“El trumpismo ve en Milei un aliado fundamental”

Por Leandro Albani*
El investigador Gabriel Merino habla sobre la relación entre los gobiernos de Javier Milei y Donald Trump, sobre el peso de las inversiones chinas en Argentina y las posibles tensiones que se generen con la Casa Blanca.
Con el arribo de Donald Trump a la Casa Blanca, ¿cómo serán las dinámicas y las tensiones que se desarrollen en el tridente conformado por Estados Unidos, China y Argentina? Desde el gobierno de Javier Milei la posición es clara: sumisión plena y absoluta hacia Washington. ¿Qué implica esa postura para Argentina? ¿Y cómo se perfilarán a partir de ahora las relaciones económicas entre Buenos Aires y Beijing? Esta última pregunta no es menor, porque China es el principal socio comercial de Argentina.
Estos interrogantes tienen respuestas directas y concretas, pero también encienden alarmas y generan dudas e inquietudes sobre el devenir de la maltrecha economía argentina que -a lo largo de la historia, pero profundizado en la última década- genera dividendos millonarios para los grandes empresarios nacionales y las multinacionales, mientras las clases media y baja observan cómo su poder adquisitivo se pulveriza día a día.

Durante 2024, con el gobierno enfocado en lograr el “déficit fiscal” a costa de recortar jubilaciones y pensiones, reducir los presupuestas en áreas como salud y educación, congelar salarios e impulsar el despido masivo de trabajadores y trabajadoras estatales (más de treinta mil en apenas doce meses), Milei se dedicó a rendirse a los pies del “trumpismo” y lanzar bravuconadas contra China, palabras y declaraciones que le hicieron morder su propia lengua y viajar a Beijing para calmar las aguas.
Gabriel Merino es un investigador que centra sus trabajos en China y en los movimientos geopolíticos que se generan en la puja entre Beijing y Washington. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), en sus artículos y ensayos -los cuales se pueden consultar en el portal Tektónikos– escribe sobre la geopolítica de las grandes potencias mundiales, y sus repercusiones y consecuencias en Argentina y América Latina. El año pasado, junto a Amanda Barrenenjoa y Julián Bilmes, Merino publicó en la editorial Batalla de Ideas el libro China en el (des)orden mundial. La transición histórico-espacial y el ascenso de China desde una perspectiva latinoamericana, una investigación detallada del crecimiento acelerado del gigante asiático. En esas páginas también reconstruyen los vaivenes de la China comunista, sus transformaciones económicas y sociales, su inserción en el capitalismo de mercado, y la carrera con Estados Unidos por el primer puesto como potencia mundial.
En diálogo con LoQueSomos, Merino analizó la nueva coyuntura que se abre en Argentina con el gobierno de Trump y la alianza que Milei tanto ansía con el magnate inmobiliario estadounidense. Además, describió las variables reales en las relaciones económicas y comerciales de Buenos Aires con Washington y Beijing, despejando el manto de confusión impuesto por el propio gobierno argentino que dice despreciar a los “comunistas chinos”, pero que está atado por las grandes inversiones del gigante asiático en el país.
– ¿Cómo analizas la relación que van a entablar la administración Trump y el gobierno de Milei?
-Desde su asunción, Milei venía sobreactuando con el Occidente geopolítico, y más que nada con Estados Unidos, el Reino Unido e Israel. Sobreactuando con conflictos clave como el de Gaza, el de Ucrania, incluso metió las narices en Taiwán, aunque después tuvo que retroceder. Milei ya venía con esa impronta, que llamo de tipo paracolonial, y que es el alineamiento total y casi una renuncia, aunque sea a administrar y de forma dependiente, a los intereses nacionales. Ni siquiera es una dependencia negociada. Además, Milei es parte, o se articula, con las fuerzas neoconservadoras dentro del Occidente geopolítico, y sobre todo en Estados Unidos e Inglaterra. Podemos ver un personaje como Liz Truss dentro del Reino Unido, que tiene muchas coincidencias con el discurso de Milei en materia más que nada geopolítica o estratégica. O con el discurso trumpista y su ala neoconservadora en términos ideológicos y políticos. Milei es parte de esa reacción conservadora que tiene algunos elementos neofascistas que empiezan a presentar, como es el supremacismo racial blanco.
