Diálogos con… David Pallol
Redacción. LQSomos. Diciembre 2016
David Pallol ha publicado recientemente “Construyendo Imperio. Guía de la arquitectura en el Madrid de la posguerra” (1). Al hilo de esta publicación LoQueSomos hemos conversado con él.
Madrileño e historiador, también cuenta en su haber la publicación de “Madrid Art Decó” o “Historia del lado oeste” en formato e-book. Previamente había publicado otros libros de narrativa, como “Madame Torrejón” y “Ladrón”, ambos editados por Vosa y El Garaje Ediciones. También ha creado varias aplicaciones de carácter cultural para móviles como “Madrid topográfico” o “La batalla de Madrid”.
LoQueSomos: La frase con la que abres el libro (2) tiene enjundia, y tal vez nos adentra en lo que vamos a leer. ¿El totalitarismo se ve reflejado también en la arquitectura?
David Pallol: Por supuesto. La arquitectura nacionalista de posguerra está muy impregnada de eso. A veces salta a la vista con las proporciones, esa escala imponente que te hace sentir muy pequeño, cuando no insignificante, recordándote de forma muy directa quién está al mando. Lo que pasa es que en el régimen franquista no se dieron muchos proyectos de envergadura porque no había dinero. De haberlo tenido, el régimen lo habría puesto todo perdido de escoriales y arcos de triunfo. Franco vino a ser como un Mussolini pero sin presupuesto.
Así que, como no se pudo recurrir a lo colosal, la idea totalitaria de sociedad se encriptó en la arquitectura. Se transmitía de forma más sutil, a través de unas claves que no resultan tan obvias pero que estaban igualmente cargadas de intención, como el uso de los materiales. Como cuento en el libro, si se eligieron piedra, ladrillo y pizarra fue por lo que significaban para los ideólogos franquistas. La pizarra que coronaba los edificios representaba el elemento ario de la cultura española (los Austrias), mientras que el ladrillo de los muros -‘la masa roja ladrillar’, en palabras del simpar Ernesto Giménez Caballero- representaba al pueblo, la plebe, el vulgo, a veces de ascendencia sospechosa o poco limpia, morisca o judía; de ahí que la piedra -el elemento romano, de orden y autoridad- tuviera que enmarcarla, contenerla, cuadrarla. Había una jerarquía en los materiales como también se pretendía que la hubiera en el país.
En la introducción afirmas que la “…arquitectura española para la eternidad, nació muerta…” ¿Muerta, cuando todo lo construido sigue vivo? ¿No es una contradicción?
Quiero decir que nació muerta en términos de contemporaneidad, de salirse por motivos ideológicos del timeline natural que le correspondía y catapultarse al siglo XVI. Estamos hablando de construir escoriales y fachadas barrocas a lo Pedro de Ribera en pleno siglo XX y cuando ya habían irrumpido los postulados de la arquitectura moderna a través de la Bauhaus o Le Corbusier. La arquitectura imperial de posguerra fue una excentricidad, pero ahí está. Y sigue viva y coleando en su mayor parte. Un edificio solo está muerto cuando no se habita y utiliza. Como ahora el edificio España, abandonado y vacío, pero ese es un caso puntual. Algunos edificios de la época siguen incluso cumpliendo la misma función que el primer día, como los del CSIC, el Museo de América en la ciudad universitaria o la academia militar de Toledo.
Aunque el libro es un paseo por la arquitectura franquista, piropeas las líneas racionalistas y funcionales en la arquitectura de la Segunda República, incluso afirmas que la situaron en la vanguardia de Europa. ¿Queda algo de aquello?
Claro que queda. El llamado ‘racionalismo madrileño’ está ya más que asumido como una de las señas de identidad de la ciudad, tanto como el Prado o las construcciones del Madrid de los Austrias. En mi opinión demasiado idealizado, pero es solo una opinión. Lo que es indiscutible es que nos colocó en el mapa de la arquitectura de vanguardia, y con honores: el edificio Carrión -o Capitol- nos ponía a la altura de las mejores realizaciones de Eric Mendelsohn. Habíamos salido discípulos aventajados. Pero es una arquitectura que tampoco puede entenderse sin el ambiente liberal y cosmopolita de los años anteriores a la guerra civil. Por eso el franquismo renegó de ella y sus arquitectos afines la descartaron desde un principio. Hasta tal punto se identificó el racionalismo con la República que se llegó a etiquetar como ‘arquitectura roja’. Las líneas modernas y funcionales pasaron a ser un estigma.
En tu trabajo aportas una gran variedad de datos sobre edificación, arquitecturas, cronologías, materiales. ¿Has tenido mucho trabajo de archivo?
