El capitalismo nunca será ecológico
Por Gilles Dauvé*. LQSomos.
En el discurso político contemporáneo, la ecología se ha vuelto omnipresente: transición energética, capitalismo verde, reformismo eco-responsable… Pero, si básicamente nada cambia, no es por la ceguera de los líderes políticos, es por un asunto de carácter estructural: la incompatibilidad entre ecología y capitalismo
Inevitable e ilimitado
Calificada como industrial – y hoy como postindustrial – la sociedad moderna está formada por empresas, cuyo objetivo es el lucro y el crecimiento. Un investigador puede ser apasionado y un ingeniero puede querer con toda su alma construir represas, pero sus proyectos solo se hacen realidad si está de por medio el interés mercantil de la empresa que los emplea. El objetivo de la empresa siempre será vender un producto competitivo, acumular ganancias, re-invertirlas para hacer crecer el capital.
“El desarrollo de la producción capitalista requiere una ampliación continua del capital colocado en una empresa, y la competencia impone leyes inmanentes de la producción capitalista como leyes coercitivas externas a cada capitalista individual. Estas leyes no le permiten conservar su capital sin aumentarlo, y no puede incrementarlo a menos que se acumule gradualmente. […] Acumular para acumular, producir para producir, tal es la consigna de la economía política que proclama la misión histórica del período burgués” (Marx, El Capital, capítulo XXIV, § 3).
La prueba de que vivimos en un mundo capitalista es que la hipertrofia industrial, lejos de ser un fenómeno autónomo, está sujeta a las exigencias de la revalorización del capital. Para que una fábrica de automóviles o una acería siga funcionando debe ser suficientemente rentable, si no, inevitablemente, cierra.
El burgués no tiene derecho a dormirse en los laureles: un capitalismo que no crezca es signo de decadencia. Durante doscientos años, esta megamáquina se ha renovado periódicamente mediante la autodestrucción “creativa” … El destino de las fábricas del “cinturón del óxido” de Estados Unidos significó casi el fin de la industria en esas regiones. Las técnicas, los sistemas de producción, los sitios de fabricación fueron reemplazados para hacer frente a la competencia.
Cargado con un inevitable peso material, el capitalismo hoy sueña con ser virtual, digitalizado, sin proletarios. Pero, los trabajadores siguen siendo imprescindibles para transformar los cientos de millones de toneladas de mineral, madera, acero, cemento, plástico… necesarias para la producción de los millones de artefactos y pantallas del mundo digital.
Las prioridades permanentes de un “buen capitalista” es intensificar el trabajo de los proletarios, reducir los costos de producción y, si es necesario, agotar las bases materiales de la producción. Constructor y demoledor incansable, devorador de recursos y siempre contaminador, el capitalismo por definición ignora la sobriedad. Austero o derrochador, el burgués no es necesariamente codicioso, pero siempre está al servicio de la lógica del sistema. Para el patrón más benévolo las buenas intenciones sociales o ambientales son totalmente secundarias, la competencia es la que manda.
«Crecimiento» es el nombre que toma el «progreso» cuando se aplica a la economía. Desde la máquina de vapor de James Watt hasta la electrónica de Silicon Valley, la fe en el progreso es esencial para la burguesía, pero el “progreso” solo se convierte en fuerza material cuando acumula valor. El modo de producción capitalista no sólo es un sistema industrial devastador, también es reacio a hacerse cargo de sus estragos.
Un mundo de empresas
El mundo en el que vivimos nunca será manejable como una sola gran empresa. No habría competencia. Una multinacional global es una utopía. Bujarin no fue el único que analizó la hipótesis (improbable según él) de «un plan racional desde el punto de vista del capital con una clase capitalista unificada”. Cualesquiera que sean los obstáculos geopolíticos – que en todo caso son insuperables – la lógica del modo de producción capitalista hace que la «confianza» sea estructuralmente imposible. Quién dice mercado (nacional o global) dice competencia.
