El Mundial de Messi: soborno, calor y negocio
Por Carlos A Villalba*. LQsomos.
Solo eran dunas, llanuras áridas y planicies pedregosas. Ningún río interrumpe el desierto; uno que otro oasis a lo largo del territorio manchan de verde amarronado la monotonía del paisaje desértico. Distintas tribus nómadas llegaban desde el centro de la Península Arábiga y se asentaban temporalmente en esa zona, buena para nada. Durante la época del Califato de Bagdad (750 – 1258 EC), el estruendo de los cascos de los caballos árabes anunció a quiénes sí valor a la región: el uso de sus puertos, aptos para que zarparan varias de las flotas que intervinieron en la yihad islámica.
Así consolidó su lugar en el mundo, como una buena escala para el tránsito marítimo. El control sobre su pequeño territorio fue pasando por las manos del poder de turno; en el siglo XX consiguió la independencia de Turquía para quedar bajo “protección” británica, como consecuencia de la disolución del ocaso de Estambul. Y si los musulmanes miraron hacia el mar, los europeos dirigieron su búsqueda hacia lo profundo de las arenas, descubrieron petróleo y todo cambió para siempre en… QATAR, ese territorio hacia el que, hoy, se dirigen las miradas de miles de millones de personas amantes de la pelota.
Ese lugar en el que se juega el absurdo de un Mundial de Fútbol donde nadie practica ese deporte, donde las mujeres tienen prohibido jugarlo, a pesar de que las ligas femeninas son hasta exigencia FIFA para que equipos y selecciones masculinas participen de torneos, bajo temperaturas prohibidas para su desarrollo, con miles de trabajadores muertos en la construcción de los estadios, jugadores de la elite mundial que rompieron sus músculos por el esfuerzo exigido por los calendarios diseñados a la medida de las temperaturas del país anfitrión. Un torneo logrado a partir de una ingeniería económica y política global, cargada de irregularidades que incluyen la compra de votos de dirigentes, federaciones y confederaciones.
Dueños y corruptos
A mediados del siglo XVIII la familia Al-Tani, rama de la antigua tribu Tamim, originarios del centro de Arabia Saudí, con ayuda de Turquía, se instaló en el poder. Luego firmó un tratado de protección con los británicos. Hoy, 300 años después, permanece sentada sobre esa tremenda reserva de gas y petróleo. Es cierto, en todo ese tiempo hubo cambios: hijos derrocaron a padres, hermanos a hermanos, en una cadena que llega hasta el actual jeque Tamin bin Hamad… Al Thani.
El siglo XXI trtaería nuevas metodologías y tecnologías, otro planeta, geoestrategias comunicacionales destinadas a instalar intereses comerciales, financieros y políticos, a lavar imágenes e hipnotizar multitudes, por ejemplo, haciéndoles creer que la capital qatarí no es Doha sino París… Saint Germain. Los expertos en ese “poder blando” (soft power) que constituye la presión y la “influencia”, en reemplazo de, por ejemplo, la potencia bruta expresada fuera de sus fronteras por Estados Unidos, consideran al fútbol como un elemento principal de ese proceso y a los clubes como auténticos “caballos de Troya” desde donde irradiar imágenes e influenciar en la construcción de conceptos en la vida cotidiana de las personas. La corona qatarí lo entendió y decidió invertir en ello en su búsqueda de la consolidación de su posición en el mapa planetario, hasta desplazar a Arabia Saudita de su acuerdo estratégico con Estados Unidos.
Golpe de mano
El camino de la seducción fue largo, desde que los ingleses de las petroleras empezaran a correr detrás de la pelota hasta que los dólares de ese mismo hidrocarburo desembarcaran en los bolsillos dispuestos de los jerarcas de la FIFA el segundo día de diciembre de 2010 cuando, finalmente, el jefe de la organización, Jospeh Blatter, anunciara en la sede de Zurich que doce años después el circo futbolístico desembarcaría en Qatar… y no en Estados Unidos.