Ha sido un trabajo de investigación imperial, ya que estamos. Por no decir la obra del Escorial… Pero la gente que ya ha leído el libro lo sabe apreciar y me lo comenta, que menudo trabajo de documentación. Y se agradece. En cuanto a las fuentes, Internet ha sido fundamental. Ahí es donde más me he dejado las pestañas. Tengo una larga ristra de páginas guardadas en favoritos, más todos los PDF’s que me he podido descargar… Y luego están las bibliotecas públicas, que tampoco sé qué haría sin ellas. Especialmente dos, la de Quintana y la Iván de Vargas, por sus fondos sobre historia y arquitectura madrileñas.
“… No en el sentido material y proletario de los ayuntamientos republicano-socialistas
sino con la grandeza moral que corresponde a la capital de la España heroica…” (3).
Tu libro es muy visual, una buena descripción del paisaje urbano madrileño, y en él reflejas varias rutas para conocer a fondo la arquitectura del Régimen. ¿Los madrileños aprecian los detalles arquitectónicos en una ciudad que siempre va tan deprisa?
Por lo general, no. En inglés tienen una expresión, take things for granted, que es dar las cosas por sentadas, como si siempre hubieran estado ahí, sin preguntarte más. Estás acostumbrado a verlo sin prestar más atención, es el paisaje de siempre y no le das más vueltas. Pero los edificios siempre tienen una historia que contarnos y, cuando la conoces, adquieren otra dimensión; ya no te resultan tan indiferentes. La mayoría de las personas que atraviesan la plaza de la Moncloa todos los días con prisas no se detiene a pensar ni por un momento el por qué de ese entorno que funciona como un inmenso decorado, una cosa muy como de Cinecittá. Es un foro imperial versión española y con cierto tufo a cartón piedra. A mí me parece uno de los conjuntos urbanos de Madrid más completos y coherentes en su fusión de estética e ideología, y eso lo hace muy singular.
Siempre hubo clases, vencedores y vencidos, las diferencias de construcción entre el norte y el sur de la ciudad son abismales. ¿Es eso un añadido más a la represión, al castigo franquista?
En realidad, no. La brecha entre norte y sur ya se la encontraron así, venía de mucho antes. Lo que sí es cierto es que no hicieron nada por corregirla o arreglarla. Al contrario, les pareció muy oportuno explotarla. Las clases privilegiadas de Madrid llevaban mucho tiempo eligiendo el norte de la ciudad para instalarse por una pura cuestión de instinto, de selección natural. A la zona norte la rodeaban masas boscosas -la Casa de Campo, los montes del Pardo y Viñuelas-, estaba más cerca de la sierra y mejor ventilada; era un entorno más agradable e higiénico. Antes de que viniera nadie a hablarnos del feng shui, aquí ya lo practicaban las clases pudientes de forma intuitiva. Huían del sur para vivir: era mesetario, de terreno árido y pobre, compuesto de arcilla y yeso, la fábrica de la ciudad, sus tripas y sus desagües. Al norte se situaban los palacetes aristocráticos, las embajadas y los ministerios; al sur, los grandes cementerios, el matadero, las cárceles, los mercados centrales, los vertederos y las industrias más contaminantes. El norte era rico y sexy; el sur, humilde, sucio y feo. En la memoria del Plan Bidagor se llegó a describir este estado de cosas como ‘el orden natural’, y proponía desarrollarlo para ‘obtener una gran creación urbana plena de sentido’. Hubo que esperar al primer ayuntamiento democrático tras la dictadura para que esta brecha entre norte y sur comenzara a corregirse.
“En Madrid, el reino del cemento es la Gran Vía. Y el cemento es atroz.
Huele a socializar, a planes quinquenales, a novela bolchevique, a película yanqui, a mujer libre,
a miseria organizada, a disolución de familia, a funcionarios numerados.
Si hay un material hostil para colgar un crucifijo, es el cemento.” (4).
El Edificio España, tan de actualidad en estos días, es una excepción en la arquitectura de la época, ¿casualidad o necesidad?
Es una de las pocas excepciones en cuanto a su escala, que fue realmente ambiciosa, en una época en que escaseaban los materiales básicos para la construcción como el hierro o el cemento y una gran parte de la población iba en alpargatas y se quitaba el hambre con almortas. Aunque de iniciativa particular, se planteó como todo un desafío tecnológico ante el mundo que nos aislaba y repudiaba. Fue un gesto monumental de soberbia y una gesta para las estadísticas, que marearon a la opinión pública de entonces: 111 metros de altura, 28 plantas, 32 ascensores, la estructura de hormigón armado más grande de Europa… Fue el gran reto español de la autarquía, y ha quedado como un símbolo de ella. Los españoles somos muy de quijotadas. El Edificio España fue solo una más.
