“El PSOE nunca jamás aceptará…”, ha dicho Pedro Sánchez
Por Domingo Sanz. LQSomos.
Aunque el título lo insinúe, lo que sigue no es un listado de cosas dichas por Sánchez un día y las contrarias el siguiente, pues, “quien esté libre de pecado…”. Además, para “romperse” la cara a “pedradas” verbales ya están los habituales del Congreso, y no se trata de repetir aquí lo que cada día estamos viendo.
El Sánchez de esta transición es el Suárez de la anterior y sorprender a todos, aunque insulten, fue y sigue siendo fundamental para seguir en La Moncloa. Además, Pedro tiene la ventaja de que Felipe VI no puede intrigar contra él como Juan Carlos I hizo con Adolfo hasta conseguir que dimitiera.
Qué sepamos.
Pero Sánchez tendrá que “aceptar”. De lo contrario, el futuro de este PSOE no se alejará demasiado del presente que “disfruta” el PP que presidió Rajoy.
Resumir con cifras de las que no mienten, pero que sí duelen, lo que le ocurrió al PP por no responder con política a la política con mayúsculas que venía de Catalunya sirve para ser breve y evidente: de los 186 escaños que disfrutaba en 2014 ha pasado a 89 y, aunque sumara hoy los de Vox y Ciudadanos, le seguirían faltando 35 para alcanzar aquella mayoría.
Otra cosa son las encuestas. Están volviendo a Casado tan loco como para pedir elecciones, pero son demoscopias como si fueran veletas.
Conviene comenzar por recordar que en 2023 también vence el primer plazo del doble pacto entre ERC, JxCat y la CUP que permitió investir a Aragonés.
En 2014 gobernaba el mismo Rajoy que en 2006 se había puesto a recoger firmas por toda España contra el nuevo Estatut de Catalunya y, por tanto, no estaba dispuesto a aceptar lo que le estaba pidiendo Artur Más, algo tan legal como aplicar lo establecido en el artículo 150.2 en relación con el 92.1 de la Constitución de 1978. Qué siguen vigentes.
Era lógico que Más reclamara a Rajoy esos artículos: el Constitucional, en 2010, le había negado a Catalunya el nuevo Estatut votado años antes y en referéndum por los catalanes. Y aprobado en el Congreso.
Había que estar ciego de españolismo prepotente y autoritario para no sentarse a negociar esa propuesta catalana. A partir de la consulta popular de Arenys de Munt se sucedieron muchas más en pueblos y ciudades. Y cientos de miles llenaban las Diadas desde 2011. Y las largas colas para votar en la consulta del 9N de 2014 demostró que más catalanes que menos seguían reclamando el derecho a decidir.
El éxito de aquella movilización ante las urnas propició la coalición transversal entre CiU y ERC que, a falta de un referéndum pactado, convirtió en plebiscitarias las elecciones catalanas de 2015. Con un referéndum de autodeterminación en su programa electoral.
Desde la aplicación del 155, los porcentajes independentistas no han dejado de crecer en las urnas y todo lo que sigue ocurriendo, sean cárceles, exilios, multas o indultos, no parecen sino momentos de un paréntesis necesario para que los independentistas consigan su objetivo.
Esta semana, el Sánchez de “nunca jamás un referéndum” ha citado el artículo 2 de la Constitución, un texto que no habla de urnas ni de democracia sino de un mapa convertido en amenaza contra quien pretenda cambiarlo, sobre todo si tiene un DNI del Reino de España.
Desde Catalunya, y subido en un 1 de octubre de 2017 del que es imposible bajarse, Aragonés le ha concedido a Sánchez la oportunidad que significa repetir la propuesta que Más le presentó a Rajoy: aplicar el artículo 150.2 en relación con el 92.1 de la Constitución de 1978.
Es decir, sin necesidad de tres quintas partes del Congreso. Pero “hace falta valor”. Mucho más del que imaginaban los de Radio Futura en su Escuela de Calor de 1984 y, sobre todo, del que hoy mismo, 3 de julio, ha presumido Sánchez en su Comité Federal para unos indultos “ordenados” desde Europa.
Pero Pedro Sánchez se va a equivocar, como Rajoy, aunque la prepotencia que también le invade haya nacido de unas circunstancias muy distintas.
Sin ánimo de ser exhaustivo, citaré seis hechos que ha vivido o está viviendo Sánchez y que son de los que le inflan el ego a cualquiera:
· Un año 2020 quitando poder a los territorios por la pandemia.
· Envío de Juan Carlos I a Abu Dabi y que no pase nada.
· Pablo Iglesias abandonando la política.
· Las portadas con leyes nuevas impulsadas por su gobierno.
· Los miles de millones de euros Covid llegando desde Europa.
· Y Felipe VI convertido en “una pieza más de la ‘operación reencuentro’ con Catalunya”, tal como titula hoy Arturo Puente su artículo, lo que aleja en el rey la tentación borbónica de intervenir en política por su cuenta.
Sánchez sabe que, al igual que Juan Carlos I hizo dimitir a Suárez y eso fue decisivo para los 202 escaños del PSOE en octubre/1982, Felipe VI destrozó a Rajoy el 3 de octubre de 2017, consiguiendo que le entregara el Gobierno sin ofrecer resistencia durante la moción de censura que presentó con la excusa de un juicio por corrupción en el que el del PP declaró como testigo.
En este momento Sánchez se considera capaz de enfrentarse a cualquier reto, incluso al planteado por los independentistas, gracias, además, a que cuenta con el amplio margen de maniobra que proporciona la represión ejercida, y que se sigue ejerciendo sin descanso, tanto contra sus líderes como contra muchos de los activistas que han participado en la mayor movilización política europea de las últimas décadas.
Incluso las sentencias que vengan desde los tribunales europeos, que varios magistrados del Supremo temen, solo serán incidentes de los que ni siquiera se harán el eco debido las portadas importantes y ante las que, como con el informe aprobado por el Consejo de Europa, Sánchez se permitirá el lujo de declarar que avalan su política.
Pero Puigdemont y Junqueras saben también que con las sentencias de Europa no conseguirán la independencia de Catalunya. Por eso, el futuro de Sánchez y del PSOE depende mucho más de la reunión que el miércoles 7 de julio ambos catalanes mantendrán en Waterloo que de cualquier otra cosa.
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