El Sheikh Mohammed lideró la exitosa y “propositiva” candidatura de su país, logrando llevar la Copa Mundial por primera vez a Medio Oriente, apelando a todos los elementos que fuesen necesarios, incluso la de incluir una mujer, Sheikha Moza, en el centro de la presentación final de una nación que prácticamente niega los derechos de género, ni qué decir de las diversidades. Sin embargo, el factor decisivo del vuelco de los votos hasta sumar los 22 que derrotaron a los 14 estadounidenses no fueron los gestos falsos, sino los dólares reales, negociados hasta en los perfumados baños de la FIFA donde, por ejemplo, Nicolás Leoz, presidente de la Conmebol que, como paraguayo, quería ponerle unos porotos a Corea del Sur, escuchó una voz argentina que le dijo “Tenés que votar a Qatar”, con un acento nada parecido al del supremo personaje de Marlon Brando,
Los números, hoy estudiados por las agencias de investigaciones y la justicia de distintos países, giran alrededor de los 10 millones de dólares destinados a la compra de unas 30 voluntades, a partir de una tabla que, incluso cotizaba diferente el apoyo de los sudamericanos y los centroamericanos. Sin embargo, las transferencias superaron tres veces ese monto; solo el estudio de los recibos bancarios (en Qatar se traga arena pero no se come vidrio) dan cuenta de 7 millones. Otras pesquisas elevan a 7,2 millones los recibidos únicamente por el crack francés Michel Platini, entonces titular de la Federación europea (UEFA), luego condenado por otras irregularidades cometidas junto a Blatter. Y la cotización trepa un par de peldaños cuando se llega al “sí” del responsable del Comité de Finanzas de la FIFA, el argentino Julio Humberto Grondona.
(Esta crónica regresa en pocas líneas a ese momento mundial de argentinidad al palo)
Messi… eu
El voto de Platini tuvo otras aristas, además de lo embolsado. En medio de las audiencias que lo condujeron una condena por el delito de cobro irregular de 2 millones de dólares de la FIFA, reconoció haberse reunido antes del encuentro de Zurich con el entonces presidente Nicolás Sarckozy en el Palacio del Elíseo, según la prensa francesa, con la participación del futuro emir de Qatar, el príncipe Tamim ben Hamad al-Thani. Ya con los escándalos estallados, sería Blatter quien confirmó públicamente que el ex “10” le había reconocido que su respaldo a Qatar “se debía a un pedido de Sarckozy”. Ese interés arrastraba dos contraprestaciones: por un lado, que el petróleo qatarí comprase el PSG, equipo de fútbol de su amigo Sébastien Bazin, y por otro la adquisición de una partida de aviones caza polivalentes Rafale, dato que no surge de ninguna garganta profunda sino de documentación judicial.
La sonrisa breve del mejor del todos, el control de pelota único, la sencillez de un pibe de barrio que parece absolutamente ajeno a las toneladas de millones que genera cada uno de sus movimientos o de sus escasas palabras… Lo compra el mercado, lo adora el mundo mundial. Responde con lo que debe responder, gambeta, precisión, genio, gol y gol y gol. Es el ídolo exacto del tiempo que corre. El que solo se saca fotos con su esposa, con sus hijos, con sus amigos. Nada que ver con aquel monstruo del fútbol que reivindicaba a Guevaras y Chávez y Fideles y Cristinas y quería sindicatos de futbolistas para defenderlos de las fifas y repudiaba, premonitorio y exacto, “la admiración enferma que existe por Blatter, al igual que la que se le otorga a un antiguo jefe de la mafia que se las ha arreglado para permanecer fuera de la cárcel”.
La venganza será terrible…
A Morgan Freeman no le alcanzò la experiencia de haber encarnado a Mandela en Invictus, haber paseado a Miss Daisy ni haber transitado junto a Batman en su noche oscura; tampoco a Bill Clinton le sirvieron sus proezas de la Sala Oval, y la estrella de la selección de las barras y las estrellas, Landon Donovan, y el fiscal general adjunto Eric Holder, no hicieron ni sombra.
