Curros Enríquez, poeta maldito
Arturo del Villar*. LQS. Abril 2020
La acusación del obispo consideraba que Aires da miña terra contenía “proposiciones heréticas, blasfemas, escandalosas y algunas que merecen otra censura”
Desde que Paul Verlaine publicó en 1884 el ensayo Les Poètes maudits se ha aplicado el calificativo a otros líricos distintos de los seis estudiados en el volumen, entre ellos su autor, cinco hombres y una mujer, franceses contemporáneos. De haber incluido a líricos de otros idiomas, Verlaine (1844—1896) hubiera elegido a su coetáneo Manuel Curros Enríquez (1851—1908), maldecido y perseguido por un fanático obispo trabucaire, deseoso de exterminar totalmente sus poemas en el fuego purificador, a ser posible acompañados por el que los había escrito.
Vamos a recordar únicamente los dos poemarios publicados por Curros, ya que su vida siempre al servicio de la República Española, tiene tantos acontecimientos reseñables que supera la extensión permitida en un simple ar-tículo. Comprobemos por qué se le puede calificar de poeta maldito.
Aclaremos, ante todo, el concepto de maldito, según la cuarta acepción definida en el Diccionario de la lengua española publicado por la Real Academia: “Que va contra las normas establecidas, especialmente en el mundo literario y artístico.” Eso fue lo que hizo Curros, ir contra las normas establecidas por la Iglesia catolicorromana, porque le parecían contrarias al verdadero mensaje evangélico predicado por Jesucristo.
Nacido en Celanova (Ourense), como tantos otros gallegos se vio obligado a emigrar en busca de fortuna, y a sus 15 años se instaló en Madrid, en donde fue acogido por un paisano que fiaba en sus dotes, desempeñó diversos trabajos, y se afilió al Partido Republicano Federal. Y lo mismo que tantos otros conspiradores tuvo que exiliarse en Londres en donde también tuvo la suerte de hallar protección en un pastor anglicano.
De vuelta a Madrid trabajó en periódicos, lo que le permitió el 11 de febrero de 1873 asistir, desde la tribuna del público en el Congreso de los Diputados, a la proclamación de la República con enorme alegría. Pero también estaba allí el 3 de enero del año siguiente, para comprobar con enorme tristeza su aniquilamiento por la intervención militar.
Poeta premiado y condenado
Las colaboraciones periodísticas sabemos que ni son seguras ni están bien remuneradas, de modo que su situación económica era precaria. Para mejorarla se presentó a un concurso poético organizado en Ourense, que ofrecía dos mil reales a los tres mejores poemas que cantasen una tradición, una costumbre y un tipo popular de Galicia.
Apremiado por la necesidad, Curros compuso y envió los poemas “”, “Unha boda en Einibó” y “O gueiteiro” (“La Virgen del Cristal”, “Una boda en Einibó” y “El gaitero”). Es poco conocido el lugar de Einibó, de muy escasa población, en el concello de Celanova, pero al poeta le gustaba. El 24 de febrero de 1877 recibió la noticia de que el jurado le había concedido el premio. A sus 25 años se convirtió en un poeta gallego laureado, y ya que en Madrid no prosperaba, buscó trabajo en su tierra y lo consiguió en 1878, en la Intervención de la Administración Económica de Ourense. No podía imaginar lo que le esperaba allí.
Puesto que era un poeta premiado en lengua gallega, se le ocurrió solicitar una subvención a la Diputación de Ourense para publicar un libro de versos que pensaba titular Aires da miña terra, estos es, Aires de mi tierra en castellano. Se la concedieron, y logró la autorización del Gobierno Civil para editarlo, ya que no se encontró nada censurable en el contenido, por ser una declaración de amor a la tierra gallega.
Apareció el volumen en 1880 con veintiún poemas. El autor novel tenía 28 años. El día 22 de junio el obispo de Ourense envió un oficio al gobernador civil de la provincia, denunciando el poemario por atacar y ridiculizar varios dogmas de la Iglesia catolicorromana. El gobernador remitió la denuncia al fiscal, quien ordenó secuestrar los ejemplares existentes, deshacer los moldes en la imprenta, y procesar al autor.
