Escuchar el silencio
III Homenaje a los represaliados rinconeros y orchovanos 15 de agosto 2024
10h en La Pálvarez
Por Carles Roche
El 15 de agosto de 2024, en La Pálvarez, se celebrará el III Homenaje a los represaliados rinconeros y orchovanos, un acto que busca mantener viva la memoria y sanar las heridas del pasado a través de la palabra y la reelaboración colectiva de su historia
Un ritual es algo que se repite. Cada verano, desde 2022, hemos instaurado un pequeño ritual en los montes cercanos a nuestro pueblo, en la serranía de Cuenca. Nuestro ritual consiste en algo muy sencillo: sentarnos y hablar. Pero, antes de hablar, escuchamos: escuchamos el silencio de nuestros antepasados, esos antepasados cuyas voces fueron acalladas de manera violenta e injusta. Usamos nuestras palabras para recoger su silencio. Nuestras palabras son ahora la forma en que damos sentido a las ausencias de los seres queridos que fueron represaliados en los tiempos de la posguerra incivil.
En su precioso libro “Desenterrar las palabras”, dedicado a la transmisión generacional del de la violencia política en el siglo XX español, la estudiosa Clara Valverde Gefaell dibuja la importancia que para nosotros, hijos y nietos de quienes sufrieron el trauma de la mal llamada guerra civil, tiene el acto de reelaborar hoy, en pleno siglo XXI, los hechos a través de la palabra. “Sus silencios” dice Valverde, “son ahora mis palabras”. Y esas son las palabras que anualmente hacemos resonar entre las piedras de la ruina de la casa de La Pálvarez, lugar que, por tercer año consecutivo, hemos escogido para reelaborar nuestros recuerdos, nuestras historias.
El próximo 15 de agosto estaremos allí, sentados en círculo, locuaces, tenaces, resistentes. Dando voz a quienes, en estos parajes del valle de Orchova y Las Rinconadas, protagonizaron, de uno y otro lado, unos episodios de represión con una violencia que, para los anales de la historia, no fue.
“He luchado mucho contra mi tendencia a la negación tan bien aprendida de mis antepasados. Pero ya se acabó. Basta de negar, de fingir y de callar. Entiendo y respeto el silencio de mis abuelos, pero no es algo que yo quiera repetir. El no nombrar lo que vemos y sentimos no es bueno para la salud de nuestra sociedad. El silencio otorga el horror.” Son palabras de Valverde que se podrían aplicar muy bien a lo que queremos hacer en nuestras jornada de homenaje a nuestros desaparecidos y represaliados de la posguerra.
Algo que mucha gente no entiende es que, con actos como el nuestro, actos sencillos, abiertos, sentidos, no estamos tanto reviviendo unos hechos como rescatando unas palabras. Lo importante aquí es el valor de la palabra de cada uno; cada uno con su particular manera de decir, su vocabulario, con su forma de hacer brotar las cosas a través del lenguaje, rescata palabras antiguas del silencio y, con ello, conjura recuerdos frente al olvido. No se trata de revivir hechos, sino de revivir palabras que fueron negadas y que ahora rescatamos. A veces, esas palabras que hacen consciente lo inconsciente se convierten en preguntas, preguntas incómodas que, como señala Montse Armengou, “son preguntas incómodas a nuestras familias, a nuestros compañeros y a nosotros mismos”. Pero es el reino de la palabra el que nos interesa: esa palabra difícil que es la palabra de la verdad, y que es el único camino posible hacia la reparación.
Reunidos en el frescor de la mañana en La Pálvarez, el próximo 15 de agosto, como cada año desde 2022, trataremos de manera modesta de elaborar nuestros duelos, de crear un pequeño espacio público al que todas y todos estáis invitados para poner palabras a los traumas de su pasado. Porque, no lo dudemos, el pasado vive y actúa en nosotros y, si tenemos un duelo pendiente, ese duelo que hemos heredado no nos abandonará. Lo dijo muy claramente Esther López Barceló en El arte de invocar la memoria: “cuando se niega la posibilidad de una tumba, se veda el duelo a quienes les sobreviven”. Nosotros, con nuestras pequeñas historias, cavamos esas tumbas que no fueron. Usamos, en lugar de picos y palas, nuestras propias palabras, la flor de nuestro recuerdo. Cada vez que, al terminar nuestro modesto homenaje, nos levantamos de ese círculo tenemos, todas y todos, muy claro que la memoria íntima es también memoria colectiva, y que el silencio que muchas veces nos aplasta sólo puede ser combatido diciendo en voz alta. Mucho ha durado ya el miedo a hablar. Sin que medie la palabra liberadora, liberadora para unos y otros, seguiremos todos acosados por sentimientos inútiles y destructivos: sentimientos como la vergüenza, el victimismo y el dolor del lado de los herederos de los represaliados y la culpa, el miedo a traicionar la memoria familiar -ese dolor también- de parte de los descendientes de quienes protagonizaron esa represión. Cómo nos gustaría que esas dos voces, esos dos torrentes de historias, confluyeran en actos pequeños y sencillos como el nuestro. Estaríamos dando así cauce a la fundamental lección reparadora de los libros de Valverde y López Barceló, lección que, a nuestra sencilla manera, tratamos de hacer presente de manera sencilla cada verano en estos cerros en la linde entre Valencia, Castilla La Mancha y Aragón.
Tenemos la sincera convicción de que, sin esas palabras reparadoras pronunciadas desde el respeto, seguiremos todos sintiendo desazones sin nombre, dolores sordos, pensamientos negativos: una necesidad incomprensible -que es la que campa a sus anchas en toda nuestra geografía hoy en día- de tener enemigos, de enfrentarnos, de polarizarnos. No nos engañemos: en actos pequeños como el nuestro, nos jugamos nuestro futuro.
Orchova/Las Rinconadas, Cuenca, agosto de 2024
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