El cuento de los “cuatro golfos y un idiota”
Una golondrina no hace verano. Cierto. Pero recurrir a la trágala de las ”ovejas negras” o “las manzanas podridas” para evitar dar cuenta y y razón de los escándalos que afectan a Comisiones Obreras y UGT, y a los partidos de la izquierda consorte, es hacernos candidatos a institucionalizar la corrupción. Con el absoluto respeto…
…que merecen los millones de trabajadores que han depositado su confianza en esas formaciones, un mínimo de imperativo ético y democrático exige proclamar que lo que se está sabiendo del caso EREs en Andalucía es mucho más que un adventicio daño colateral. Las decenas de millones de dinero público destinado a subvencionar el paro desviados a bolsillos privados, el enriquecimiento de significados exdirigentes sindicales y políticos, la tolerancia mostrada por los responsables socialistas de la Junta que en su día ocupaban puestos de máxima responsabilidad en el área de Economía y Hacienda e incluso el solapamiento de los hechos facilitado por Izquierda Unida al formar gobierno con una clase política bajo sospecha, no pueden dejarse a beneficio de inventario.
Calificar ese expolio de “uno de los nuestros” como un asunto de “cuatro golfos” es un insulto a la inteligencia y una provocación a una comunidad que ostenta el récord de desempleo de toda la Unión Europea. Juan Lanzas no es solo un nombre propio. Antes hubo otros latrocinios que la “izquierda” amortizó sin sacar las enseñanzas oportunas. Los últimos y más sonados fueron los protagonizados por la secretaria general de Banca y Finanzas de CCOO, María Jesús Paredes; el de las cooperativa de viviendas PSV de UGT y, en el flanco político, la infamante colaboración con la depredadora dirección de Bankía en representación de Izquierda Unida de Juan Antonio Moral Santin, entre otros empotrados de postín. Todos ellos casos perpetrados desde las cúpulas de unas organizaciones erigidas en representantes de las clases más desfavorecidas a las que, bajo el palio de semejantes credenciales, se les concedió el beneficio de la impunidad.
Y ante esa vergonzante realidad, usar a los miles de honrados sindicalistas como escudos humanos, o quitarse el problema de encima con el burdo latiguillo de que “el enemigo de mi amigo es mi enemigo”, sólo revela de cronicidad de la indigencia moral que corroe a la izquierda “representativa”. Porque tan flagrantes y reiteradas llamadas a la cultura de la corrupción, picaresca incluida, son las principales culpables de haber instalado en el epicentro social el estigma de la resignación, que es el arma secreta de la servidumbre voluntaria con que el sistema nos gobierna. Ese “no hay nada que hacer, sino apechugar”, que la izquierda del régimen ha regalado al poder y que ahora se ve desubicado por el pertinaz “si sepuede” del 15-M, los nuevos movimientos alternativos (horizontales, democráticos y autogestionados) y el activismo de la sociedad civil, conforman las señas de identidad de una manera de hacer política como negocio, de arriba abajo, para “sacar tajada y tonto el último”.
Llama la atención que las áreas de actividad de esos latrocinios históricos de la izquierda homologada anticiparan precisamente los sectores de negocio “burbuja” y “especulativos” que años más tarde liderarían la crisis que padecemos: el inmobiliario en el caso de la PSV-UGT y el bancario en el de CCOO-IU (María Jesús Paredes y Juan Antonio Moral Santin). Sin que además, y precisamente por la falta de transparencia aplicada a esos escándalos desde el interior de las propias organizaciones, su implosión haya servido para ejemplarizar. Tanto por parte de la antigua portavoz de CONFIA-CCOO, como por el antiguo secretario general de CCOO, José María Fidalgo, se reincide en la dolosa inmoralidad de antaño. Paredes ha creado un holding mercantil a lo Juan Lanza para asesorar a grandes empresas en asuntos laborales de mayor cuantía y Fidalgo trabaja para el Instituto de Empresa Familiar, uno de los brazos ejecutivos de la patronal CEOE.
Negar la evidencia, echar mano de la teoría de la conspiración para refutar hechos clamorosos y crear maquilladas “comisiones de investigación” para exorcizar fechorías sin cuento, como han hecho en comandita y falázmente PSOE e IU con los EREs andaluces, es una válvula de escape que sólo conduce a ejecutar la peor política de la derecha bajo la bandera de conveniencia de la izquierda. ¿Más de lo mismo?. No, mucho peor. Porque lo natural en la izquierda es combatir a la derecha, nuestra naturaleza ideológica no ha dotado para ello, lo llevamos en los genes. Mientras, si la izquierda transige con las estafas, las enmascara como simples errores o desviaciones personales, si vulnera las códigos éticos básicos o acepta como lógico un déficit democrático para manejarse, está actuando peor que su virtual enemigo. Contra la derecha se lucha mejor, pero el predominio del pragmatismo deja a la izquierda sin anticuerpos para prevenir su decadencia. Por eso hoy contemplamos como normal que las centrales CCOO y UGT apliquen en los despidos de sus plantillas las leyes laborales que dicen combatir y que fueron aprobadas tanto por gobiernos de la sedicente izquierda como por la odiada derecha. O que ningún partido de la oposición se haya personado como acusación en la causa de los EREs, donde se ventila lo sucedido con enormes partidas de dinero público, ni el caso Nóos, de idéntica resonancia en el desfalco a gran escala, dejando aquí el terreno libre para un estrambótico seudosindicato ultra. Las antiguas “democracias populares” no cayeron como un castillo de naipes para refundarse en un capitalismo desenfrenado por su manifiesta obsolescencia económica. Fue precisamente la práctica del corralito democrático, el autoritarismo irracional, la intolerancia social, la rapacidad en la gestión pública, la contingentación de las libertades, la demonización del disidente y la cultura de la obediencia debida lo que selló su estruendoso fracaso.
Si no queremos ser funestos actores de nuestra propia tragedia, evitemos, como advirtió Shakespeare en Macbeth, que la vida siga siendo una historia contada por un idiota; una historia llena de estruendo y furia, que nada significa.