Cada empresa es responsable sólo de sí misma y de su hoja de balance. Funciona como un organismo, con un interior distinto al exterior, pero poroso. Hay inversiones, materias primas, empleados, instalaciones técnicas que producen bienes generadores de dinero. Pero, aunque la empresa está en contacto con la sociedad sus jefes sólo son responsables de no perder dinero. Tienen que respetar la legislación y pagar los impuestos (que normalmente tratan de evitar), pero cumplidas estas dos condiciones, el resto no les concierne: “No debo nada al público” proclamó en el siglo XIX J.P. Morgan.
Las empresas habitualmente rechazan los efectos negativos que se producen como consecuencia de su actividad. Para tener en cuenta estas “externalidades negativas”, la sociedad capitalista tuvo que empezar a sufrir los daños que provoca cada empresa en su entorno. Y , ahora se ha vuelto urgente comparar el costo de las inversiones con el costo de las pérdidas producidas por el calentamiento global. Pero lo que, en realidad, busca el sistema es alcanzar un umbral de emisiones de CO2 que «económicamente sea óptimo».
La burguesía no es ni monolítica ni ciega, y no carece de think tanks que le ayuden a afrontar sus conflictos y contradicciones. Sin embargo, tiene grandes dificultades para actuar de acuerdo con el interés colectivo de su clase. Pese a que medidas drásticas contra el climático podrían beneficiar a toda la burguesía, cada empresa es reacia a aumentar sus costos de producción. El beneficio individual (el individuo es ante todo la empresa) y la cooperación burguesa rara vez van de la mano: por más verde que sea un patrón, nunca correrá el riesgo de reducir la competitividad de su empresa.
Futuro oscuro
Para el 2050 se cuadruplicará el volumen de la carga internacional, se duplicará el tráfico aéreo, habrá una explosión del turismo, aumentará en un 100% la producción de ropa (a costa del enorme consumo de agua y del uso masivo de pesticidas), crecerá la producción de plástico y el 5G consumirá más energía … La tecnología digital requiere metales transformados, su uso absorbe entre el 10% de la electricidad mundial y las tecnologías de la información contribuyen negativamente al cambio climático tanto como el transporte aéreo: “En términos de destrucción, todavía no hemos visto nada” nos dice el ecólogo, Philippe Bihouix.
Y como sabemos no será la crisis de Covid-19 la que revertirá esta nociva tendencia. La electro-movilidad amplificará la explotación de los recursos naturales, se ha demostrado que la extracción y refinación de los metales raros requieren procesos altamente contaminantes. Pero, ¡qué importa! el coche de “petróleo o diesel” ya tuvo su época. El coche eléctrico es el próximo paso de la «modernidad».
Irlanda afirma que logrará la “neutralidad de carbono” en 2050 gracias a los coches eléctricos. Pero, no nos engañemos, todo depende de cómo hagamos las cuentas: como las empresas no incluyen las emisiones de gases invernadero durante el proceso de producción, el productor de un auto eléctrico está autorizado a decir que su vehicula es ecológico.
Moverse es una necesidad humana y un placer, pero el capitalismo hace de la movilidad una necesidad. Todo debe circular en el trabajo y fuera del trabajo. Movilidad e individualidad significa poder escuchar “mi” música en cualquier momento, gracias a un dispositivo portátil que llevo conmigo. Libertad es conducir un coche personal pese que hay «buses con cero emisiones».
En cuanto a la durabilidad, la obsolescencia programa forma parte del funcionamiento obligatorio de los objetos, en particular de los electrónicos. Y, paradójicamente la recuperación, el compartir, la no propiedad, el reciclaje, los talleres cooperativos, el trueque… son propugnados por personas que generalmente no ven objeciones a la llegada de la “fibra”.
El 4G está siendo reemplazado por el 5G, esencial para los objetos conectados a la red, la computación en la nube, las ciudades «inteligentes». Mientras ya estamos esperando el 6G y quienes critican estos desarrollos lo hacen principalmente por sus efectos sobre la salud y rara vez por su uso: estar conectado a todo y a todos en cualquier momento. Son tecnologías que satisfacen las necesidades del «hombre moderno individualista”. ¿ El resultado?, nadie quiere que los barcos-contenedores reduzcan su actividad transportando cinco o diez veces menos iPhones, Playmobil y Nike.
