Ayer y hoy de la inquisición
Nònimo Lustre*. LQS. Octubre 2020
“En 1764, cinco titiriteros franceses recorrían España exhibiendo un teatrillo en el que se movían varios muñecos mecánicos que representaban escenas muy elementales de la Historia Sagrada; habían actuado ya sin ningún contratiempo en muchas ciudades cuando, al llegar a Sevilla, la Inquisición detuvo a dos de los artistas y confiscó cuatro de las figuras, “que son el Ecce Homo, la Annunciación, el San Antonio y después de visto su movimiento.., mandaron llevar todas las demás figuras de representación sagrada, como ángeles, clérigos de la procession y demás”… Al cabo de varios meses, el Consejo resolvió poner en libertad a los detenidos y que les fueran devueltos los muñecos con la advertencia de que no debían utilizarlos en representaciones de tema sacro, pero para entonces los delicados mecanismos de relojería que daban movimiento a las figuras estaban ya tan maltratados que no les fue posible recomponerlos, y los franceses no tuvieron más remedio que volverse a su país, reducidos a tanta pobreza que “si no fuera por algunos compatriotas que [nos] han favorecido [nos] hubiéramos visto precisados a pedir limosna” (en Gacto, Enrique; 2000; “El Arte vigilado (Sobre la censura estética de la Inquisición española en el siglo XVIII)”, pp. 18-19; Revista de la Inquisición 9: 7-68; ISSN: 1131-5571)
Desde hace siglos, el reyno de Expaña se ha distinguido por su inquina contra la infancia. De las muchas maneras en las que ésta perversión se manifiesta, hoy hemos escogido la persecución contra el noble arte del guiñol y contra los titiriteros. Lo demostró en el antecitado año 1764 y también en el 2016, cuando un juez expolicía franquista encarceló a dos titiriteros granadinos. Los hechos se sucedieron así: con motivo de una representación de títeres en una plaza del distrito de Tetuán en Madrid, en plenos carnavales, los dos artistas hicieron una función… hasta que fueron detenidos y encarcelados en prisión preventiva primero y en régimen de aislamiento después. Se les acusaba nada menos que de “incitación al terrorismo”.
La alcaldesa de Madrid era entonces Manuela Carmena quien encabezaba un equipo de izquierdistas. Pero no todos ellos se portaron a la altura de su imagen política porque, ¡horror y furor!, fue la propia área de cultura del Ayuntamiento, encabezada en este espinoso tema por Celia Mayer, quien presentó en un primer momento una denuncia contra la compañía teatral -si bien nunca compartió la acusación. No sabemos si la sra. Mayer & Co. conocían el aporte francés a la dramaturgia popular española del siglo XVIII pero no cabe duda de que el flamante ayuntamiento ‘progresista’ se puso a la altura de la Inquisición –bajura, más bien.
La Fiscalía de la Audiencia Nacional, dirigida por Javier Zaragoza, encargó del caso a la fiscal Carmen Monfort para que les acusara del delito más peligroso que pudiera encontrar –ya sabemos cuál fue. Y el juez Ismael Moreno Chamarro les envió directamente a la cárcel en régimen durísimo como terroristas. Este juez fue policía franquista desde 1974 y estuvo salpicado en la trama GAL y en otras turbiedades de los terroristas de extrema derecha –estos sí asesinaban de verdad, no en el guiñol. En 1983, durante su último año como policía, Moreno Chamarro falseó las pruebas que llevaron a un hombre con discapacidad mental a ser condenado a doce años de cárcel por intento de homicidio, al hacer constar que el único testigo de los hechos lo había reconocido sin atisbo de dudas, cuando en todo momento del reconocimiento el testigo señaló no estar seguro. Ya como juez, desde la Audiencia Nacional archivó tras seis años de instrucción la causa contra los vuelos ilegales de la CIA con destino a Guantánamo. Otrosí, instruyó (es un decir) la muerte del español Baby Hamday Buyema en noviembre de 2010 durante los disturbios en el ‘campamento de la Dignidad’ de El-Aaiún. Por éste su (no) trabajo fue denunciado por la Liga Española Pro Derechos Humanos por “falta de interés y celo en la investigación”.
¿Un guiñol terrorista o, al menos violento? Infame acusación cuando los programas infantiles de televisión emiten un promedio de 20 escenas de violencia por hora, lo que significa que, entre los 4 y 10 años, la memoria visual de un chico habrá acumulado más de 85.000 actos violentos. La (in) justicia española bien podía y debía haber empapelado a los directivos de esas televisiones pero no, se cebó en unos humildes trabajadores de la cultura.
