Hablando con Mercedes Huertas: La realidad de las residencias de mayores

Por Alejandro Giménez Sánchez
¿Quién es Mercedes Huertas?
Soy Mercedes Huertas Aguilera, familiar de una de las 7.291 víctimas de los protocolos de la Comunidad de Madrid. Llevo 11 años luchando por los derechos de las personas en situación de dependencia, desde que mi padre entró en residencias hasta su fallecimiento. Nunca me he callado ante las injusticias que he visto, y muchos familiares se creen que solo son cosas imaginadas por ellos, pero por desgracia pasan muchas cosas muy graves. Sigo luchando hoy en día por los fallecidos tanto en residencias como en domicilios, a los que también se les negaron derechos por estar en situación de dependencia. Mi madre está actualmente en una residencia y es quien me cuenta muchas de las cosas que otros residentes no pueden.
Cuando un familiar entra en una residencia, uno ve cosas que no entiende bien si son problemas individuales o algo más generalizado. Muchas veces dudamos de lo que vemos, pero realmente estas situaciones son comunes y necesitan ser denunciadas. La gente debe saber que no son casos aislados, sino parte de un sistema que necesita cambios profundos.
¿Cómo es el acceso al derecho a la salud en las residencias?
El acceso a la salud en las residencias es extremadamente deficiente. Al ingresar en una residencia, parece que se pierden derechos fundamentales, especialmente el de atención sanitaria. Directamente pasas a ser paciente del médico de la residencia y solo en casos de gravedad te derivan al hospital. Por ejemplo, con mi madre, como no estoy conforme con las distintas pautas que tienen que seguir con ella, con controles médicos que olvidan o ignoran, yo insisto en su derecho a que su médico de atención primaria continúe atendiéndola, porque tiene los mismos derechos que si estuviera en su domicilio particular.
El gran problema es que no hay médicos disponibles 24 horas en todas las residencias. En Madrid sí los hay, pero en muchas otras, cuando llega la noche, el médico se marcha y queda todo en manos de una enfermera que probablemente tenga bajo su responsabilidad entre 100 y 150 pacientes. Esta situación crea un vacío asistencial preocupante.
En muchas residencias concertadas, a partir de las 10 de la noche incluso se va el recepcionista y hasta las 9 de la mañana no hay nadie en recepción. Esto significa que si viene una ambulancia durante la noche, tiene que esperar a que la enfermera o un auxiliar bajen a abrir la puerta, con el consiguiente deterioro y pérdida de tiempo en situaciones críticas. La situación antes de la pandemia ya era precaria, pero esta crisis sanitaria evidenció aún más los problemas estructurales del sistema.
¿Qué problemas identifica en el sistema actual?
El sistema actual presenta múltiples fallos graves. Las empresas que gestionan las residencias reducen costes principalmente en dos áreas fundamentales: la calidad alimentaria y el personal. En cuanto al personal, la precariedad es alarmante. A menudo intentan cubrir todas las necesidades de los residentes con una sola persona, desde levantarles hasta darles de comer, pasando por la atención médica básica. Esto crea una situación insostenible donde ni los trabajadores ni los residentes reciben la atención adecuada.
Hay una rotación constante de personal joven que, tras hacer sus prácticas, decide no volver debido a las malas condiciones laborales. Las trabajadoras, que representan aproximadamente el 95% de la plantilla, tienen que trabajar en condiciones prácticamente de esclavitud, lesionadas y sin respetar las jornadas de descanso. Se ven obligadas a firmar contratos de confidencialidad y cualquier queja puede costarles su puesto de trabajo. Esta situación afecta directamente a la calidad de los cuidados que pueden ofrecer.
La administración de medicamentos es otro problema grave. Debido a la falta de personal, los intervalos terapéuticos no se respetan adecuadamente. Por ejemplo, con los antibióticos, que deben tomarse cada ocho horas para mantener un nivel constante en sangre, a menudo se administran en horarios inadecuados, lo que genera resistencias bacterianas y complica aún más el tratamiento de infecciones comunes como las urinarias, que pueden ser mortales en personas mayores.
