Georgia, oveja negra de Occidente
Por György Varga *
El 8 de octubre, el Parlamento de la UE adoptó una resolución sobre Georgia. Sus autores en Bruselas consideraron que el gobierno georgiano en funciones ponía en peligro la democracia. No dejaron ninguna duda sobre a quién querían apoyar en las elecciones del 26 de octubre. El 21 de octubre, los ministros de Asuntos Exteriores de 13 (¡no 27!) países de la UE adoptaron una declaración conjunta en la que criticaban la política del partido en el poder
El 28, los ministros de Exteriores de 13 países de la UE también reaccionaron a la derrota de sus partidos políticos preferidos, cada uno de los cuales obtuvo entre el ocho y el diez por ciento de los votos. Criticaron el hecho de que las elecciones «no se desarrollaron de acuerdo con las normas europeas». Al hacerlo, ignoraron el informe de los observadores de la OSCE, según el cual las elecciones fueron libres.
La lista de 13 ministros de Asuntos Exteriores de la UE mencionada anteriormente coincide en gran parte con la de los países que han absolutizado la guerra en Ucrania y son más favorables a las sanciones contra Rusia. ¿Pueden considerarse estos mensajes una injerencia en las elecciones, una incitación contra el nuevo Parlamento y el nuevo Gobierno? La respuesta es un rotundo sí.
El partido «Sueño Georgiano» ha ganado las elecciones democráticas cada cuatro años desde 2012 y ha formado gobierno. Sin embargo, su política exterior a partir de 2022 no responde a las expectativas del Occidente político: persigue los intereses nacionales de Georgia y se niega a involucrarse de nuevo en una guerra con Rusia, como ocurrió en 2008 bajo el liderazgo del presidente Mikheil Saakashvili, que contaba con el apoyo de Occidente.
Tbilisi, interesada en una vecindad pacífica con Rusia
16 años después de la guerra desencadenada por el ataque georgiano a Osetia del Sur, el gobierno de Tbilisi ha logrado alcanzar un modus vivendi con Rusia, que se ha convertido en el segundo socio comercial exterior del país.
Ante el distanciamiento de Georgia de la guerra de Ucrania, el Parlamento Europeo propuso en junio de 2022 sanciones contra el primer ministro georgiano, Irakli Kobajidze, por sus «ambiguas y dudosas» relaciones con Rusia. Gran parte del electorado georgiano teme volver a la era posterior a 2008 y está interesado en una política exterior equilibrada. El Primer Ministro y su predecesor Irakli Garibashvili intentan avanzar en esa dirección. La oposición, por su parte, reclama la plena adhesión a las sanciones de la UE contra Rusia, lo que también respondería a las expectativas de Occidente global.
Las relaciones del gobierno georgiano con Occidente siguen deteriorándose. ¿Por qué a los responsables políticos de Washington y Bruselas les molesta que las organizaciones no gubernamentales (ONG) y otras organizaciones que reciben más del 20 por ciento de ayuda extranjera deban registrarse? ¿Y por qué se acepta la misma ley en Estados Unidos? Porque los socios políticos de Occidente en Georgia han encontrado su apoyo político y existencial en dichas ONG. A través de ellas, las fuerzas georgianas conectan con sus socios occidentales y se financian mediante proyectos y subvenciones. Según el politólogo británico Anatol Lieven, el 90% de la sociedad georgiana está dominada por ONG financiadas por Occidente (UE, EEUU).
Los responsables occidentales confían acríticamente en los informes y evaluaciones de las ONG, que a menudo les encargan. Esto permite predecir las preferencias políticas desde el inicio de los proyectos. Estos materiales llegan directamente a los procesos de toma de decisiones en Bruselas y Washington.
Las ONG como punto de referencia para Occidente
Para Occidente, las ONG a las que apoyan son socios que desempeñan un papel clave en la configuración de la imagen de Georgia en el exterior: Si sus representantes están en el poder (véase hoy Moldavia), todo es bueno; si están en la oposición (como en Georgia), entonces todo es malo.
