Dos sonetos de Unamuno sobre el rey, hace un siglo
Por Arturo del Villar
Aunque el general Primo declaró enfáticamente “A mí no me borbonea éste”, refiriéndose a su rey Alfonso XIII, lo cierto es que lo borboneó mientras le fue útil. Para cortar las críticas contra su reinado le invitó a dar un golpe de Estado, el 13 de setiembre de 1923, que anulase a Constitución y se erigiese en dictador, a imitación de lo que sucedía en el reino de Italia con Mussolini. De este modo se mantuvo ilegalmente el trono, hasta que el 28 de enero de 1930 decidió que ya no necesitaba sus servicios como dictador y lo empujó al exilio. No cabe más borbonación
A quien nunca pudo borbonear fue a Miguel de Unamuno, que se enfrentó a él con el arma más virulenta de que disponía, la pluma. No quería consentirlo el rey dictador vergonzante, de modo que el 20 de febrero de 1924 firmó una real orden por la que desterraba a Unamuno a la isla canaria de Fuerteventura, y además ordenaba el cese en sus cargos como vicerrector de la Universidad de Salamanca y también decano de la Facultad de Filosofía y Letras. De esta manera creyó librarse de él, pero lo que consiguió fue que desde ese día lo tomase como muñeco de pimpampum al que disparar sus sonetos burlescos mal intencionados.
Escapó del destierro canario evadiéndose a París, en donde continuó su campaña personal contra Alfonso XIII. En 1925 publicó en la capital francesa su poemario titulado De Fuerteventura a París. Diario íntimo de confinamiento y destierro vertido en sonetos por Miguel de Unamuno, editado por Excelsior con 169 páginas, libro prohibido entonces en la España monárquica y mutilado después en la dictatorial: aunque el profesor Manuel García Blanco manifestó que su edición de las Obras completas unamunianas publicadas por Escelicer lo eran en verdad, lo cierto que este libro aparece incompleto por censurado en el tomo VI: al otro dictador, más sanguinario y más duradero que el primero, también le molestaba Unamuno.
Se compone el libro de 103 sonetos sin título, fechados y en su mayor parte acompañados por un comentario en prosa. Nueve están inspirados por Alfonso XIII, cinco por el dictador Primo, dos contra el Gobierno, y uno contra el subsecretario del Ministerio de la Gobernación, Severiano Martínez Anido.
Un mal ejemplo real
Como muestra de la poética política de don Miguel vamos a recordar dos sonetos fechados el 15 de mayo de 1924, dedicados a la persona despreciable de Alfonso XIII de Borbón. El primero, precisamente con el número XIII, glosa el deseo del rey de controlar el poder absoluto para igualar a su tétrico antepasado Fernando VII, que ha pasado a los libros de historia con el apodo de El Rey Felón, uno de los más repulsivos integrantes de la dinastía borbónica, en la que no se encuentra ni un solo monarca bueno, pero éste es el más inaceptable de todos:
“¡Ahora yo soy el amo!” Pobre chico,
y lo dijo en francés del Instituto,
Admira al bisabuelo, se cree astuto,
y hasta presume de tener buen pico.
Pero como no es ningún Federico
y el seso tiene de sustancia enjuto
le lleva su amo, su rocín, un bruto
hasta que tenga que decir “¡abdico!”
Ha querido colar de contrabando
la monarquía neta, la del cuco
que fue el abyecto sétimo Fernando,
y aunque en España sobre hoy tanto eunuco
como el muy listo es embustero y blando
va a salirle al revés el viejo truco.
En el comentario en prosa explica Unamuno que a raíz del golpe de Estado palatino el monarca comentó a un embajador: “Maintenant, je suis le maître.” Como si durante los años anteriores desde 1902, inicio de su triste reinado, no hubiera hecho su tiránica voluntad. Pero a partir de 1923 aspiraba a ser amo absoluto, por controlar al dictador militar colocado por él mismo como autoridad política suprema del reino. Recuperaba así la condición de rey neto con la que era conocido Fernando VII, que utilizó su poder omnímodo para mandar ajusticiar injustamente a los opositores. Por eso dice el poeta que admiraba al bisabuelo, pese a tener tan pésima memoria histórica, o precisamente por ello.
Pero añade que no se parecía en nada al rey Federico II de Prusia (1712—1786), llamado el Grande por sus éxitos militares, representante del despotismo ilustrado en su época, muy admirado por el nazismo que lo tuvo como ejemplo de gobernante autoritario, lo que significa que no debería ser considerado como un buen modelo. En todo caso, Alfonso de Borbón carecía de su carácter, y tuvo una intervención catastrófica en la guerra de África motivada por sus intereses comerciales.
Precisamente por ella iba a ser juzgado en el Congreso de los Diputados, basándose en el expediente Picasso, y para evitarlo ordenó a su títere el general Primo que se erigiese en dictador militar y suspendiera la actividad de las Cortes. No pudo juzgarse su actitud hasta la proclamación de la República, siendo condenado el 20 de noviembre de 1931, despojado de todos sus títulos, sin que pudiera hacerlos valer ni para él ni para sus sucesores, por lo que legalmente los borbones no pueden reinar en España.