El día 28 el Boletín Eclesiástico de aquella diócesis ultramontana publicó un edicto del obispo en el que reprobaba y condenaba el libro, prohibía su lectura y retención, mandaba que quienes tuvieran algún ejemplar lo entregasen a sus párrocos, y ordenaba que el edicto fuese leído en todas las iglesias el domingo siguiente. Es preferible olvidar el nombre de semejante inquisidor, que no aceptaba la abolición del Tribunal del Santo Oficio.
Vista la causa, el 4 de agosto dictó sentencia el juez de Primera Instancia de Ourense, quien condenó a Curros a dos años, cuatro meses y un día de prisión correccional, y multa de 250 pesetas, más el pago de las costas, además de ordenar la destrucción de los ejemplares secuestrados. Parecía un tribunal eclesiástico, y de hecho lo era.
Apeló el condenado ante la Audiencia Territorial de A Coruña, donde se vio el recurso los días 4 y 5 de marzo de 1881. El nuevo fallo revocó la sentencia anterior, absolviendo a Curros del delito que se le imputaba, y eximiéndole del pago de las costas, a la vez que mandaba devolver al editor los ejemplares secuestrados, lo que no pudo hacerse al haber sido destruidos en acatamiento de la anterior sentencia.
La censura inquisitorial
La acusación del obispo consideraba que Aires da miña terra contenía “pro-posiciones heréticas, blasfemas, escandalosas y algunas que merecen otra censura”. Especialmente dos poemas le resultaban condenables al obispo, los titulados “A igrexa fría” y “Mirando ó chau”.
Sigo la edición de Obras completas de Curros preparada por Carlos Casares y publicada en Madrid en 1979. La traducción de los versos es mía.
El primero, (“La iglesia fría”), es un romance de versos desiguales, que alude al derecho de amparo que tenían antiguamente los templos, de forma que el criminal acogido a sus muros no podía ser detenido. Mientras los frailes mandaban quemar en la hoguera a los acusados de herejía por discutir los dogmas de la Iglesia romana, se aferraban a la defensa de su derecho de amparo a los más horrendos criminales, salteadores de caminos que llegaban con el cuchillo manchado por la sangre de pobres viajeros. Eran los que lan-zaban excomuniones contra personajes como Colón o Galileo, pero protegían a delincuentes por aferrarse a un derecho consuetudinario. Al poeta sólo se le ocurre exclamar “¡Qué tempos!” ante esas evocaciones.
“Mirando ó chau” (“Mirando al suelo”), es un romance de 204 versos hexasílabos. Narra la extrañeza de Dios al comprobar qué pocas personas llegan al cielo, por lo que decide ponerse a observar personalmente lo que pasa en la Tierra. Lo primero que ve es al papa sentado en su majestuoso solio, vestido ostentosamente, recogiendo los óbolos de los creyentes y condenando a muerte a los discrepantes con sus dogmas, escena que hace a Dios decir en-tre dientes: “¡Bah, bah!… Si tu es Petrus, / que o demo me leve”, o sea, “que el demonio me lleve”, expresión que dicha por Dios suena ciertamente extraña, puesto que irá al infierno.
Después contempla a un juez en el momento de condenar a muerte a un reo, y dice Dios entre dientes: “Si che esto é xusticia, / que o demo me leve.” Ve a continuación a un grupo de misérrimos labriegos que parecen fantasmas, hambrientos, trabajando sin descanso sobre una tierra que no es suya, por la que tienen que pagar la mitad del fruto recogido al terrateniente, y la otra mitad al Estado, y entonces “¡Qué leis nin qué raios! / (Dios dixo entre dentes). / Si valen tres pitos, / que o demo me leve.” Observa más tarde cómo en el mundo no se premia la virtud, sino el vicio, y dice Dios: “Si che outra vin nunca, / que o demo me leve.” Finalmente, una visión global de la degradación extendida por todo el mundo hace comprender a Dios por qué el infierno crece, lo que le obliga a regresar al cielo diciendo entre dientes: “Si eu fixen tal mundo, / que o demo me leve” (“Si yo hice tal mundo, / que el demonio me lleve”).
