El planeta olímpico se parece mucho a la Tierra
Por Oscar Sánchez Serra*
Unos invocan a deidades, incluso sin ser practicantes de religión alguna. A otros se les desata un loco frenesí, y llegan hasta odiar a seres humanos solo por ser adversarios en una competición. Pululan ritos supersticiosos para llegar al éxito. El deporte desborda pasiones inimaginables, y una de ellas es la de los pronósticos
A seis meses de la inauguración de los Juegos de París-2024, ya hay pronósticos de medallas
Para fundamentarlos hay de todo: súper tesis o escandalosos argumentos; algo de metafísica o sucesiones de certeras estadísticas; frustraciones, porque algo divino, casi paranormal o de expedientes x echa por tierra el más avezado estudio.
Ejemplos de profecías hechas trizas abundan, como aquella arrancada en falso de Usain Bolt en un Mundial, que dejó huérfana a las previsiones; la victoria de la profesora de matemática austriaca Anna Kiesenhofer, quien en Tokio-2020 ganó el ciclismo de ruta, sin que la gran favorita, la holandesa Annemiek van Vleuten, se enterara; o la de esa propia cita, en los 400 combinados de la natación, cuando un tunecino de 18 años, un desconocido y después famoso, Ahmed Hafnaoui, silenció a las tribunas que hinchaban por las grandes estrellas, el australiano Jack McLoughlin, y el estadounidense Kieran Smith, quienes, atónitos, vieron cómo ganaba el africano.
Por el prisma de los vaticinios pasa cualquier cosa. En los mundiales de fútbol hemos conocido pulpos que predicen los resultados de los partidos y agencias o empresas, como la de videojuegos, con reveladores acertijos.
Los Juegos Olímpicos no escapan a la dramaturgia profética. Ya para París-2024 hay predicciones de organizaciones de renombre en estos menesteres, y aún falta poco más de seis meses. Tampoco se pueden sustraer los periodistas de ese embrujo.
En 1996 pasé por una experiencia aleccionadora que me hizo comprender que lo primero para tener en cuenta es el respeto a los deportistas. Previo a los Juegos de Atlanta, en un comentario en esta misma página, valoré que el nadador cubano Rodolfo Falcón podría ser medallista en esa cita. Lo respaldaban sus triunfos en las lides del orbe que antecedieron al magno evento.
El propio tritón me fustigó tal aseveración, pues no había considerado a sus rivales. Entendí que darlo medallista, además de presionarlo, tenía la supina superficialidad de nadar fuera del agua. Nada ha marcado más mi vida en el periodismo deportivo que su presea de plata en la ciudad estadounidense, bordada con la de bronce de su coequipero Neisser Bent, en los cien metros espalda. Aquel inédito e histórico suceso no fue obra de un pronóstico, sino del talento y del esfuerzo de ellos.
Hay mucho de subjetivo en cualquier vaticinio, sobre todo, de cara a las citas bajo los cinco aros. Aunque hay señales que marcan tendencias, la más clara, en esas encumbradas lides, es la de la amplia brecha entre los países ricos y pobres, por la diferencia que existe en esos dos polos para acceder a tecnología, financiamiento y las posibilidades de la práctica deportiva.
El pasado mes de enero, la empresa Nielsen Gracenote Sports lanzó su proyección de los 30 primeros en la tabla de lauros de París-2024. A Estados Unidos, China, Gran Bretaña, Japón, Francia, Australia, Italia, Alemania, Países Bajos y Surcorea los ubicó del uno al diez. DocuDeportes también hizo su análisis, y esa decena es casi igual, solo cambia al pabellón surcoreano por el húngaro. Pero sí hay una ligera diferencia, la primera pone a Cuba más allá del lugar 30, y la segunda la considera en el puesto 26.
Si bien son dos organizaciones de prestigio y avalados resultados, pues, por ejemplo, Gracenote predijo los primeros diez en Tokio y acertó, pero no en orden, lo mismo que le pasó con los cinco delanteros de los Juegos de Invierno Beijing-2022, no han descubierto el agua tibia. En las ediciones del siglo XXI, desde Sídney-2000 hasta Tokio-2020, solo 14 pabellones han logrado, al menos una vez, estar en ese selecto segmento. En tan elitista salón, Cuba es uno de ellos. De los 14, siete, exactamente la mitad, han estado siempre, uno en cinco ocasiones, otro en cuatro, y un tercero, en tres.
No hay que sacar muchas cuentas: ese escenario, en el que se reúnen las principales economías del mundo, cambia muy poco, porque el planeta olímpico se parece mucho a la Tierra.
Entre los 20 primeros, desde la justa australiana, el panorama es muy similar. Solo 32 países, de los más de 200 que tiene el COI, han estado al menos una vez, en ese segmento, y 11 no han dejado de estar, uno de ellos es Cuba.
De esas 11 naciones, una no es europea ni del primer mundo, tampoco pertenece a ninguno de los centros de poder mundial. Es Cuba.
Si Gracenote no la incluyó entre los 30, debe ser porque tuvo en cuenta el genocida bloqueo, ahora recrudecido, a la que está sometida; a su injusta inclusión en la espuria lista de países patrocinadores del terrorismo; a la campaña de descrédito sobre ella, que ha provocado, entre otras cosas, la salida en los dos últimos años de casi 200 atletas, más de 30 de ellos con posibilidades de podio en la Ciudad Luz.
Pero lo que sí creo que no tuvo en cuenta tan encumbrada agencia fue que, como Falcón y Bent, en Atlanta-1996, a París no se va a cumplir un pronóstico, sino un propósito, y en eso, Cuba y sus deportistas son verdaderos campeones olímpicos.
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