“El discernimiento”: la nueva vìctima del COVID-19

“El discernimiento”: la nueva vìctima del COVID-19

María Inés Anuch. LQS. Abril 2020

No basta decir solamente la verdad, más conviene
mostrar la causa de la falsedad.
Arsitóteles

El artículo reflexiona acerca de la forma en que la pandemia del Cov-19, puso una vez más en evidencia cómo los medios de comunicación, internet y las redes sociales, logran fácilmente anular la capacidad de razonamiento lógico, de pensamiento crítico o de discernimiento de los consumidores, aumentando la resistencia e intolerancia hacia los que pensamos diferente o cuestionamos lo que la mayoría entiende como la “verdad revelada.”

Desde el día 14 de marzo, en que tardíamente tomé la decisión de tratar de informarme seriamente con relación al cov 19-2, me sentí abrumadoramente sola en mi percepción de ver afectada mi libertad de pensamiento, de información y lógicamente de expresión, teniendo que sortear reacciones intolerantes y en ocasiones agresivas de conocidos y amigos, incluidos profesionales de la salud, quienes aturdidos por la faraónica campaña contra la “sorpresiva pandemia”, se negaban a aplicar el menor filtro crítico a toda información consumida.

En las primeras semanas al plantearles alguno de mis interrogantes de la noticias, ya que no entendía cómo podía ser: que el mundo esté atravesando una pandemia mortal porque varios chinos habían estornudado en un aeropuerto; que la O.M.S. no hablara de la importancia del sistema inmunológico y cómo fortalecerlo, en lugar de enseñarnos a lavarnos las manos; por qué si al principio el virus no estaba en Medio Oriente, el mayor número de muertos de pronto aparece en Irán; por qué tantos infectados y muertos en el norte de Italia; por qué ayudaron a Italia Cuba y China solamente, cuando ya era bastante tarde y muchos otros cuestionamientos del estilo.

Como respuesta a mis interrogantes recibía: que yo no estaba bien informada con relación al virus, que siempre hay teorías conspirativas, que el virus era consecuencia de los desastres que le hacemos a la naturaleza, que venía de los chinos porque ellos comen murciélagos, que yo no tenía que perder el tiempo en pensar tonteras…

Y poco a poco, mi escepticismo con relación al Covid-19, fue transformándose en la certeza que el virus ya estaba en Argentina; sin entender aún de qué se trataba y sintiéndome un “interferón” del virus que nos aquejaba: “no pensar”.

Pero con el transcurso de los días, me surgieron más preguntas, sobre las que ya no quise hablar.

En una publicación de un periódico on-line, en ocasión de publicitar un milagroso medicamento de fecha 16 de marzo, leo:

“El otro caso de COVID-19 en el cual el uso de Remdesivir parece haber sido crucial sucedió en enero, en el Centro Médico Regional de Providence en Everett, estado de Washington. Un hombre de 35 años, que acababa de visitar Wuhan, se presentó con fiebre y tos. No estaba mal, pero los médicos ya estaban siguiendo el desarrollo de la crisis en China. Eso nos hizo atender el empeoramiento de esta enfermedad”, dijo George Diaz, jefe de enfermedades infecciosas del centro.

Es decir que la mayor potencia mundial, en el mes de enero de 2020 tenía el COV19-2 en su territorio, sabía de su fácil contagio, conocía de su mortalidad, ya que los médicos estaban siguiendo el desarrollo de la Crisis en China, entonces:

¿Por qué motivo, recién dos meses después comienza el bombardeo de desinformación, de infundir miedo, de contradicciones, de exageraciones, generando básicamente la pandemia del pánico?

Mientras tanto, día a día todos los artículos, informes, noticias, hablaban del aumento exponencial de muertos, infectados, países que se agregaban, difiriendo totalmente los números entre los distintos informes; los de la O.M.S. -menos fidedignos aún-, denunciaban un número considerablemente mayor de muertos que los que resultaba de sumar provincia por provincia, como me sucedió al hacerlo con Italia, por ejemplo. Diferían también las informaciones sobre la vacuna, los laboratorios que ya la tienen, los medicamentos, ente tantas.

En ese derrotero, tuve la mala suerte de intentar entrar a artículos científicos en inglés, y al pedir traducir al español, no traducía; sin embargo, accidentalmente el cursor fue al idioma estonio y en menos de medio segundo se podía leer el artículo en poco conocido idioma.

