Honduras: mujeres en lucha por la tierra tras violencia y asesinatos
Campesinos y campesinas del Valle del Aguán, Honduras, sufren una violenta represión tras haber emprendido acciones organizadas para retomar sus tierras, que les habían sido entregadas como parte de una reforma agraria truncada, que data de inicios de la década del setenta.
La Ley de Reforma Agraria aprobada en 1972 colonizó una región que hasta el momento no estaba destinada a la producción agrícola: el Bajo Aguán. Comienza en ese momento a prepararse la expansión de los monocultivos de palma aceitera en la región, destinados inicialmente a la industria cosmética y gastronómica y en el presente promovida además para agrocombustibles.
En aquel entonces se fomentó la creación de cooperativas de trabajo y se facilitaron préstamos para la plantación de palma. Con apoyo de la Banca Internacional y del Estado hondureño se construyeron carreteras y demás infraestructura que facilitaron el acceso a las tierras.
Posteriormente, en la década del noventa, la Ley de Modernización y Desarrollo del Sector Agrícola posibilitó la concentración de tierras en manos de terratenientes locales, como Miguel Facussé, que dieron otro impulso a la producción extensiva de los monocultivos de palma en gran parte del territorio norteño de Honduras, especialmente en el Bajo Aguán. Las familias que habían sido beneficiadas por la reforma agraria fueron inducidas en algunos casos y forzadas en otros, a entregar sus tierras a esos terratenientes.
Muchas de esas familias, enfrentadas a la pérdida de sus medios de vida, comenzaron a organizarse en movimientos campesinos y a reclamar al gobierno lo que entendían era su Derecho a la tierra. A partir del año 2000, luego de infructuosas y dilatadas negociaciones, los campesinos decidieron recuperar sus tierras iniciando así un proceso de recuperación de tierras sembradas con palma africana que reivindicaban como propias.
El golpe de Estado de 2009 profundizó el conflicto agrario en el Aguán y la violación a los derechos humanos se agravó a tal punto que motivó a algunas organizaciones de Derechos Humanos a darles seguimiento y difusión internacional. Una misión internacional se hizo presente en la zona y realizó el informe “Situación de los Derechos Humanos en el Valle del Aguán”, según el cual “la represión se manifiesta desde diferentes acciones y omisiones del Estado, que van desde la violencia ejercida por policías, militares y seguridad privada de los terratenientes hasta la utilización del sistema judicial para intimidar y desmotivar la lucha por la tierra”. (1)
Además, diferentes organizaciones sociales y de Derechos Humanos nacionales e internacionales y movimientos campesinos del Aguán crearon en 2011 el Observatorio Permanente Internacional de Derechos Humanos del Bajo Aguán, un espacio de apoyo, observación y acompañamiento para prevenir las violaciones de los derechos humanos.
Último momento
En la madrugada del pasado 12 de marzo fue encontrado asesinado el campesino Marvin José Andrade, de la comunidad de Cayo Campo aledaña al asentamiento campesino La Lempira. Su cuerpo, encontrado en un desvío de la carretera, mostraba graves quemaduras y signos de haber sido torturado. Vecinos de la comunidad aseguran que había recibido amenazas de muerte de parte de guardias de seguridad de los empresarios terratenientes cercanos.
Líderes de las comunidades campesinas e integrantes del Observatorio Permanente Internacional de Derechos Humanos han denunciado que recibieron nuevas amenazas de muerte, a pesar de lo cual manifiestan seguir firmes en la defensa de la vida y la preservación de los derechos humanos fundamentales de nuestras comunidades y pueblos.
Mujeres por la tierra: historias de resistencia
En esta historia de lucha por la tierra se entrelazan muchas historias silenciosas de mujeres que han estado resistiendo desde multifacéticos roles de madres, esposas, dirigentes y trabajadoras.
“Las mujeres viven en un ambiente en el que todos sus derechos están expuestos a ser violados: no tienen acceso a tierras de cultivo o cualquier otro medio para producir que les permita sobrevivir. Ante tal situación las mujeres se ven obligadas a buscar alternativas para la sobrevivencia: rompiendo barreras de género, luchan junto a sus compañeros campesinos, incorporándose a todas las tareas que le presenta su actual situación.
Las mujeres son permanentemente hostigadas por los guardias de seguridad privada, policías, militares y de la fuerza naval. Temen ir a trabajar, lo cual incide negativamente en su ingreso económico agudizando su situación. En los desalojos y hostigamiento son víctimas de la violencia contra sus cuerpos y sus seres queridos” (1).
Con motivo del Encuentro Internacional por los Derechos Humanos realizado en febrero de este año (2) pudimos recorrer algunas comunidades locales: asentamientos campesinos donde conversamos con Consuelo y Guadalupe. En ellas ejemplificamos la lucha de muchas mujeres por tierra, dignidad y un futuro mejor para sus hijos e hijas y demás familias campesinas.
Consuelo, mujer, madre y militante, asentamiento La Lempira, Bajo Aguán, Honduras. Integra el Movimiento Unificado Campesino del Aguán (MUCA).
