El caótico atropello que prepara Milei
Por Claudio Katz*
Milei encara el cuarto intento de reorganización neoliberal. Capturó un sector de votantes con la ingenua ilusión de penalizar a la ¨casta política¨ y erradicar la inflación con la dolarización. Anhela un presidencialismo autoritario, construye su propia base y forjó tres alianzas.
El libertario no es fascista. Espera modificar como Thatcher las relaciones sociales de fuerza, mientras repite la secuencia de Bolsonaro. Triunfó en las urnas por el desbarranque económico y la renuncia kirchnerista a librar una batalla audaz. Ese balance es eludido con descripciones y justificaciones.
Por la escala del inminente ajuste se avecina una guerra contra el pueblo. El endeudamiento con privatizaciones vuelve a escena, en caóticas disputas por los negocios. La resistencia por abajo y las disidencias por arriba afectarán a Milei. Un nuevo protagonista altera los diagnósticos del país
Primera parte…
Milei está organizando un furibundo ataque contra las conquistas populares. Pretende instaurar un modelo neoliberal semejante al impuesto durante décadas en Chile, Perú o Colombia. Intenta modificar las relaciones de fuerzas que limitan el despotismo de los capitalistas, doblegando a los sindicatos, debilitando a los movimientos sociales y atemorizando a las organizaciones democráticas. Busca introducir una hegemonía perdurable de los poderosos.
El libertario encabeza el cuarto ensayo de la intentona reaccionaria que inició Videla, retomó Menem y recreó Macri. Tiene muchos parentescos y diferencias con esa trayectoria.
Arranca con un significativo sostén electoral. Se impuso por 11 puntos en el balotaje, ganó en 21 provincias, casi empató en el bastión peronista de Buenos Aires y volvió a pintar de violeta el mapa nacional. Consiguió esos guarismos con un reducido voto en blanco. Esa contundencia quedó plasmada en el reconocimiento anticipado de su triunfo por parte de Massa. Nuevamente fallaron los pronósticos que auguraban una elección reñida.
La convergencia con Macri permitió esa arrolladora victoria. El libertario retuvo el sostén de sus seguidores y sumó al grueso de la derecha convencional. La neutralidad promovida por la UCR y la Coalición Cívica fue desoída y el peronismo añadió muy pocos sufragios al magro caudal de sus últimas presentaciones.
Los comicios repitieron lo sucedido recientemente en Ecuador, donde la victoria inicial de la centroizquierda en la primera vuelta, quedó revertida por la unificación de la derecha en el balotaje.
Dos expectativas
Milei intenta forjar una fuerza ultraderechista para sostener su agresión contra los trabajadores. El 30% de votantes propios es el sustento de esa construcción. Es un pilar diferenciado del 26% que aportó el PRO a su presidencia.
Las explicaciones más corrientes del primer caudal resaltan los ingredientes emocionales. Destacan el odio, la escasa politización y la irracionalidad de conductas que prevalecen en ese sector. Estos rasgos están muy presentes y sintonizan con el excéntrico liderazgo del próximo presidente. Con Milei ha triunfado la peor de las opciones que ofrece un sistema político-social asentado en la tiranía de los poderosos.
Pero la evaluación de la base electoral de Milei en términos de mero fastidio y voto bronca impide registrar las motivaciones de ese sustento. El libertario convirtió a “la casta política” en el chivo expiatorio de todas las desgracias del país. Con esa campaña logró una atracción transversal de votantes y una especial simpatía de los jóvenes pauperizados.
Utilizó esa bandera para aplastar a Massa, luego de haber sufrido una paliza en el debate presidencial. Esa derrota paradójicamente lo potenció, porque su oponente confirmó la rechazada imagen de un pícaro político profesional, que concentra todas las bajezas de la ¨casta¨.
Milei canalizó ese repudio porque proviene de otro palo. Es un outsider instalado por los medios de comunicación para popularizar la agenda derechista. Difunde un mensaje ultraliberal con el envase poco corriente del anarcocapitalismo estadounidense.