En Argentina es una subversión periférica, en el sentido de que mantiene esa reacción conservadora en lo político e ideológico, forma parte de esa familia, pero en su versión periférica, porque acá la combina con un fuerte neoliberalismo. Esto ya se veía en el caso de Jair Bolsonaro, en Brasil, teniendo de ministro de Economía a Paulo Guede y su impronta más neoliberal en su programa económico, más funcional al agronegocio, a la producción de exportación primaria y al sector financiero, que es distinto a la que presenta Trump, mucho más industrialista, con una mirada en el avance tecnológico, del estímulo estatal en relación a eso, como vemos con el escudo antimisiles que quiere armar y con sus planes de engordar el presupuesto del complejo militar-industrial, y de esa forma incentivar a las corporaciones.
– ¿Qué consecuencias puede tener la alianza entre Trump y Milei para América Latina?
– Milei juega un rol clave, porque el trumpismo representa una reconfiguración del poder muy distinta a la globalista, que era mantener la hegemonía de Estados Unidos a través de una fuerte alianza con el Norte Global, con Europa y Japón -con estos en carácter de subordinados-, pero a través de instituciones globales, poniendo las reglas de juego del capitalismo global. Y de esa forma combatir o enfrentar a los poderes emergentes en este mundo multipolar en ciernes y en desarrollo. En cambio, el trumpismo expresa otra concepción y territorialidad. Está pensando en construir un núcleo fuerte territorial norteamericano, de ahí la idea de sumar a Canadá y Groenlandia, recontrolar el canal de Panamá, y sobre todo reafirmar fuertemente algo que nunca está fuera de la concepción estratégica estadounidense, pero que en este caso se vuelve cada vez más crucial, y que es el dominio del hemisferio occidental y la Doctrina Monroe. El trumpismo ve en Milei un aliado fundamental, porque en los países grandes de América Latina, que son México, Brasil, Colombia y Argentina, en este último tiene un personaje aliado. El trumpismo entiende que debe construir una fuerza política permanente dentro de América Latina con Bolsonaro, Milei, pero también más allá de los gobiernos. El personaje Milei se vuelve clave para tener un aliado a nivel sudamericano, alguien que repita sus ideas, sus cosmovisiones, sus lineamientos, que juegue en contra de los procesos autonomistas en la región, del Mercosur, de una reconstrucción de la Unasur, como propuso Lula. Por eso, vemos a Milei en un lugar protagónico en la asunción de Trump, en su relación con algunos de los magnates que lo rodean, como Elon Musk. Pero ese papel todavía no se traduce en grandes inversiones para Argentina.
– ¿Es una contradicción el planteo económico de Trump y la idea de Milei de la liberación total de las fuerzas económicas y financieras?
– Un primer punto, que es más estructural y de vieja data, es que las economías de Estados Unidos y de Argentina no sólo no son complementarias sino que son competitivas. Lo que produce Argentina para insertarse en el mundo compite con los mismos productos de Estados Unidos, como es la soja. Ese es un problema clave en el relacionamiento, que es distinto con lo que sucede con China y Argentina, que tienen economías complementarias.
El segundo punto es que la estrategia proteccionista de Trump de reconstruir su industria, su producción, también choca, en gran medida, con esa idea de generar grandes inversiones en América Latina. Existen ciertos obstáculos, hay cierta contradicción, porque Trump quiere inversiones dentro de Estados Unidos, recuperar su producción, que está completamente eclipsada por China. Recordemos que China tiene un PBI industrial que es más del doble que el de Estados Unidos. Es más, supera la suma del PBI industrial de Estados Unidos, Japón y Alemania en conjunto. China es la nueva fábrica del mundo, que encima ahora puede agregar capacidades tecnológicas de primera línea. Se está produciendo una transición de poder enorme, que tiene que ver con la transición tecnológica y económica. Trump está expresando a los sectores perdedores, por decirlo de alguna manera, de este proceso dentro de Estados Unidos, como puede ser el llamado Cinturón Industrial, o ahora denominado Cinturón del Óxido.
– ¿Estados Unidos tiene capacidad o interés real en América Latina?
– Hay algo que se estudia menos y con lo que a mí me gusta insistir: ¿en qué ciclo está la economía estadounidense? Y en función de ese ciclo, ver la relación con América Latina, o con lo que ellos llaman el “patio trasero”, y sus límites para recuperar el liderazgo en ese “patio trasero”. En términos de la economía real, Estados Unidos está en un proceso de estancamiento relativo, aunque tiene un gran auge en el sector tecnológico. Pero en términos generales hay un cierto estancamiento relativo y una fuerte financiarización. Para crecer, Estados Unidos tiene que aumentar enormemente la deuda, los déficits, la emisión de moneda, es decir, un enorme proceso de financiarización que contrasta con el gran crecimiento de China, de la región Asia-Pacífico-Índico, y de las economías emergentes. Estados Unidos tiene pocas herramientas materiales para incentivar procesos productivos e inversiones reales en América Latina. De hechos, Estados Unidos lo intentó hacer con el nearshoring, que es atraer inversiones, que antes se iban a China y a otros lugares de Asia-Pacífico, hacia Estados Unidos y también a América Latina. Lo intentó Claver Carone con iniciativas del sector privado para que vengan a la región, pero no termina de funcionar. Lo pongo en este término: Estados Unidos tiene mucho palo y poca zanahoria. Tiene pocos incentivos materiales para recuperar el liderazgo en la región, por eso recurre mucho más a las presiones y a la fuerza. Pero eso genera fuertes choques, incluso con sectores como las oligarquías latinoamericanas.