“Hace 5 años decidí unirme al movimiento de recuperación de tierras. Los movimientos campesinos surgen desde hace unos veinte años para defender y recuperar tierras en el Bajo Aguán. Desde ese entonces la represión no ha cesado y desde el golpe de estado del 2009 se agudizó. Todos los acuerdos que se firman no se cumplen, se nos prometió la compraventa de sectores ocupados de tierra y tierras sin cultivar en las áreas recuperadas, pero eso no se cumplió hasta ahora. Nos piden precios muy altos por tierras que ya eran de reforma agraria, no nos dan los años de gracia que solicitamos y los intereses que nos cobran por la tierra son altísimos.
La persecución es constante y aguda, cada día más se agrava la situación con amenazas de muerte. Hay tortura psicológica sobre todo porque los miembros de los movimientos que pertenecemos a las diferentes empresas [organización campesina similar a una cooperativa] en recuperación de tierras estamos presos en los asentamientos porque no tenemos libertad de circular afuera de donde estamos reubicados porque corremos el peligro de ser asesinados o de ser secuestrados.
Aquí en la zona se sabe que las amenazas son de parte de los terratenientes, porque de repente ellos son dueños de todo, ellos tienen el dinero, las armas y tienen todo. Son los principales responsables de la persecución, de los asesinatos y de los principales actos violentos contra campesinos y campesinas. A René Morales y Miguel Facussé nosotros les llamamos los dueños de la muerte porque ellos deciden cuando alguien se va a morir, y prácticamente ellos manejan la muerte y toman esa decisión.
La vida de nosotras, las mujeres que estamos luchando en movimientos campesinos o en diferentes organizaciones para generar cambios en nuestro país o en nuestros hogares, es muy difícil, porque siempre hemos sido objeto de violencia. Se dice que las mujeres somos más débiles. Pero en verdad somos quienes estamos luchando ante muchos frentes, por la tierra, ante la privatización de la educación, la salud, entre otras reivindicaciones. Nosotras como mujeres hondureñas hemos puesto nuestra autoestima en alto y seguimos en la lucha para transformar nuestro país y para darles a nuestros hijos una mejor vida. Aunque tengamos nuestra pareja, los niños cuando tienen hambre van con su mamá a decirle “mamá yo tengo hambre”, entonces desde ahí es que nosotras somos las que estamos frente a la situación, somos pilares, y somos el principal objeto de violencia.
Fui empleada de Facussé durante 7 años, y puedo decir que el trabajo allí no era digno. Nos hacían contratos por dos meses y luego nos proponían trabajar “arrimados” [sin contrato]. Realicé distintos tipos de tareas: fertilizando palma africana, recolectando la fruta del suelo que se desgranaba durante la cosecha, en el vivero o en la planta extractora en la fabricación de aceite, manteca o margarina. Para las aplicaciones en el campo, lo único que nos daban era guantes, incluso yo trabajando allí me intoxiqué y cuando me pasó por segunda vez ya me había hecho asmática, mis pulmones estaban débiles por la inhalación de químicos. Fui a una doctora que me dijo que estaba intoxicada, porque el veneno se me había ido a la sangre y me dio un comprobante de incapacidad por tres días. El Ingeniero de la empresa rompió el comprobante y yo seguí trabajando hasta que un día vio que mi salud se empeoraba y me dijo que me fuera para mi casa hasta que me cure. Sin trabajo no hay pago, es una total explotación a quienes trabajan, es bien difícil estar enferma y sin cobrar. Al unirme al movimiento de recuperación de tierras tomé la decisión de dejar de trabajar allí.
Desde hace 8 meses han iniciado una persecución en mi contra y en contra de mis hijos, han estado investigando quiénes son mi familia acá en la zona. Un día un guardia de Facussé le preguntó a una amiga por mi paradero, mi amiga no le dio la información, pero el guardia le dijo que a todos los que habían trabajado para Facussé habría que “despacharlos para abajo”. Vigilan mi casa, a mis hijas les han dado seguimiento mientras se desplazan a la escuela, las vigilan diariamente. En otra oportunidad, a la salida de la escuela una camioneta persiguió a mi hija, cuando ella se tiró a la cuneta para que no la atropellaran, pararon y abriendo el vidrio la encañonaron para amenazarla pidiendo datos sobre su madre. Se reían de ella al verla asustada, le hacían preguntas sobre su madre y el resto de la familia, le preguntaron dónde trabajaba y la amenazaban con que si estaba mintiendo la iban a matar. Tratando de intimidarla le decían ‘te vamos a matar y a tu mamá la vamos a llevar lejos de ti y también la vamos a matar’. Han atemorizado a mis hijas al punto que ambas reprobaron el grado en la escuela ya que tienen miedo y muchos nervios.”
Guadalupe, mujer, madre y viuda, asentamiento Guadalupe Carney. A su esposo, miembro del Movimiento Campesino del Aguán (MCA) lo mataron en noviembre de 2010 en la finca El Tumbador, Bajo Aguán, Honduras (3).
