Estados Unidos y China todavía pueden cooperar
Por Joseph S. Nye, Jr.*
Durante su reciente visita a Beijing para estabilizar la relación con China, el secretario de Estado de los Estados Unidos Antony Blinken discutió con el presidente chino Xi Jinping muchos temas polémicos. Por ejemplo, advirtió a China que no provea materiales o tecnología a Rusia para ayudarla en su guerra contra Ucrania, y cuestionó los reclamos territoriales en el Mar Meridional de China y el hostigamiento a Filipinas (aliado de Estados Unidos). También hubo disputas por la interpretación de la política estadounidense de «una sola China» en lo referido a Taiwán y por los controles comerciales y de exportación al flujo de tecnología de Estados Unidos a China.
Yo estuve en Beijing más o menos por las mismas fechas para presidir un «diálogo paralelo» sinoestadounidense, un foro en el que ciudadanos que tienen contacto con sus respectivos gobiernos pueden encontrarse y expresar opiniones a título personal. Por ser extraoficiales y fácilmente negables, a veces estas conversaciones pueden ser más francas. Es lo que sucedió en esta reunión entre una delegación del Grupo Estratégico de Aspen y enviados de la influyente Escuela Central del Partido Comunista de China en Beijing (el sexto encuentro de este tipo mantenido por ambas instituciones en la última década).
Como era de esperar, los estadounidenses reforzaron el mensaje de Blinken sobre los temas polémicos, y los chinos repitieron las posiciones de su gobierno. Como advirtió un general chino retirado: «la cuestión central de nuestras cuestiones centrales es Taiwán».
Pero el diálogo se puso más interesante cuando empezamos a hablar de posibles áreas de cooperación. El hecho de que Estados Unidos haya pasado de una política de vinculación con China a una estrategia de competencia entre grandes potencias no impide la cooperación en algunas áreas. Para enmarcar la discusión, usamos como analogía un partido de fútbol: dos equipos luchan ferozmente, pero patean la pelota (no a los otros jugadores) y se espera que todos respeten las líneas blancas.
Cambiando de metáfora, algunos de los representantes chinos manifestaron su preocupación por el énfasis estadounidense en poner «barreras de protección»; temían que fuera como poner cinturón de seguridad en un coche y alentar el exceso de velocidad. Pero la mayoría coincidió en la importancia de evitar un choque; y con ese objetivo, identificamos siete áreas de cooperación posibles.
La primera y más evidente es el cambio climático, que amenaza a ambos países. Aunque China sigue construyendo centrales termoeléctricas impulsadas por carbón, también aceleró la adopción de fuentes de energía renovables; y asegura que sus emisiones de dióxido de carbono tocarán su punto máximo en 2030 y que alcanzará la neutralidad de carbono en 2060. Nuestra exhortación en tal sentido fue que se agilice el cronograma y se lleven adelante intercambios científicos.
La segunda cuestión es la salud pública mundial. Los científicos dicen que la pregunta no es si habrá otra pandemia, sino cuándo. Ambos gobiernos tuvieron una respuesta deficiente a la COVID 19, y el resultado fue la muerte de millones de personas. Pero en vez de ponernos a repartir culpas, sugerimos estudiar de qué manera la cooperación científica entre ambas partes ayudó a frenar el SARS en 2003 y el ébola en 2014, y qué aplicación podrían tener esas enseñanzas en el futuro.
En la cuestión de las armas nucleares, los chinos defendieron su veloz acumulación de arsenales, señalando que los misiles balísticos intercontinentales son más precisos, y que la vulnerabilidad de los submarinos puede poner en riesgo su capacidad para responder a un eventual ataque. Repitieron su objeción habitual contra adoptar controles de armas mientras no tengan un arsenal a la altura de los de Estados Unidos y Rusia. Pero se expresaron dispuestos a discutir conceptos, cuestiones de estabilidad estratégica y doctrina nuclear, y a hablar de no proliferación y de casos difíciles como Corea del Norte e Irán (dos áreas en las que Estados Unidos y China han cooperado en el pasado).
El cuarto tema fue la inteligencia artificial. En su reunión del año pasado en San Francisco, Xi y el presidente de los Estados Unidos Joe Biden acordaron iniciar conversaciones sobre la seguridad en el área, pero los dos gobiernos todavía no han hecho muchos avances. Nuestro grupo coincidió en que la cuestión demanda conversaciones privadas a puertas cerradas, en particular en lo referido a las aplicaciones militares de la tecnología. Como expresó un general chino retirado, aplicar mecanismos de control de armas al área no parece una alternativa probable, pero hay amplio margen para buscar coincidencias en cuestiones conceptuales y de doctrina y en el significado de mantener el control humano de los sistemas.
En lo referido a la economía, ambas partes coincidieron en el beneficio mutuo del comercio bilateral, pero los chinos se quejaron por los controles estadounidenses a la exportación de semiconductores avanzados. Aunque Estados Unidos justifica esta política por motivos de seguridad, los chinos la ven como una medida pensada para limitar el crecimiento económico de su país. Pero nosotros señalamos que la política sólo afecta una parte muy pequeña del comercio total de chips entre ambos países (el asesor de seguridad nacional de los Estados Unidos Jake Sullivan la ha descrito como ponerle «un alto vallado a un jardín pequeño»).
Más difícil fue la cuestión del exceso chino de capacidad industrial, que se sostiene mediante subsidios. China padece una desaceleración económica, y en vez de tomar medidas para estimular el consumo interno, intenta resolver el problema apelando a las exportaciones (como ha hecho en otras ocasiones). Nosotros señalamos que el mundo ha cambiado desde el «shock de China» de principios de siglo.
Pero en vez de tolerar un desacople perjudicial para ambas partes, coincidimos en que lo mejor era separar los temas económicos en tres grandes rubros. En un extremo ubicamos los temas de seguridad, un área en la que «vamos a estar de acuerdo en no estar de acuerdo». En el otro extremo colocamos el comercio normal de bienes y servicios, donde nos atendríamos a las normas del comercio internacional. Y en el medio, allí donde surgen desacuerdos por la cuestión de los subsidios y el exceso de capacidad industrial, habrá que negociar caso por caso.
El último tema tuvo que ver con los contactos interpersonales, muy afectados por tres años de restricciones de la pandemia y por el deterioro de las relaciones políticas. En la actualidad hay menos de mil estudiantes estadounidenses en China, mientras que en las universidades estadounidenses hay unos 289 000 estudiantes chinos (aunque la cifra es casi un 25% menos que el máximo registrado). Los visados para periodistas en China están más restringidos, y académicos y científicos de ambos lados señalan más dificultades en el trato con los funcionarios de inmigración. Nada de esto ayuda a restaurar un sentido de comprensión mutua.
En este período de competencia de grandes potencias entre Estados Unidos y China, no debemos esperar un regreso a la estrategia de vinculación de principios de este siglo. Pero redunda en interés de los dos países evitar conflictos e identificar áreas para cooperar cuando y donde sea posible.
* Project Syndicate. Traducido por Esteban Flamini.
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