Los delirios de esa corriente incluyen apelaciones bíblicas y mensajes apocalípticos de purificación. En esa alocada mirada se inspiran las convocatorias a comprar y vender armas, forjar un mercado de órganos humanos y observar el matrimonio igualitario como un malestar equiparable a los piojos.
En vez de provocar el esperable rechazo de los votantes, esas extravagancias afianzaron la imagen de Milei como un personaje ajeno a la ¨casta ¨. Su discurso conectó con el renacimiento de la consigna ¨que se vayan todos¨. Esa demanda reapareció con la misma tónica anti institucional del 2001, pero con un contenido contrapuesto a esa rebelión. En lugar de motorizar una protesta contra los poderosos fue manipulada para preparar el ataque a las conquista sociales y democráticas.
Los seguidores del libertario esperan una drástica depuración del sistema político. Es la ilusión que Milei comenzó a socavar, con sus contubernios para repartir los cargos del nuevo gobierno.
La segunda expectativa que explica el éxito de Milei fue su promesa de erradicar la inflación dolarizando la economía. La carestía es una intolerable desgracia que la población anhela extirpar por cualquier medio. El cansancio con un flagelo que desquicia la vida cotidiana, indujo a convalidar las soluciones mágico-expeditivas que postula el libertario.
Milei no presentó un sólo ejemplo de viabilidad de su propuesta, pero introdujo la ilusión de un funcionamiento provechoso de la economía dolarizada. Retomó el mito de la convertibilidad menemista, omitiendo el desempleo y la regresión productiva que sucedió a una estabilización monetaria asentada en el endeudamiento y las privatizaciones. Recreó también el espejismo de la potencia argentina a fin del siglo XIX, ocultando que esa prosperidad agro-exportadora sólo enriqueció a la oligarquía, afianzando el perfil subdesarrollado del país.
El libertario siempre presentó sus imaginarios paraísos como corolarios de un duro ajuste. Pero sus votantes suponen que la ¨casta ¨ (y no ellos), cargará con los costos de ese sacrificio. Ese ensueño quedará demolido con los padecimientos que motoriza el nuevo mandatario.
Presidencialismo autoritario
Milei anhela un régimen político asentado en el fulminante predominio del Ejecutivo. No pretende anular el Congreso, ni erradicar el Poder Judicial, pero aspira a neutralizar la gravitación de ambos organismos. En varias oportunidades deslizó su intención de recurrir al plebiscito para contrarrestar el bloqueo a sus iniciativas.
El libertario debutará con un pequeño pelotón de legisladores y sin conexiones firmes con los tribunales. Su meta de presidencialismo autoritario no está a la vista, pero tiene un plan para alcanzar un objetivo emparentado con la trayectoria de Fujimori.
Milei intentará forjar una base político-social propia con los recursos públicos. Procurará transformar el disperso conglomerado de personajes que agrupa La Libertad Avanza en algún aparato de peso territorial. Buscará, además, complementar esa construcción con una red de pactos más sólidos, que las quintas improvisadas con su variopinto espectro de socios.
La principal alianza que concertó inicialmente fue con la derecha militarista de la vicepresidenta Villarruel. Ese acuerdo le aportó el minoritario sostén de los nostálgicos de la dictadura y muchas simpatías de los poderosos, que aprueban el cimiento represivo del próximo ajuste. El atropello que motoriza el libertario exige gendarmes, palos, balas y detenidos.
Villarruel se embanderó con Videla poniendo fin a las ambigüedades del macrismo. Pretende convertir a los genocidas en víctimas, mediante un negacionismo recargado que recrea los peores fantasmas del pasado. Su atroz revisionismo provee justificaciones a la criminalización de la protesta social. Macri intentó sin éxito esa andanada, identificando la resistencia popular con los privilegios de los corruptos.
Milei repetirá esa fórmula diabolizando a los que ¨se oponen al cambio¨. Buscará acallar las voces disidentes con prohibiciones y purgas culturales. El anunciado cierre de Telam, Radio Nacional y la TV Pública anticipan esa arremetida. Villarruel apuesta al desarme de todas las conquistas democráticas de los últimos cuarenta años, empezando por la anulación de los juicios a los genocidas.