El hecho de que las elecciones parlamentarias en Georgia y las elecciones a la jefatura del Estado y al referéndum en la República de Moldavia se celebraran con una semana de diferencia ofrece una interesante comparación. Antes de las elecciones, la UE proporcionó un amplio apoyo político, financiero y de comunicación específico a ambos países, favoreciendo a los partidos en el poder en Moldavia y a la oposición en Georgia. En Georgia no hubo visitas de alto nivel, pero sí declaraciones del Parlamento Europeo y de los ministros de Asuntos Exteriores de la UE condenando al gobierno, mientras que en Moldavia hubo docenas de visitas de alto nivel, promesas de ayuda por un total de más de dos mil millones de euros, una resolución del Parlamento Europeo condenando a la oposición y prohibiciones de viajar.
Una de las características de la narrativa occidental, que se repite como un mantra, es la injerencia rusa, pese a que las visitas de políticos rusos a Moldavia no son habituales desde hace más de una década y a Georgia desde hace más de dos décadas. Es más, no existen relaciones diplomáticas con Georgia desde 2008. Los canales de noticias rusos están bloqueados en Moldavia y no hay vuelos directos ni transferencias bancarias entre ambos países. A pesar de todo, si las fuerzas políticas apoyadas por Occidente no son las ganadoras de las elecciones, la derrota se explica como «injerencia rusa».
Washington y Bruselas querían presentar las elecciones parlamentarias del 26 de octubre en Georgia como una contienda entre fuerzas proeuropeas y prorrusas. Estados Unidos impuso sanciones al gobierno georgiano para mostrar qué fuerzas políticas le gustaría ver en el poder tras las elecciones parlamentarias. La UE ha congelado el proceso de integración y suspendido las reuniones de alto nivel. El gobierno georgiano afirma que la élite occidental, que está a favor de la guerra, quiere derrocarlo y arrastrar a Georgia a otra guerra georgiano-rusa.
Actitud de Occidente hacia el partido gobernante georgiano
Georgia se ha convertido en la oveja negra de la UE y Estados Unidos, aunque los indicadores georgianos de desarrollo social son mejores desde hace años que las mismas cifras de Ucrania o Moldavia. Lo mismo ocurre con los derechos políticos, la corrupción y los indicadores económicos. Las calificaciones por países de la Comisión Europea así lo reflejan. La indiferencia de estos indicadores queda patente en que:
-Ucrania ocupó el puesto 122 en la lista mundial de corrupción en 2021.
-El líder de la oposición en el Parlamento ucraniano ya estaba bajo arresto domiciliario en 2021.-Los canales de noticias de la oposición fueron prohibidos en Ucrania desde la primavera de 2021.-Ucrania prohibió once partidos de la oposición en marzo de 2022.
En diciembre de 2023, Ucrania -un país en guerra, sin conocer sus fronteras definitivas ni su población- fue invitada a iniciar las negociaciones de adhesión a la UE. Georgia no merece este estatus porque no participa en la política de sanciones autodestructivas de Occidente.
El hecho de que Georgia ocupara el puesto 49 en la lista de corrupción en 2023, mientras que Moldavia ocupaba el 76 y Ucrania el 104, es aparentemente tan irrelevante como los informes por países de la UE sobre el estado de la sociedad, la gobernanza, la economía y el entorno empresarial. Tampoco importa que al ex jefe de Estado ucraniano Petro Poroshenko no se le permita salir de su país desde diciembre de 2023, presumiblemente para que no ofrezca desde Occidente una alternativa a las políticas del actual gobierno ucraniano. ¿Podría el gobierno georgiano hacer lo mismo con el líder de la oposición? ¿Cual sería la reacción occidental?
La élite de Bruselas no acepta que a un país socio como Georgia -dependiente de Oriente y Occidente- le interese la integración económica y la libre circulación de capitales y personas, mientras que le molesta que no le interese una política absolutista de sanciones hacia otro actor global (en este caso Rusia), porque sólo puede verse perjudicado por ello -sabiendo perfectamente que sólo será miembro de la UE dentro de décadas (o nunca).