La sentencia de las soberanas Cortes Constituyentes apareció en el diario oficial, Gaceta de Madrid, el 28 de noviembre de 1931. Pero si un militar traidor le libró del proceso en 1923, otro compinche suyo anuló la sentencia tomada por las Cortes en 1931, después de organizar una guerra fratricida, mediante un ilegal decreto del 15 de diciembre de 1938, carente de toda legalidad, sin ningún valor jurídico, ya que lo firmó un militar desposeído de su rango en medio de una guerra levantada por él mismo. El Derecho Internacional no reconoce la autoridad emanada de un golpe de Estado, y así se hizo en los primeros años de la posguerra, cuando a la España fascista no se le permitía pertenecer a ninguna institución política internacional. Hasta que los Estados Unidos de América decidieron instalar sus bases militares en esa misma España aprovechable para ellos.
Según Unamuno, el dictador militar era el verdadero amo del rey, lo que históricamente es falso. El monarca firmaba las reales órdenes, conformes con los deseos del dictador. A menudo se considera que la dictadura del general Primo fue moderada en sus decisiones y solamente duró siete años, por comparación con la instaurada al final del la guerra que duró 36 años y convirtió al país en una inmensa cárcel en la que se asesinaba legalmente a los discrepantes. En la comparación el general Primo resulta favorecido, pero él también actuó como un verdadero dictador militar, sin respetar ninguna ley que no fuera dictada por él; el hecho de que el otro le superase en crueldad no le beneficia en nada.
Anunciado el fin del reinado
El otro soneto escrito el 15 de mayo de 1924 se basa en el inminente cumpleaños del Borbón, nacido el 17 de mayo de 1886, aniversario también del inicio de su reinado, ese mismo día de 1902, al cumplir los 16 años. Ese día la Iglesia catolicorromana celebra la festividad de san Pascual Bailón, aprovechado por el poeta para retrotraerse hasta las medievales danzas de la muerte, en las que bailaban todos los convocados, desde el rey hasta el último de sus vasallos. Aquí Unamuno se presenta como un maestro de baile que hace marcar el compás al monarca, que no está muerto, como lo estaban todos los medievales danzantes de la muerte, pero sí advertido de un fallecimiento final, como cualquier otro ser humano:
Te llega ya tu San Pascual Bailón,
baila, baila, que el baile ha de dar fin
y ha de volverse al cabo el calcetín,
que aún no ha muerto en el reino la nación.
También te ha de bailar el corazón
y con sus sacudidas el serrín
te ha de salir a chorro del bacín,
a pesar de las pellas de algodón.
En esta pobre España de astracán,
donde se dice a todo siempre “¡amén!”
has podido reírte con desdén
de los que te anunciaban huracán,
pero déjate ya de ese vaivén,
que las toman allí donde las dan.
Las rimas agudas están bien en sonetos jocosos, y en éste Unamuno se sirve de cuatro vocales para exponer su idea. Le anuncia al monarca el fin de su reinado, en lo que acertó, ya que solamente le quedaban siete años. El motivo: que la nación, es decir, los vasallos estaban vivos y dispuestos a lo que llama dar la vuelta al calcetín, esto es, cambiar las tornas y expulsar al monarca de su trono ante su probada ineptitud.
Cuando eso sucediera al rey le saldría el contenido de su cabeza, en el verso metaforizada en un bacín. Y allí dentro no se podría encontrar un cerebro, sino simplemente serrín, lo que equivale a despreciar el reinado decadente del último Borbón. La conclusión del expediente Picasso acusaba a Alfonso XIII de haber intervenido erróneamente en la guerra de Maruecos, confundiendo a los generales encargados de dirigirla. El monarca no tenía formación militar, ni de ninguna otra clase, porque su educación estuvo a cargo de unos profesores inadecuados.
A causa de este monarca España se había convertido en un reino de astracán, palabra entonces de moda para calificar un género teatral que producía comedias disparatadas. Posteriormente se fue perdiendo el uso de la palabra al decaer el género teatral. Por causa de aquel monigote real España era un país de risa carente de sentido. Ante la autoridad real que deseaba ser absoluta a los vasallos no les quedaba otra salida que asentir y callar, lo que Unamuno describe como decir siempre amén, que es la palabra final de las oraciones.
De este modo el poeta aludía sin decirlo al exceso de religiosidad aparente de la sociedad española, sin base de conocimiento, ya que seguía prohibida la lectura de la Biblia, con el fin de evitar que los fieles descubrieran las tergiversaciones introducidas por la Iglesia catolicorromana en el libro considerado revelación de Dios a los humanos.
El acercamiento de Unamuno a las confesiones reformadas le animaba a vestirse como un pastor protestante, en aquellos años en los que se distinguían en el vestir.
Le echa en cara que hasta entonces se había reído con desdén de las apetencias de sus vasallos, puesto que deseaba reinar como un déspota ilustrado bajo el imperio indiscutible de sus decisiones. Así era en verdad, ya que Alfonso XIII dedicó su tiempo a engrandecer su fortuna personal, estuprar a las vasallas de buena figura, y practicar deportes, con predilección por los automóviles de alta gama que le regalaban los importadores, y el tiro al plato, en el que era siempre un campeón seguro.
Hasta entonces sus vasallos se lo habían consentido, pero Unamuno advertía un cambo en la sociedad, que estaba harta de pagar los vicios del monarca. Y tenía razón, puesto que siete años después en unas elecciones municipales la mayoría de los españoles eligió a los candidatos republicanos, y el Ejército y la Guardia Civil se negaron a cargar contra el pueblo feliz que festejaba en las calles a la República. Lamentablemente ese mismo Ejército y esa misma Guardia Civil se iban a rebelar doce años después contra el pueblo al que pertenecían. Pero eso no podía preverlo entonces ningún demócrata.
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