Un segundo acuerdo político del libertario con Macri apuntó a sumar votos en el balotaje. Las lecturas de esa componenda resaltaron la habilidad del ingeniero para manejar a Milei, amoldando el estilo, el tono y la estética del candidato a las pautas fijadas por los equipos del PRO.
Pero los sucesos posteriores confirman que el nuevo mandatario no es personaje manipulable. Tiene un plan propio que ya desató agudas tensiones con Macri. Los pronósticos del próximo gobierno como un segundo turno de Cambiemos son prematuros. Las disputas por el gabinete y la conducción del bloque parlamentario contraponen el perfil derechista convencional que auspicia Mauricio, con la aventura plebiscitaria que alienta el nuevo mandatario.
Milei tramita una tercera alianza con la derecha peronista. Ya sondeó a Pichetto, Randazzo, Toma y Scioli para cargos de alta responsabilidad, reforzando las tratativas preelectorales con Barrionuevo. Con el mismo propósito designó en el ANSES y en Transporte a funcionarios de Schiaretti.
Ese tanteo apunta a usufructuar de una crisis del peronismo, que despunta en estricta proporción al triunfo de Milei. Si el libertario hubiera ganado en forma ajustada, Massa habría podido preservar el liderazgo que conquistó en el PJ, al tornar competitiva la candidatura de un oficialismo desmoronado. Pero la demoledora derrota del justicialismo ha reabierto todas las heridas de esa formación. Milei atrae al sector antikirchnerista, que ha madurado un discurso de enaltecimiento del capitalismo y hostilidad a los desamparados.
La presidencia del libertario aporta, además, un inesperado trofeo internacional al trumpismo. Buenos Aires se convertirá en un lugar de frecuente concurrencia de los exponentes de la oleada marrón y ya circulan invitaciones para recibir a Trump, Bolsonaro, Orban, Kast y Abascal. La ceremonia de asunción será una cumbre de la ultraderecha planetaria. Las tensiones que genera ese alineamiento dentro de la región han salido a flote y los elogios de Bukele contrastan con los duros calificativos de Maduro y Petro.
Milei apuesta a enlazar esa red internacional con la construcción de su propio espacio dentro del país. A diferencia de sus pares, no cuenta con un partido de peso o con fuerzas religiosas y militares que apuntalen su figura. Además, su propia cosmovisión ideológica asentada en la escuela económica austríaca, el anarcocapitalismo y el paleo-libertarismo de Rothbard carece de nexos con las tradiciones derechistas de Argentina. Su activa promoción de enlaces internacionales apunta a contrarrestar esa carencia.
Thatcherismo y bolsonarismo
El agrupamiento forjado por Milei incluye una gran variedad de grupos fachos, pero su proyecto no es fascista. Contiene sectas violentas como Revolución Federal, involucradas en el intento de asesinato de Cristina y patotas que despliegan amenazas con el logo de los Falcon Verdes. También considera despachar provocadores contra los manifestantes opositores (¨orcos¨).
Pero el fascismo, como régimen tiránico asentado en el despliegue del terror contra las organizaciones populares para doblegar un peligro revolucionario, no está en el horizonte inmediato. Milei tiene un propósito thatcherista de modificar las relaciones de fuerza, quebrando las poderosas organizaciones populares del país.
Seguramente buscará zanjar a favor de las clases dominantes algún conflicto social emblemático, como fue la huelga de los mineros en Inglaterra (1984). En lo inmediato tratará de salir airoso del choque que suscitará su mega ajuste. El resultado de esa primera batalla será determinante de las confrontaciones posteriores.
Bolsonaro es el principal antecedente y referente de Milei. Esa afinidad quedó explicitada en la acelerada invitación que recibió el ex capitán, para concurrir a la asunción del 10 diciembre. Ese convite afecta a Lula y al consiguiente vínculo con el principal socio económico de Argentina.
Milei alaba a Occidente, ensalza a Estados Unidos y teatraliza su fanatismo por Israel con tributos a un rabino medieval. Despotrica además contra China, que es el gran mercado de los bienes primarios del país. Bolsonaro desplegó la misma retórica, pero finalmente optó por el pragmatismo con Beijing bajo la presión de los agroexportadores brasileños.