Aunque la energía solar y eólica lleguen a ser más baratas que los combustibles fósiles, la mayor productividad del capital exige la construcción de centrales nucleares, nuevas infraestructuras de energías fósiles, oleoductos, carreteras, centrales eléctricas de carbón, y sobre todo producción de más plástico (el consumo de este producto petroquímico se duplicado en los últimos diez años)
Entre la “mitigación” (la esperanza de frenar el calentamiento global) y la adaptación a un oscuro futuro, el segundo camino tiene prioridad para la clase dominante. La historia del siglo XX, impredecible para Marx, muestra cómo las burguesías nunca han anticipado el futuro, tanto en sus avances técnicos como en sus catástrofes. La guerra de 1914, la crisis de 1929, el nazismo, la guerra de 1939-1945… fueron y siguen siendo atribuidos a escorias del pasado, fracasos, aberraciones. Lo mismo ocurrirá con la crisis climática.
¿Keynesianismo verde?
“Si el capitalismo realmente tomó ímpetu después de 1980, su victoria no fue lo que se cree habitualmente. Las deficiencias de la década de 1970 siguen presentes cuarenta años después enmascaradas por los beneficios de una minoría de empresas (monopolios u oligopolios) y del sector financiero” (Esto es lo que dijimos en 2017).
Hoy, en una situación generalizada de déficit de rentabilidad, las inversiones para la «mitigación»(suponiendo que se realicen) agravarán la crisis y, esto a pesar que una parte de la burguesía tendrá importantes beneficios. Las sumas en juego serían inconmensurables en relación con las movilizadas en 2008 para rescatar a los bancos.
“Mil billones para el clima”, recomiendan Jean Jouzel y Pierre Larrouturou (para evitar el caos climático y financiero), queriendo demostrar que una política verde no solo sería posible, sino socialmente beneficiosa (creación de un millón empleos) y, con una ventaja adicional, sería bueno para la economía y la competitividad del país… y de Europa.
Este proyecto “verde” trata de otorgar al modo de producción capitalista lo que no es capaz de hacer por sí mismo. Pero, tal como van las cosas, en un futuro previsible, no habrá keynesianismo verde ni keynesianismo social. No debemos esperar una movilización de todos los recursos como lo hizo Estados Unidos después de Pearl Harbor. En esos años, Roosevelt destino gran parte del presupuesto a la economía armamentista, el estado federal administró desde la producción de aviones hasta las municiones. En menos de un año, la industria se había reconvertido; Chrysler fabricaba fuselajes; Ford bombarderos Ford, General Motors tanques, etc.
Después de Pearl Harbor, era inaceptable para las grandes empresas de EEUU que los japoneses controlarán los recursos económicos y minerales del Pacifico. La amenaza fue precisa y sus consecuencias concretas. Ochenta años después, el capitalismo estadounidense y europeo no irá a la guerra contra el CO2.
En Estados Unidos, hoy en día, una tendencia del Partido Demócrata, milita en el llamado “Green New Deal”. Su programa es que norteamérica cuente con una red eléctrica que funcione al 100% gracias a las energías renovables en el 2030 . Este «nuevo» New Deal olvida que se necesitó la crisis de 1929 y una ola de huelgas con ocupaciones de fábricas para que Roosevelt impusiera ciertas restricciones a la burguesía.
Los demócratas “verdes” olvidan que es un sueño insustancial pedir al capital que renuncia a “maximizar” su rentabilidad. No se trata de la relación (negociable) entre salario y beneficio, sino de la base del funcionamiento del modo de producción capitalista. Un capitalismo verde es imposible: no sería rentable. Por tanto, es legítimo preguntarse qué “fracciones” de la burguesía tienen interés en “enverdecer» el sistema.
La cuestión es reconocer una verdad del porte de una catedral: el capitalismo seguirá dañando los equilibrios naturales. Para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 5 o un 10% anual se requiere un esfuerzo colectivo de toda la humanidad, una centralización de los poderes de decisión, una economía energética planificada. Se necesita ir más allá del marco nacional y a contramano del capitalismo «verde».
* Politólogo francés. Observatorio de la crisis
Notas:
– Marx, El Capital, Libro I, Cap. XXIV, § 3, acumulación.
– Andreas Malm, Hacia una historia diferente del cambio climático.
– Philippe Bihouix, La felicidad era para mañana, Seúl, 2019.
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