El Estado mafioso

El Estado mafioso
Besar el anillo, por Mr. Fish

Por Chris Hedges*

Besa el anillo. Arrástrate ante el Padrino. Dále un tributo, una parte del botín. Si él y su familia se enriquecen, tú también. Entra en su círculo íntimo, sus hombres y mujeres «hechos a sí mismos», y no tendrás que seguir reglas ni obedecer la ley. Puedes destripar la maquinaria del gobierno. Puedes convertirnos a nosotros y al mundo natural en mercancías que explotar hasta la extenuación o el colapso. Puedes cometer crímenes con impunidad. Puedes burlarte de las normas democráticas y de la responsabilidad social. La perfidia es muy rentable al principio. A largo plazo es un suicidio colectivo

Estados Unidos es una cleptocracia en toda regla. La demolición de la estructura social y política, iniciada mucho antes de Trump, hace muy, muy ricos a unos pocos y empobrece a todos los demás. El capitalismo mafioso siempre conduce a un Estado mafioso. Los dos partidos gobernantes nos dieron lo primero. Ahora nos dan lo segundo. No sólo nos están arrebatando nuestra riqueza, sino también nuestra libertad.

Desde la elección de Donald Trump, Elon Musk, que actualmente vale 394.000 millones de dólares, vio aumentar su riqueza en 170.000 millones de dólares. Mark Zuckerberg, con una fortuna de 254.000 millones de dólares, vio aumentar su patrimonio en casi 41.000 millones.

Sumas considerables por arrodillarse ante Moloch.

Al menos 11 agencias federales que se han visto afectadas por la campaña de recortes de la administración Trump tienen más de 32 investigaciones en curso, denuncias pendientes o acciones de aplicación, sobre las seis empresas de Musk, según un análisis de The New York Times.

El Estado mafioso ignora las limitaciones legales y las regulaciones. Carece de control externo e interno. Lo canibaliza todo, incluido el ecosistema, hasta que no queda más que un páramo. No puede distinguir entre realidad e ilusión, lo que oscurece y exacerba la flagrante incompetencia. Y entonces el edificio hueco se derrumbará dejando a su paso un cascarón de país con armas nucleares. Así cayeron los imperios romano y sumerio. También lo hicieron los mayas y el esclerótico reinado del monarca francés Luis XVI.

En las etapas finales de la decadencia de todos los imperios, los gobernantes, centrados exclusivamente en el enriquecimiento personal, instalados en sus versiones de Versalles o La Ciudad Prohibida, exprimen las últimas gotas de beneficio de una población cada vez más oprimida y empobrecida y de un medio ambiente devastado.

Una riqueza sin precedentes es inseparable de una pobreza sin precedentes.

Cuanto más extrema se vuelve la vida, más extremas se vuelven las ideologías. Enormes segmentos de la población, incapaces de asimilar la desesperación y la desolación, se separan de un universo basado en la realidad. Se consuelan con el pensamiento mágico, un milenarismo extraño -encarnado para nosotros en un fascismo cristianizado- que convierte en profetas a estafadores, imbéciles, criminales, charlatanes, gánsteres y timadores, mientras tacha de traidores a quienes denuncian el saqueo y la corrupción. La carrera hacia la autoinmolación acelera la parálisis intelectual y moral.

El Estado mafioso no pretende defender el bien común. Trump, Musk y sus secuaces están derogando rápidamente órdenes ejecutivas relativas a regulaciones sanitarias, medioambientales y de seguridad, asistencia alimentaria, así como programas de cuidado infantil como Head Start. Están luchando contra una orden judicial para detener su desmantelamiento de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, que ha asegurado que se reembolse a los estadounidenses con más de 21.000 millones de dólares debido a deudas canceladas, compensaciones financieras y otras formas de alivio al consumidor. Están suprimiendo la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional. Están cerrando las oficinas de los defensores federales, que proporcionan representación legal a los pobres. Han recortado miles de millones de dólares del presupuesto de los Institutos Nacionales de Salud, poniendo en peligro la investigación biomédica y los ensayos clínicos. Han congelado los permisos para proyectos solares y eólicos, incluidas las autorizaciones necesarias para proyectos en terrenos privados. Han despedido a más de 300 empleados de la Administración Nacional de Seguridad Nuclear, la agencia que gestiona nuestras reservas nucleares. Están destripando la plantilla del Servicio Forestal, la Oficina de Gestión de Tierras, el Servicio de Parques Nacionales, el Servicio de Pesca y Vida Silvestre y el Servicio Geológico de Estados Unidos.

El Estado mafioso, cuyo modelo figura en el Proyecto 2025, ignora las terribles lecciones de la historia de desigualdad social extrema, desintegración política, saqueo ecológico gratuito y evisceración del Estado de derecho.

Por supuesto, no estamos destinados por naturaleza a la libertad. Pasaron dos milenios antes de que la democracia reapareciera en Europa tras su colapso -en gran medida porque Atenas se convirtió en un imperio- en la antigua Grecia. El Estado mafioso, y no las democracias, puede ser la ola del futuro, uno en el que el 1% más rico del globo posea alrededor del 43% de todos los activos financieros mundiales -más del 95% de la raza humana- mientras el 44% de la población del planeta vive por debajo del umbral de la pobreza del Banco Mundial, de menos de 6,85 dólares al día. Estos regímenes calcificados perduran únicamente gracias a sistemas draconianos de control interno, vigilancia al por mayor y evisceración de las libertades civiles.

