El trabajo decente no es viable en un sistema neoliberal harto indecente

El trabajo decente no es viable en un sistema neoliberal harto indecente

Por Eduardo Camín*. LQSomos.

Desde el momento que se comenzaron a diseñar estrategias internacionales – hace más de dos décadas– el trabajo decente pasó a ocupar un lugar central en las agendas de los gobiernos. El objetivo manifiesto era reafirmar el trabajo decente como fuente de dignidad personal, e indispensable para reducir la pobreza y alcanzar un desarrollo equitativo, global y sostenible, pero ha sucumbido en un sistema neoliberal harto indecente.

Cuando el 7 de octubre 2022, se llevó a cabo en Ginebra la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, que significó una de las acostumbradas retóricas de los organismos internacionales, a pesar de la complejidad y la seriedad del tema: el trabajo decente de alguna forma sintetiza las aspiraciones de las personas durante su vida laboral.

Pero la lógica del modelo económico neoliberal dominante ha impuesto una nueva configuración del trabajo en la que el desempleo y la precariedad son lo habitual, lo normal, puesto que lo nuclear en donde radica el centro del problema no son las personas sino la rentabilidad.

El Programa de Trabajo Decente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) es considerado uno de los factores clave para alcanzar una globalización justa y reducir la pobreza. La OIT ha elaborado un programa para la comunidad del trabajo que se basa en la creación de empleo, los derechos en el trabajo, la protección y el diálogo social, con la igualdad de género como un objetivo transversal.

Esto significa –en teoría– la oportunidad de acceder a un empleo productivo que genere un ingreso justo, la seguridad en el lugar de trabajo y la protección social para todos, que a la vez conllevan a mejores perspectivas de desarrollo personal e integración social, libertad para que los individuos expresen sus opiniones, se organicen y participen en las decisiones que afectan sus vidas, y la igualdad de oportunidades y trato para todos, mujeres y hombres. Es decir; lo que debería ser una norma, en realidad no es más que una excepción.

El trabajo decente y los Objetivos de Desarrollo Sostenibles

Durante la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre 2015, los cuatro pilares del Programa de Trabajo Decente –creación de empleo, protección social, derechos en el trabajo y diálogo social– se convirtieron en elementos centrales de la nueva Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible.

El Objetivo 8 de la Agenda, insta a promover un crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el pleno empleo productivo y el trabajo decente, y en este sentido paso a ser, un ámbito de actuación fundamental para la OIT y sus mandantes. Además, otros aspectos clave del trabajo decente están ampliamente presentes en las metas de muchos de los otros 16 objetivos de la nueva visión de desarrollo de Naciones Unidas.

Las declaraciones de los líderes y los planes de acción del G20, el G7, la Unión Europea, la Unión Africana y otros organismos regionales y multilaterales también confirman la importancia del trabajo decente para salir de la crisis y el desarrollo sostenible.

Trabajo decente ¿en una realidad neoliberal? Dejemos de vender humo

En realidad, el trabajo decente promovido por la OIT viene de larga data e implica como elemento central generar suficientes puestos de trabajo para responder a las demandas de la población, pero también es un requisito indispensable que estos sean empleos productivos y de calidad, y que las trabajadoras y los trabajadores los ocupen en condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad humana. El concepto de trabajo decente recoge las expectativas de la gente común.

Hace algún tiempo, con el florecimiento de la globalización, entre gallos y medianoches se iniciaron una serie de debates en las publicitadas teorías acerca del «fin del trabajo» y del «crecimiento sin empleo» basadas en extrapolaciones infundadas en algunos casos o espectaculares como la reducción del tamaño de empresas, que ignoran la creación compensatoria de empleo en otras empresas u otros sectores de la economía.

Es decir, la lógica del modelo económico neoliberal dominante ha impuesto una nueva configuración del trabajo en la que el desempleo y la precariedad son lo habitual, en la búsqueda de la rentabilidad. Desde esta perspectiva, el empleo se vuelve inestable, inseguro, a merced de las fluctuaciones del mercado, que es el que acaba decidiendo qué persona y en qué lugar trabajará o no hoy, en qué empresa, con qué horario, en qué puesto, por cuánto salario.