La delegación estadounidense se esforzó, pero no pudo contener la catarata de votos que los petrodólares acumulaban a tasa de mercado. El entonces hombre más poderoso del mundo hizo un último intento. Barack Obama habló telefónicamente con Blatter antes de la sesión decisiva, cruzaron tres frases, una pregunta: “Cómo están nuestras posibilidades para 2022?”, el “será difícil” como respuesta, breve pero con ruido a portazo, y el “Entiendo” de despedida que fue la señal de largada para el operativo que descabezaría a la mayoría de los corruptos de la FIFA, pero no terminaría con su corrupción. Cuatro años y medio después, el 27 de mayo de 2015, el lujoso hotel Baur au Lac de Zúrich se convirtió en epicentro del terremoto que se llevó puesta a la superestructura del fútbol mundial.
En Estados Unidos las ligas de fútbol americano (NFL), básquet (NBA), béisbol (MLB) y hasta hockey sobre hielo (NHL) son más importantes que la Major League Soccer (MLS). Sin embargo las proyecciones, sobre todo económicas y comerciales, consideran que es la que tendrá más desarrollo en el corto tiempo, por eso hasta el Presidente del país que aloja a las principales corporaciones transnacionales trató de adelantar los tiempos. A pesar de la derrota temporal, el continuador de la línea histórica “Joao Havelange – Ricardo Texeira, Julio Grondona – Joseph Blatter”, el italosuizo Giovanni Vincenzo Infantino, auguró que “Para 2026, el fútbol será el primer deporte en Estados Unidos”, durante la ceremonia de anuncio de las sedes de esa competencia, la primera que albergará a ¡48 selecciones!
El negocio va a ser inconmensurable, el interés que despierta cada Mundial de fútbol no es superado por el de ningún otro deporte. La mercadotecnia deportiva elevará los flujos financieros a alturas jamás vistas, y un techo no se baja más.
Muchas fotos de sacaron del terremoto de Zúrich, pero poco se escribió sobre el mecanismo que estructura la corrupción. Cuando Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange, conocido como João Havelange, se quedó con el cargo más importante del fútbol mundial en 1974 y comenzó a planificar “su” primer campeonato, el de “blanqueo de imagen” de la dictadura cívico militar argentina en 1978, con una ingeniería que multiplicara los ingresos a la federación mundial, las confederaciones regionales y las federaciones nacionales y le permitiese cumplir la consigna que aún vive entre sus sucesores “votos, negocios y goles”.
Con los años, el mecanismo se afinaría y hasta sería bautizado en inglés: sportswashing, el uso del deporte como lavado de cara en respuesta a las críticas de organismos multilaterales y Ong´s globales por violaciones de los derechos humanos. Por ejemplo Israel, que organizó un “Giro de Italia” que partió de… Jerusalén, o Arabia Saudita y sus grandes premios de Fórmula Uno… nocturnos. Qatar hace punta con esta política de disfraz; ya fue sede de los mundiales de handball, atletismo y fútbol juvenil y, ahora, concreta la máxima función, a sala llena.
Dos jóvenes, Horst Dassler, hijo del fundador de Adidas y sobrino del creador de Puma, junto al publicista Patrick Nally, marcaron el camino de la multiplicación de los pesos, logrando que las grandes marcas globales, no importa qué produjesen, invirtieran grandes capitales a cambio de patrocinios exclusivos en los eventos FIFA. Quedaba montado el escenario, ya no para mejorar los ingresos sino para que “terceros” concretaran grandes negocios a través de la compra de los derechos comerciales de la Federación Internacional al por mayor y los revendieran, por partes, a los patrocinadores exclusivos con ganancias astronómicas.
Coca Cola, con una inversión de $8 millones de dólares, fue la primera marca que se “asoció” con FIFA y el primer patrocinador mundial exclusivo en la historia del deporte. Había nacido la nueva era, aquella que Obama quería que coronara en 2022 y que Infantino, espera alcanzar en 2026, como cicerone de quien gobierne EEUU en ese momento.
Con 211 federaciones adscritas, el organismo tiene más miembros que la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU), ya que no le importa si el multilateral los reconoce o no.