Al mismo tiempo, hemos acabado con el 90% de los grandes peces como el bacalao, los tiburones, el fletán, el mero, el atún, el pez espada y el marlín, y degradado o destruido dos tercios de los bosques tropicales maduros, los pulmones del planeta. La falta de acceso al agua potable, y la consiguiente propagación de enfermedades infecciosas, mata al menos a 1,4 millones de personas al año -3.836 al día- y contribuye también al 50% de la malnutrición mundial, según el Banco Mundial. Entre 150 y 200 millones de niños padecen malnutrición. El dióxido de carbono en la atmósfera está muy por encima de las 350 partes por millón que la mayoría de los científicos del clima advierten que es el nivel máximo para sostener la vida tal como la conocemos. Para mayo de este año, se prevé que los niveles atmosféricos de CO2 alcancen las 429,6 ppm, la concentración más alta en más de dos millones de años. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático estima que podría alcanzar entre 541 y 970 ppm en el año 2100. En ese momento, enormes zonas del planeta, acosadas por una alta densidad de población, sequías, erosión del suelo, tormentas inusitadas, pérdidas masivas de cosechas y aumento del nivel del mar, serán inhóspitas para la existencia humana.

En la última época de la civilización de la Isla de Pascua, los clanes competían por honrar a sus antepasados construyendo imágenes de piedra tallada cada vez más grandes, que exigían los últimos restos de madera, cuerda y mano de obra de la isla. En el año 1400 el bosque había desaparecido. El suelo se había erosionado y arrastrado hasta el mar. Los isleños empezaron a pelearse por las maderas viejas y se vieron obligados a comerse a sus perros y pronto a todas las aves que allí anidaban.

Los isleños, desesperados, desarrollaron la creencia mágica de que los dioses de piedra erigidos, los moai, cobrarían vida y les salvarían del desastre.

La creencia de los nacionalistas cristianos en el arrebatamiento, que no existe en la Biblia, no es menos fantástica. Estos fascistas cristianos -encarnados en personas nombradas por Trump como Russell Vought, jefe de la Oficina de Presupuesto y Gestión, el vicepresidente JD Vance, el secretario de Defensa Pete Hegseth y Mike Huckabee, nominado para ser embajador en Israel- pretenden utilizar las escuelas y universidades, los medios de comunicación, el poder judicial y el gobierno federal como plataformas para llevar a cabo el adoctrinamiento e imponer la conformidad.

Los seguidores de este movimiento se remiten a un líder que creen ungido por Dios. Abrazan la ilusión de que los justos se salvarán flotando desnudos hacia el cielo al final de los tiempos, y los secularistas a los que desprecian perecerán. Este repliegue en el pensamiento mágico, que es la base de todos los movimientos totalitarios, explica su sufrimiento. Les ayuda a sobrellevar la desesperación y la ansiedad. Les da una ilusión de seguridad. También les garantiza la venganza contra una larga lista de enemigos -liberales, intelectuales, homosexuales, inmigrantes, el Estado profundo- a los que culpan de su miseria económica y social.

Nuestro milenarismo es una versión actualizada de la fe en los moai, la condenada revuelta de Taki Onqoy contra los invasores españoles en Perú, las profecías aztecas de la década de 1530 y la Danza de los Fantasmas, que los nativos americanos creían que vería el regreso de las manadas de búfalos y a los guerreros asesinados surgir vivos de la tierra para vencer a los colonizadores blancos.

Este repliegue en la fantasía es lo que sucede cuando la realidad se vuelve demasiado sombría para ser asimilada. Es el atractivo de Trump. Por supuesto, esta vez será diferente. Cuando caigamos, todo el planeta se irá con nosotros. No habrá nuevas tierras que saquear, ni nuevos pueblos que explotar. Seremos exterminados en una trampa mortal global.

Karl Polanyi en «La gran transformación» escribe que una vez que una sociedad se rinde a los dictados del mercado, una vez que su economía mafiosa se convierte en un Estado mafioso, una vez que sucumbe a lo que él llama «los estragos de este molino satánico», conduce inevitablemente a «la demolición de la sociedad».

El Estado mafioso no puede reformarse. Debemos organizarnos para romper nuestras cadenas, una a una, utilizar el poder de la huelga para paralizar la maquinaria estatal. Debemos abrazar una militancia radical, que ofrezca una nueva visión y una nueva estructura social. Debemos aferrarnos a los imperativos morales. Debemos condonar las deudas hipotecarias y estudiantiles, instituir la sanidad universal y acabar con los monopolios. Debemos aumentar el salario mínimo y acabar con el despilfarro de recursos y fondos para sostener el imperio y la industria bélica. Debemos establecer un programa nacional de empleo para reconstruir la infraestructura del país, que se está derrumbando. Debemos nacionalizar los bancos, las empresas farmacéuticas, los contratistas militares y el transporte y adoptar fuentes de energía sostenibles desde el punto de vista medioambiental.

Nada de esto sucederá hasta que resistamos.

El Estado mafioso será brutal con cualquiera que se rebele. Los capitalistas, como escribe Eduardo Galeano, ven las culturas comunales como «culturas enemigas». La clase multimillonaria hará con nosotros lo que hizo con los radicales que se alzaron para formar sindicatos combativos en el pasado. Tuvimos las guerras obreras más sangrientas del mundo industrializado. Cientos de trabajadores estadounidenses murieron, decenas de miles fueron golpeados, heridos, encarcelados y puestos en listas negras. Los sindicatos fueron infiltrados, cerrados e ilegalizados. No podemos ser ingenuos. Será difícil, costoso y doloroso. Pero esta confrontación es nuestra única esperanza. De lo contrario, nosotros, y el planeta que nos sustenta, estamos condenados.

Nota original: The Mafia State

Traducido por Sinfo Fernández en Voces del Mundo.
* Chris Hedges
es un escritor y periodista ganador del Premio Pulitzer. Fue corresponsal en el extranjero durante quince años para The New York Times.

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