Del Aquarius al Open Arms: Quo vadis, Pedro?

Del Aquarius al Open Arms: Quo vadis, Pedro?
Ilustración de Yasser Ameur

Carlos Olalla*. LQS. Agosto 2019

Mal va una sociedad que hace de los problemas institucionales (la acogida a las personas refugiadas) problemas personales (que quienes defienden sus derechos las metan en su casa) Al pagar nuestros impuestos ya los estamos metiendo en nuestras casas, porque pagamos nuestros impuestos para que el Estado pueda darles la acogida a la que tienen derecho, la sanidad a la que tienen derecho y la educación a la que también tienen derecho

¿Qué ha ocurrido para que Pedro Sánchez haya pasado en apenas doce meses de dar un paso al frente salvando las vidas de las 630 personas que habían sido rescatadas por el Aquarius a ser tan o más inhumano que el fascista Matteo Salvini con los refugiados y solicitantes de asilo? ¿Cómo es posible cambiar tanto en tan poco tiempo? ¿Qué le ha hecho pasar de salvar vidas a provocar muertes en tan solo doce meses? ¿Qué queda de los valores que decía defender entonces? ¿Existieron? ¿Eran reales? ¿Era solo un gesto político para aparentar ser una persona sensible, valiente y comprometida con los derechos humanos? ¿Fue solo una mentira, una más de las innumerables que ha dicho? ¿Quién es de verdad Pedro Sánchez, un político para el que vale más un voto que una vida?

Quo vadis en latín significa adónde vas y, según la tradición cristiana, otro Pedro, San Pedro, al ver la persecución que Nerón estaba ejerciendo sobre los cristianos, se asustó y huyó de Roma. Pero, en la Vía Apia, se encontró de cara con Jesús que llevaba una cruz a su espalda. Pedro le preguntó “Quo vadis, Domine”? (¿adónde vas, Señor?) y Jesús le respondió: “Romam vado iterum crucifigi” (Voy a Roma para que me crucifiquen de nuevo”)Viendo lo que hace hoy Pedro Sánchez con los refugiados, con las personas que huyen del horror y la muerte que asola su patria jugándose la vida en una patera para llegar a esta Europa que les niega y persigue, no he podido dejar de recordar esa imagen de San Pedro huyendo de su responsabilidad, de su deber y encontrándose con Jesús, con estos nuevos Cristos crucificados que se juegan la vida en una patera, diciéndole que van a Europa para ser crucificados de nuevo. San Pedro reaccionó y regresó a Roma para cumplir con su deber. Confiemos en que este otro Pedro regrese de este viaje a ninguna parte que ha emprendido cegado por la ambición o el miedo y, viendo el dolor y el sufrimiento que está causando a las personas que buscan refugio, afronte su responsabilidad defendiendo los derechos de estas personas y la legalidad internacional.

Es descorazonador y preocupante ver que, cuando alguien alza su voz para defender a esas personas, para exigir que se respeten los derechos humanos y la vida humana en definitiva, surgen otras voces defendiendo con orgullo el odio, la ignorancia y la barbarie. Richard Gere, Penélope Cruz o Javier Bardem han tenido que ver como su gesto humanitario hacia el Open Arms era inmediatamente tildado de oportunista y demagógico por personas que ni les conocen ni saben lo que hacen o dejan de hacer, personas que creen haber encontrado el argumento infalible diciendo que si son tan solidarios que metan a los refugiados en sus casas. Lo que hay detrás de este argumento, entre otras muchas cosas, es un profundo y ancestral malentendido de personas que creen que a los refugiados hay que darles caridad y que tener éxito profesional o dinero es incompatible con ser socialmente sensible o políticamente comprometido. Vayamos por partes:

los mal llamados refugiados, porque precisamente lo que hacemos aquí es negarles el refugio al que tienen derecho de acuerdo con la legislación internacional y los convenios que nuestro país tiene firmados, no buscan ni necesitan caridad, lo que necesitan y exigen es justicia. La mayor parte de los problemas que tienen en sus países de origen (corrupción, guerras, hambre, miseria, etc.) los hemos provocado nosotros y nuestro modo de vida que se sustenta, precisamente, en la explotación injusta de sus recursos naturales o en una posición dominante en los mercados que imposibilita su desarrollo económico. Ese concepto tan injusto y falaz de que los pobres negritos son tontos o vagos es una herencia del paternalismo que nos ha dominado y domina desde hace décadas. Si algo demuestran los que consiguen llegar hasta aquí es que son perfectamente capaces para sobrevivir a las dificultades más extremas que nosotros, en nuestra cómoda Europa, no podemos ni siquiera imaginar. Mientras no solucionemos las verdaderas causas de los problemas de sus países esas personas seguirán viniendo porque no les queda otra alternativa. Nadie se juega la vida por capricho. Es la necesidad la que te empuja y obliga a hacerlo. No entenderlo es desconocer la realidad. Basta con hablar con cualquiera de las personas que han llegado de fuera para entender por lo que han tenido que pasar para llegar aquí. Sabemos que miles mueren cada año en el Mediterráneo porque las ONGs que rescatan vidas en él nos informan de ello, pero los gobiernos de esta Europa que ha renunciado a los valores que la fundaron nos esconden deliberadamente que son muchas más las personas que mueren abandonadas en el desierto por mafias que se alimentan de nuestras restricciones legales o por militares y policías de países de tránsito a los que les pagamos para que nos hagan el trabajo sucio.