Estos dos poemas son los que más asustaron al obispo, sobre todo el que hace repetir tantas veces a Dios que se lo llevase el demonio, al comprobar por sí mismo lo mal que marcha todo en este mundo. Nótese que Curros satirizaba a la jerarquía eclesiástica, empezando por el papado, causante de la corrupción general, porque si quien debe dar buen ejemplo está corrompido, no se puede esperar que la humanidad practique las enseñanzas de Jesucristo. La burla no se dirige a la religión, sino a sus falsificadores.
Contra los ídolos romanistas
Otros poemas contienen asimismo críticas a diversos asuntos de índole reli-giosa, tanto en la primera edición como en las ampliaciones posteriores. Debe advertirse que las censuras se dirigen exclusivamente a las tergiversaciones del mensaje cristiano hechas por la Iglesia catolicorromana, y nunca atacan las ideas religiosas. Así, en el soneto “Pelegrinos, a Roma” (“Peregrinos, a Roma”), se expone que Dios destruye el Vaticano, harto de las falsedades del papado. Otro soneto, “Diante unha imaxe de Íñigo de Loyola” (“Ante una imagen de Íñigo de Loyola”), llama al fundador de la Compañía de Jesús “parásito trunfante” engendrado por el demonio, y en los tercetos lo apostrofa de esta manera acusadora:
Mais, ¿qué fas nese altar roubando preces,
xenio da intolerancia soberano,
ti que tan sólo maldiciós mereces?
¿Ti, que trocache a Cristo nun tirano,
ós saiós i ós verdugos en xueces,
i en fouce a Dios do pensamento humano? (1).
El culto desaforado a los millones de figuras de la Virgen María que postula el catolicismo romano,y las procesiones con las imágenes supuestamente milagrosas rodeadas de curas y frailes, son suplantados por una locomotora, símbolo del progreso humano que vence al oscurantismo de los clérigos, en el poema “Na chegada a Ourense da primeira locomotora” (“En la llegada a Ou-rense de la primera locomotora”). He aquí dos de sus estrofas:
Velahí ven, velahí ven tan houpada,
tan milagrosiña, con paso tan meigo,
que parece unha Nosa Señora,
unha Nosa Señora de ferro.
Tras dela non veñen
abades nin cregos;
mais ven a fartura
¡i a luz i o progreso! (2).
Un divertido poema, “O vento” (“El viento”), explica que el cura de su pueblo, que ya se dijo era Celanova, le había criticado ferozmente desde el púlpito, con la fuerza que le inspiraba el Espíritu Santo, y añade que debía tener razón en sus improperios, porque al pasar por su lado la barragana del clérigo le hizo la higa y le maldijo. Es que el poeta se hallaba en pecado mortal por sus versos, mientras que el cura no se molestaba en guardar su voto de castidad, y a buen seguro tampoco los otros dos, como tampoco lo hacen quienes sacian su lujuria en los pobres monaguillos.
Burla del fanatismo
Dedicado a Castelar, el poema titulado “Tangaraños” se refiere a los niños así denominados por estar supuestamente embrujados. Las madres se los ofrecen a san Benito de Coba de Lobo, rogándole que los sane. Pero Curros invoca a Castelar, al que define como “Verbo ardente da gran Democracia, / novo Cristo dos pobos escravos”, y le ruega que haga el milagro de transformar en hombres de bien a los jóvenes españoles, porque parecía que es-taban embrujados.
Conviene hacer aquí un inciso para advertir que Curros modificó poste-riormente su opinión sobre Castelar. Lo hizo obligado por los bandazos políticos que daba el antiguo presidente del Poder Ejecutivo de la República en 1873, el mismo que en un memorable y esperpéntico discurso, pronunciado el 7 de febrero de 1888, aceptó lo que llamó el posibilismo monárquico. Ese concepto motivó que su partido fuese denominado posibilista, y que todos los republicanos sinceros rompiesen cualquier relación con él, por considerar imposible para un republicano aceptar la monarquía.
En los artículos de la serie “Hijos ilustres de Galicia”, publicados en su pe-riódico La Tierra Gallega, dedicó uno a evocar la figura del poeta Alfredo Vicenti, republicano inicialmente seguidor de Castelar. Alabó Curros su decisión de abandonar al presunto gran orador, como consecuencia de su “vergonzoso pacto con la monarquía”, y se felicitó de que Vicenti hubiera continuado manteniendo sus ideales en “el campo democrático, donde permanecen tan enemigos hoy como ayer de la realeza los partidarios del republicanismo histórico”, entre los que él mismo se encontraba (3).