El libertario debuta repitiendo la tónica inicial del militar brasileño. Colocó exóticos individuos en puestos claves del manejo estatal, en conflicto con los funcionarios experimentados que sugiere el establishment. Un clonador de caballos al frente del Conicet y un abogado con pergaminos emitidos por los medios de comunicación ya emulan las escandalosas designaciones de Bolsonaro. También la incipiente tensión con figuras de la derecha tradicional y el resquemor de los grandes medios de comunicación emparentan a ambos procesos.
Pero Bolsonaro es también el ilustrativo espejo de un autoritarismo frustrado. Al igual que Trump, su ambición tiránica incluyó un fallido golpe de estado que afectó su carrera. El libertario criollo espera evitar derrotas de ese tipo.
Explicaciones y comparaciones
¿Cómo se explica el éxito electoral de un personaje tan nefasto como Milei?
Muchos balances enumeran factores sin jerarquizar las causas de ese resultado. El desastre económico potenciado por el gobierno de Fernández determinó la victoria del libertario. Los votantes rechazaron un oficialismo que toleró el 120% de inflación y expandió la pobreza por encima del 40%. El discurso progresista disfrazó un ajuste que generalizó el status de trabajador formal pobre. Las promesas de Massa fueron poco creíbles y su oponente capitalizó esa desconfianza.
El grueso del electorado atribuyó la responsabilidad del desbarranque económico al gobierno. Podría haber culpado a los grupos capitalistas o a las presiones destituyentes. El gobierno venezolano y los dirigentes cubanos doblegaron a la oposición demostrando ese tipo de acoso, en condiciones económicas comparables a la Argentina.
Lo que pulverizó al peronismo en las urnas fue la inacción política ante un gran deterioro económico. Esa parálisis comenzó con la agachada inicial en el caso Vicentín y se consolidó con el sometimiento al FMI. La culpabilidad directa de Alberto salta a la vista, pero la responsabilidad de Cristina no es menos relevante.
CFK renunció a librar la batalla contra la degradación económica y se limitó a señalar adversidades con mensajes elípticos. Desde la vicepresidencia podría haber introducido un cambio de rumbo, luego de la contundente advertencia que irrumpió en los comicios de medio término. En ese momento Milei tan sólo despuntaba como una pequeña fuerza en formación.
Cristina tampoco impulsó una reacción acorde a la gravedad del atentado contra su vida y el broche final fue la renuncia a su candidatura. Esa actitud de resignación contagió a la militancia y desmoralizó a sus seguidores. Fue una postura inversa a la que adoptó Lula para confrontar con Bolsonaro.
La exitosa batalla contra la ultraderecha que se libró en Brasil, Colombia y Chile demostró que la derrota de personajes semejantes a Milei es posible, cuando se motorizan reacciones democráticas masivas.
En los últimos meses esas respuestas despuntaron en el país, con iniciativas de estudiantes, artistas y vecinos. Pero esa micro militancia del progresismo no alcanzó para contener la oleada violeta, que coronó cuatro años de frustraciones con el presidente elegido por Cristina. El veredicto final fue anticipado por el contraste de los actos de cierre. Massa se reunió con un reducido grupo de estudiantes secundarios, mientras Milei llenaba las calles de Córdoba.
El desenlace electoral argentino presenta ciertos parecidos con el triunfo de Bolsonaro en el 2018. La misma sorpresa (y desazón) que generó ese resultado se verifica actualmente en el país. El miedo suscitado en Brasil por un desvariado capitán fue inferior al hartazgo corporizado en la figura de Hadad. Y las frustraciones acumuladas con Dilma se asemejaron al desengaño con Fernández.
Pero también es cierto que la desastrosa gestión Bolsonaro incentivó el resurgimiento posterior de Lula. Ese antecedente aporta cierta advertencia contra los pronósticos de inexorable declive del kirchnerismo y ocaso definitivo del progresismo.
El principal trasfondo común de ambos contextos ha sido la ausencia de resistencias sociales significativas. En Brasil la oleada de protestas del 2016 desembocó en un sostén al bolsonarismo y en Argentina la tradicional pujanza del movimiento sindical quedó achatada en los últimos cuatro años… Continuará
* Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI
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