… y estadounidense
Era tan temprano que había pocos pasajeros en el desayunador del cinco estrellas Baur au Lac, ninguno dirigente de la FIFA, cuando irrumpió un grupo vestido de azul con las letras amarillas FBI impresas sobre sus camperas; uno de sus integrantes se acercó al conserje, habló con reserva, mostró documentación, pidió las llaves de determinadas habitaciones, hizo una seña y todos subieron a los pisos. Recién salía el sol y en la recepción hacía rato que esperaban los enviados del New York Times, nada extraño teniendo en cuenta que allí se alojaban dirigentes que días después decidirían los destinos de una de las federaciones deportivas más importantes del mundo, pero ellos… tenían el dato.
El cronista no tiene las herramientas del novelista (John le Carré, por ejemplo) para ponerle palabras a las imágenes de película que se sucedieron a partir de ese momento, en que desde Nueva York, con venia Suiza, se manejaban los hilos de la venganza por lo sucedido más de cuatro años antes, en base a una investigación iniciada 26 años atrás. Información, siempre acumular información, para torcer voluntades, extorsionar figuras, arrestar personas, con razón o sin razón. En este caso a funcionarios de alto rango de la FIFA a los que se vinculó y procesó en el marco de una trama de corrupción generalizada en la organización, con sobornos calculados en unos u$s150 millones, durante más de 20 años, con una formulación inicial de 47 cargos contra 14 personas.
La mayoría de las acusaciones fueron por esas coimas pagadas por “ejecutivos de mercadeo” de compañías deportivas a funcionarios de la FIFA, en conexión con la comercialización de derechos de eventos deportivos a cambio de los cuales los sospechosos recibieron derechos de transmisión, publicidad y patrocinio vinculados a mundiales y torneos en América Latina. La palabra venganza se diluye en la formulación de cargos, en la que se señala que lo delitos fueron acordados y preparados en Estados Unidos y los pagos realizados por medio de bancos de ese país. En el acto, la justicia suiza se encargó de lo propio: abrió una investigación por sobornos y lavado de dinero en relación con la designación de Rusia y Qatar como sedes de los mundiales de fútbol de 2018 y 2022.
En un rincón del salón desayunaba, café, croissants, un hombre de poco más de 50 años, pelo prolijamente recortado, saco azul, camisa clara. Alojado en otro hotel, madrugador, hacía tiempo hasta que bajaran los jerarcas del fútbol, sus socios y cómplices. Vio a los azules del FBI, alguien trató de darle una alerta por teléfono al recomendarle que mirara la tapa online del New York Times. Lo ignoró, por eso no supo de manera anticipada lo que estaba viviendo en tiempo real: el portal del diario anunciaba el megaoperativo policial. Congelado, casi sin sorber trago ni dedicarse a las medialunas, invisibilizado, vio como los azules se llevaban en procesión de siete dirigentes de la FIFA, esposados, con caras de sueño interrumpido, desconcierto y, algunos, tapados con sábanas que les cubrían las pocas ropas de la detención.
Mimetizado como simple turista, finalmente apuró los croissants, bebió su café, levantó un brazo para pedir «la cuenta», pagó y desapareció. Se trataba de Alejandro Burzaco, argentino, CEO, es decir jefe, de Torneos y Competencias (también conocida como TyC o Torneos), empresa de “marketing deportivo”, en realidad dedicada a vender derechos de transmisión deportiva comprados al por mayor… a la FIFA, aquella ingeniería que nació con Havelange y ya nunca morirá.
El FBI presentó acusaciones en sede judicial que sostuvieron que el fantasma del desayunador pagó 110 millones de dólares en sobornos, para permitir que su empresa se quedase con los derechos de los medios de fútbol regionales. Antes había pasado de Suiza a Milán, luego a Bolzano, donde se entregó y pasó 49 días en arresto domiciliario en el paraíso, hasta que dos oficiales del FBI lo embarcaron rumbo a Nueva York y las garras del fiscal Samuel Nitze.
Llegó a un acuerdo, de denunciar a sus socios, juntó la fianza de 10 millones de dólares, con la ayuda de su hermano Eugenio, en ese momento viceministro de Seguridad de Patricia Bullrich, involucrado en la represión y el espionaje del pueblo mapuche que terminó con la desaparición y muerte de Santiago Maldonado. Se calzó la tobillera electrónica y se transformó en habitante de Nueva York. Los Panamá Papers mostraron que movía, por lo menos, otros 370 millones de dólares a través de una red de sociedades montadas en distintas guaridas fiscales.
