxiliares civiles de la extrema derecha política, principalmente falangistas y requetés. La empobrecida Andalucía sufrió una represalia sangrienta. El nombre de Lorca fue ignorado y sus obras estuvieron prohibidas durante muchos años. Sus asesinos deseaban su destrucción total, pero eso no era posible, ya que todo el mundo civilizado lo conocía y valoraba en su justo mérito.

Durante varios días no se creyó en la veracidad de las noticias informantes de su asesinato en Granada. Parecía imposible que el poeta del pueblo hubiera sido muerto violentamente, y además en su tierra. Lo cierto es que en Granada contaba con los mayores admiradores, pero también con los peores enemigos: hubo quienes presumieron de ser los ejecutores de su muerte, cargando de insultos su memoria.

Sin embargo, para los planes de los militares rebeldes la confirmación del criminal suceso tuvo un efecto contrario. Se produjo una reacción en todo el mundo civilizado, precisamente porque Lorca representaba el valor de la inteligencia comprometida con un ideario, pero sin ninguna violencia. Todo ser viviente suele poseer unas ideas personales sobre los aspectos más variados del vivir, y se distingue precisamente por la manera de expresarlas, democrática o violentamente. No existía ninguna imaginación tan extraviada como para suponer a Lorca cometiendo ninguna acción violenta.

Personas y organismos internacionales preguntaron a los sublevados por la suerte del poeta, sin conseguir ninguna respuesta aclaratoria. Ellos mismos se dieron cuenta de la monstruosidad cometida, y pretendieron hacerse los ignorantes de lo sucedido para evitar responsabilidades. Si declaraban no saber nada del caso era porque no tenían ninguna vinculación con él.

Así se mantuvo el silencio durante un primer período de la larga y fatídica dictadura, aunque más adelante se prefirió abordar el tema para desentenderse de lo ocurrido y culpar a otros grupos políticos, pero lo cierto es que Lorca fue trasladado del hogar de los falangistas Rosales, en el que ingenuamente se había refugiado por suponer que lo protegerían de las represalias adoptadas en toda la provincia contra personas conocidas o sospechosas de ser izquierdistas, y conducido preso al Gobierno Civil, del que fue sacado para asesinarlo en un descampado sin ninguna señal, según la trágica costumbre adoptada.

Como Mariana Pineda

Lo mataron por ser republicano de izquierdas, aunque sin afiliarse a ningún partido. Su vinculación a la República se materializó ya al escribir en 1923 la tragedia que cuenta la muerte en el cadalso de Mariana Pineda, acusada de encubrir a los liberales conspiradores contra el absolutismo de Fernando VII, sin duda el peor de los borbones, aunque no haya habido ninguno digno en esa dinastía. Parece una premonición, porque Mariana fue muerta según la ley del monarca tiránico, acusada de bordar una bandera con el lema de la libertad, y Lorca fue fusilado cumpliendo una orden de los militares monárquicos rebeldes, acusado de ser adicto a la República contra la que ellos se sublevaban.

Se esforzó inútilmente durante los cuatro años posteriores en buscar una compañía teatral que osara representar la obra: nadie se arriesgaba, porque el Borbón de aquel momento, Alfonso XIII, había propiciado la dictadura militar del general Primo para librarse de sus disidentes, si no llevándolos al cadalso, como su antecesor Fernando VII, sí mediante el cierre de teatros y universidades, imposición de la censura de publicaciones y espectáculos, destierro de los intelectuales díscolos, agresiones a estudiantes y encarcelamiento de los oponentes.

De modo que por el momento Lorca se conformó con ofrecer una lectura privada de la tragedia en el Ateneo de Barcelona en abril de 1925. No se anunció para evitar su segura prohibición, pero asistieron notorios republicanos de la provincia, convocados reservadamente. El acto se convirtió en una exaltación de la República, y el autor fue aplaudido como el primer poeta republicano de España. Todo ello en privado, para evitar la intervención de las fuerzas represoras al servicio de la dictadura militar dinástica. Nunca hay libertades públicas bajo la monarquía, pero bajo una dictadura militar esa carencia es más notoria, y los disidentes padecen mayores riesgos. Fue lo que le sucedió a Mariana Pineda y también a Lorca.