Recién el 20 de marzo pude leer a Eric Toussaint, que dio respuesta a alguna de mis inquietudes. Sumado a eso, para mi tranquilidad psíquica y mental, empecé a encontrar artículos de pensadores españoles e italianos, con una visión diferente y bien fundada; bastante alejadas de las versiones tendenciosas, contradictorias, exageradas y atemorizantes que transmitían todos los medios de comunicación de Occidente. De igual forma escuché serios profesionales de la salud como el Dr. Carlo Norberto Sacagna y varios otros, acerca de la necesidad y la forma de reforzar el sistema inmune, explicando cuán fácilmente puede entrar cualquier virus “si solo nos lavamos las manos”. Los Dres. Miroli y Pablo Goldsmith, especificaron que los porcentajes de mortalidad del virus no se corresponden con los de una pandemia y que la gripe común (ni siquiera la gripe A) mató muchas más personas el año pasado en el mundo que el coronavirus.

Como sabemos, para vivir como una sociedad organizada y con ciertas reglas básicas de convivencia, todos los países adoptamos un sistema o forma de gobierno, que puede variar entre una monarquía, oligarquía, democracia, república, etc. Y la mayoría de los gobiernos occidentales actualmente, con distintos matices, son democracias liberales.

En teoría, las democracias liberales debieran tener como premisa:

la Libertad como un derecho inviolable y si bien implica diversos aspectos, los primeros mencionados son: libertad de pensamiento, de culto, de expresión, de asociación, de prensa, de información; cuyo único límite consiste en no afectar la libertad y el derecho de los demás, y que debe constituir una garantía frente a la intromisi\ón del gobierno en la vida de los individuos.

Ergo, si el ejercicio de la libertad que pregonan los Poderes que gobiernan (y que debieran exigir y ejercer los ciudadanos) afecta la libertad de informarse, de pensar, de expresarse, de disentir (equivocado o no); y además no sólo no constituye una garantía frente a la intromisión del gobierno en la vida de los individuos, sino lejos de ello nos bombardea con la información que esos gobiernos (intereses, capitales, poderes) quieren que sepamos, nos infunden pánico, nos mal informan, contando con la ausencia de un filtro racional de los mismos ciudadanos y además limitan, marginan y castigan el pensamiento crítico; surge claro que lo vaticinado por el profesor Chomsky en su libro “Requiem para el sueño americano”, con relación a la finalidad de los futuros gobiernos: “reducir la democracia y limitar la influencia real del electorado; modelar la ideología convirtiendo a la educación en adoctrinamiento y a la crítica como sinónimo de antinacionalismo”, se está cumpliendo con bastante certeza.

Pertenecer a un sistema de gobierno (sobre todo si es democrático y liberal), no puede implicar tener un pensamiento sistemático, que significaría la adscripción acrítica del pensamiento impuesto y la negación de un derecho básico del ser humano, la libertad de pensar y de expresar sus ideas. De esta forma el valor fundante del liberalismo se subvierte hasta el punto de que a través del miedo provocado por los medios de comunicación, internet, redes sociales, se entromete no sólo en la vida de los ciudadanos sino en su capacidad de discernimiento. Posiblemente de esa forma no atinemos a percibir la violación de otro principio fundante del liberalismo: que es el de la no intervención del Estado en la economía, que como sucedió tantas veces, interviene activamente para proteger a los poderosos.

Todos los grandes pensadores y filósofos defendieron la libertad, como el máximo valor del ser humano, pero Hanna Arendt, advirtió sobre el peligro que los totalitarismos, imperialismos, poderes económicos concentrados, implican para el pensamiento (meditaciòn) y de las falsas verdades que pretenden imponernos.

En el prólogo a La condición humana propone una reconsideración de la misma:

“Evidentemente, es una materia digna de meditación, y la falta de meditación (la imprudencia o desesperada confusión o complaciente repetición de ‘verdades’ que se han convertido en triviales y vacías) me parece una de las sobresalientes características de nuestro tiempo. Por lo tanto, lo que propongo es muy sencillo: nada más que pensar en lo que hacemos.”

Atacar o defender ningún sistema o ideología política, no es el objeto de mi reflexión. Todo lo contrario, porque ello implicaría hacer lo que justamente condeno, la falta de pensamiento propio. Walter Lippman lo dijo muy claramente: “Cuando todos piensan igual es porque nadie está pensando.”

Nadie sabe qué va a pasar cuando se supere la pandemia, si como dicen algunos se terminará el capitalismo, o se iniciará un neoliberalismo moderado, nos convertiremos en más o menos solidarios…; lo que sí temo es que si no educamos al hombre en lo que lo distingue de las otras especies, que es su capacidad de pensar, la crisis económica que tapó el Covid 19, sería ampliamente superada por la crisis moral que se podría desatar, si llegásemos a saber las causas de la falsedad, ya que acercarnos a La Verdad, me parece una utopía.

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