Leer comentarios como que las personas rescatadas por esos barcos sean devueltas a “África” indica que no tienen ni idea de lo que están hablando. Las hay más informadas que justifican su argumentación diciendo que Túnez es un puerto seguro y que se ha ofrecido a acoger a esas personas. Desconocen, o deliberadamente callan, que Túnez puede ser un puerto seguro para los millones de turistas adinerados que van allí, pero no para personas migrantes que llegan sin dinero y que son tratadas como escoria. Las denuncias de abandono de personas migrantes indefensas en el desierto tunecino no son infrecuentes. Las personas que opinan todas estas cosas alegremente en redes sociales deberían aproximarse a la realidad, mirarla a la cara, hablar con ella, y descubrirían que lo que las personas migrantes no quieren es que nadie las lleve a su casa, sino tener su propia casa por la que están dispuestos a pagar el mismo dinero que los demás, conseguido con un trabajo en igualdad de condiciones que los demás. Que cada vez se escuchen o lean más argumentos xenófobos, paternalistas, aporofóbicos y racistas puede indicar que ahora, con el auge de la extrema derecha en todo el mundo, los fascistas de toda la vida se sienten hoy más cómodos y no se esconden o, lo que es más grave, que ese pensamiento está calando cada día más en nuestra sociedad y hemos llegado a no ser capaces de reconocer los valores que nos hacen ser seres humanos.

El segundo punto que suelen argumentar los fanáticos de la reacción es el de que las personas famosas o que tienen dinero no pueden ser de izquierdas. Que un obrero sea de derechas lo encuentran normal, pero que un rico sea de izquierdas no ¿Ganar dinero honradamente con tu esfuerzo y tu trabajo te pone obligatoriamente una venda en los ojos que te impide ver lo que está pasando a tu alrededor? La desigualdad, la injusticia y la violencia que asolan hoy el mundo solo no las ve quien no las quiere ver. Hay personas que, viéndolas, son capaces de ignorarlas y convencerse de que no van con ellas. En esos argumentos de la extrema derecha encuentran la justificación perfecta al egoísmo de su forma de actuar. Por eso los defienden. Y por eso atacan también con tanta agresividad a quien, tenga lo que tenga y sea quien sea, las denuncia, porque les recuerda que la desigualdad, la injusticia y la violencia siguen ahí, a nuestro alrededor y que son inherentes a nuestro sistema.

Mal va una sociedad que hace de los problemas institucionales (la acogida a las personas refugiadas) problemas personales (que quienes defienden sus derechos las metan en su casa) Al pagar nuestros impuestos ya los estamos metiendo en nuestras casas, porque pagamos nuestros impuestos para que el Estado pueda darles la acogida a la que tienen derecho, la sanidad a la que tienen derecho y la educación a la que también tienen derecho. Y mal va una sociedad que no considera a las personas migrantes como lo que realmente son: sujetos de derecho. Esas personas tienen sus derechos, no les estamos regalando nada, por mucho que les cueste entenderlo y más aún admitirlo a quienes defienden el ideario de la extrema derecha. Y mal, muy mal va una sociedad que considera ser bueno como un insulto y descalifica constantemente a quien defiende los derechos humanos llamándolo “buenista” o “humanitario” porque, pobrecito, no entiende el mundo en el que vive.

Si lo que hay detrás del genocidio que estamos cometiendo en el Mediterráneo es una disputa política entre los diferentes países de la Unión Europea, que se peleen y diriman sus diferencias en las diferentes instancias y tribunales de la Unión Europea, pero no en alta mar jugando con la vida de personas inocentes. Mientras no mantengamos al ser humano y los derechos humanos en el centro de nuestro pensamiento y nuestra acción, estaremos haciendo lo que San Pedro hizo hace dos mil años en Roma y Pedro Sánchez hace hoy en Madrid: huir y abandonar a su suerte a miles de inocentes. Que Italia o Malta se salten la legislación internacional no nos da derecho a saltárnosla a nosotros. Si el tratado de Dublín está provocando una situación injusta al permitir que los países del norte expulsen a esas personas a los países del sur por donde entraron en Europa, cambiemos ese tratado, pero no contribuyamos a que personas inocentes mueran a diario en el Mediterráneo. Si los antiguos países de la Europa del Este no permiten modificar ese tratado, negociemos con ellos hasta conseguir que acepten su modificación, pero no permitamos que miles de personas sigan muriendo por nuestra culpa en el Mediterráneo. Si las leyes y reglamentos europeos no obligan a los países miembros a acoger a personas refugiadas, negociemos o impongámosles sanciones hasta que entren en razón, pero no sigamos asesinando a personas inocentes en el Mediterráneo. Por muy altos que levantemos los muros, por mucho que cerremos los puertos o hundamos los barcos de las ONGs, esas personas seguirán viniendo y no resolveremos el problema en tanto no dejemos de verles como un problema, porque esas personas no son el problema. El problema somos nosotros, nuestro sistema económico y nuestra forma de vida que propicia la desigualdad, la injusticia, la violencia y el cambio climático.

El futuro que nos espera es extremadamente difícil y complicado, y más con la nueva crisis económica que ya asoma. Nos enfrentamos a nuevos retos y nuevos problemas que, además, como el cambio climático, vienen con el contador de tiempo incorporado. Es hora de buscar soluciones nuevas para los nuevos problemas. Las soluciones de antes ya no sirven. San Pedro regresó a Roma para asumir su responsabilidad y defender a los suyos. Le costó la vida, pero lo consiguió. El Pedro de hoy solo se juega su vida política pero ¿será capaz de asumir su responsabilidad? Quo vadis, Pedro?

– Ilustración de portada de Yasser Ameur, Argelia.
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