Ficciones
Juan Gabalaui*. LQS. Agosto 2019
Faltan personas que defiendan sin pudor alguno que el comunismo no es igual al fascismo, que Bella Ciao es una canción antifascista que forma parte del imaginario de la izquierda antifascista…
El sistema en el que vivimos tiene estas cosas. Conocemos la canción de Bella Ciao a través de una serie y desconocemos lo que representa históricamente. Aunque forme parte del imaginario de izquierdas, si te refieres a ella como una canción ideológica te acusan de apropiación. Las camisetas con el Che Guevara, que ahora la derecha extrema llama asesino cada vez que tiene ocasión, son otro ejemplo. Nadie se preocupa en valorar y contextualizar la figura histórica y se reduce a un asesino, que viene a evidenciar lo miserables que somos aquellas personas que nos sentimos de izquierdas. Lo mismo decían en su momento de Durruti: ladrón, pistolero y asesino. A su vez si hablas de fascismo, te echan en cara que el comunismo fue peor y hablan de millones de asesinados, en ocasiones superando la cifra actual de la población mundial. Si hacen desparecer una cruz, erigida por gloria de los caídos de España, te acusan de persecución religiosa y se refieren a los mártires de la iglesia durante la denominada cruzada en la guerra civil española. Si criticas que se canten himnos fascistas como el Cara al sol, te responden que tú cantas la internacional, equiparando la canción falangista e himno oficioso de la dictadura fascista con la canción que representa a los movimientos obreros en todo el mundo.
Esto no es un fenómeno nuevo. Tiene que ver con el relato, la relectura de los hechos históricos desde una mirada parcial e interesada. Son una pobre evolución del revisionismo del fascismo español, que se esforzó en ofrecer un relato favorable de los hechos en los que pasaron de victimarios a víctimas triunfantes frente a los peligros patrios. Explicaron un golpe de estado cruento e inmisericorde como una necesidad patria, una cruzada contra los antiespañoles, un dique contra la horda de comunistas que asolaba España, aunque en realidad fueran cuatro gatos. La derecha de entonces, como la de ahora, no sabía distinguir entre un socialista, un comunista o un anarquista. Todos son iguales, escoria roja. Solo sabían mantener los privilegios y el poder en las manos de los de siempre. Este relato se impuso sobre los hechos. Los hagiógrafos fascistas se ocuparon de encontrar razones y narraciones que ocultaran los asesinatos, masacres, torturas mientras ofrecían perfiles laudatorios y gloriosos de los responsables de la guerra y los cuarenta años de posterior dictadura. Durante la posdictadura no se dejó que esta versión falsa de los hechos decayera y desde los medios más conservadores, y algunos otros que se consideran progresistas, recordaban regularmente el relato ficticio. Quién no ha escuchado que la guerra civil empezó en 1934 y no en 1936.
El auge de la extrema derecha española vuelve a poner en primera línea alguno de sus postulados. Hace unas semanas una alcaldesa de un pueblo de Levante retiró una cruz en base a la ley de memoria histórica y fue denunciada por la Asociación Española de Abogados Cristianos, una organización que se preocupa por mantener vigente la cuestionable persecución religiosa durante la guerra civil. La cruz no se retiró por motivos religiosos sino por representar un símbolo fascista de la misma manera que los sacerdotes y curas asesinados durante la guerra civil no lo fueron por sus convicciones religiosas sino por el apoyo al golpe de estado, su participación activa en el mismo y en la represión cruenta contra los republicanos. El tradicional anticlericalismo español se centraba en cómo se posicionaba la iglesia respecto al poder opresor, siempre a su lado como institución y en cada una de las parroquias de los pueblos de España, salvo honrosas excepciones. Eran el brazo ejecutor de las órdenes de las élites, junto con las fuerzas de seguridad. De esta forma el inevitable rencor que acumulaba la población más humilde, la gran mayoría, contra el clero explotaba en cada acción insurreccional como en la Semana Trágica de Barcelona en 1909. Esto no tenía que ver con las convicciones religiosas, ya que una gran mayoría de la población española se consideraba católica, sino con la cercanía, y en muchos casos, confusión con el poder que condenaba a las clases humildes a la pobreza y mantenía los privilegios de las élites.
A pesar de situarse al lado del poder más conservador y elitista, se habla de mártires de la cruzada, beatificaciones y canonizaciones. La cuestionable persecución religiosa pretende ocultar que la iglesia española apoyó al fascismo español, temerosa de perder los privilegios acumulados durante siglos de connivencia con el poder autoritario. ¿Alguien ha escuchado a la iglesia española pedir perdón por su participación activa en la guerra civil y en la dictadura fascista? Quizás en sueños. Entonces viene la Asociación Española de Abogados Cristianos y nos habla de persecución religiosa. En el siglo 21. Nos dicen que los sacerdotes soldados muertos en la guerra fueron mártires. Que el Che Guevara es un asesino. Que la Bella Chiao es una canción de una serie. Que el comunismo es igual que el fascismo. Que si no se puede cantar el Cara al Sol, tampoco La Internacional. Creo que en esos medios, que difunden tantas ficciones, faltan personas que defiendan sin pudor alguno que el comunismo no es igual al fascismo, que Bella Ciao es una canción antifascista que forma parte del imaginario de la izquierda antifascista, que los mártires españoles participaron activamente en la guerra civil al lado de los fascistas, que el Che Guevara fue un revolucionario y que La Internacional es un himno del movimiento obrero mundial. Y sí, la Guerra Civil española comenzó en 1936. La iniciaron unos militares golpistas, con la connivencia de los sectores sociales y políticos más conservadores y reaccionarios y la Iglesia española. Después implantaron una dictadura fascista que se mantuvo 40 años. En ningún país de Europa perduró el fascismo activo durante tantos años. Se dice pronto.
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– Ilustración de J. Kalvellido
* El Kaleidoskopio
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