Allá, en Suiza, la FIFA había intentado seguir como si nada. Dos días después de la redada novelesca, Joseph Blatter consiguió ser reelecto como presidente, bajo “la responsabilidad de recuperar la imagen de la FIFA”; cinco días después, tapado de sospechas, y de dólares, anunció su dimisión y la convocatoria a un congreso extraordinario que sería partero del nuevo mundo Infantino, el que coronará en 2026 en Estados Unidos. Buena forma de disimular este Qatar y arrancar los negocios con Washington, hermosa y menos arenosa ciudad que Doha.
Argentinidad al palo
La leyenda cada vez más abonada del hombre del anillo del ”todo pasa“ en su reverso, asegura que en una reunión de amigos dijo sonriente “hay que saber cuándo morirse”. Sapiencia o desgracia, el ferretero de Sarandì falleció a fines de julio de 2014, casi un año después de la final del Mundial de Brasil que Argentina, el mejor equipo de ese campeonato, perdió con Alemania. El proceso formal del FIFAgate arrancó recién el 27 de mayo de 2015, por eso el apellido Grondona no aparece de modo explícito en los legajos condenatorios y es mencionado como “conspirador 1”, y los bienes circulantes por las canaletas del lavado se transformaron como “no decomisables”.
Investigados los hechos, la Fiscalía del Distrito Este de Nueva York, las oficinas de campo de Nueva York del FBI y de Los Ángeles del Departamento de Investigación Criminal del Servicio de Impuestos Internos, la fiscalía General, la Unidad de Integridad Bancaria de la Sección de Blanqueo de Capitales y Recuperación de Activos (MLARS) de la División Penal, el fiscal adjunto de los Estados Unidos, las oficinas del Fiscal del Distrito de Columbia y la de Asuntos Internacionales de la División Penal y los despachos Federal de Justicia y Fiscal General de Suiza coinciden en que en FIFA se cometieron delitos de fraude, crimen organizado, lavado de dinero y entre otros 45.
Consideraron que los dirigentes imputados formaron parte de una estructura que, durante un cuarto de siglo cobró y/o entregó sobornos y comisiones por 150 millones de dólares en negociaciones relacionadas con la comercialización de derechos de TV de campeonatos mundiales y certámenes continentales, como las copas América y Libertadores.
Al promediar 2021, el tercer banco suizo, Julius Baer & Co. Ltd., firmó un acuerdo extrajudicial en su país y luego admitió ante un tribunal federal de Brooklyn que “conspiró para blanquear más de u$s 36 millones en sobornos a través de los Estados Unidos a funcionarios de fútbol de la FIFA” y explicó que las acciones “eran parte de un esquema en el que las empresas de marketing deportivo sobornaban a funcionarios de fútbol a cambio de derechos de transmisión de partidos de fútbol”.
El documento oficial revela que, con el presidente Joseph Blatter al frente, los dirigentes embolsaron ilegalmente 79.398.333 millones de dólares. La justicia de Nueva York detalla que el banco utilizado para el blanqueo “conspiró con ejecutivos de marketing deportivo -incluyendo a Alejandro Burzaco, el ejecutivo de control de Torneos y Competencias, S.A. (Torneos), una empresa de medios de comunicación y marketing deportivo con sede en Argentina- y otros, para blanquear a través de los Estados Unidos al menos 36.368.400 dólares en sobornos pagados a funcionarios de fútbol a cambio de derechos de transmisión de partidos de fútbol”.
El hombre del desayuno tempranero de Zurich “y los co-conspiradores acordaron pagar aproximadamente 30 millones de dólares, “por su apoyo en la adjudicación de los derechos de transmisión regional de las ediciones 2018, 2022, 2026 y 2030 de la Copa del Mundo”, al “’Funcionario del Fútbol Número Uno, que también era un vicepresidente senior de la FIFA», elipsis que usó el “topo” de Burzaco en la banca suiza, Jorge Arzuaga, para referirse a “Grondona” ante los tribunales. El banquero trabajó en el Credit Suisse hasta 2010 y en Julius Baer hasta 2015 y, como reconoció bajo juramento, fue el encargado de crear empresas fantasmas con cuentas en el banco suizo a las que llegaban los sobornos de las empresas de televisación que asociaban a Grondona y Burzaco.
