Antifascismo
Juan Gabalaui*. LQSomos. Junio 2016
No somos pocos los que hemos ido advirtiendo del avance fascista en Europa. Un fascismo que no se fue nunca sino que se retiró a sus guaridas, a lamerse las heridas, mientras estados como la España franquista se convertían en refugio de sus ideas y de su historia. No es extraño escuchar testimonios validadores o escasamente críticos. Claro que socialmente es reprobable por lo que el discurso general es de condena pero si apuntamos a lo concreto aparecen la tibieza y las justificaciones. El fascismo no se fue nunca y vivió cómodo como forma de entender el mundo, la política y al ser humano, defendido sin nombrarlo pero visible en las políticas migratorias y de seguridad y en los fundamentos morales que sustentan a varios gobiernos y partidos políticos europeos.
La historia europea del siglo 20 nos ha de convertir de forma indefectible en antifascistas y prestar atención no solo a los grandes actos de naturaleza fascista sino a los pequeños y cotidianos, que de tan habituales nos parecen normales. Estar alerta para desmontar las narrativas que convierten a otros en enemigos y que tras el uso abusivo de palabras como libertad esconden discursos de odio. Algunos son muy evidentes y otros tan sutiles que llegan a pasar por demócratas. Pero si un demócrata no es antifascista, no es demócrata. La ignorancia y el pasotismo político hacen que las personas se muestren distantes ante la lucha contra el fascismo porque consideran que está vinculada al comunismo y, motivadas por el virus anticomunista que asuela Europa, la rechazan como una cosa de la izquierda extrema. Estas actitudes abren el camino a que se instale y crezca en nuestras sociedades.
Ya no es que haya cada vez más partidos políticos fascistas sino que algunos gobiernos europeos defienden e implantan sus políticas. Lo que está sucediendo en Europa con los refugiados es una vergüenza que está siendo sostenida por el silencio de una mayoría. Algunos se han preguntado muchas veces cómo la sociedad alemana de los años 30 y 40 pudieron permitir lo que ocurrió y la realidad se encarga de responderlos una y otra vez. Lo tenemos ante nuestros ojos pero seguimos con nuestras vidas, como si no pasara nada. Campos de refugiados, vallas en las fronteras, persecuciones racistas y discursos de odio. Pero la respuesta a la llegada de refugiados que huyen de la guerra y la muerte es solo un continuo de una serie de sucesos que marcan y definen lo que es esta Europa, más allá de los discursos oficiales y mitificadores sobre la defensa de las libertades y derechos humanos.
Las palabras son solo palabras. La Unión Europea ha demostrado que en situaciones de crisis su apuesta es por las restricciones de derechos y libertades y es fijándonos en lo que hacen como podemos saber quiénes son. A los países europeos no les importó acoger a un estado como el español que ocultaba a sus muertos asesinados y enterrados en las cunetas y se negaba a que pasaran por la justicia aquellos que habían participado en el terrorismo de estado durante más de 40 años. No ha habido terrorismo más cruento y demoledor social y psicológicamente como el del estado fascista español pero nadie les ha exigido que respeten y protejan los derechos humanos. Solo tenían que aceptar el modelo económico. Esto es suficiente para formar parte de la gran familia europea. Tampoco les ha importado mucho a una gran parte de la sociedad española. Han preferido dejarlo estar, mirar hacia otro lado y, muchos de ellos, votarlos.
La aplicación de políticas fascistas no es un riesgo sino una realidad. Mantenerse callado ante las violaciones de derechos humanos, las restricciones de libertades y derechos o la falta de democracia en la Unión Europea es la manera de dar alas al avance del fascismo. Nuestra pasividad permite que por las calles de nuestras ciudades se difundan mensajes de odio y en las instituciones permanezcan o puedan acceder aquellos que los alientan, permiten y apoyan. No hay que tener cara de malo para ser un fascista. Basta con vestir un buen traje y tener una buena capacidad comunicativa, utilizar de forma reiterada la palabra libertad y declararse defensor de los derechos humanos. No, no tienen cuernos ni cola ni tridente. El discurso lo construyen a favor de la corriente, aprovechándose de la siembra de las últimas décadas. Una semilla que crece en cada uno, alimentada por la desafección política, la televisión, internet, el individualismo y el egocentrismo. Cuando menos se lo esperen, se encontrarán haciendo el saludo fascista.