El mundo necesita a Pepe Pótamo
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Pepe Pótamo se mete en infinidad de líos, pero siempre sale victorioso, gracias a su famoso hipoaullido huracanado, que le permite barrer a sus enemigos y alejarse a una velocidad supersónica. Es un arma incruenta, un vendaval de poesía y ternura que deja en ridículo a los idiotas y los botarates. El mundo está lleno de canallas, imbéciles y desalmados. Su fuerza es colosal, pero incapaz de neutralizar su hipoaullido, que ha derribado las torres más altas del poder y la arrogancia. Aunque la Historia le ignora, Pepe Pótamo abanderó el asalto a la Bastilla y el Palacio de Invierno. La paleta de Delacroix le omitió porque su piel violeta no encajaba con la combinación de amarillos, ocres, azules, blancos y negros de La libertad guiando al pueblo. En realidad, la mujer que aparece en el centro del cuadro, con la bandera tricolor, un gorro frigio y la bayoneta calada, usurpa la gloria a Pepe Pótamo, que encabezó a un ejército de parias y desheredados, animándoles a no resignarse ante su infortunio. No hay que lamentar esta injusticia. Pepe Pótamo no anhelaba honores ni reconocimientos. Sólo quería acabar con la tiranía y la desigualdad. El joven que aparece a su lado con dos pistolas y una bandolera, avanzando entre los heridos, es Soso, que nunca aguantó cadenas ni amos. A los chimpancés jamás les ha gustado vivir entre rejas y, menos aún, en un zoo, un circo o un laboratorio. Pepe Pótamo, ubicuo y atemporal, también participó en el levantamiento del 2 de mayo en el Madrid de 1808. Apresado por las huestes napoleónicas, se enfrentó a la muerte en la montaña del Príncipe Pío, extendiendo sus robustos brazos con un heroísmo digno de los hexámetros de Homero, pero los arcabuces de los verdugos se revelaron impotentes ante su piel dura y combativa. Goya inmortalizó el momento en Los fusilamientos del 3 de mayo, pero el fanal del pelotón desprendía una luz sobrecogedora que no toleraba el contraste con el violeta, sin perder su esencial dramatismo. Goya intentó compensar la omisión del valiente Pepe Pótamo, respetando el color blanco de su chaqueta, si bien transformó la prenda en camisa. Soso se escondió detrás de su amigo y salvó la vida. Los grandes testigos de la Historia casi siempre son seres anónimos e insignificantes, pero con un valor genuino y sin alardes, que ni siquiera reclama el legítimo derecho de ser algo más que una nota a pie de página.
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Necesitamos a Pepe Pótamo y Soso. El mundo no puede vivir sin esperanza. Todas las mañanas miro al cielo, con la ilusión de atisbar su globo aerostático, pero creo que está en Chiapas, arrancando sonrisas a los niños de las comunidades zapatistas. Sin embargo, Soso nunca deja de escrutar el horizonte con su telescopio, buscando nuevos destinos. Tal vez algún día se fijen en nosotros e inicien una larga travesía por el Atlántico. Si alguna vez escucháis un atronador hipoaullido, no os asustéis. No son las trompetas del Apocalipsis, sino el preámbulo de un mundo mejor, donde los malos perderán sus privilegios y tendrán que sudar la gota gorda para llegar a fin de mes.