En 2017 admitió su culpabilidad por las transferencias y detalló que, tras la muerte de Grondona a los 82 años en 2014, Burzaco le ordenó la transferencia de aproximadamente 25 millones de dólares a sus herederos, desde una “subcuenta” del propio banco; para hacer aparecer la transacción como legítima se utilizó un contrato falso.
Quienes calientan las pantallas mundialistas, disfrutando las delicias de Messi, Di María y toda la troup de Doha, como lo hicieron en 2018 y lo harán en 2026 y 2030, gritarán goles y llorarán derrotas alojadas en territorios comprados de esa manera.
Mundial de arena sin aire acondicionado
Cuando los dólares lograron los votos para armar el circo en el desierto hubo que pensar en la temperatura. Con picos de 50 grados y promedios superiores a los 40 en los meses de junio y julio, en que se juegan los mundiales normales y cuando la mayoría de las ligas están en receso, el primer punto fue correr la fecha a noviembre/noviembre, con una final a disputarse el 18 de diciembre, en la que, si hay que patear un penal de desempate, quien lo ejecute lo hará con ropas de Papá Noel.
Los 30 grados a la sombra de esos meses tampoco eran alentadores, pero Qatar tiene solución para todo lo comprable. El entonces príncipe Tamim ben Hamad al-Thani, aquel del almuerzo con Sarközy y Platini, lo dijo al instante “habrá que apelar al aire acondicionado” y así fue, siete de los ocho estadios construidos a la carrera cuentan con frío artificial, tanto que desde “el lugar de los hechos” las y los periodistas recomiendan llevarse una “camperita” para afrontar la temperatura estacionada en 22 grados. Lo que a los al-Thani no les interesó fue la salud de los trabajadores con jornadas de entre 16 y 18 horas diarias, siete días por semana, bajo temperaturas de hasta 50 grados, bajo el rayo de soles que no perdonan y que se cobraron 12 vidas por semana desde 2010.
Los observatorios de trabajo y derechos humanos más serios sostienen que “Más de 7.000 trabajadores de la construcción han muerto en Qatar desde que fue elegida como sede para el Mundial 2022. Casi todos inmigrantes provenientes principalmente de Nepal, India, Pakistán, Bangladesh y Sri Lanka, que trabajaban generando la lujosa infraestructura para el evento: rutas, vías de ferrocarril, estadios, hoteles, centros de convenciones, entre otros”. En la Argentina la Fundación para la Democracia (Rosario, Santa Fe) desarrolla desde hace meses un “Informe sobre la situación de los derechos humanos de los trabajadores migrantes en Qatar” en el marco de “Un Mundial en el que perdemos todos”[1]. Los datos prácticamente no tienen repercusión en los medios que marcan la agenda comunicacional; la pluma de Gustavo Veiga, desde el matutino Página 12, es de las pocas que claman, obvio… en el desierto.
Qatar tiene una población cercana a 2.500.000 de personas de las cuales 2 millones son trabajadores migrantes que conforman el 95% de la fuerza laboral regida por un “contrato laboral” que, en realidad, es un sistema de esclavitud llamado «Kafala». Consiste en transferirle responsabilidades y poder de ejecución a un “administrador” que contrata inmigrantes y les retiene los pasaportes, una forma de cadena del siglo XXI que los ata a la voluntad del “amo”, sin derecho a cambiar de empleo, condenados a cumplir con las condiciones que se les imponen, a vivir hacinados y sin protección sanitaria. 7000 muertes no es una cifra, es una de las decisiones tomadas aquella jornada de sobornos en Suiza. La presión internacional obligò a la familia gobernante a realizar algunos cambios, pero las víctimas, las pocas veces que pueden hacerse escuchar, afirman que los “retoques” no cambiaron lo esencial del formato. Desde ya, los muertos, no resucitan.