La realidad georgiana: ninguna base para la política exterior
La UE y Estados Unidos no quieren aceptar la realidad georgiana como base de la política exterior del país. Esta realidad se basa en su existencia como Estado sucesor de la Unión Soviética, una frontera común con Rusia, intereses económicos, decenas y cientos de miles de lazos de parentesco y amistad y los consiguientes y lógicos solapamientos culturales y lingüísticos con su país vecino. La narrativa occidental también obliga a Georgia a elegir: Debe decidir entre un «futuro europeo próspero o un papel de satélite de Putin». No surge una opción georgiana específica para el país, como en otros casos.
También en Georgia crecen las contradicciones en relación con la política exterior, de seguridad y comercial de la UE, un macroactor comprometido con la continuación de la guerra en Ucrania. La absolutización de la guerra en Ucrania, la exigencia de que los socios no comunitarios se solidaricen con esta política y la militarización de la política de la UE no contribuyen a reforzar una imagen positiva de la UE.
La formación forzada de un bloque contra Rusia está polarizando aún más a la ya dividida sociedad georgiana postsoviética. Provoca crecientes tensiones internas y pone en entredicho el derecho del país a ser un Estado soberano, consagrado en la Carta de las Naciones Unidas. Cualquiera que no esté a nuestro favor está contra nosotros y es castigado y sancionado en función de las valoraciones «legítimas» de las ONG financiadas por Occidente. ¿Por qué se da la bienvenida a una ONG financiada por Estados Unidos y se castiga a su equivalente -financiada por Rusia- en un país vecino no alineado donde hay muchos más parientes rusos, contactos comerciales rusos e identidad étnica y lingüística que con Estados Unidos? El conjuro es «agresión rusa contra Ucrania». ¿Podemos encontrar un hechizo similar en respuesta a la agresión estadounidense en décadas anteriores de la historia europea?
Eslóganes como «No podemos ser neutrales ante la agresión de Putin» son inauditos en los medios de comunicación occidentales en relación con la agresión estadounidense o británica (intervención militar sin una decisión del Consejo de Seguridad de la ONU) en décadas anteriores. En ninguna parte encontramos ejemplos de llamamientos a «No podemos ser neutrales ante la agresión de Clinton, Bush u Obama», mientras vemos los resultados de estas intervenciones -en algunos casos basadas en hechos falsos- en Serbia, Irak, Libia, Afganistán y Siria: regiones desestabilizadas durante décadas y flujos migratorios hacia Europa desencadenados o intensificados como consecuencia de ello.
La actitud hacia las sanciones contra Rusia como medida de lealtad
La actitud ante las sanciones contra Rusia, la disposición a renunciar a la neutralidad, se ha convertido en un indicador de lealtad a Occidente.
Alinear los procesos dentro de la UE únicamente con la guerra en Ucrania se ha convertido en un fenómeno permanente. Hoy, en las cumbres de la UE, los procesos económicos y sociales de la Unión ya no figuran en el orden del día, sino que el presidente de Ucrania, país no perteneciente a la UE, presenta su «plan de victoria».
Las instituciones del Occidente global esperan lealtad política absoluta de países que también dependen de Rusia (Georgia, Moldavia), sin mostrar ninguna comprensión por los problemas que han causado. ¿A quién le importa que Georgia pueda reactivar las relaciones con sus propias regiones separatistas de Abjasia y Osetia del Sur y elevarlas a un nuevo nivel si se ve obligada a tomar decisiones por Occidente? Hoy, Washington y Bruselas sólo piensan en cómo debilitar a Rusia y lo subordinan todo a este objetivo, incluidos los intereses del pueblo georgiano.
La Presidenta de Georgia, Salomé Zurabishvili, no reconoce los resultados de las elecciones del 26 de octubre. Es bien sabido que la tarea de un jefe de Estado es preservar la unidad de la nación, de la sociedad, y no dividirla. ¿Podemos encontrar una explicación a la actitud del jefe de Estado georgiano, que es una forma directa de desestabilizar la sociedad? Sí que podemos: La jefa de Estado georgiano nació y creció en Francia, ha representado a Francia como diplomática en Roma, Washington, Nueva York y Viena, y también ha trabajado como responsable de asuntos postsoviéticos en el personal de planificación del Ministerio de Asuntos Exteriores francés. En 2003 y 2004, Zurabishvili fue Embajadora de Francia en Georgia y en 2004 fue nombradoa Ministra de Asuntos Exteriores de Georgia tras un acuerdo entre el Presidente francés y el entonces Presidente georgiano Mijail Saakashvili. Sus antecedentes sociales y políticos pueden explicar la diferencia entre la política exterior del gobierno georgiano, que lucha por la soberanía, y la política de la jefa de Estado, que apoya la posición del Occidente global.
