El coronavirus y la Tercera Ola de la recesión
Germán Gorraiz López. LQS. Marzo 2020
”Hay dos clases de economistas: los que no tenemos ni idea y los que no saben ni eso”. John Kenneth Galbraiht
El proteccionismo económico implementado por Donald Trump, el cisne negro del coronavirus y la posibilidad de un Brexit traumático podría provocar que la crisis sistémica acabe lastrando la incipiente y frágil recuperación económica mundial y desemboque en escenarios de estancamiento económico secular (secular stangantion), ya que el fenómeno de la globalización económica ha conseguido que todos los elementos racionales de la economía estén interrelacionados entre sí debido a la consolidación de los oligopolios, la convergencia tecnológica y los acuerdos tácitos corporativos.
¿Hacia la Tercera Ola de la recesión económica?
La posibilidad real de la tercera ola de la recesión habría pasado desapercibida hasta ahora para la mayoría de Agencias de Calificación debido a la desconexión con la realidad que les llevaría a justificar la exuberancia irracional de los mercados, con lo que se cumpliría la famosa frase del iconoclasta John Kenneth Galbraiht. ”Hay dos clases de economistas: los que no tenemos ni idea y los que no saben ni eso”. Así, el ”efecto mariposa” trasladado a sistemas complejos como la Bolsa de Valores, tendría como efecto colateral la imposibilidad de detectar con antelación un futuro mediato pues los modelos cuánticos que utilizan serían tan sólo simulaciones basadas en modelos precedentes (Teoría de la Inestabilidad financiera de Minsky), con lo que la inclusión de tan sólo una variable incorrecta o la repentina aparición de una variable imprevista provoca que el margen de error de dichos modelos se amplifique en cada unidad de tiempo simulada hasta exceder incluso el límite estratosférico del cien por cien, dando lugar a un nuevo estallido o crash bursátil.
Génesis de la actual burbuja
La burbuja actual sería hija de la euforia de Wall Street y por extrapolación del resto de bolsas mundiales tras las políticas monetarias de los grandes Bancos Centrales mundiales que han inundado los mercados con centenares de miles de millones de dólares y euros con la esperanza de relanzar la economía tras la crisis del 2008 aunado con el hecho de rendimientos cero en las colocaciones sin riesgo de los inversores en Deuda de EEUU o de Alemania.
La desconexión con la realidad por parte de los inversores les llevaría a justificar la exuberancia irracional de los mercados, creándose un mundo virtual de especulación financiera que nada tendría que ver con la economía real (windhandel o negocio del aire) y que les lleva a extrapolar las rentabilidades actuales como un derecho vitalicio.
Ello, unido a la pérdida de credibilidad de las agencias de calificación como Moody’s al no haber predicho la crisis del 2002 y a la ausencia de control por parte de los reguladores, habría coadyuvado a que el mercado permaneciera insensible al recorte de rating de las compañías que cotizan en la bolsa y a los avisos de la Fed que, por boca de su anterior presidenta Yanet Ellen habría advertido que “las valoraciones de las bolsas y los mercados de bonos son muy altas y que existen riesgos potenciales en ambos mercados”.
La exuberancia irracional de los mercados
El proceso especulativo impulsa a comprar con la esperanza de sustanciosas ganancias en el futuro, lo que provoca una espiral alcista alejada de toda base factual y el precio del activo llega a alcanzar niveles estratosféricos hasta que la burbuja acaba estallando (crash) debido a la venta masiva de activos y la ausencia de compradores, lo que provoca una caída repentina y brusca de los precios hasta límites inferiores a su nivel natural (crack), cumpliéndose una vez más la máxima de Keynes: “Los mercados pueden permanecer irracionales más tiempo del que tú puedes permanecer solvente”. Así, un inversor está dispuesto a pagar un precio por una acción si le reporta dinero en el futuro, por lo que el valor de dicha acción es el total de flujos esperados pero el nivel suelo de las Bolsas mundiales, (nivel en el que confluyen beneficios y multiplicadores mínimos), se situaría a años-luz de los niveles actuales debido al riesgo del proteccionismo económico, pero la mayoría de Agencias de Calificación habría justificado hasta ahora la exuberancia irracional de los mercados y desechado los hedge funds (fondos de cobertura).
¿Provocará el coronavirus una pandemia bursátil?
Debido al “efecto Trump” los inversores de EEUU estaban instalados en la euforia tras superar el techo ionosférico de los 29.000 puntos en el Dow Jones, (rememorando el boom bursátil de los años 20, preludio del crack bursátil de 1.929), por lo que eran incapaces de percibir el vértigo de la altura, pero los altos niveles de déficit de Estados Unidos (2 billones $ en el 2019) y el cisne negro del coronavirus provocará que los grandes inversores sientan por primera vez el mal de la altura que les llevará a reducir su exposición al riesgo con el consecuente efecto bajista en las cotizaciones de las acciones y revalorización de la Deuda soberana. Por último, una vez interiorizado el riesgo real de una recesión económica global, los inversionistas se distanciarán de los activos de renta variable y los bajistas se alzarán con el timón de la nave bursátil mundial, derivando en una psicosis vendedora que terminará por desencadenar el estallido de la actual burbuja bursátil, con lo que cumplirá la máxima del iconoclasta Galbraith: “Llegará el día en que el mercado descienda como si nunca fuera a detenerse”. Dicho estallido tendrá como efectos colaterales la consiguiente inanición financiera de las empresas, la subsiguiente devaluación de las monedas de incontables países para incrementar sus exportaciones y como efectos benéficos el obligar a las compañías a redefinir estrategias, ajustar estructuras, restaurar sus finanzas y restablecer su crédito ante el mercado (como ocurrió en la crisis bursátil del 2000-2002) y como daños colaterales la ruina de millones de pequeños inversores todavía deslumbrados por las luces de la estratosfera, la inanición financiera de las empresas y el consecuente efecto dominó en la declaración de quiebras.
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