Siempre recuerdo cuando Bolsonaro estaba en plena gira por Estados Unidos tratando de congraciarse con el trumpismo, con Steve Bannon, e intentó en ese momento -como también lo hizo Milei- subirse a la idea de la nueva guerra fría y a la guerra comercial con China. La propia ministra de Agronegocios de Brasil, Tereza Cristina Correa, representante de los agronegocios en su país, salió a desautorizar al propio Bolsonaro diciendo que China era un gran socio comercial y eso iba a seguir así.

– ¿La situación económica actual en Argentina puede ser atractiva para inversiones estadounidenses?
– Por más que hoy la burbuja y la bicicleta financieras generan cierta estabilidad en Argentina, lo cierto es que en 2024 hubo una recesión y una caída económica brutales. Si no fuera porque el sector del agro se recuperó después de una gran sequía, estaríamos con siete u ocho puntos de caída del PBI, algo comparable a la pandemia. Gracias a esa recesión brutal, el gobierno pudo frenar un poco la inflación, pero es una paz de los cementerios. En Argentina hay una economía que brinda pocas posibilidades reales de inversión. Hay inversión en algún sector extractivo, pero eso ya estaba en marcha. Lo que sí puede haber, y eso va a estirar un poco la bicicleta financiera y esta burbuja de un peso sobrevaluado y, a su vez, le puede hacer llegar a Milei con mayor fortaleza a las elecciones de medio término en octubre, es un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI). Estados Unidos, como ya lo demostró con el gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), tiene la capacidad, sin que importe lo que opinen Japón o Alemania, de dar un crédito que permita sostener la situación económica en Argentina y así ayudar a Milei. Este es el único punto que veo importante. No descarto que puedan venir inversiones, sobre todo en los sectores financiero y extractivo, pero hay que ver en qué condiciones vienen. Desde el FMI puede haber chances de que el gobierno de Trump ayude a Milei.
– ¿Cómo ves la relación del gobierno de Milei con China?
– Esto va a ser un tema. En campaña, Milei fue claro al decir que no iba a hacer negocios con comunistas, repitiendo lugares comunes del discurso de la nueva guerra fría que lanza Occidente y que es propio de la narrativa occidental. En realidad, estamos en un proceso de guerra mundial híbrida y fragmentada. Pero Milei se posicionó en el discurso de nueva guerra fría, con la idea de volver a la década de 1990 y a las relaciones carnales con Estados Unidos. Pero el mundo de la década de 1990 no existe más, se desmoronó. Era el momento de la belle époque neoliberal, del mundo unipolar, de la caída de la Unión Soviética, del Consenso de Washington. La hegemonía estadounidense va de 1945 hasta 2008. Ya en 2001 se veían los primeros gérmenes de crisis, en 2008 se acelera y a partir de los últimos años entramos en otra fase de desorden global o de caos sistémico. Dentro de ese ciclo de hegemonía, la década de 1990 fue el último orden que tuvo a Estados Unidos en el centro del auge globalista. Hoy eso no existe más en muchas dimensiones, sobre todo en términos económicos. Si vemos las economías sudamericanas, tienen como principal socio, y cada vez más, a China, por la misma complementariedad, porque China es la nueva gran fábrica del mundo. Y además no es sólo China, sino que también es la India, son los países emergentes o Asia-Pacífico. El comercio argentino crece con China, con Vietnam, con la India. Es desde ahí de dónde vienen inversiones reales cada vez más fuertes. No quiero decir que las del Norte Global no sean importantes, pero por lo general reproducen stocks ya existentes, renuevan cosas que ya existían y es poco lo que ofrecen nuevo. Lo nuevo y lo que da dinámica es lo que viene de Asia-Pacífico-Índico y del mundo emergente. El mundo cambió completamente y eso dificulta las “relaciones carnales” con Estados Unidos, le pone un límite estructural.