¿Ha sufrido represalias por su activismo?
Desafortunadamente, sí. En noviembre de 2022, un enfermero de la residencia Domus Vi Parque Coslada donde estaba mi madre me advirtió que estaban intentando echarnos de la residencia. A pesar de las advertencias de compañeros que me dijeron que no se atreverían a hacerlo, en julio de 2023 ocurrió lo peor. Mi madre, que siempre había tenido informes interdisciplinarios excelentes y era una persona sociable, fue acusada falsamente en un informe de haber agredido físicamente a trabajadores y residentes.
La situación escaló rápidamente: intentaron ingresarla en un psiquiátrico acusándola de agresividad extrema. Una mujer de 82 años que estaba tranquilamente cosiendo en su habitación fue sacada custodiada como si fuera una delincuente, sin avisar previamente a los hijos, como deberían haber hecho. Todo esto ocurrió con nocturnidad y alevosía, pero por suerte el hospital de Henares, donde le hicieron la valoración psiquiátrica, demostró que todo era falso. El informe fue comunicado al juzgado y mi madre fue dada de alta.
Tras este incidente, decidimos cambiarla de residencia y comenzamos a investigar seriamente lo ocurrido. Contacté con los altos directivos de Domus Vi y con el director de atención al mayor y la dependencia en la Comunidad de Madrid, presentando toda la documentación del caso. Aunque no sé exactamente qué acciones tomaron, lo cierto es que al enero siguiente tanto la directora como la psicóloga y un terapeuta fueron despedidos del centro, lo que sugiere que nuestras reclamaciones fueron escuchadas.
¿Cuál es su visión sobre el modelo actual de residencias?
El sistema actual está fallando profundamente porque prioriza el beneficio económico sobre la calidad del cuidado. Las empresas reducen costes en personal y alimentos, afectando negativamente a los residentes. El modelo social de las familias ha cambiado y muchas veces colocar a un familiar en una residencia es la mejor opción para garantizar su cuidado profesional, pero esto no debería significar la pérdida de dignidad ni de derechos básicos.
Las residencias no son asilos, y entrar en una residencia no debería significar la pérdida de derechos fundamentales. Deberían ser lugares donde los residentes reciban cuidados de calidad, donde si por un mal hacer se caen, sean levantados inmediatamente y llevados al hospital si es necesario. Sin embargo, la realidad es diferente: en la anterior residencia donde estuvo mi madre en Domus Vi, dos personas se cayeron en la misma noche después de cenar y no fueron encontradas hasta la mañana siguiente, causando graves consecuencias médicas a una de ellas.
Proponemos un modelo alternativo con áreas de convivencia más pequeñas, de 10-15 personas, con los mismos trabajadores permanentes. Esto permitiría crear vínculos más humanos entre residentes y trabajadores, mejorando sustancialmente la calidad de vida. Además, debería garantizarse la intimidad de los residentes, evitando situaciones indignas como bañarles con la puerta abierta o vestirles sin respetar su privacidad.
¿Qué opina sobre el documental “7.291”?

Participar en el documental fue una experiencia impactante e intensa. Durante tres jornadas, incluyendo un día completo y la mañana del 16 de septiembre de 2023, estuve presente viendo cada una de las declaraciones. El documental, que dura dos horas, es fundamental para crear conciencia ciudadana sobre lo ocurrido durante la pandemia en las residencias.
Recomiendo encarecidamente verlo porque incluye testimonios valiosos de trabajadores, familiares, periodistas, políticos y especialistas. Por ejemplo, el neumólogo Francisco Pozo explicó el sufrimiento que se vive cuando los pulmones colapsan, y Miriam Alia de Médicos Sin Fronteras, conectada desde Sudán, compartió su experiencia con lágrimas en los ojos al recordar la situación vivida en Madrid. La primera persona con la que hablamos fue José Antonio Martín Pallín, quien inmediatamente apoyó la iniciativa.
