Etiopia: La larga caravana de los invisibles

Etiopia: La larga caravana de los invisibles

Guadi Calvo*. LQS. Abril 2020

En estos últimos diez años multitudes de desesperados han transitaron las ardientes rutas del norte de Etiopia, pasando por la nunca amable Eritrea, para seguir hasta la aldea de Gâlâfi, en Djibouti

Etiopía, con sus casi 108 millones de habitantes, de los cuales el 70% es menor de 30 años, se ha convertido en uno de los mayores “proveedores” de migrantes y refugiados económicos de África, a lo que se le deben sumar 2 millones de desplazados internos, por violencia política y cuestiones climáticas.

Las rutas más utilizadas por miles de esos jóvenes intentando encontrar su destinos, lejos de la realidad que los condena a la pobreza, son hacia el Mediterráneo, buscando alcanzar los puertos libios para saltar a Europa, que representan cerca de 5700 kilómetros; la ruta del sur: con destino final Sudáfrica, unos 6800 kilómetros, de padecimientos que deben arrastrar por Kenia, Tanzania y Mozambique; aunque por cuestiones de “seguridad”, al igual que los contrabandistas, utilizan, después de Kenia, el desvío que los lleva por Zambia, Malawi y Zimbabwe.

Pero el destino preferido de los etíopes es Arabia Saudita, junto a otras monarquías del Golfo Pérsico, durante 2019, unos 190.000 etíopes intentaron llegar al reino ilusionados por sus riquezas y considerar que al ser naciones musulmanas, tendrán un mejor recibimiento que en la verde nazi Europa y la xenófoba Sudáfrica. Aunque descubrirán la verdad más de 2.000 kilómetros adelante, después de agotadoras semanas de viaje a través de desiertos, cruces marítimos, una guerra, para finalmente intentar atravesar la última frontera, tan hostil como cualquiera de Europa o la de los Estados Unidos.

La mayoría de los migrantes etíopes pertenecen a la etnia Oromo, la mayoritaria del país con unos treinta millones de miembros, extendida en la zona central y al sur de Addis-Abeba, considerada la más desfavorecida económicamente, por lo que sus caravanas mayoritariamente suelen ser a pie, mientras que las otras dos etnias principales los Tigray y los Amara cuentan con los suficiente recursos para hacer el recorrido en vehículos. Son los oromos, particularmente los que más sufren las consecuencias del largo peregrinaje por las condiciones climáticas, la falta de alimentos y el agotamiento hace que no sean pocas las muertes, al tiempo que muchos de ellos son robados y casi todas las mujeres violadas en diferentes puntos del camino, por lo que no es extraño que al llegar a fin del recorrido estén embarazadas, con toda la carga que eso significa.

En estos últimos diez años multitudes de desesperados han transitaron las ardientes rutas del norte de Etiopia, pasando por la nunca amable Eritrea, para seguir hasta la aldea de Gâlâfi, en Djibouti, donde se amontonan verdaderas muchedumbres en procura del puerto de Obock, en el golfo de Tadjoura, sobre el mar Rojo. Desde allí embarcan en lanchas de dudosa seguridad, siempre sobrecargadas, que surcan aproximadamente cien kilómetros hasta las costas de la encendida Yemen. Se ha registrado que por los sectores por donde circula el intenso flujo migratorio, ha dinamizado la economía de las localidades que cruzan.

En Obock, cada anochecer, se reúnem unos mil migrantes, quienes esperan, pacientemente que los traficantes, a un precio estrictamente estipulado por el aspecto del “pasajero”, que van entre los 700 hasta los 2 mil dólares, los embarquen para la travesía marítima, que desde Yemen, puedan alcanzar el reino de los Saud.

Aunque ya en tierra yemení empieza a ser parte de otro negocio, manejado por los harami (criminales), bandas armadas compuestas por yemeníes y etíopes que secuestran en masa a los migrantes y trasportados en camiones a centros ilegales de detención llamados “granjas” donde son torturados, llegándoles a amputar extremidades, quemarlos con plástico derretido, colgándoles cabeza baja, en procura de que llamen a sus familiares, para pedir que paguen el rescate, lo que para la mayoría de esas familias significa vender todo lo que tengan: animales, tierras y herramientas.

Esta ruta, considerada como la corriente migratoria más peligrosa del mundo, lleva activa muchos años, ya en abril de 2013, Naciones Unidas había señalado el drama de los migrantes etíopes, reclamando ayuda internacional, que a casi siete años todavía no se ha producido. Dos factores han complicado mucho este tránsito, primero que el número de los que intentan llegar al reino saudita es cada vez mayor superando incluso a los que pretenden llegar a Europa, y la guerra que, a partir de 2015, Riad desató contra Yemen, por lo que el tránsito de migrantes es cada vez más peligroso, disparando el número de desaparecidos. Antes de 2015, ya se sabía que cientos de estos migrantes, eran secuestrados y retenidos en lugares de encierros llamados “granjas”, a la espera que las familias de las víctimas paguen el rescate. Incluso el gobierno yemení, llegó a realizar varias operaciones en procura de su liberación. A consecuencia de esos procedimientos, las autoridades yemeníes, en plena guerra civil, se vieron obligadas a abrir albergues para los rescatados en la ciudad de Sanná, la capital yemení, para su posterior repatriación a los países de origen, fundamentalmente Etiopia.