Pitadas finales
• El capricho comprado, o vendido, obligó a atrasar las fechas de la disputa. Las competiciones nacionales y regionales fueron sometidas a calendarios muy apretados, con máximas exigencias y mínimos descansos, los jugadores tuvieron más riesgo de lesionarse. Suman más de 30 los que no pudieron participar o llegaron a Doha en situaciones muy dudosas.
• Tras la “revancha de Brooklyn” y las garantías para el estallido futbolístico, comercial y comunicacional del 2026, Estados Unidos se aplacó. Alguna de la principales acusadoras de los corruptos se pasó al bufete que defiende los intereses de la FIFA.
• En 2021, el Departamento de Justicia de EE. UU. Le transfirió a la Fundación FIFA 201 millones de dólares incautados de las cuentas bancarias de los citados ejecutivos, en “compensación por las pérdidas que sufrió” como “víctima del esquema de corrupción y actividades delictivas montado por ex funcionarios del fútbol”.
• Cierra el círculo de los “nuevos tiempos” del “organismo rector” el nombre de quien preside su Fundación desde enero del 2020: el ex mandatario argentino Mauricio Macri, amigo de Donald Trump, uno de cuyos íntimos, directivo del fútbol de Estados Unidos,Chuck Blazer, recibió más de 500 mil dólares en pagos sospechosos en un período de 15 años.
• El mundial del desierto y los operarios calcinados costó más que todos los anteriores juntos. Cuatro años atrás el estimado por The Bank of Merril Lynch fue de 142.000 millones de dólares. A la hora del pitazo inaugural la cifra trepó a 220.000 millones. Invertidos
Standard & Poor’s calculó 41.000 millones para el de Rusia, contra los 11 que informó el presidente Putin; en 2014 la cifra extraoficial para Brasil fue de 14.000 millones; 5.170 millones en Sudáfrica 2010; Alemania 2006, 3.000 millones y Corea Japón 2002, 4500 millones.
Muy lejos de los 520 millones de dólares que demandó el Argentina ‘78 cívico-militar. Allí arrancó el gran salto, a pocos metros de una de las peores mazmorras del régimen, por la que pasaron más de 5.000 detenidos y desaparecidos. Probablemente, los inmigrantes qataríes griten goles de sus propios colores o de extraños, a pesar sus dolores y sus muertos como, cuentan los argentinos sobrevivientes, hacían desde sus celdas, mientras en ciudades argentinas y de distintas partes del mundo aparecían obleas montoneras que gritaban “Argentina Campeón, Videla al Paredón”.
La pelota ya rueda y el mundo cambia sus tiempos, acomoda relojes a los husos horarios del desierto. Pibas y pibes del planeta total lucen camisetas con colores de sus amores, que no siempre son los de sus países, como esos trapos celestes y blancos, estampados con el Diez (que los argentinos gustan convertir en “Dios”) y flamean en India o Guatemala o China o Haití… Es la fiesta de ser iguales y poderosos, por un rato, por 90 minutos de ese juego tan maravilloso que siempre se descubre que alguien lo practicó antes, egipcios, romanos, mayas, africanos; el de la pelota y los pies, el más difícil de todos, por eso, por la máxima distancia entre instrumento y cerebro; el que tiene menos cuota de lógica y se burla desde su dinámica de lo impensado (¡salud Panzeri!)
Ese, al que sólo lograron controlar, desviar, desteñir, los escritorios de la corrupción, los palacios del marketing y, claro, las corporaciones concentradas de la economía mundial, hoy junto a una monarquía petrolera que reside entre camellos (desde hace varios años portadores del peligroso MERS-CoV transmisible a los humanos) y alumbra en París.
Es sabido, lo dijo el más sabio en fútbol, lo único que no se mancha en ese circo es la pelota; la que se desliza al antojo de la muchachada que tiene potrero bajo los botines impagables de las transnacionales del calzado, hasta reventar las redes e iluminar al mundo entero en la incandescencia de un segundo del GOOOOOL…
Notas
1.- Fundación para la Democracia: Informe sobre la situación de los derechos humanos de los trabajadores migrantes en Qatar.
* Periodista argentino. Investigador asociado al CLAE. Miembro de La Usina del Pensamiento Nacional y Popular
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– Copa mundial de la tiranía: Qatar 2022
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