La Inquisición tardía
No obstante las guiñolescas citas de los años 1764 y 2016, conste en acta que la animadversión contra los teatrillos de hilos es sólo una faceta de un amplísimo odio contra el arte. En este campo, la censura eclesiástica, habitualmente inmisericorde, alcanzaba la psicopatía sádica cuando pasaba a manos de la Inquisición. Fundada en 1478 por los píos y bárbaros Reyes Católicos como órgano mixto estatal-eclesial, este dizque ‘tribunal’ –repetimos, estatal primero y clerical después- sólo fue abolido en 1834; trescientos cincuenta años de carnicero poderío han causado un trauma al pueblo español del que todavía no se han recuperado ni esos mangantes que siguen aferrados a sus palios y confesionarios ni, en la oposición, muchos de sus trabajadores –por ejemplo, que se lo pregunten a los actuales artistas de los autómatas y los guiñoles.
Todo esto lo sabe quien lo quiere saber. Por ello, hoy nos vamos a centrar en la represión cotidiana contra el arte, fuera éste oficial fuera popular. Decimos cotidiana porque no hubo resistencia en las calles salvo cuando la opresión obligaba a confinarse a los réprobos y resistir hasta el suicidio -hubo pocas algaradas y muchas Numancias. Lo primero que queremos subrayar de esta inicua dominación es su minuciosidad:
“Assi mesmo se prohiben todas y qualesquier imagenes, retractos, figuras, monedas, empresas, invenciones, mascaras, representaciones y medallas, en qualquier materia que esten estampadas, pintadas, debuxadas, labradas, texidas, figuradas o hechas, que sean en irrision de los sanctos yen desacato e irreverencia suya y de sus imágenes y reliquias o milagros, habito, profession o vida. Y assi mesmo, las que fueren en desacato de la sancta Sede Apostolica, de los Romanos Pontífices, cardenales y obispos y de su estado, orden, dignidad y autoridad, claves y poderio espiritual.” (Santo Oficio, Regla 12 del Índice de Libros Prohibidos)
Aquel despotismo se inmiscuyó incluso en la devoción popular:
“Se me dio aviso que en la capilla de la Palma del barrio de la Viña havía una devota imagen de un crucifixo, el que solia salir en procesión por las calles de dicho barrio. Y con el motibo de no haverlo sacado aquel año, algunos vecinos dixeron que ¿por que no sacaban el Santo Christo de las tetas? Assi lo intitulaban por el defecto de tener los pechos muy abultados” (alegato del comisario Pedro Sánchez Manuel Bernal, dirigido al Inquisidor General Rubín de Ceballos, 1778; en Gacto, op.cit.) Huelga añadir que el citado comisario inquisitorial ordenó que se le quitaran las tetas al Cristo, operación que se llevó a cabo no sabemos si con escofina, escoplo o simplemente martillo.
La Inquisición puso especial empeño en aplastar toda señal de ingeniosidad mecánica, incluyendo sus autómatas más elementales –y populares. Si, dentro de sus modestas aspiraciones, éstos se reían del olimpo y del santoral católicos, eran anatema. Y más si empleaban su ingenio con materiales pobres:
“Nuevamente han sido halladas en esta ciudad de Sevilla y en la de Cadiz, y traydas ante Nos diversas imagenes de Nuestro Sr. Jesu Christo, de Ntra Sra la Virgen María, y de los santos, impropia y rudamente formadas y engastadas en vil materia de cascaras de nuezes. Y assimisíno otras de nuestro Redemptor Crucificado en su Espiracion acompañado de su Santissima Madre la Virgen Maria, San Juan Evangelista, y Sta María Magdalena y Longinos introducidas en un caxon basto y con secretos gonzes para moverlas con acciones impropias e indecentes a los afectos dolorosos de aquel passo” (edicto publicado en Cádiz, 1726)
Como era de prever, el odio inquisitorial llegó incluso al amor. Incluso las manifestaciones más sencillas del cortejo fueron prohibidas:
“En 1793, el Tribunal de Logroño, que ordenó recoger por provocativos ad lividinem unos pañuelos que un arriero iba vendiendo a las mozas de los pueblos, en el centro de los cuales había un letrero que decía Viva el amor, «y en los extremos al pie de quatro corazones contienen la siguiente letrilla: Corazón de mi alma, anda ve y dile, al dueño que yo adoro, que no me olvide» (Gacto, 23)
Y el supremo odio se volvió interclasista cuando, en tiempos de la Ilustración (europea), hasta la nobleza se hartó de los privilegios del clero, su estamento competidor:
“Fueron procesados aristócratas como cierto marqués de Bogaraya y su cuñado el conde de Clavijo, que tuvieron que hacer frente desde la cárcel como sospechosos de ateísmo, entre otros muchos cargos, al de haber exhibido entre sus amistades «un retrato de unos 10 dedos de largo y seis de ancho de papel de marca o cartoncillo donde aparecian divujados y pintados un religioso enfermo en cama, y a la cavecera de ella una monja haciendole visita, pero habiendo mobido cierto resorte que tenia el retrato, aparecio la monja tocando las partes pudendas del religioso enfermo en su cama, y soltando el resorte, se bolbio a quedar la estampa en la misma positura que antes» (ibid: 26-27)
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