Neutralidad: un obstáculo temporal
Para Occidente, la neutralidad de Georgia en la guerra contra Rusia es un obstáculo temporal que debe superarse, porque «la neutralidad sirve a los intereses de Rusia».
Si 50 países están formando con éxito un bloque bajo los auspicios de la guerra en Ucrania, entonces una Georgia soberana no debería querer ir por caminos separados, mientras que Occidente tiene la necesidad urgente de abrir un segundo frente contra Rusia para evitar una derrota en Ucrania. Occidente no cree que el pueblo georgiano sea capaz de evaluar racionalmente su situación y sus intereses. Los ciudadanos de Georgia saben muy bien que no es el inadecuado nivel de rendimiento -que supera el de Ucrania y Moldavia- lo que les impide continuar su integración en la UE, que cuenta con el apoyo de su gobierno. La política exterior soberana del gobierno georgiano, que no es tolerada por la élite estadounidense y de la UE, se interpone en el camino de esta [integración].
Ucrania es la ganadora de la política de Occidente, que pone en duda los resultados electorales en Georgia: Para ellos, la desestabilización tanto de Georgia como de Moldavia es una especie de vía de escape.
Sin la internacionalización de la guerra y la crisis por Ucrania, sin la aparición de un nuevo escenario de conflicto, Kiev pronto tendría que darse cuenta de su derrota en la guerra. Cuanto más caos haya en la esfera de interés rusa, mejor para Ucrania y el Occidente político, porque una vecindad en crisis puede drenar mucha energía de Moscú. La desestabilización del vecindario podría complicar la posición de Rusia, que parece imparable en Ucrania y demuestra cada vez más estabilidad y legitimidad internacional a través de los BRICS.
Relaciones tensas entre Occidente y Georgia
Y la rusofobia podría continuar en Occidente: No son las acciones autodestructivas de la UE, sino la injerencia rusa lo que está detrás de los acontecimientos negativos. Cualquiera que pida transparencia a las ONG financiadas desde el extranjero es prorruso. Cualquiera que acepte los resultados oficiales de las elecciones y no los resultados a pie de urna de una ONG apoyada por Estados Unidos es prorruso.
Washington y Bruselas quieren ser los únicos puntos de referencia para Georgia y no están dispuestos a mantener una relación equilibrada con Rusia. La relación entre Georgia y Occidente es muy tensa, ya que Occidente vincula sus relaciones con Tbilisi a sus objetivos políticos en relación con la guerra de Ucrania.
Las realidades de la situación geopolítica de Georgia exigen una política exterior pragmática y una actuación estatal acorde con los intereses del Estado soberano en una situación geopolítica compleja en la que los macroactores de la política mundial se enfrentan entre sí en un mundo multipolar, con objetivos estratégicos que van mucho más allá del tamaño de países de tres o cuatro millones de habitantes.
El partido gobernante georgiano «Sueño Georgiano», que ganó las elecciones el 26 de octubre, quería y quiere cooperar con la UE y Occidente en general como socio próspero, como país soberano que tiene en cuenta sus intereses nacionales. Pero en estas condiciones, Occidente no quiere a Georgia. Un aislamiento y una desestabilización «basados en valores», seguidos de la toma del poder por una oposición dominada por ONG financiadas por Occidente, podrían ser la solución para ella …
(*) György Varga fue embajador de Hungría en Ucrania, Rusia y Moldavia. Fue jefe de la misión de observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Rusia de 2017 a 2021. En ese cargo, pasó los cuatro años anteriores a la guerra en una parte de Rusia y la región de Donbass no controlada por el Gobierno ucraniano. Dirigió una labor ininterrumpida de supervisión internacional para ayudar a resolver el conflicto. Varga es miembro de la Academia Húngara de Ciencias (MTA).
* Nota original: Georgien – Das schwarze Schaf des Westens
– Edición en castellano tomada del blog personal de Rafael Poch de Feliu
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