Al Conseller de Sanitat de la Generalitat Valenciana
Antonio Pulido Centeno. LQSomos. Septiembre 2007
No le conocía, señor Conseller. Me entero de su nombre y me hago una idea de su aspecto físico, mediante texto y fotografías en el número 13 de la revista Fent Salut del Hospital Doctor Peset de Valencia. Y a través de su Editorial intuyo su pensamiento político, previsible por otra parte.
Lamento muy de veras discrepar con usted en algún punto de los expuestos en ese mismo editorial: La sanidad pública valenciana, no es el referente nacional y europeo que usted pregona, del mismo modo que tampoco son ustedes “els millors”, como ufanamente proclamaba el Sr. Camps en su discurso de investidura. Son, eso sí, unos excelentes artistas falleros. Pero ya conocemos lo que es una falla: un impresionante monumento de extrema belleza exterior, con un interior a base de corcho blanco y madera barata.
A menudo aparece en la prensa el anuncio de grandes logros médicos, la adquisición de aparatos de tecnología punta, implantes y trasplantes varios. Pero eso solo, con ser importante, no lo es todo. No es toda la sanidad. Hay que bajar al pueblo llano, vivir su día a día y comprender que para ser referente de algo, señor Conseller, hay que rozar la perfección, no sólo en aparatos espectaculares, sino en el trato y atención cotidiana al paciente, circunstancia que, desafortunadamente, no se da en nuestra sanidad pública.
Y para probarlo, si no es conocedor ya de la veracidad de mi aserto, me permito sugerirle un ejercicio muy simple pero extremadamente enriquecedor: Desposéase de su séquito, cargos, títulos y prebendas; conviértase en un Juan Valenciano cualquiera; búsquese la complicidad de un profesional de la Medicina –le aseguro que hay muchos disconformes con el Sistema- y, en el más riguroso incógnito, empiece por pedir fecha en el ambulatorio, primero al médico de familia que se llama ahora, y después a los distintos especialistas a que es enviado, previa solicitud de cita para cada uno de ellos. Diga en cada visita que siente un dolor intenso a la altura de la cadera, que le impide caminar. Acuda a que le realicen la radiografía pertinente, que requerirá nueva cita y que no arrojará luz alguna sobre el asunto, por lo que le pedirán una resonancia magnética que revelará, tras la cita correspondiente, algo más, pero no lo suficiente, por lo que necesitará una electromiografía que termine de aclarar que estamos como al principio, es decir, con el mismo dolor en la cadera. -Por cierto: si consigue esta última prueba antes de doce meses, avíseme-. ¿Cuánto tiempo piensa que ha transcurrido desde el inicio del proceso? Haga un cálculo mental o -recomendado- provéase de una calculadora.
¿De veras cree que esto es el referente de algo?
Pero hay más. Siga de Juan Valenciano y de riguroso incógnito. Hágase hospitalizar durante quince días, a ser posible en época vacacional. Y no me venga con que en este caso puntual son comprensibles algunos fallos; que todos tenemos derecho a disfrutar de un merecido descanso, y el resto de las cosas que se dicen en estas circunstancias. Porque, mire usted por dónde, la enfermedad se presenta de la manera más inoportuna. Sin importarle las vacaciones ni los derechos de nadie. Circunstancia que habría que prever ¿no?
Ingrese en una de las plantas que se habían cerrado por período vacacional, pero que se han tenido que reabrir a toda prisa, con personal contratado, ante la avalancha de casos en Urgencias. Espere más de diez horas a que le traigan los medicamentos prescritos. Al principio se lo tomará a broma y tratará de comprender el esfuerzo heroico que está realizando ese personal contratado que parece haber sido dejado caer en la planta sin tan siquiera un mal manual de instrucciones. Pero la cosa empezará a parecerle una broma de mal gusto, cuando pida unas gasas y le contesten que no saben dónde se ubican, que cuando las encuentren se las darán. Seguirá la broma cuando le indiquen que ha de pasarse la noche en blanco porque el médico ha tenido la ocurrencia de ordenarle la posología de una gota de antibiótico en el ojo cada hora y ellos están desbordados, por encima de sus posibilidades, por lo que será su acompañante quien habrá de encargarse de administrarle el medicamento.
Se pondrá un poco mosca cuando observe que el personal contratado permite que un paciente que debía permanecer en su habitación rotulada con aislamiento aéreo, deambule a su aire por la sala. De hecho, ya se extrañará de ver en qué heterogeneidad de casos y enfermedades se desenvuelve.
El mosqueo pasa a ligero cabreo cuando lo citen en Oftalmología de consultas externas del mismo hospital; espere unas horas a que venga el preceptivo celador; pregunte éste por la historia del paciente y le digan que no hace falta o que no está; que el oftalmólogo se encuentre con paciente pero sin historia y agarre un cabreo en toda regla hasta el extremo de solicitar a gritos el traslado de planta del paciente.
Y como colofón, ya de vuelta de la visita, encontrarse con que, en la habitación que había ocupado durante dos días junto a otro paciente, le han colgado el letrerito de aislamiento aéreo. Prohibido entrar sin mascarilla, y mejor que lo haga el acompañante que el enfermo, a recoger las pertenencias. ¿Y he convivido dos días con el enemigo público número uno? Se preguntará muy cautamente ¿Y no me habré contagiado? ¿Y no se habrá contagiado mi esposa como acompañante? ¿Y no se habrán contagiado mis hijos que han venido a visitarme? ¿No sería conveniente quemar directamente las pertenencias que han permanecido en contacto con el ambiente nocivo? Por otra parte ¿qué hacer durante cinco horas y media en la salita de espera o de televisión de la planta –sin recibir una sola visita o atención del personal sanitario- hasta el traslado a otra habitación que en esos momentos y hasta la llegada de una ambulancia –o esa fue la explicación ofrecida- ocupaba un paciente dado de alta? ¿No sería más lógico, puesto que ha cesado de necesitar asistencia, que el dado de alta esperara en la salita o en algún lugar habilitado para esos casos?
