En Europa hay clases sociales que están en conflicto
En varias ocasiones he enfatizado la gran importancia y urgencia de recuperar categorías analíticas olvidadas en el estudio de la realidad económica y política -como clases sociales, poder de clase, alianzas y conflictos de clase, entre otros- que son imprescindibles para entender las crisis financieras y económicas hoy existentes en Europa, en la Eurozona y en España. Ni que decir tiene que las clases sociales han ido variando desde que los grandes fundadores del análisis sociológico (desde Marx a Weber) las definieron y analizaron por primera vez (para un excelente análisis de estructura de clases, ver la obra de Marina Subirats Barcelona: de la necesidad a la libertad. Las clases sociales en los albores del siglo XXI. 2012). La validez de estas categorías continúa su gran potencia.
En realidad, el olvido de estas categorías de análisis no es un olvido casual, sino que es un olvido programado y promovido, como consecuencia del enorme poder de las clases dominantes. El mejor indicador del poder de clase en un país es precisamente que nadie hable de clases sociales (considerándose la utilización de términos como “lucha de clases” como “anticuada”, siendo el autor de tal tipo de narrativa marginado o vetado en los medios de mayor difusión del país).
Hoy, como he intentado mostrar en mis trabajos, hay una alianza de las clases dominantes en la Eurozona, dirigida por la clase dominante alemana (constituida por los establishments financieros y exportadores alemanes, cuya expresión política más directa es el gobierno de la coalición cristianodemócrata-liberal, presidida por la Sra. Merkel), que domina en la práctica a las instituciones de la Eurozona y muy en especial al Banco Central Europeo, BCE, (que es un mero instrumento de este establishment) y, en menor grado, al Consejo Europeo y a la Comisión Europea. Los establishments alemanes están aliados con los establishments (clase dominante) de cada uno de los países de la Eurozona.
Las políticas de desmantelamiento del Estado del Bienestar (desde el abaratamiento de los salarios al debilitamiento de la protección social) son los objetivos de la alianza de estos establishments (clases dominantes) consiguiendo así lo que siempre han deseado: el debilitamiento del mundo del trabajo a fin de aumentar las rentas del capital. Y los datos muestran que este objetivo se está consiguiendo, siendo las políticas públicas que están imponiendo altamente exitosas. Las rentas del capital como porcentaje de la renta nacional han ido aumentando a costa de que las rentas del trabajo hayan ido disminuyendo en todos los países de la Eurozona.
Una estrategia para el mantenimiento de su dominio es evitar que se establezcan las bases para una alianza de las clases dominadas en los países de la Eurozona. El proyecto neoliberal, que es la expresión ideológico-política de esta alianza de establishments europeos (es decir, de sus clases dominantes), requiere la no existencia de las alianzas de clases dominadas (que constituyen las clases populares de tales países, formadas por las clases trabajadoras –que existen, aunque ya no se utiliza este término para definirlas- y las clases medias). De ahí que los instrumentos de estos establishments sean el BCE o los centros de creación y reproducción de la ideología neoliberal, como FEDEA en España, que constantemente producen documentos con el objetivo de intentar eliminar la posibilidad de que se establezcan dichas alianzas. Una manera de conseguirlo es estimulando el racismo, el chauvinismo y cualquier ideología que divida a las clases populares.
La versión de la crisis promovida por el establishment alemán y el BCE
El caso más reciente es la publicación por parte del BCE de un documento (The Eurosystem Household Finance and Consumption Survey. Statistical Series. 04.02.13. BCE) que intenta mostrar que las clases populares alemanas (que, según se indica, están subsidiando a los trabajadores griegos, españoles, portugueses e italianos) son más pobres que las clases populares de los países supuestamente subsidiados. Ni que decir tiene que este informe ha sido inmediatamente promovido en todos los lugares en los que el pensamiento neoliberal (la sabiduría convencional) se produce y reproduce. El diario del establishment alemán, Der Spiegel, por ejemplo, publica en su portada una imagen que resume el mensaje que este establishment quiere dar. Se ve a un griego tomando el sol y paseando montado en el típico asno griego, que lleva unas alforjas llenas de euros. Lo que le falta a la imagen para completar el mensaje que aparece en sus páginas es un dibujo de un obrero alemán enviándole euros como “ayuda”.
