Aquarela de Brasil
Las rúas de Brasil han ardido al mismo tiempo que el fuego devora los matorrales de los bosques, donde desaparecen para siempre preciosas e irrecuperables especies vegetales, en buena parte medicinales. Las multitudes de manifestantes continúan sufriendo abundante munición por parte de la policía antidisturbios. Los discursos y promesas de la presidenta Dilma Rousseff no convencen a los amotinados sociales. Las cinco mayores centrales sindicales, los estudiantes, el Movimento de los Sin Tierra (MST) y las tribus indias no cejan en sus reivindicaciones: La prometida y siempre pospuesta Reforma Agraria, la participación ciudadana en las cuestiones políticas, el cese del nepotismo y el emprendimiento de acciones para acabar con la corrupción galopante, el respeto a los pueblos indígenas…Ni la final de fútbol de la Copa Confederaciones ha conseguido detener las reivindicaciones en las calles.
Brasil optó por la política del desarrollismo neoliberal y en estos años su economía ha crecido de manera espectacular; un país que es por sí sólo un continente, acarrea consigo espectaculares expectativas y contradicciones y brutales desigualdades. Un país tropical de recursos incalculables, y miseria y analfabetismo atroces. Catolicismo de origen portugués, mezclado con ritos de santería, animismo africano, macumba y candomblé. Embebidos en ese profundo sincretismo religioso, los brasileiros esperan dentro de unos días la visita del nuevo Papa Francisco. El Vaticano ha pedido 40 millones de euros para los gastos. El gobierno se los ha denegado. El Papa ha anunciado que visitará las favelas de Río. Allí encontrará, sin duda, el malévolo escenario que dio lugar a la película “Ciudad de Dios”. Francisco ha declarado, urbi et orbi, que los corruptos son el Anticristo. Probablemente, antes de aparcar el Papamóvil allí haga su labor un meticuloso equipo de limpieza.
Las haciendas derivadas de la tala masiva de troncos se utilizan para que los “lobbys” agropecuarios creen enormes plantaciones de soja y plantas para aceite de palma, con destino a la industria alimentaria o bien para conseguir biocombusibles. Así las cosas, todo aquel que se opone a los planes de los poderosos “façendados” corre serio peligro de desapareción; o de aparecer asesinado por los escuadrones de estos “amos de la tierra”. Así viene sucediendo, sin que las autoridades tomen medidas contra los asesinos.
En cuanto a aquellos estados donde viven tribus indígenas desde tiempo inmemorial, ocurre a menudo que se descubren y explotan yacimientos de oro, petróleo o piedras preciosas en sus territorios. Entonces los sicarios paramilitares hacen estragos para obligar a los indígenas a huir y perder su derecho a morar en esos territorios ancestrales. La contaminación debida a la minería es brutal, sobre todo por mercurio, utilizado en el proceso de decantación del oro. Enfermedades derivadas de esta contaminación y otras diezman a los nativos.
Ante este negativo panorama, los indígenas se han sumado a la protesta general contra este estado de cosas. Concretamente, 150 indígenas de siete tribus han bloqueado una polémica línea de ferrocarril de Carajás para exigir reformas en el servicio sanitario indígena, que se ha sumergido en un estado de caos. Han ocupado la línea ferroviaria durante más de una semana. Piden que se sustituya a algunos de los directores del organismo gubernamental responsable de su cuidado sanitario.
El año pasado, los awás y otros indígenas bloquearon la línea ferroviaria como protesta por los planes del Gobierno de debilitar sus derechos territoriales.