Fierros
Patxi Ibarrondo*. LQSomos. Agosto 2015
El otro día estuve en Balmaseda, que es como decir el ombligo del hierro y el emporio de la siderurgia en el siglo pasado. Ahora, por donde circulaban los trenes del mineral se han levantado los rieles y se han construido vías verdes. Un sendero sacramental del trabajo asalariado que va o fue desde el hondo sudor del mítico alto horno hasta el paseo de la relajación. Yo hubiera dejado en paz los raíles; son más evocadores; se podría jugar a los equilibrios con los brazos extendidos en cruz y las risas en el aire despreocupado.
A mi me atraen los raíles solitarios, esos recodos con curva donde no se puede ver lo que hay más allá hasta que se llega allí, si uno quiere llegar. Raíles de hierro dormido con yerbajos en los calcañares y donde ya no circulan trenes ni industrias. Solo queda el tiempo del abandono. Túneles oscuros como boca de lobo, ahora iluminados su misterio por una luz con temporizador. Raíles interrumpidos por viejas estaciones donde el tradicional reloj circular de dos caras quedó parado en algún momento conocido solo por la arbitrariedad. Unos raíles que transportaron millones de historias a lo largo de la vía de la esperanza o la desolación. Según qué vidas.
Me gustan esos raíles gastados por la costumbre. Son vías muertas para los tráficos. Silencio a la vista. Nadie espera a nadie y nadie se despide de nadie. No hay dolor. No hay tensión laboral. No hay horario. No hay llegada ni salida. No hay rendimiento de cuentas ni competición bursátil por la mercancía. Solo el sol reverberando el hierro, la lluvia cayendo sobre el óxido inexorable y el helar del invierno en el ferrocarril abandonado. Pero en cada kilómetro, un osado panel con una poesía. Por fatiga, solo llegamos al segundo de muchos otros:
FÉ DE VIDA (Fragmento)
Todo roto,
a punto de ya no ser. Pero toco la alegría,
porque aunque todo esté muerto
yo aún estoy vivo y lo sé.
José Hierro