El documental expone todo lo recabado en el informe de 178 páginas de la comisión de investigación ciudadana, mostrando claramente cómo se violaron derechos fundamentales. Es crucial que la sociedad tome conciencia de lo sucedido, porque un pueblo que no tiene memoria está condenado a repetir su historia, y en este caso, la parte más cruel de ella.
¿Existe dignidad en las residencias actualmente?
No, y eso es lo más grave. La falta de dignidad se refleja en múltiples aspectos que afectan profundamente la calidad de vida de los residentes. Por ejemplo, cuando una persona entra en una residencia, muchas veces pierde su intimidad completamente. Pueden estar compartiendo habitación con un desconocido total, algo que para cualquiera de nosotros sería inimaginable en nuestra vida cotidiana. Imagínense tener que compartir su espacio personal las 24 horas del día con alguien a quien nunca han visto antes.
La situación empeora cuando vemos cómo se realizan tareas básicas como la higiene personal. He visto con mis propios ojos cómo lavan a personas mayores con la puerta del baño abierta, sin ningún tipo de privacidad mientras entran y salen personas del pasillo. Y esto no ocurre solo con el personal, sino que incluso otros familiares pueden presenciar estas situaciones tan vulnerables.
Los malos tratos no siempre son físicos, muchas veces son emocionales o simplemente por omisión. Cuando pides ayuda para algo y nadie te hace caso durante horas, cuando te dan de comer tan rápido que no puedes ni tragar, o cuando necesitas ir al baño y tienes que esperar demasiado tiempo porque no hay suficiente personal, eso también es un maltrato.
La atención personalizada prácticamente ha desaparecido. Todo funciona como una cadena de montaje donde cada auxiliar tiene que atender a tantas personas que es imposible dedicar el tiempo necesario a cada una. Las condiciones precarias son evidentes: desde la calidad de la comida hasta la falta de actividades adecuadas para mantener la mente y el cuerpo activos.
Por eso proponemos un modelo alternativo basado en áreas de convivencia más pequeñas, con grupos de 10 a 15 personas máximo, manteniendo siempre los mismos trabajadores. Esto permitiría crear vínculos más humanos y significativos entre los residentes y el personal. Sería como pequeñas comunidades dentro de la residencia, donde cada persona pueda ser tratada como lo que es: un ser humano único con sus propias necesidades y deseos.
Tus reflexiones nos deberían hacer pensar a todos: Estamos hablando de nuestros padres, de nuestros abuelos, pero en realidad estamos hablando de nuestro futuro. Lo que estamos permitiendo hoy en estas residencias será lo que nosotros mismos viviremos mañana si no actuamos YA.
Mercedes has demostrado que no es posible poner precio a la dignidad humana, que no podemos seguir aceptando este sistema donde prima el beneficio económico sobre el valor de la vida. Nos enfrentamos a una disyuntiva clara: o cambiamos radicalmente nuestro modelo de atención a las personas mayores, o estaremos condenando a nuestras generaciones futuras a un final indigno.
No se trata solo de mejorar las residencias actuales, se trata de construir una sociedad donde cuidar a quienes más lo necesitan sea una prioridad absoluta, donde el dinero público se utilice para garantizar cuidados de calidad, y donde la dignidad de cada persona sea el principio fundamental que guíe todas nuestras decisiones.
Como sociedad tenemos una deuda moral con quienes nos precedieron y nos dieron todo. No podemos seguir mirando hacia otro lado mientras se violan sistemáticamente los derechos de las personas más vulnerables. El cambio debe comenzar HOY, porque mañana podría ser demasiado tarde, y ese mañana podría ser el de cualquiera de nosotros.
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