Arte callejero. Imagen de @Ikaialo

Mientras esperaba la oportunidad de presentarla al público Lorca hizo tres versiones de la tragedia, hasta que por fin la actriz republicana Margarita Xirgu se atrevió a estrenarla en el Teatro Goya de Barcelona, el 24 de junio de 1927. El público fue cómplice de los actores en todo momento, y aplaudió largamente cuando ella gritó ya al final: “¡Yo soy la libertad, herida por los hombres!”, porque entendía que en realidad quería decir “asesinada por el ejecutor militar cumpliendo órdenes reales”.

Poco después tuvo lugar el estreno en Madrid, el 12 de octubre, en el Teatro Fontalba. Además de los aficionados teatrales de costumbre, aquella noche asistieron personas deseosas de participar en lo que se valoraba como un mitin político. Aunque Lorca todavía no había publicado ninguna de sus grandes obras líricas o dramáticas, era popular y conocida su inclinación republicana, porque el talante no puede ocultarse.

Había cometido tantas atrocidades la dictadura militar dinástica durante esos cuatro años que el pueblo español, generalmente de carácter sumiso y sufriente debido a la acción continuada de la monarquía, se atrevía a demostrar en público su oposición al régimen tiránico. Seguían pendientes las responsabilidades por los desastres militares en la guerra colonial de Marruecos, porque precisamente el monarca propició el golpe de Estado palatino para que las Cortes no pudieran analizar el expediente Picasso que demostraba la culpabilidad del rey. Miles de jóvenes muertos y otros presos necesitaban que se hiciera justicia, una justicia popular, no borbónica.

Estaban muy conocidas las torturas en las comisarías y los cuarteles, por lo que el desprestigio del Ejército, la Policía y la Guardia Civil era máximo. La carestía de la vida superaba cotas insoportables. La connivencia de la Iglesia catolicorromana, la única con arraigo, convirtió a sus sacerdotes en enemigos del pueblo. El plan urdido por Alfonso XIII para mantener amordazada a la opinión callejera y periodística se había vuelto contra él. En estas circunstancias, el estreno de Mariana Pineda se convirtió en un mitin político contra el rey y su marioneta militar.

La protagonista es una de esas mujeres fuertes características del teatro lorquiano. A pesar de sus deficiencias técnicas y sus fallos narrativos, la obra posee la fuerza natural del mitin capaz de arrebatar el entusiasmo del público, por lo que el estreno resultó un triunfo jaleado por las fuerzas de inquieras, y un fracaso para las ideologías derechistas. Se benefició del odio popular al apodado Gutiérrez, sobre el que circulaban cientos de chistes y chascarrillos secretamente a gritos, aunque parezca una logomaquia. Lógicamente, la animadversión contra Lorca por parte de los elementos más conservadores de la sociedad aumentó en grado sumo, acusándole de ser republicano, comunista, masón y homosexual, cuatro horrores para la derecha. El estreno tuvo lugar en el momento más adecuado desde los puntos de vista literario y político, pero en otro sentido personal contribuyó a afilar los puñales de la extrema derecha dispuestos para clavarlos en la espalda del autor en cuanto se descuidara.

Teatro para el pueblo

Las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 demostraron al Borbón el desprecio del pueblo hacia la dinastía en general, ya expulsada de España en 1868, y contra él especialmente, por lo que se vio obligado a marcharse a toda la velocidad de sus automóviles dos días después, temeroso de que en España sucediera lo mismo que en Rusia con el zar y su familia. Por eso abandonó a la suya al criterio del pueblo que gritaba entusiasmado por todas las calles: “No se ha marchao, que lo hemos echao.” Y nadie entró en palacio ni tomó ninguna medida contra la llamada familia real, que es siempre la más irreal de la nación.

Lorca se sintió feliz ante el cambio de régimen, y quiso aprovechar su experiencia teatral para llevar a los pueblos representaciones del teatro clásico español. En aquellos años apenas existía algún teatro en pueblos importantes, y lo mismo sucedía con las salas de cine, y no hace falta recordar que la televisión era desconocida. Expuso a su amigo y paisano Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, un proyecto de teatro popular para representarlo por los pueblos.