Entre un gran número de expertos en temas de economía política, el BCE carece de credibilidad científica (algo que también está ocurriendo con los informes de FEDEA), que son manipulados en extremo. Y el trabajo del BCE así lo muestra. En su intento por mostrar que Alemania y, por lo tanto, su población, es en realidad más pobre que los otros países de la Eurozona (sí, ha leído bien, el informe dice textualmente lo que yo escribo aquí), presenta el nivel de riqueza promedio de la población, tomando como indicador de riqueza la propiedad inmobiliaria. Y puesto que en Alemania, como en la mayoría de países del norte y centro de Europa, el alquiler es más común que la propiedad, concluye que los alemanes son más pobres porque tienen menos propiedad, así de sencillo. El estudio, basado en una encuesta a 62.000 hogares en 15 de los 17 países de la Eurozona, subraya que el promedio de los alemanes tiene sólo un tercio de la riqueza de la de los españoles, la mitad de la de los griegos y sólo una quinta parte de la de los chipriotas. El mensaje que se está transmitiendo (explícitamente en muchos de los comentarios del informe) es que es injusto que los alemanes estén “ayudando” a los españoles, griegos, chipriotas y otros. El problema de este “estudio” es, como acabo de señalar, que manipula los datos en extremo. Veámoslo.
El estudio utiliza como medida cuantitativa el promedio. Pero una persona se puede ahogar en un río cuya profundidad es de sólo medio palmo como promedio. En unas partes del río, éste puede estar seco (sin agua en la superficie) y en otras puede ser de dos metros, que es donde uno puede ahogarse. Tiene, pues, que analizarse la variabilidad de profundidades (o de propiedad inmobiliaria). Y es ahí donde aparecen las supuestamente olvidadas “clases sociales”. Cuando analizamos la propiedad inmobiliaria por clase social, vemos que en Alemania, como bien han documentado Paul de Grauwe y Yuemei Ji en su artículo en Social Europe Journal (16.04.13) titulado “Are Germans Really Poorer than Spaniards, Italians and Greeks?”, la propiedad inmobiliaria se concentra en las rentas superiores (es decir, en los miembros del establishment alemán y clases afines, como la clase media de rentas superiores), cuyos niveles de propiedad inmobiliaria son tan elevados, o más, como los de los establishments europeos (para un excelente análisis de este estudio en España, ver el artículo de Juan Torres, “Más Trampas del BCE para cubrir a Merkel”, Público. 17.04.13).
Pero lo que es incluso más importante es que cuando se incluyen –como debe incluirse- otras formas de propiedad, como acciones bancarias, bonos y otros instrumentos que generan renta, entonces la propiedad incluso se concentra todavía más. El nivel promedio de este tipo de propiedad es incluso mayor en Alemania, junto con Holanda, que el de los otros países de la Eurozona. El establishment alemán tiene una enorme propiedad, resultado de su sobredimensionado capital financiero y exportador, del cual la mayoría de trabajadores alemanes apenas se ha beneficiado. El mayor incremento de la productividad en Alemania ha ido a enriquecer a las rentas del capital más que a las rentas del trabajo, situación que se repite en todos los países del la Eurozona y que muestra que los trabajadores alemanes tienen más intereses económicos en común con los trabajadores españoles, griegos e italianos, que con su propio establishment financiero y exportador (como he mostrado en mis trabajos. Ver “Política Económica” en www.vnavarro.org). Las economías basadas en las exportaciones tienen bajo consumo doméstico, grandes desigualdades y escasa capacidad adquisitiva de las clases populares.
Pero hay otra dimensión que no se toca en el informe del BCE y que es de enorme importancia. Y es la forma de propiedad. En realidad, la categoría de propietarios de la vivienda es una categoría que, en los mal llamados países de elevada propiedad (como son los del Sur de la UE), incluye a los hogares que están endeudados hasta la médula debido a estar hipotecados. Gran número de personas supuestamente propietarias, no lo son, pues la propiedad reside en los bancos que prestaron la hipoteca. Y ahí está el grave problema. Estos países son los que tienen mayor endeudamiento privado, endeudamiento que alcanza niveles asfixiantes en las clases populares de baja renta y que, en general, pertenecen a la clase trabajadora no cualificada con bajos salarios. Dicho endeudamiento es una de las características del mercado laboral y de la economía española, endeudamiento que beneficia al capital financiero (incluido, por cierto, el alemán, que prestó gran cantidad de dinero a la banca española para que pudiera invertir especulativamente en el sector inmobiliario). Ha sido una estrategia política de las fuerzas conservadoras y liberales en España (es decir, del establishment español) el incentivar la propiedad inmobiliaria, es decir, el endeudamiento, lo cual, además de añadir rigideces en el mercado laboral (que raramente se citan, pues todo el debate sobre esta rigidez se atribuye erróneamente a la no existente dificultad de despedir al trabajador), limita la capacidad adquisitiva de la población, reduciendo la demanda y su efecto motor sobre la economía, mostrando, una vez más, que las desigualdades de rentas son causas muy importantes de ineficiencia económica. Y esto el lector lo leerá pocas veces en los medios de información de mayor difusión.
* Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University. Artículo publicado en “Público”