El juego parlamentario
Juan Gabalaui*. LQS. Junio 2018
El cambio está en las personas que habitan los barrios y los pueblos, en la manera de organizarnos y relacionarnos. El cambio está en la capacidad para crear espacios autogestionados y horizontales, en crear relaciones de colaboración, en tomar decisiones de manera colectiva generando estructuras de participación directa
Si valoramos exclusivamente el juego parlamentario, la moción de censura era necesaria. Había razones suficientes para ella. La continuidad de un partido en el gobierno, involucrado en decenas de casos de corrupción, no puede ser nunca una opción. Aunque hasta estos momentos lo haya sido. No solo por la sentencia de la Gürtel sino por la indecencia en la gestión de las instituciones públicas a lo largo de las últimas décadas. Y no solo por la corrupción sino también por los ataques a la libertad de expresión, la utilización de la justicia para amedrentar, criminalizar y silenciar a los que disienten y la aprobación de medidas legales tendentes a la represión. El juego parlamentario tiene sus tiempos que no corren en paralelo a las necesidades de las personas sino a los intereses partidistas. Si fuera por las necesidades del pueblo, en relación a la situación económica, laboral y social, Mariano no hubiera llegado al verano del 2012.
Si algo caracteriza a este juego es el cambio de cromos. Teníamos a Mariano Rajoy. Ahora a Pedro Sánchez. Mientras, las políticas económicas seguirán su curso de forma independiente a los nombres. Los cuerpos policiales seguirán teniendo unidades de represión de los movimientos sociales. Las decisiones las seguirán tomando pequeños grupos de personas lejos de las necesidades reales de la gran mayoría. Los trabajos seguirán funcionando como modernos espacios de explotación y autoexplotación. Las palabras seguirán buscando colonizar las mentes y no cambiar las realidades. Desconectadas de los hechos y del cambio se convierten en peligrosas armas de destrucción masiva del pensamiento propio y colectivo, canalizando las acciones subversivas a espacios más controlados e inofensivos que aseguran el mantenimiento del estado de las cosas más allá de los presuntuosos discursos que se ofrecen en los parlamentos.
Podemos es un claro ejemplo de cómo el parlamentarismo domestica e inmoviliza a los insurrectos o a los que están en camino de ello. Las redes sociales les permiten debatir, argumentar, crear grupos de discusión, diseñar alternativas y hacer propuestas sin ningún impacto en la vida real. Ese juego narcisista que fortalece los egos. Se favorece que los militantes tomen decisiones en el salón de sus casas, pulsando el touchpad de su ordenador o la pantalla táctil de su móvil. Unas decisiones sobre las decisiones previas que el grupo hegemónico dentro de Podemos decide. La ilusión de decidir. La participación en este tipo de espacios ahoga el espíritu de cambio y tiende al conformismo. Este tipo de militancia, muy deliberativa pero sin impacto en la cotidianeidad, favorece que un pequeño grupo domine el partido y lo convierta en algo que está más que visto: personalista, vertical y autoritario. La gente hace lo que ha aprendido, lo que esta sociedad les ha enseñado. Es decir, confiar en un líder, en alguien que sabe lo que necesitan y que en su ausencia se sienten perdidos. Al final les dan las llaves del castillo.
La creencia de que la participación en los parlamentos es la vía para cambiar las cosas ha sido rebatida históricamente. En cuestión de cuatro años se puede comprobar en qué se ha convertido Podemos. La única singularidad [o pobre imitación de las asambleas del 15M] con la que nacieron, los Círculos, fueron desmantelados rápidamente. Eso de que la gente se reuniera en sus barrios y se convirtiera en motor del movimiento no fue bien visto por el núcleo irradiador con Pablo Iglesias, Errejón y Monedero a la cabeza. Este último dijo de los Círculos que eran el corazón de Podemos [esto son palabras]. Después de haberlos condenados a la irrelevancia [esto son hechos]. El parlamentarismo es el juego de las palabras, de los grandes discursos que no van dirigidos al cambio social sino a la adhesión política. Una adhesión que no va dirigida al, de nuevo, cambio social, sino a alcanzar el poder. Queda bonito decir que la gente tiene que decidir pero en esos ayuntamientos que llaman del cambio siguen decidiendo los concejales de los partidos cercanos a Podemos, que han recuperado el municipalismo para seguir cometiendo los mismos errores que se cometieron en las anteriores experiencias municipalistas. Si el poder es del pueblo, hay que dárselo al pueblo y no crear una plataforma informática de presupuestos participativos.
La moción de censura ha ocupado las primeras planas de los periódicos con la competencia inesperada de la dimisión de Zidane. Y ha salido adelante. Para cambiar y que no cambie nada. Esta paradoja es una acompañante habitual del juego parlamentario. Ninguno de los partidos políticos tiene la capacidad [ni el interés] de cambiar el modelo económico y social y avanzar hacia sociedades autogestionadas, con participación directa, feministas, antirracistas, ecologistas y cooperativas. Esto está lejos de cualquiera de los programas políticos de estos partidos por lo que nos espera más de lo mismo. El cambio está en las personas que habitan los barrios y los pueblos, en la manera de organizarnos y relacionarnos. El cambio está en la capacidad para crear espacios autogestionados y horizontales, en crear relaciones de colaboración, en tomar decisiones de manera colectiva generando estructuras de participación directa. Crecer desde abajo para ir removiendo los cimientos de un sistema que nos aprisiona.
Más artículos del autor
* El Kaleidoskopio
@gabalaui
Síguenos en Facebook: LoQueSomos Twitter@LQSomos Telegram: LoQueSomosWeb