General Villarroya…… Le han jugado una mala pasada
Antoni Soler Ricart*. LQS. Mayo 2020
¡Felicidades!, Miguel Ángel. Hoy es tu 63 cumpleaños, tómatelo como un regalo, te envío las reflexiones de Antoni Soler, docente, escritor y presidente de FundiPau. Militante del pacifismo y la no violencia desde los años 70, es diplomado en cultura de la paz por la Universidad de Barcelona. Atentamente, Lluís-Ignasi Pastrana Icart
Querido señor Villarroya, jefe del Estado Mayor de la Defensa, no nos conocemos personalmente y por ese motivo quiero comenzar pidiéndole disculpas por dirigirme a usted. Lo hago con toda la humildad y con todo el respeto, pero también con toda la dignidad del simple ciudadano que se siente corresponsable del funcionamiento de la comunidad. Entiendo que su cargo público y sus recientes apariciones en los medios de comunicación me autorizan a hacerlo.
Usted es un militar, representa a los ejércitos. Aprecio y valoro mucho la disposición de las personas que como usted los integran, para el servicio inmediato, para afrontar riesgos, incluso para arriesgar la vida.
Agradezco esa generosidad, que por otro lado no es en absoluto exclusiva del mundo militar. En situaciones de crisis no hay nada peor que la pasividad, la indiferencia o el mirar hacia otro lado. Ante el sufrimiento de las personas, actuar es un imperativo moral. Pero eso no avala cualquier forma de actuación.
¿Cuál es la forma de actuar propia de los ejércitos? Los ejércitos están creados, pensados y diseñados para la guerra o cuando menos para ser elementos disuasorios. Con esta finalidad se les dota del instrumental adecuado y se les entrena para que sean capaces de ejercer la máxima violencia. Ante un problema, la forma de actuar propia del ejército es, por tanto, imponerse por la fuerza, ya sea con amenazas o con el ejercicio de la violencia armada. Naturalmente, de forma colateral pueden realizar otras funciones. Pero estas no les son propias, no justifican su existencia y pueden ser realizadas con mucha más eficacia por los cuerpos profesionales adecuados en cada caso. Agradezco su generosa disposición a arriesgar la vida por una buena causa, pero no quiero ni puedo aceptar de ninguna manera su disposición a matar, a destruir otras vidas, a imponerse por la fuerza por causa alguna. No quiero sentirme amenazado, pero tampoco quiero sentirme amparado por las amenazas dirigidas contra otros. Renuncio a que me defiendan haciendo daño, destruyendo, matando o amenazando. No es ese el tipo de seguridad que deseo. La seguridad que deseo no es la que viene de la fuerza, sino del esfuerzo; no la que viene de la imposición, sino de la compasión; no de la dureza, sino de la ternura; no la de la competición, sino la de la colaboración; no la de la amenaza, sino la de la mano tendida; no la de la violencia, sino la de la paz. También es la seguridad que deseo para usted y para sus seres queridos.
Déjeme que le diga que me parece que le han jugado una mala pasada. Darle protagonismo a usted, experto militar, en una situación de crisis sanitaria es hacerle un flaco favor. También lo sería dárselo a un médico en un problema urbanístico o a un arquitecto en una plaga agrícola…. El riesgo de desafinar es muy grande. Pero en el caso que nos ocupa ha sido aún más grave, ya que justamente ha contrapuesto los dos modelos de seguridad. Ha puesto en evidencia que los ejércitos no pueden protegernos de las necesidades reales y cercanas y ha extendido la convicción de lo bien que nos habría ido si hubiéramos dispuesto del presupuesto militar para la sanidad u otros servicios sociales, que hemos descubierto tan insuficientes.
Y acabo con una petición atrevida y un deseo: le pido humildemente que se atreva a renunciar a la guerra, ni siquiera como posibilidad y le deseo sinceramente que viva en paz.
* Presidente de FundiPau
– Nota original publicada en El Punt Avui
– Traducido para LoQueSomos por Leticia Palacios
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