Un convento sacrílego
Tras este inciso volvemos a los poemas de temática religiosa en Aires da miña terra. Un largo poema satírico, “No convento” (“En el convento”), relata su visita a la iglesia de un convento, a la que dice entrar pese a estar excomulgado, cosa que no le preocupa. En cambio, le disgusta ver los altares lle-nos de imágenes “De asesinos, ladrós e cabecillas”, de cristos a los que dicen que les crece el pelo o de vírgenes que supuestamente lloran, según los clé-rigos que se lucran con ellas, en un beneficioso sacrilegio.
Termina el poema haciendo una invocación al demonio, al que compara con el general Pavía, y le invita a vivir en el mundo, para que colabore en la destrucción de los partidos monárquicos que han entregado la patria a los bandidos. Le asegura que podrá vivir bien, porque obtendrá una embajada o una alcaldía nada más que con hacer una cortesía a la Regencia, y Sagasta le dará lo que le pida. Y no debe inquietarse por robar abundantemente, porque con ir a Roma a visitar al papa recibirá el perdón de los pecados y hasta un título de duque si lo paga.
Prosigue el menosprecio de los integrantes de la Iglesia romana en el poema “O Ciprianillo”, que es el nombre abreviado con el que se conocía el Libro de san Ciprián, un tratado de magia que servía supuestamente para descubrir tesoros enterrados. Parece ser que tuvo mucha aceptación entre los campesinos gallegos hasta hace poco. Escrito en estrofas manriqueñas, se dirige a un labriego que perdió su hacienda en la búsqueda de tesoros de acuerdo a las instrucciones del libro. Pero le dice Curros que la culpa de su ruina no es suya, sino del Gobierno, y del obispo que permite la circulación de ese tratado, en tanto condena sus versos:
Mais os fados teus adversos
outros foran si o mitrado,
por seu brillo,
como condena os meus versos,
condenara ó condanado
Ciprianillo (4).
Finaliza aconsejándole que ,en vez de perder el tiempo y el dinero con la lectura de majaderías, lea a los escritores gallegos, y en sus páginas encontrará el verdadero tesoro. La poesía de Curros quiso educar a un pueblo fanatizado por la predicación de unos curas tan ignorantes como malvados.
El sainete del mundo
Manuel Curros Enríquez no fue un poeta prolífico. A pesar del éxito logrado con Aires da miña terra, editado, como queda dicho, en 1880, dejó pasar ocho años sin publicar otro libro de versos. Es verdad que las reediciones del primero salieron ampliadas, pero no tanto como para explicar ese largo paréntesis. Lo importante es que en 1888 se imprimió en A Coruña su segundo poemario gallego, O divino sainete, esto es, El divino sainete. El autor tenía 36 años.
El título hace referencia a la obra de Dante, que él tituló solamente Commedia, aunque la exageración devota de sus lectores ha hecho que sea conocida como Divina comedia. Para Curros el mundo no es una comedia, sino un sainete, al que considera divino porque reconoce la intervención de Dios sobre él, pero sainete debido a la manipulación de la Iglesia catolicorromana que afirma ser su representante en la Tierra, sin ninguna prueba, y falsea el mensaje evangélico para su beneficio.
O divino sainete consta de una introducción y ocho cantos, escritos en tríadas, versos octosilábicos que riman en consonante el primero y el tercero, dejando libre el segundo. Son menos arquitectónicos que los tercetos solemnes de la Divina comedia, porque su intención es censurar divirtiendo al lector, y precisamente por ello resultan más fáciles de leer y de recordar.
Y puesto que sigue al modelo clásico, se hace guiar en su viaje por un poeta, que no es el romano Virgilio, naturalmente, sino el gallego Francisco Añón, “o vello mestre”, le llama, por sus comunes ideas progresistas y anticlericales, además de coincidir también en los trabajos periodísticos y en la necesidad de exiliarse para evitar la cárcel. Su viaje no conduce a las esferas ultraterrenales, sino al Vaticano, y lo realizan en un tren de siete vagones, en representación de los siete pecados capitales definidos por la Iglesia catolicorromana. Unos pecados que cometen los ministros de esa misma Iglesia, pero ellos tienen bula para pecar y perdonarse.