¿Se pueden trasladar estos conceptos arquitectónicos al resto del Estado español o estaban concebidos sólo para la “capital”?
No. El estilo nacionalista de posguerra se extendió por todo el Estado. Hay que tener presente que era la arquitectura oficial del Régimen, un estilo nacionalista, continuador de nuestra ‘gloriosa tradición’, genuinamente español y válido por tanto para cualquier rincón del país. Hay muestras repartidas por toda España, algunas muy interesantes, como la antigua Universidad Laboral de Gijón, de Luis Moya. De Oviedo a Barcelona y de Bilbao a Almería, el estilo se utilizó profusamente para construir gobiernos civiles, diputaciones, delegaciones de hacienda, sedes del banco de España, iglesias… Aunque como también señalo en el libro, a la hora de reconstruir o construir iglesias, Regiones Devastadas optó por cultivar el estilo historicista más afín a cada región. En Asturias, por ejemplo, se eligió una especie de neo-prerrománico, en Madrid y Castilla un estilo más herreriano, en el sur una suerte de estilo neo-andaluz, con mucha reminiscencia regionalista… De lo que sí se libraron en otras ciudades de España fue de los chapiteles, que en Madrid fueron una plaga.
Analicemos el presente con esta moda de hacer ciudades escaparate a través de construcciones faraónicas, ¿Cómo está ahora mismo la arquitectura madrileña? ¿Hacia dónde va?
Siempre hay proyectos e iniciativas interesantes, pero también una tendencia creciente hacia la banalidad más absoluta: edificios vaciados para contener franquicias internacionales, con las fachadas cubiertas de células LED y publicidad audiovisual dinámica. El centro de la ciudad como parque temático en un mundo de turismo masivo e imagen uniformada por la globalización, carente de ningún tipismo. La Gran Vía hace años era la calle más excitante de Madrid, y reflejaba muy bien el carácter de la ciudad: tan majestuosa y cosmopolita y tan tirada y cutre a la vez. Te enamoraba esa mezcla explosiva entre el público familiar de los cines, las putas y los limpiabotas, la joyería de postín y el golferío callejero. Ahora es una hilera muy mona de Starbucks, MacDonalds y Zaras, una calle intercambiable con tantas otras en cualquier ciudad del mundo. Sigue teniendo su carisma, pero aquella personalidad que la hacía única se ha perdido. Por eso la gente llora cuando cierra el Café Comercial como los norcoreanos cuando se les muere el líder supremo, por eso los hípsters de Malasaña van al Palentino como quien va a un santuario, porque en el fondo saben que ese Madrid digamos auténtico está siendo barrido. Pero el casticismo afortunadamente siempre se reinventa, adaptándose a los nuevos tiempos, así que ya veremos.
Si hay un símbolo del franquismo y de su exaltación es el “Valle de los Caídos”. ¿Qué hacemos con él?
Es un lugar turbio, con una carga de energía en el ambiente que polariza. Desprende unas vibraciones que no dejan a nadie indiferente: o te exalta y te pones a cantar el cara al sol espontáneamente, o haces como un amigo mío y te pones a bailar sevillanas sobre la tumba de Franco ante el pasmo de un grupo de turistas estadounidenses. El Valle de los Caídos es lo que tiene, que no inspira término medio y se tiende a las posturas maximalistas. Es un edificio muy siniestro por todo lo que representa y lo que todavía contiene, pero tampoco soy partidario de que se dinamite. Y mira que soy iconoclasta… Bueno sí, a lo mejor lo volaría dentro de una acción artística, una performance del horror a lo 11-S. Pero ya digo que tampoco hace faltar llegar tan lejos. Lo mínimo que se debe hacer es abrir allí un centro de la memoria, pero también se puede ser más audaz. En la revista Mongolia publicaron una serie de propuestas bastante interesantes para reformar o transformar aquello.’
Gracias David, salud y alegría!
– Imagen de portada de Bernd Kolter
– Notas:
1.- Construyendo Imperio. Guía de la arquitectura en el Madrid de la posguerra
2.- “Solo el totalitarismo nos regala la libertad verdadera”, Luis Araujo Costa. ABC del 10 de febrero de 1943
3.- Nota extraída de la edición: Serrano Suñer, fascista acérrimo y “cuñadísimo” dirigiéndose a la corporación municipal el 20 de mayo de 1939.
4.- Nota extraída de la edición: Ernesto Giménez Caballero, teórico del arte fascista en España.