Buñuel, notas sobre el anarquismo
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez. LQSomos.
“El último suspiro”, las memorias de Luis Buñuel contadas al guionista Jean Claude Carriérre, fruto de dieciocho años de trabajo y amistad entre ambos. Juntos hicieron seis obras maestras del cine: Diario de una camarera, Belle de jour, La Vía Láctea, El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad y Ese oscuro objeto del deseo.
El libro nació espontáneamente de sus entrevistas en España y México durante los intervalos de las sesiones de trabajo; el uno evocando sus recuerdos y el otro recogiendo las palabras del amigo y anotándolas.
Mi Último suspiro recoge la voz y las propias palabras de Luis Buñuel, y nos da una particular visión del genial cineasta y de su mundo más personal. En el cuenta algunos detalles sobre su relación con el anarquismo, hacia el que tuvo una posición más bien ambivalente:
1) “Sacco y Vanzetti acababa de ser asesinados en los Estados Unidos. Conmoción en todo el mundo. Durante toda la noche, los manifestantes se hicieron dueños de Paris. Yo fui a l´Etoile con uno de los electricistas de la película (L´Age d´Or) y allí vi a unos hombres apagar la llama del soldado desconocido meándose en ella. Se rompían escaparates, todo parecía estar en efervescencia. La actriz inglesa que interpretaba la película me dijo que habían tiroteado el vestíbulo de su hotel. El Boulevard Sebastopol fue especialmente castigado. Diez días después, aún se detenía a sospechosos de saqueo” (p. 91).
2). “Yo hablo de la Banda de Bonnot, a la que adoraba, de Ascaso y de Durruti que elegían a sus víctimas cuidadosamente, de los anarquistas franceses de finales del siglo XIX, de todos los que quisieron dinamitar un mundo que les parecía indigno de subsistir, volando con él. A esos los comprendo y, muchas veces los admiro. Pero ocurre que entre mi imaginación y mi realidad media un profundo foso, como le ocurre a la mayoría de la gente. Yo no soy ni he sido nunca un hombre de acción, de los que ponen bombas y, aunque a veces me sentía identificado con esos hombres, nunca fui capaz de imitarlos” (p. 123).
3). “Durante la guerra civil, cuando las tropas republicanas, con la ayuda de la columna anarquista de Durruti, entraron en el pueblo de Quinto, mi amigo Mantecón, gobernador de Aragón, encontró una ficha con mi nombre en los archivos de la guerra civil. En ella se me describía como un depravado, un morfinómano abyecto y, sobre todo, como autor de Las Hurdes, película abominable, verdadero crimen de lesa patria. Si se me encontraba, debía ser entregado inmediatamente a las autoridades falangistas y mi suerte estaría echada” (p. 138).
4). “Me gustó El tesoro de Sierra Madre, de John Huston (basada en la obra homónima de B. Traven), que se rodó muy cerca de San José de Purúa. Huston es un gran director y un personaje muy exuberante. Si Nazarín fue presentado en Cannes, se debió en gran parte a él. Habiendo visto la película en México, se pasó toda la mañana telefoneando a Europa. No lo he olvidado” (p. 219).
5). También cuenta que en 1933 estuvo ocupado en el proyecto de rodar en Rusia una adaptación de “Las cuevas del Vaticano”, proyecto por el cual se entrevistó con su autor, André Gide, y pero que este le dijo que estaba muy halagado por atención del gobierno soviético pero que él no sabía nada de cine, y que al poco tiempo se cerró de un día para otro (p. 136).
Mi último suspiro. Luis Buñuel.
ISBN: 9788430619870. Editorial Taurus
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