Esto no es una apología… Ana Jaramillo

Esto no es una apología… Ana Jaramillo

Por Fernando Buen Abad Domínguez*.

Si no mediase un vínculo laboral mío con la Universidad Nacional de Lanús y su rectora, este texto hubiese sido publicado hace mucho tiempo. Ha sido demorado por “prejuicios” propios, debe decirse, para explicar cierto “prurito” que asalta cuando, queriendo destacar las virtudes de una líder es imprescindible oponerlas a las obsecuencias de conveniencia. Atajarse de los riesgos de cierto chismerío

Ha vencido el vínculo de amistad con Ana Jaramillo y en él la admiración por su obra.

De todas las batallas que Ana ha librado en su vida destaca la que (sin ser la mayor o la mejor) ha presentado al “sentido común” reinante en los campos de cierta “academia” o “ciencia”, disfrazado como verdad inobjetable e inamovible. Es digna de todo respeto la confrontación inteligente contra el positivismo que echó raíces muy hondas y camufladas. Es imperativo de atención la lucha contra la “manipulación simbólica” y el combate a los manipuladores y es, de obligación teórico-práctica, asumir como propio el amor de Ana por su pueblo… por los pueblos y por su educación.

Una bibliografía amplísima da cuenta de su infatigable vocación filosófica y de su amplitud metodológica para explorar, con propuestas organizadoras, cuanto frente de estudio nos permita salvarnos del análisis del análisis para pasar a la acción concreta. Eso es simplemente admirable (y agradecible) en una luchadora que, además, es rectora de una universidad nacional. Una experiencia docente enorme da cuenta de los caminos directos con que hace del conocimiento una actividad productiva comunitaria. Su audacia docente no conoce límite. La he visto convertir en vanguardia de debates una especialidad en pensamiento nacional y latinoamericano; la he visto interpelar en foros internacionales el impulso a la justicia si el cual pierde sentido bajo cierta la formación anquilosada de los abogados. La he visto alentar, cara a cara, el desarrollo de la filosofía para intervenir en la práctica sin dogmatismos ni mecanicismos de “eruditos”. Y todo eso sin dejar de pensar y organizar tareas para ser útil a los pueblos. Le va la vida en eso.

Sus críticos, generalmente comentaristas vocingleros desde la tribuna de quienes hacen nada, suelen quedar sepultados por la contundencia de los hechos cotidianos que en la Universidad de Lanús se verifican guiadas por las necesidades populares muy por encima de ciertos desplantes teoricistas o de los egos del academicismo común. Los saben bien los miles de niños que acuden a la universidad tempranamente para vivirla, entre lecciones de civilidad básica hasta lecciones de ajedrez recreativo. Lo saben los adultos mayores que gozan de su derecho a la educación en cualquier etapa de la vida. Lo saben los miles de jóvenes que ejercen su derecho a la producción social del conocimiento comprometido en cada una de las sesiones de las carreras diversas que ahí se imparten de cerca con los barrios y con el homenaje político implícito en sumar ya miles de estudiantes que son en sus familias primeros en inscribirse y graduarse en una universidad pública y gratuita. La universidad nutrida por los hijos de los obreros. Incluso cuando la furia neoliberal ha dejado sus peores intenciones marcada en la piel de la patria grande.

Si uno la ve en las lides de la gestión cotidiana, propia de su trabajo como rectora, y ve que en cada decisión inmediata está el pensamiento madurado en la praxis, uno entiende el portento de la fuerza intelectual madurado en la fortaleza política de una mujer ejemplo y pauta para las luchas de género (también) al lado de las luchas por dignificar al pueblo argentino y a todos los pueblos hermanos. Es un orgullo argentino por la lucha de la educación humanista y popular. Por esa convicción y esa fortaleza política tuvo que ir al exilio para salvar la vida. Y del exilio también sacó saberes y fortalezas para llevarlas consigo de regreso al frente que eligió (a uno de ellos) para cumplir sus cometidos. Punto de unidad y punto de mil despegues: Universidad Nacional de Lanús.

En la obra de Ana Jaramillo se dan cita los pensadores latinoamericanos más diversos y los pensadores más complejos del mundo entero. Son prueba sus antologías y reuniones de autores en textos escogidos y analizados para ensanchar perspectivas y anclar miradas críticas. Ana Jaramillo no es una lectora complaciente, y de su potencia crítica ha hecho baluartes de síntesis tan comprometidas como audaces. Benedetto Crocce, Rodolfo Puiggros, Leopoldo Zea, José Vasconcelos, Ugarte, Jauretche, Mariátegui, José Martí, Sor Juana Inés de la Cruz… (otras mujeres) y desde luego Juan Domingo Perón y todos los líderes que han forjado pensamiento y acción emancipadores para la patria grande. No se trata de un pensamiento enciclopedista, ni de una versión latinoamericana de la Ilustración, es un saber ordenado para fortalecer, críticamente, a la organización de la comunidad en plena acción.

Esto no es una apología. Es un ejercicio de información no imparcial pero sí objetiva. Es testimonio firmado de un acontecimiento real y vivo que nos reclama a todos, conciencia de la acción política real en el campo de la educación universitaria pero no exclusivamente sino la educación en el sentido de formar personas y sociedades dispuestas a crecer con sus propias fuerzas científicas y dispuestas a la sustituir la importación de conocimientos con una producción social indispensable, importantísima, en la construcción de soberanía, libertad y felicidad colectivas. Eso es el signo del trabajo de Ana Jaramillo y se nota, además, en la comunidad universitaria amplia que no vive sólo dentro de sus muros.

* Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride Universidad Nacional de Lanús. Publicado en La Jornada.

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