Extraditar a Julian Assange hundiría el prestigio de la justicia británica
Por Tomás F. Ruiz
El Tribunal Supremo del Reino Unido (Supreme Court) está dispuesto a entregar a Julian Assange a los tribunales norteamericanos si estos aceptan la condición de respetar su vida y no condenarlo a la pena de muerte por los cargos de que se le acusa. En ese caso, Assange tendría que cumplir más de 170 años de prisión. La condición sugerida por los jueces británicos es tan vergonzosa como inaceptable y convierte a la justicia anglosajona en cómplice del acoso criminal de que es objeto el fundador de WikiLeaks. El “crimen” que Julian Assange ha cometido ha sido revelar al mundo entero las escalofriantes evidencias del terrorismo sistemático que practica EE.UU. bajo el vergonzoso consentimiento y la abyecta complicidad de la ONU y de buena parte de la comunidad internacional.
Una vez que la indigna justicia norteamericana haya admitido que cumplirá con esta condición de no condenar a muerte a Julian Assange, los no menos indignos jueces británicos del Tribunal Supremo tienen la intención de autorizar su extradición a Estados Unidos. Allí le espera un tribunal que lo juzgará por su atrevimiento de sacar a la luz pública la verdad sobre la violación generalizada de derechos humanos que practica USA (léase United Svastics of America) con absoluta y consentida impunidad: Irak, Afganistán, Irán, Siria, Libia y Guantánamo son sólo algunos de los escenarios de estas violaciones de derechos humanos que Julian Assange reveló a través de su indómita agencia de información WikiLeaks.
Como periodista intrínsecamente comprometido con la libertad de información, Julian Assange tuvo el coraje de creer que, sacándolas a la luz pública, podría acabar con las denigrantes actividades terroristas que practica el gobierno estadounidense. Su pretensión de justicia fue aplastada por la prostituida justicia norteamericana y, desde cinco años atrás, también por la sumisa justicia británica. La prisión de alta seguridad de Belmarsh, donde ahora se encuentra internado Assange, es su última trinchera. Si ésta cae, caerá el periodismo libre e independiente que él representa; el mundo entero se estremecerá ante un poder totalitario donde la información se convertirá en un depravado sistema de control social.
Hay una raya que sí se cruza ya no hay marcha atrás. En el mundo que vendría después de la extradición de Julian Assange ya no existiría el periodismo libre. El periodismo veraz y comprometido sucumbiría ante la persecución y el acoso a que se vería sometido. En lo que respecta a los periodistas, nos convertiríamos en patéticos alguaciles tocando la corneta en las plazas de los pueblos: “De parte del señor alcalde se hace saber…”
La voz de su amo se repetiría hasta la saciedad y los periodistas honestos, como es el caso de Julian Assange, serían encarcelados de por vida o, en el peor de los casos, desaparecerían sin remisión. La verdad se manipularía hasta hacerla irreconocible; la mentira y la falsedad contaminarían todos los medios de comunicación. Todos aquellos informadores, periodistas, reporteros, corresponsales de guerra, fotógrafos, free lances, que hoy luchan para que prevalezca la verdad, serían exterminados sin piedad.
En ese mundo sin libertad de expresión que se plantearía tras la extradición de Julian Assange, un mundo que se podría considerar postapocalíptico desde el punto de vista informativo, los medios de comunicación se usarían como meros instrumentos para la manipulación social. McLuhan tuvo la clarividencia de ver venir ese escalofriante mundo desde medio siglo atrás.
Si Assange es finalmente extraditado, a las nuevas generaciones de periodistas, aquellas que ahora estudian en la facultad de Ciencias de la Información, se les enseñaría a repetir como papagayos la voz de su amo y a obedecer sin ninguna objeción. Habría asignaturas que inevitablemente desaparecerían de los planes de estudio, en especial la de Deontología de la información; otras se adaptarían al nuevo Reichstag informativo y cambiarían sus objetivos, orientándose hacia la censura, la tergiversación y la manipulación de la información.
Estas nuevas generaciones de periodistas no encontrarían en sus planes de estudio el nombre de Julian Assange porque habría sido suprimido en los libros de historia, como tantos otros nombres de periodistas que lucharon por un mundo mejor. Como George Orwell cuenta en su escalofriante novela “1.985”, la función de los periodistas en un futuro “goebeliano” como éste no sería otra que la de tergiversar la historia a base de falsas informaciones y noticias contradictorias que mantuvieran al ciudadano confundido y en un continuo estado de ofuscación.
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