Contra las supersticiones
Recuerda Curros las creencias de sus paisanos en las brujas y en la santa compaña, que si no es un pecado capital se le parece mucho, y también alude a sus enemigos políticos. Así, en el canto IV los dos viajeros se introducen en un vagón aparentemente muy religioso, porque hombres y mujeres están cantando la letanía de la Virgen. Es lo que supone Curros, pero su guía le explica que son carlistas vencidos, y añade:
Dalles en vez de rosarios
fusís, e témelles menos
ós lobos máis sanguinarios.
Seus rezos sonche disfraces;
repara ben no que dicen,
verás do que son capaces (5).
El tren llega a Italia, y Curros entona un canto a la gran nación, patria de Dante y Galileo, pero “triste cautiva” del papado, que lleva a la hoguera a grandes personajes como Giordano Bruno. El poeta guía le impone silencio, al advertirle que en aquellos tiempos se toleraban los cantos de los ciegos, pero no los de la libertad.
En el canto V se ridiculiza la venta de bulas e indulgencias, y se satiriza la lujuria de beatos y beatas, escondida bajo la apariencia de un falso misticismo. En el VI se burla del jubileo organizado por el papa, en el que se perdonaban, y se siguen perdonando todavía en el siglo XXI, los mayores crímenes, siempre que se pague la ofrenda correspondiente al templo.
Como buscasen en el VII alojamiento sin conseguirlo, por carecer de dinero, pese a viajar como peregrinos, Curros escribe que sería distinto si llevasen una cesta llena de dinero. El afán de riquezas por parte de los ministros de la Iglesia catolicorromana le inspira este pensamiento: “A Igrexa e a langostra, / alí onde cai, todo o arrasa” (“La Iglesia y la langosta, / donde cae, todo lo arrasa”).
Se oye un canto melodioso, pero Curros se encoleriza al saber que lo entonan los castrados, esos muchachos a los que la Iglesia sacrificaba para su placer. Dice que en la Iglesia catolicorromana las muchachas pierden la virginidad y los muchachos la virilidad. Se escucha entonces el himno de alabanza al papa, Tu es Petrus, y el poeta estalla en un grito de cólera:
–¡Non! –berréi, fervendo en ira,
encarándome co Papa–.
¡O que che din é mentira!
¡Quen do vilipendio humano
vive, non é Pedro, é Xudas;
non é Cristo, é Diocleciano! (6).
El canto VIII fustiga la opulencia derrochadora de la corte papal, y evoca a los pobres, a quienes dijo Jesucristo que él predicaba exclusivamente, no a los ricos. La Iglesia catolicorromana ha tergiversado el evangelio cristiano. Los objetos del culto son joyas valiosísimas, que podrían aliviar el hambre de muchos menesterosos.
Las iglesias son saqueadas para remitir sus joyas a Roma, donde gobierna el paparey sus estados como cualquier soberano temporal. Esas joyas no son vendidas para repartir el dinero obtenido entre los menesterosos, como recomendó hacer Jesucristo, sino que sirven para mantener el boato del papa y sus cardenales, para pagar los sueldos de los mercenarios integrantes de su ejército, y todos los vicios presentes en Roma.
Una imprecación al papa
Concluye el poemario con la supuesta audiencia que el papa León XIII concede a los dos peregrinos líricos en sus habitaciones privadas, una escena muy imaginaria, por supuesto. Asisten a la comida del papa, pero como espectadores, no como invitados, y le observan bendecir las ostras y el vino añejo, porque el soberano de Roma es amigo de la buena mesa, como de todas las cosas buenas, algo muy lógico en un papa presuntamente amante de la bondad. Después Curros amonesta al papa con estas palabras:
–Perdóneme súa mercede
–dixen entón–; pero coido
que mentras a Santa Sede
os bens temporales ame
e insulte coa súa riqueza
ós que se morren de fame;
mentres o Papa, que o trono
das almas herdóu somentes,
queira ser do mundo dono,
i a pel do pascoal Carneiro
trocando en coraza, trate
de convertirse en guerreiro,
a obra papal será impía;
non de paz, de turbulencia;
non de orde, de tiranía (7).
