De aquellos tebeos de antaño a estos libros de hoy
Ángel Escarpa Sanz. LQSomos. Abril 2016
Los libros no siempre son una eficaz trinchera desde la que combatir la adversidad. Pero no deja de ser conmovedor pasar las yemas de los dedos sobre los lomos de esos preciosos volúmenes, esos incondicionales amigos que se alinean en los anaqueles de casa: Truman Capote, Max Aub, Tuñón de Lara, Thomas Mann, Malaparte, Brecht, Sinclair Lewis, Gerald Brenan, Muñoz Molina, Manuel Rivas, Azaña, Corpus Barga, Benedetti, Galeano, los Aldecoa, La balsa de piedra, Artxaga, El mundo es ancho y ajeno, Manuel Escorza, Miguel Torga, La mujer habitada, El beso de la mujer araña, Lorca, Casona; esa entrañable edición de Las ruinas de Palmira, de 1869, encuadernada en piel, artesanalmente. La Constitución de La República, de 1931, ya ajada por los ochentaicinco años que acumula sobre sus viejas páginas. Libros de Ruedo Ibérico, de Galdós (editados en vida de éste); entrañables volúmenes de Eduardo Blanco-Amor y de Baroja que me acompañaron en tiempo de persecuciones, de luchas callejeras en el País por la conquista de las libertades, -tantas de ellas ahora en riesgo-. Camus, Sartre, Rosalía, J. Llamazares, Vasili Grossman Doris Lessing, El Danubio, Don Camilo, Pedro Páramo, El Estado y la Revolución. Libros de Mao, de Engels, de Leguineche, de Luís Romero, de Umberto Eco, de Italo Calvino y de Rosa Regás; todos reconciliados ahí por el tiempo, que va amarilleando sus páginas.
Me viene a la memoria ahora el título de uno de aquellos libros que vendía “de tapadillo” en el Rastro madrileño, en los sesenta: Una casa no es un hogar. Si bien una casa no siempre es un hogar; un hogar sin libros se me antoja una casa sin ventanas, sin agua, sin luz; sin una planta mínima que nos recuerde el monte ¿Qué es una casa sin esa veintena de libros que nos hicieron un poco más amable el camino hasta aquí, qué nos ayudaron a entender un poco más este endiablado mundo y que pusieron una nota de color donde no la había, allí donde ni siquiera hubo música?
Al final ellos entraron en Madrid, pero antes hubieron de vencer la gran tenacidad con que se defendió la ciudad: nos cuentan que, con los libros de su biblioteca, se armó una barricada en la Facultad de Filosofía.
No se borrarán jamás, mientras vivamos, de nuestras retinas aquellas imágenes de la tropa golpista quemando libros en las plazas chilenas, gesto ya repetido en la Alemania nazi y en la España franquista. Cuánta vida heroica contienen los poemas de ese Viento del pueblo; cuánta miseria en ese Lazarillo y en ese Oliver Twist; cuánta pasión contenida en ese El amante de lady Chatterley y cuánta belleza entre las páginas de esos libros de Machado, Bécquer y Kipling.
Le regalo un libro a un conocido y, tras considerarlo, lo toma y me dice: “Bueno…El saber no ocupa lugar.”
Benditos aquellos tebeos de los años cuarenta y cincuenta; aquellas novelas “de tiros”, leídas a escondidas en el retrete; aquel P.C. Wren y aquel Julio Verne, que me condujeron hasta este hermoso Memorias de Adriano y a ese otro volumen de cuentos de Cortázar; al compromiso político y a la sensibilidad hacia aquellos que ni siquiera alcanzaré a conocer un día.
-Niño, deja los tebeos y ayúdame a quitar los bichos de las lentejas.