Se precariza el empleo y, con él, la vida de las y los trabajadores y de sus familias, tanto que cada vez es más difícil planificar el futuro: se dificultan las relaciones familiares y sociales, así como la participación. Los temores que impregnan estas teorías son comprensibles habida cuenta del deterioro prácticamente universal de las condiciones de trabajo, y de las proporciones que alcanzan las reducciones de personal.

En este sentido, el trabajo decente que se soslaya en las cumbres de los organismos multilaterales en Ginebra, cada día se parece más a la “flexiprecariedad”, a la fragmentación del mundo del trabajo ante las diversas y siempre cambiantes modalidades de empleo, con las constantes idas y vueltas del mercado.

Los debates no eran inocentes y demostraban claramente que la conducción neoliberal de la economía usa la referencia a la globalización como argumento para deshacerse de las obligaciones sociales del capital, y así especula el neoliberalismo, con el razonamiento de que, como los estados compiten por los puestos de trabajo, hay que atraer la inversión con medidas que eliminen los llamados impedimentos para dicha inversión, entendiendo por tales los aspectos ecológicos, sindicales, sociales e impositivo.

El globalismo neoliberal es una ideología del movimiento sin trabas del capital en su búsqueda de condiciones favorables a la rentabilidad. Trabaja con la advertencia convertida en amenaza, de que “podemos separarnos de las corrientes del capital”.

El neoliberalismo esgrime el carácter básico de la economía con tanto énfasis que el ser económico determina la conciencia social. En poco tiempo nos hemos desecho de mucho ¿Cuán cosas importantes se han perdido? Un sujeto definido ha sido remplazado por una subjetividad indefinible. En una palabra, el poder del proletariado ha sido remplazado por un antipoder ubicuo e indefinido.

Esta clase de movimiento teórico a menudo se asocia con la desilusión, con el abandono de la idea de cambio, de revolución, a favor de la sofisticación teórica y el oportunismo. Nuestras sociedades se han ido configurando de tal manera que lo no-productivo, lo que no es útil para obtener beneficio en el menor tiempo posible, se desecha, se descarta.

En el actual contexto globalizador, el mundo se mueve alrededor de la “economía”, del mercado: trabajo, política, sociedad, ocio, relaciones, la persona es un todo. Nada queda fuera del alcance del culto al dios dinero, que convierte todo en mercancía, incluidas las personas. Es una economía que destruye de esta forma toda noción de vida y pone sobre nuestras cabezas un escenario amenazador. Y la amenaza no persigue otro fin que la imposición del primado de la economía, este escenario es la cotidianidad del mundo.

Sin embargo, nunca en la historia ha habido tanta riqueza acumulada como ahora. El problema del hambre es solucionable, al igual que la posibilidad de que todas las personas puedan vivir dignamente. Es un problema de equidad, de solidaridad y de justicia, que debe traducirse en prioridades políticas, económicas y sociales.

Necesitamos trabajo y sustento … y nos ofrecen empleo cada vez más precario, cada vez más indecente. Así, se niega en la práctica el derecho al trabajo. Los derechos laborales son un obstáculo para la rentabilidad; se estigmatiza la negociación colectiva, pues el objetivo es que el trabajador –y su familia– sea “flexible”, se adapte a las exigencias de la producción.

Este es el problema por resolver. Y no tiene solución viable razonando con la lógica del lucro, del dinero. Han pasado 22 años desde que se acuñó el concepto de trabajo decente en el seno de la OIT, pero el trabajo sigue siendo indecente, para una gran mayoría de trabajadores. Es hora que se diga dónde se dan las condiciones para el trabajo decente, en esta orgía neoliberal, más allá de la retórica onusiana.

* Periodista acreditado en la ONU- Ginebra. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE)
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