Tras la guerra civil a lo que le siguió la guerra genocida de Arabia Saudita, que centra sus operaciones aéreas sobre la capital yemení, los sitios dedicados a la congregación de asilados, al igual que la mayoría de la ciudad desaparecieron bajo las bombas sauditas, desconociéndose el destino de muchos de aquellos refugiados, sin saberse cuantos murieron, cuantos lograron escapar y cuantos fueron reclutados forzosamente por alguna de las tantas facciones de las que participan en la guerra.

Si bien el riesgo de que alguna de las multitudes de bandas de secuestradores, que asechan prácticamente a lo largo de todo el camino, tanto en Etiopia, Eritrea, Djibouti y Yemen, es el más evidente, la posibilidad de morir en la travesía marítima tampoco es remota. Como se desconoce el número de migrantes y lanchas que van y viene desde Djibouti a Yemen, tampoco se sabe cuántos de los “pasajeros” pueden caer al mar o directamente morir al zozobrar las embarcaciones, ya que no existe ninguna organización internacional que haga un seguimiento del tema.

Golpeando las puertas del reino

Arabia Saudita es una de las pocas naciones del mundo que no es signataria de la convención 1951 de Naciones Unidas, en la que se reconoce el estatus de refugiado, por lo que los que consiguen penetrar sus fronteras, quedan al libre arbitrio de las autoridades, incluso antes de hacerlo ya que son numerosos los casos en que los guardias fronterizos saudíes, disparan a matar, “para disuadirlos”, por simplemente merodear en cercanías de la línea fronteriza. Muchos de los que han conseguido acercarse a algún punto de los casi 1.500 kilómetros de la frontera saudita-yemení, informan que metros antes de la línea es común encuentran cuerpos acribillados por los sauditas, que son dejados allí como elementos persuasivos para de detener a migrantes. Así todo, son miles los que logran penetrar esa línea por lo que las razias contra los migrantes ordenadas por las autoridades son constantes y masivas. Los detenidos antes de ser deportados, pasan caprichosos periodos de detención, hacinados principalmente en la prisión de Jizan, la ciudad sobre el Mar Rojo a unos 50 kilómetros de la frontera con Yemen, que es la primera a la que llegan los migrantes, hoy altamente militarizada por la guerra.

Las condiciones infrahumanas en las que viven sus prisioneros, hasta que puedan ser repatriados a sus países de origen, son verdaderamente siniestras, apenas reciben algo de alimentos, los maltratos son permanentes, deben convivir en celdas superpobladas, sin ninguna medida de higiene, durmiendo y pisando todo el tiempo excrementos y disputando el espacio con ratas, lo que genera de manera crónica brotes de cólera, tuberculosis o disentería.

Varios días a la semana, siempre por las noches, aviones provenientes de Riad, llegan a un hangar no comercial, en una esquina del aeropuerto de Bole, en Addis Abeba, en el que se “descargan” cientos de repatriados en condiciones extremadamente lastimosas, que suman aproximadamente unos 10.000 al mes, y que a su vuelta deben sufrir el abandono gubernamental.

Desde 2017, Riad ha puesto en marcha un proceso sistemático de deportaciones de migrantes irregulares, desde entonces han llegado a Etiopia cerca de 350.000 que han sido enviados de vuelta. A su arribo algunos pocos llegan a ser registrados por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y atendidos por Médicos Sin Fronteras, que selecciona de entre las 300 a 400 personas que bajan de cada avión, a quienes se encuentran en peor estado, mientras el resto, son lanzados a las calles de Addis-Abeba sin dinero, ni apoyo de ningún tipo, muchos de ellos hambrientos, casi desnudos y descalzos. Quizás a cientos de kilómetros de sus aldeas, entre ellos hay menores, que no entiendan siquiera la aventura que acaban de vivir y la que les espera apenas pisen la calle.

La atención internacional presta atención a los flujos migratorios que parecen solo “amenazar” a Europa, intentado que no lleguen a sus costas, 20.000 de ellos han muerto en el Mediterráneo desde 2014, ignorando los cientos de miles de migrantes etíopes y de otros países, que transitan solitarios hacia Sudáfrica o Arabia Saudita, como largas caravanas de invisibles.

* Escritor y periodista argentino. Publicado en Línea Internacional
África – LoQueSomos

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