Una vez aprobado por el Gobierno, el 10 de julio de 1932, salieron de Madrid los camiones que transportaban a los integrantes de La Barraca, nombre que se dio al grupo teatral, para representar el teatro clásico español principalmente por aldeas y algunas ciudades. Se produjeron incidentes debido a la actitud provocativa de grupos antirrepublicanos que veían en Lorca a un enemigo muy peligroso, y deseaban anularlo por cualquier medio, hasta conseguirlo físicamente aquella noche fatídica de 1931.

Durante mucho tiempo se propagó la idea de que Federico García Lorca fue un escritor integral, desinteresado por completo de las ideas políticas. De esa manera, con diversas intenciones, unos y otros deseaban desvincular su asesinato de toda implicación política, lo que exoneraba a los militares golpistas y a los civiles que los apoyaban, falangistas y requetés, de cualquier responsabilidad en su asesinato. Los medios de comunicación de la dictadura expandieron profusamente en 1956 la ocurrencia de un francés amparado en el seudónimo de Jean—Louis Schonberg, quien propaló sin ninguna documentación ni prueba que la politique n’a pas été le mobile del asesinato, sino rencillas homosexuales en ese ambiente granadino.

Por el contrario, Ian Gibson ha demostrado documentalmente el compromiso político de Lorca, al recopilar los manifiestos que firmó en ese período. Confirman que Lorca participó en la vida política española de su tiempo, rubricando manifiestos redactados por la izquierda en apoyo de justas causas. Los reproduce en su muy completa biografía de la poeta titulada con su nombre y publicada en Barcelona por Grijalbo en 1985, y otras ediciones. No es posible alegar un inexistente apoliticismo de Lorca para negar la responsabilidad de los militares monárquicos sublevados y sus esbirros civiles falangistas y requetés en su muerte.

Su apoyo a la Asociación de Amigos de la Union Soviética declara su interés por el comunismo que triunfaba exitosamente en el que fuera el país más atrasado de Europa bajo los zares. Su estancia en los Estados Unidos de Norteamérica en 1929 y 1930 le hizo despreciar la sociedad capitalista por excelencia: prueba de ello es su libro Poeta en Nueva York, una reiterada denuncia de la opresión a los negros, de la deificación del dólar, de la deshumanización de la vida en esa nación que estaba demostrando sus afanes imperialistas al querer colonizar a pequeños países dotados de riquezas minerales, como ya lo había anunciado Rubén Darío en su oda a Roosevelt. Llega a gritar a los neoyorquinos en un poema ferozmente acusatorio: “Os escupo en la cara.” No le gustó absolutamente nada de la sociedad estadounidense de su tiempo, tan despreciable como la actual. Solamente se sintió compañero de los negros sin derechos civiles.

En otros poemas se repiten las denuncias contra la sociedad estadounidense, como en “Oda al rey de Harlem”, “Iglesia abandonada (Balada de la Gran Guerra)”, “Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building)”, y varios más. De modo que si no perteneció a ningún partido político, sí estuvo con los que padecen la opresión capitalista y con los que esperaban entonces el triunfo mundial de la Revolución Soviética. Fue bastante motivo para que los militares sublevados ordenaran su fusilamiento al mes de la rebelión. Su caso es semejante al de otros muchísimos republicanos, asesinados por la delación de un falangista o de un fraile, aunque resulta más mediático.

Todos estos motivos sirvieron para que los enemigos de la libertad detuvieran a Federico García Lorca el 16 de agosto de 1936 en el Gobierno Civil de Granada, pero en aquellos días y hasta mucho tiempo después toda la autoridad en la España sublevada era militar. Como hacen los asesinos, lo mataron durante la noche del 17 al 18 sin ninguna justificación, y lo enterraron junto a otras víctimas del odio fascista en un descampado sin ninguna indicación, y hasta ahora no se han encontrado sus restos. Pero lo que no pudieron matar los criminales es su obra literaria, que continuará acusándolos mientras el mundo exista.

Parecen compuestos para él dos versos de su impresionante Llanto por Ignacio Sánchez Mejías, un torero que por su oficio no merece ningún homenaje, pero Lorca dijo de él, aunque mejor se le aplica al autor, estos dos versos: “tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura.”

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