Milei tuvo que desdecirse y terminar en una entrevista diciendo que los chinos son fenomenales y que son tan extraordinarios que no ponen condiciones. Los grupos económicos locales saben esta realidad, saben que si China va a meter cuatrocientas millones de nuevas clases medias en el sistema mundial, las oportunidades de negocios están ahí. Esto es un problema para Trump, porque también va a presionar para que no sea así. De hecho, en los últimos días escuchamos en medios argentinos como Infobae, que sabemos que a través suyo habla la embajada de Estados Unidos, decir que Milei tiene que tener cuidado en su relacionamiento con China. El trumpismo va a recurrir mucho a la presión, a la amenaza, al obstáculo. Para el gobierno de Milei se plantea un problema muy fuerte, porque tiene un alineamiento geopolítico muy claro, que se traduce en un proceso de periferialización: entra en una dinámica poco virtuosa en términos económicos y encima con un fuerte collar geopolítico y geoestratégico que te impide ligarte a otro mundo emergente o tener más autonomía estratégica.
– ¿La política exterior de Trump puede tener cambios, sobre todo en lo militar?
– Dentro del trumpismo y del gabinete hay fuertes tensiones en relación a eso. Los neocons, como el secretario de Estado Marco Rubio, son más tradicionales e incluso son más militaristas. En la primera presidencia de Trump, algunos de estos representantes de los neocons, como Mike Pompeo, John Bolton o Mike Pence, querían ir a una guerra más abierta con Irán. Hubo una discusión similar en torno a Venezuela. Había una política de cambio de régimen mucho más agresiva. En cambio, mucho del trumpismo económico, que defino con ideas neohamiltonianas y por eso lo central es la guerra económica y los aranceles, entiende que tener tantos frentes abiertos, tantas intervenciones militares y esa dinámica imperial, es muy costosa para Estados Unidos. Hay un sobredimensionamiento que se vuelve un problema. Son síntomas que forman parte de ese declive relativo: ya no pueden sostener tantos frentes. No pueden estar en Medio Oriente, en Ucrania, ir a una guerra con Irán y además ir contra China en Asia-Pacífico. Son demasiados frentes y eso lleva a endeudamientos o al sobredimensionamiento de la expansión militar en el mundo que representa un problema. Trump siempre apuesta mucho más a la guerra económica y dice: Estados Unidos todavía tiene fortaleza por ser el mayor mercado de consumo a nivel mundial, entonces hay que negociar desde ahí. Trump cree que ese el poderío de Estados Unidos.
– Si esto sucede, ¿Estados Unidos puede impulsar una geoestrategia diferente?
– Un quiebre con los globalistas es que Trump tiene otras concepciones en términos geoestratégicos. Una de las primeras cosas que hizo cuando asumió el primer mandato fue deshacerse del TTP (Acuerdo de Asociación Transpacífico) o desechar la idea de un TTIP (Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión) con Europa. Trump no quiere libre comercio ni con Japón ni con Europa, sino priorizar el bilateralismo norteamericano y que la industria estadounidense no sea pasada por arriba por la japonesa o alemana. Hay un rediseño dentro del Norte Global. Otra cosa importante es que apuesta más a una idea de tratar de separar China de Rusia. Así como en su momento Richard Nixon y Henry Kissinger aprovecharon la contradicción entre la Unión Soviética y China, y así avanzar en las relaciones con China para aislar a la Unión Soviética, creo que Trump tiene la idea inversa: tener acuerdos con Rusia para aislar a China, y que eso se traduzca en ciertos acuerdos en torno a Ucrania. Es algo difícil, porque no existen esas contradicciones que existían en los años sesenta entre la Unión Soviética y China. Para el trumpismo y los neocons también es mucho más importante la idea de un gran Israel que avance sobre los territorios palestinos. Hay discusiones internas, pero hay una idea, al igual que la que tiene la derecha israelí, de no poner sobre la mesa la propuesta de dos los Estados. Y de tener una escalada más fuerte contra Irán. Los globalistas, los liberales, los demócratas, no querían eso, apostaban a una solución de dos Estados y de cierto acuerdo con Irán para alejarlo de China y de Rusia, y que tenga otro accionar en una región muy sensible como es Medio Oriente. La mirada de Trump sobre esas cuestiones es distinta.
* Leandro Albani, periodista y escritor, desde Argentina para LoQueSomos. Autor de No fue un motín. Crónica de la masacre de Pergamino, y Ni un solo día sin combatir. Crónicas latinoamericanas. Tiene cuatro libros sobre Kurdistán. Ha realizado coberturas desde Venezuela, Bolivia, México, Cuba, Ecuador, España, Bélgica, Irán y Bashur (Kurdistán iraquí).
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