Del penúltimo lapsus de Casado al fracaso de Glasgow
Por Domingo Sanz. LQSomos.
Está triunfando en Internet un vídeo muy breve en el que aparece Casado hablando durante más tiempo del que le corresponde desde la tribuna del Congreso y entonces Batet, que no merece la presidencia que ostenta después de haber expulsado al “rastas” canario tras un calculado texto del Marchena también conocido como el juez que permite al PP controlar el Supremo por “la puerta de atrás”, le insta a que deje de hablar con el clásico “señor Casado, tiene usted que terminar su intervención”, lo que siempre desestabiliza un instante al advertido, por muy reincidente que sea.
Entonces Casado esprinta y comienza la mil veces repetida recta final en la que nos cuenta el paraíso que nos espera cuando el PP regrese al gobierno: “España no va bien con usted, pero España volverá a ir bien cuando lleguemos el Partido Popular a ro, a resolver la crisis y la quiebra que usted ha producido, como siempre”.
Mientras Casado no aclare en que palabra estaba pensando cuando quebró el verbo, cosa que podría pero que jamás hará, nosotros podemos pensar lo que nos parezca, con las mismas posibilidades de acertar que de fallar. Por tanto, analizaremos los detalles por si mejoramos el porcentaje.
Para empezar, hay un debate sobre si Casado dijo “ro” o “rob” antes de darse cuenta de que la estaba cagando, pero teniendo en cuenta que es el mismo líder que en julio de 2018 dijo que la corrupción es una “seña de identidad” del PP, que mucho nos hizo reír el Gran Wyoming cuando pensó en voz alta que Casado quería quitarle el puesto de humorista en El Intermedio, lo normal es que con “ro” o con “rob” lo que quisiera decir es que, cuando gane las próximas elecciones, el PP volverá a robar, “como siempre”. Por tanto, dijo “rob”.
Llegados a este punto, y para no acusar de manera irresponsable, hemos acudido a un diccionario con más de 700.000 palabras en español y en el que aparecen 423 que, como “robot” o “roble”, comienzan por “rob”, pero muchas son derivadas del verbo robar y, del resto, no he encontrado ninguna que sea coherente con la frase que Casado pronunciaba en su discurso.
Nadie es siempre inocente y, por tanto, si analizamos nuestros propios lapsus sabemos que muchas veces nacen de obsesiones que, al atravesarnos sin preaviso cuando estamos pensando y hablando de otra cosa, consiguen que por nuestra boca salgan pedos incontenibles de culos al aire en lugar de ideas y argumentos.
Como Casado ha decidido, contra natura, que ni sabe ni contesta sobre los delitos cometidos por el PP de Rajoy y de siempre, la explicación de su lapsus nos hace pensar que, al no poder robar tanto como antes, le esté comenzando a preocupar, y mucho, que las finanzas del partido entren en fallida. Además, como “a perro flaco todo son pulgas”, no ha podido vender Génova 13 por ser un local de tan mal agüero que puede acabar con cualquiera que se meta dentro.
Las peores obsesiones son las que se niegan porque duelen, y la de Casado es la convicción de que nunca volverán los tiempos en los que los adinerados que financiaban al españolismo de derechas solo tenían una “organización criminal” a la que pagar, el mismo PP que así queda retratado en algunas sentencias y que se disfrazó de partido político para convertir en negocio la política. Ahora, los de Vox, dirigidos por el “emprendedor” Abascal, está compitiendo con fuerza por ese dinero, tras el fiasco de Rivera y Arrimadas.
Por tanto, la conclusión es que, si Casado no se inventa una palabra coherente con su lapsus y su discurso, lo que estuvo a punto de confesar sin querer es que el PP quiere volver al gobierno de España para robar más.
Ahora procede enfocar el problema de los lapsus de políticos como Casado desde la política como contexto. Puestos a ello, recordamos las tendencias elitistas que reclaman negar el derecho de voto a las personas que no alcanzan cierto nivel cultural.
Me niego radicalmente a tal discriminación, pero, en cambio, sí soy partidario de que los partidos políticos tengan que someter a tres pruebas a todos los que aspiren a formar parte de sus órganos directivos:
1. Un test de inteligencia.
2. Un detector de mentiras.
3. Una revisión exhaustiva e independiente de todos los títulos académicos de los que presuman.
Tales pruebas me parecen imprescindibles, principalmente por dos motivos.
El primero, porque de todos es sabido que los tontos que además mienten terminan arruinando la vida de aquellos a los que se acercan. Hablando del PP como estamos, Casado podría tenerlo peor que Ayuso, pues el madrileñismo de la peor especie que se gasta ella consigue que muchos no den importancia al verdadero peligro que apenas ocultan sus palabras y sus decisiones.
Y el segundo, porque el daño que pueden hacer millones de personas que no saben lo que votan es infinitamente menor que los perjuicios que un solo político con poder y sin principios puede ocasionar a toda la sociedad. Que levante la mano el primero que sea capaz de asegurar que sabe lo que vota, porque eso significa que se atrevería a ponerla en el fuego por lo que los políticos harán con su voto una vez que lo han conseguido.
Los políticos, tanto si cometen o no montones de lapsus como Casado o Rajoy, y no debe ser casualidad que ambos metepatas estén implicados en el partido más entrampado, son los únicos culpables de los graves peligros que toda la sociedad corre en el actual estado de cosas. Han construido esta política, con especial interés en el diseño de unas leyes electorales que después no hay quien se atreva a reformarlas para corregir sus deficiencias, con la malsana intención de tener las manos libres para hacer lo que les dé la gana en cada momento. Para conseguirlo colocan urnas que sirven para elegir personas, pero nunca, salvo excepciones como en Suiza, para decidir nosotros lo que ellos pueden hacer con nuestros dineros y nuestro futuro.
Arreglar las leyes electorales de todos los países del mundo es otro debate, pero, ahora que los de Glasgow, es decir, los líderes de esos mismos países del mundo, solo son capaces de firmar papeles mojados al borde del abismo, ¿qué tal un referéndum mundial para decidir cómo nos salvamos de las consecuencias del cambio climático?
Durante esa gran campaña “electoral” escucharemos montones de pedos verbales que piadosamente llamamos lapsus, aunque Rajoy se lo pensaría antes de hablar de su primo, y también miles de horas de demagogias en tantos idiomas que podremos montar concursos multiculturales, sobre todo de chistes.
Pero, tras la votación global y directa, los hoy incapaces de llegar a acuerdos para salvar el futuro de todos tendrían claro lo que podrían hacer y lo que no, entre otras cosas porque nadie se atreverá a incumplir las decisiones aprobadas por miles de millones de votantes.
En cualquier caso, ¿alguien se puede creer que el mundo conseguirá salvarse confiando todo al desahogo de odios y manías que hoy nos permiten las redes sociales?
Alguna suerte de democracia directa a nivel mundial deberá inventarse para que el planeta no estalle por la demostrada incapacidad de llegar a acuerdos, así como de conseguir que se cumplan, que acreditan los intermediarios.
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