Los peregrinos líricos regresaron a España, donde continuaron ocupándose de sus asuntos, y dice Curros en el verso final que después de lo visto ya no sentía ninguna duda. Lo que no aclara es qué dudaba antes, aunque puede su-ponerse que sería algo relacionado con materias religiosas. En el siglo XVI, cuando Lutero inició la reforma religiosa de la Iglesia cristiana, se decía: “Roma veduta, fede perduta”, y eso mismo le sucedió a Curros.
Coronado de laurel y plata
Con la publicación de O divino sainete el nombre de Curros se afianzó en los dos frentes opuestos en que lo habían colocado: para unos era el gran defensor de Galicia con sus excelentes versos, y para otros un réprobo blasfemo en sus coplas irreverentes. Los primeros le ofrecieron un ho-menaje el 27 de marzo de 1893, en el Teatro de la Comedia, en Madrid, con motivo de la inauguración del Centro Gallego en la capital del reino.
Fue un acto de afirmación galleguista, en el que se laureaba al poeta que sa-bía contar y cantar los problemas comunes, en versos gráciles en la forma, acerados en el contenido. Se le coronó con laurel y plata, y el homenajeado compuso un poema para la ocasión, en elogio de Galicia y las gentes que la han poblado, celtas, griegos y romanos. Lo tituló “Na apertura do Centro Ga-llego”. Reconoció que el pasado es heroico, aunque el presente es una acumu-lación de miserias que obligan a sus gentes a emigrar. Concluyó haciendo una pregunta a sus paisanos que él mismo responde:
Galegos, ¿queredes millora de estado?
¡Xuntáivos pra a nosa rexeneración! (8).
No parece que le hicieran mucho caso, porque está claro que no han mejorado gran cosa hasta ahora. Juntar todas las voluntades gallegas no resulta nada fácil, por más que lo aparenten. Claro que tampoco los españoles hemos mejorado de situación en este tiempo transcurrido.
Sobre el acto informó cumplidamente el periódico dirigido por Francisco Pi i Margall, El Nuevo Régimen, en su número 116, correspondiente al 1 de abril, página 293, con la reproducción del poema. Los republicanos federales sintieron el homenaje a su correligionario como algo propio, y por eso le reser-varon un lugar de honor en el semanario que les servía para comentar sus actividades y para intentar unir sus voluntades, otra pretensión inútil hasta ahora.
Notas:
1.- Página 110. “¿Qué haces en el altar robando preces, / genio de intolerancia soberano, / tú que tan sólo maldición mereces? // ¿Tú, que trocaste a Cristo en un tirano, / sayones y verdugos en los jueces, / y en hoz a Dios del pensamiento humano?”
2.- P. 114. “Mirad cómo viene, miradla arrogante, / tan milagrosita, con paso hechicero, / tal parece una Nuestra Señora, / una Nuestra Señora de hierro. // Tras de ella no vienen / abades ni clérigos; / vienen la abundancia, / ¡la luz y el progreso!”
3.- P. 1062.
4.- P. 137. “Pero tus hados adversos / fueran otros si el mitrado / por su brillo, / como condena mis versos / condenara el condenado / Ciprianillo.”
5.- Pp, 239 s. “Dales en vez de rosarios / fusiles, y teme menos / a los lobos sanguinarios. // Sus plegarias son disfraces; / atiende bien lo que dicen, / verás de qué son capaces:”
6.- P. 263: “–¡No! –grité, hirviendo en ira, / encarado con el Papa–. / Lo que dicen es mentira. // ¡Quien del vilipendio humano / vive, no es Pedro, es Judas; / no es Cristo, es Diocleciano!”
7.- P. 70. “Perdóneme su merced / -dije entonces-; pero creo / que mientras la Santa Sede / los bienes profanos ame / e insulte con su riqueza / a los que se mueren de hambre; / mientras el papa, que el trono / de las almas heredó, / quiera ser del mundo dueño, / y con la piel del Cordero / trocada en coraza, trate / de convertirse en guerrero, / la obra papal será impía; / no de paz, de turbulencia; / no de orden, de tiranía:”
8.- P. 298. “Gallegos, ¿queréis mejorar de estado? / ¡Juntaos, por nuestra regeneración!”
* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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