De lo que sentirá verdaderos deseos es de quemar otras cosas, al enterarse, una vez trasladado de planta, de que el enfermo peligroso con el que había convivido no era tal, que había sido un diagnóstico precipitado o un error de apreciación de algún facultativo. Kafkiano.
Prosigamos con el ejercicio. Desposéase también de prejuicios y observe con imparcialidad. Observe y escuche a los demás pacientes y a sus acompañantes: todos muestran su deseo de pedir la hoja de reclamaciones al ser dados de alta, aunque casi ninguno lo hace, no sé si afectados de una especie de síndrome de Estocolmo o por la alegría de verse nuevamente en casa, más o menos ilesos tras el trance.
Observe y escuche al personal sanitario. Encontrará la profesionalidad, eficacia y dulzura personificadas en algunos; los hay cardos borriqueros y sargentos de caballería; quien parece afanado únicamente en acumular las horas continuadas precisas para poder disfrutar de no sé cuántos días seguidos de asueto. Haylos prepotentes -“aquí el profesional soy yo y no me vas a decir cómo he de realizar mi trabajo”-. Tienen su parte de razón, desde luego, locuaces y lacónicos; con disparidad de criterios dependiendo del turno: unos partidarios de la administración nocturna del medicamento y otros no; impresentables como quien me dijo que en su planta de Cirugía prefería atender al abuelo que se estaba muriendo una habitación más allá antes que a mi ojo. Como comprenderá, subjetivamente hablando y con mis mejores deseos para el abuelo moribundo, yo antepongo mi ojo. Tampoco es de recibo que digan que en la atención a casos de cirugía son auténticos maestros, pero no en cuestiones de oftalmología. Pues también discrepo: un profesional sabe interpretar las prescripciones de un médico, sea cirujano, oftalmólogo, pediatra o endocrino. Como en botica, de todo hay.
Observe y escuche al personal auxiliar, al de mantenimiento, al contratado, a quien le hace la cama, le trae el menú -manifiestamente mejorable, por cierto-, a quien realiza la limpieza… ¿Me quejo del quehacer de todos ellos? No. Rotundamente no. Sobre todo después de haber estado ingresado hasta en siete ocasiones en la planta séptima de Oftalmología, hacia la que no puedo tener más que alabanzas. Cuenta usted con un magnífico equipo de profesionales que únicamente adolece de falta de dirección adecuada y no me estoy refiriendo únicamente a la dirección directa, sino a cargos de mayor responsabilidad, al coordinador general de la Sanidad, al Sistema. Quizá fuera cuestión de hablar con los médicos -no los de la cúspide- y con el personal sanitario, no lo sé ni estoy facultado para ofrecer un modus operandi. El profesional es usted y no voy a decirle yo cómo hacer su trabajo.
¿Sigue pensando que este cúmulo de despropósitos puede ser el referente nacional y europeo de algo? Únicamente si el resto de la sanidad española y europea es peor que ésta, lo que me permito poner en duda.
Todo lo narrado hasta aquí puede parecerle un cuento de las Mil y una noches. No lo es. He sido protagonista directo de todos los hechos. Lo que le cuento sobre ambulatorios y especialistas es sólo una mínima parte. Solamente hay que escuchar las “hazañas” contadas en cualquier sala de espera o pulsar la opinión de la gente sobre la sanidad, la atención que recibe y el tiempo invertido en cada uno de ellos. Aunque haya muchos enfermos ficticios. Quizá lo que necesitan realmente es comunicarse con alguien. En lo referente al hospital, concretamente entre los días 31 de julio al 14 de agosto de este mismo año 2007. Ingresé con una endoftalmitis producida tras practicárseme en ese mismo Hospital, en la UCSI, el 27 de julio de 2007, una Avastin intravítrea en el ojo derecho.
Recibí el alta hospitalaria el 14 de agosto con el mismo diagnóstico de Endoftalmitis.
Le recuerdo que la endoftalmitis es una complicación poco frecuente: aproximadamente un caso cada 700 cirugías realizadas. Se trata de una inflamación posiblemente producida por una infección bacteriana o fúngica. Es una urgencia médica. El tratamiento debe comenzar de inmediato; un retraso incluso de pocas horas puede derivar en ceguera. Me apresuro a declarar que no soy médico, pero sí internauta. De ahí esta documentación que espero acertada.
La última visita médica me ofreció muy pocas, por no decir nulas, esperanzas de recuperación visual presente o futura. No culpo a nadie, por supuesto. Puede que se haya debido a mi ignorancia o desinformación. Son cosas que pasan.
¡Ah, se me olvidaba! Junto al alta hospitalaria me entregaron una nota informativa “del coste de la asistencia sanitaria que se me ha prestado gratuitamente -ya la habremos pagado anticipadamente, digo yo- por la sanidad pública valenciana”: 5.368,30 €
A mí me ha supuesto la pérdida total de visión en el ojo derecho. Si a eso le añadimos mi muy deficiente visión en el izquierdo y el dolor en la cadera… ¿Le paso mi factura, señor Conseller?