A la guerra con Kaja Kallas: la ruptura total de Bruselas con Moscú
Por Hannes Hofbauer*
Puede que algunos de ustedes no hayan oído hablar de la señora Kallas. Esta estoniana de 47 años sucederá a Josep Borrell al frente de la política exterior de la UE. Mientras que el socialdemócrata catalán ya era conocido por sus arrebatos frívolos y rusófobos contra el Kremlin y su adhesión incondicional a las entregas de armas a Kiev, Bruselas señala su voluntad incondicional de romper todo contacto con Moscú con la entronización de Kaja Kallas como la voz más importante de la política exterior de la UE. La estoniana está en la lista de personas buscadas por Rusia
Kallas fue diputada del Parlamento Europeo durante cuatro años, hasta 2018, antes de convertirse en primera ministra del pequeño Estado báltico a principios de 2021 como líder del Partido Reformista Estoniano, de tendencia radical-liberal. En este cargo, se abrió camino hasta la vanguardia de los rusófobos en Europa. Kallas mostró desprecio no sólo por Putin y los dirigentes del Kremlin, sino también por el pueblo ruso, al que acusó de ser cómplice de la guerra. «No se puede decir que ésta sea sólo la guerra de Putin», declaró al semanario Die Zeit [1] en 2022.
Un año después, en la misma publicación de Hamburgo, advirtió de un creciente cansancio bélico europeo y explicó despreocupadamente que «siempre hemos sabido que Rusia es peligrosa, una amenaza para nosotros» [2].
Pero Kallas no se detuvo en las palabras fuertes. No fue hasta principios de 2024 cuando instó a su Ministerio de Justicia a revocar el derecho de voto en las elecciones locales a los rusos residentes en el país. En cualquier caso, a la población rusa no se le ha permitido votar en las elecciones nacionales o de la UE desde la independencia del país. Más de una cuarta parte de los habitantes de Estonia son rusos, de los cuales sólo la mitad tienen la ciudadanía estoniana porque la naturalización sólo se realiza por cuotas y está asociada a un gran acoso. El estatuto de apátrida es fenómeno generalizado.
Bajo el mandato de Kaja Kallas, la lucha contra todo lo ruso se ha extendido también al ámbito cultural y religioso, y culminó con la expulsión del metropolita ortodoxo estoniano Eugenio a principios de este año. Tallin se negó a prorrogar el permiso de residencia del representante del Patriarcado de Moscú y máximo dignatario de la Iglesia ortodoxa. Suponía una amenaza para la seguridad del país, argumentaron las autoridades, porque «apoyaba al agresor (Rusia, nota del autor) en sus discursos públicos y no ha cambiado su comportamiento a pesar de las advertencias». Esto significaba que los 200.000 rusos ortodoxos perdían a su líder religioso.
Sin embargo, el hecho de que Kaja Kallas fuera declarada en busca y captura por un tribunal ruso no tiene nada que ver con sus declaraciones rusófobas ni con su política represiva contra los rusos que viven en Estonia, sino con la «profanación de monumentos conmemorativos de la guerra», que es un delito penal en Rusia, al igual que la «rehabilitación de nazis». Inmediatamente después de asumir el cargo de Primera Ministra, se pronunció a favor de que se demolieran los monumentos conmemorativos de la liberación por el ejército soviético. En agosto de 2022, llegó el momento: los equipos de construcción empezaron a borrar del paisaje urbano el recuerdo antifascista.
La Estonia Nacional, que ha encontrado en Kaja Kallas una frontwoman especialmente radical, sostiene que la llegada de los soviéticos en 1944 no fue una liberación de la Wehrmacht tras tres años de dominio nacionalsocialista, sino una ocupación por parte del Ejército Rojo. Este punto de vista se reviste de racismo al atribuir la ocupación no a los soviéticos sino a «los rusos», sabiendo perfectamente que muchos letones y estonianos sirvieron en el ejército soviético y que la pequeña Estonia, en particular, tenía una tradición comunista relativamente fuerte. En noviembre de 1917, por ejemplo, el 40% votó en Estonia a los bolcheviques en las elecciones a la Asamblea Constituyente rusa -unas elecciones que, en general, fueron reconocidas como democráticas- en comparación con sólo el 24% en toda Rusia [3]. Presentar la demolición de los monumentos soviéticos como un acto de liberación de la ocupación rusa, que según esta visión duró hasta 1991, no sólo es ignorar la historia, sino que también sirve para alimentar el odio a Rusia que ahora se ha convertido en algo común en la UE.
Fue interesante ver cómo la protesta contra este tipo de borrado de la historia tuvo lugar en la propia Estonia, aunque sin que los medios de comunicación alemanes informaran de ello. Narva, con sus 50.000 habitantes, no quería permitir que les arrebataran la conmemoración de la liberación soviética. Los rusos constituyen la mayoría absoluta de la población (90%) de la ciudad fronteriza con Rusia, razón por la cual la administración local se negó a desmontar la lápida conmemorativa con el tanque T-34 sobre ella. En este mismo lugar, hace 80 años, el Ejército Rojo cruzó el río Narva y empezó a poner en fuga a la Wehrmacht. El alcalde de la ciudad no pudo impedir la retirada del monumento, y fue la propia primera ministra quien abogó por su demolición, argumentando: «No daremos a los rusos la oportunidad de utilizar el pasado para perturbar la paz en Estonia. Por eso estos monumentos (…) deben ser retirados urgentemente por el bien de la paz interna» [4] Kallas aprendió en la escuela primaria que no sólo los rusos lucharon contra las tropas alemanas, sino también los antifascistas bálticos, pero hoy ya no quiere saber nada de ello.
Por parte de madre, la carta de la víctima estalinista es más plausible. El abuelo de Kaja Kallas fue miembro de la Omakaitse, una fuerza de defensa nacional anticomunista y nacional-patriótica que persiguió a representantes del poder soviético, brevemente establecido, y a activistas de los koljoses incluso antes de la invasión del ejército de Hitler en 1941. Tras la invasión nazi, los comandantes locales fueron subordinados a la Wehrmacht y la organización fue disuelta, para ser reinstaurada poco después como fuerza auxiliar de la Heimatschutz. Muchos miembros de Omakaitse participaron en el exterminio de la población judía. El abuelo de Kallas no quedó impune y fue exiliado a Siberia con su familia (incluida la futura madre de la nueva Comisaria de la UE) durante diez años en 1949 [7].
El padre era comunista y arribista, el abuelo (por parte de madre) era anticomunista y perseguido político. Y la nieta parece reunir todos los requisitos para llevar a su país y a toda la Unión Europea a una guerra contra Rusia. Un tribunal de Moscú ha emitido una orden de búsqueda contra ella por la profanación de monumentos soviéticos conmemorativos de la guerra. Ursula von der Leyen nombró en su Comisión «Alta Representante de la UE para la Política Exterior» a la única política de alto rango buscada en Rusia por un delito penal. No hace falta saber mucho más para adivinar hacia dónde se dirigen las cosas.
Notas:
1.- Die Zeit No. 37, Hamburgo 2022
2.- Die Zeit No. 42, Hamburgo 2023
3.- Estland in der Zwischenkriegszeit – Chronologie
4.- Aufräumen mit der Vergangenheit: Sowjet-Denkmäler ab ins Museum
5.- Estlands “Eiserne Lady”
6.- Siim Kallas
7.- Kaja Kallas und ihr Vater – Die Geschichte einer Wendehalssippe
* Nota original: Mit Kaja Kallas in den Krieg – Brüssels totaler Bruch mit Moskau
– Edición en castellano tomada del blog personal de Rafael Poch de Feliu
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