“Ellos eran cinco campesinos y los esperaron más de 200 guardias de seguridad de Miguel Facussé, los atacaron por dos lados sin dejarles salida. Fueron tres horas de disparos porque los persiguieron hasta matarlos a todos. Ellos no tenían armas, solo llevaban los machetes para trabajar, los mismos guardias les pusieron armas luego de matarlos para sacarles la foto armados y para que el pueblo entero dijera que los campesinos tienen armas.
Yo fui la última en enterarme que mi esposo estaba muerto; la comunidad se movilizó para sacarlos del campo donde estaban muertos porque los guardias de Facussé intentaron quemarlos con gasolina para que nosotros no los veláramos en nuestra comunidad. Luego nos enteramos que Facussé buscaba pagar sus muertos, ofreció dinero a las familias por los cuerpos, para que las familias no hicieran reclamos…como si fueran animales que él mató y los pagaba. Él estaba buscando quedar libre, nosotros nos negamos y respondimos que lo que nosotros queríamos era justicia contra él porque con ese dinero no recuperaríamos la vida de nuestros compañeros. De esa forma él estaba aceptando la responsabilidad de las muertes.
Él con dinero todo lo puede, eso no puede ser. A mí me gustaría que se hiciera justicia, para demostrar que nosotros también valemos, que no solo él vale, eso es lo que más deseo”.
Fue inevitable revivir el dolor al comentar los hechos ocurridos aquel noviembre, luego de nueve meses de haber recuperado la finca. Guadalupe vuelve a la actualidad para referirse a su hijo en edad escolar que “con el papá era muy pegado, a veces no puede dormir, yo le digo que fue por la tierra que él murió. Hablamos siempre de él, entonces ahora ya lo comprende un poco mejor. Y continúa:
“Tras organizarnos para recuperar la tierra en el año 2000, armamos varias empresas entre conocidos y nos instalamos aquí armando champitas [casas improvisadas de nylon y madera] en primer lugar. Se midieron los solares y se repartieron un cuarto solar para cada familia. Nosotros limpiamos la tierra, recuperaron la palma africana existente y sembramos otros cultivos en nuestros solares. No hay que sembrar siempre lo mismo. Además en lo alto de la ladera compartimos la tierra entre los integrantes del asentamiento para cultivar lo que cada familia considere necesario”.
Al quedar sola frente a la casa y como jefa de familia, Guadalupe tuvo que asumir una enorme carga y responsabilidad. Además de ocuparse de su hijo, comenzó a trabajar fuera de la casa en una cooperativa de productores, cría gallinas y pavos, mantiene su huerta donde los plátanos, palma africana, palta, yuca, maíz, entre otros cultivos le permiten subsistir, y asiste a las reuniones del movimiento.
“Los militares están aquí día y noche, están siempre vigilando la comunidad. Pasan viendo quien anda y como controlando toda la comunidad, las entradas y salidas. Están siempre con el oído ahí, escuchando lo que decimos o hacemos para informarle a los contrarios de la comunidad, es decir a la gente de René Morales o Miguel Facussé. Además también están los guardias de Facussé, ellos se visten con trajes distintos cada día, a veces de azul hay días que de blanco, así uno no los reconoce cuando andan por la carretera. El miedo siempre está, mientras el hijo no ha llegado de la escuela, mientras me voy a las 4 de la mañana en bicicleta al trabajo, en todo momento. Uno tiene miedo de andar por la carretera, miedo de ellos, porque cuando te ven solo te pueden matar, le pasó a un vecino, lo siguieron y antes de que llegara a su casa le dispararon”.
Cuando se le pregunta cómo se ve en el futuro, responde “Yo no me veo en otro lado, con mi hijo vamos a seguir luchando por lo que comenzamos aquí, como él lo hizo [su esposo]. Me gustaría tener nuestras tierras libres para trabajar tranquila”.
Luchas y esperanzas de mujeres
A pesar de todas las dificultades, las mujeres se organizan y se fortalecen. En el marco del Encuentro Internacional se organizó un taller de mujeres, quienes se convocaron “porque entendemos que es importante que nos miremos y platiquemos para organizarnos, sentir y tener más fuerza, conocer y aprender nuestras luchas, entender y luchar contra el patriarcado, plantearnos la lucha desde todas, sentirnos apreciadas, perder el miedo y defendernos”.
“Las que somos del Aguán y de organizaciones campesinas peleamos junto a nuestros compañeros varones por la tierra, y enfrentamos con ellos la represión, la violencia de policías, militares y guardias de seguridad. Nos toca enterrar compañeros, hermanos, padres y hasta nuestros propios hijos, llorarlos y seguir adelante. El miedo que nos da la represión nos provoca pesadillas, mal dormir, enfermedades, dolores de cabeza, nervios para hablar, para caminar, para vivir todos los días. Pero nos acompañamos con otras mujeres para enfrentar esta situación, nos ponemos de acuerdo para hacer turnos y cuidarnos, para dormir, comer y platicar a ver cómo le vamos a hacer para salir adelante. Y salimos adelante. En esta lucha estamos todos y todas juntos” (4).
Notas:
(1) Informe realizado a partir de la visita de una misión de organizaciones de DDHH a la zona del Bajo Aguán, Honduras, del 8 al 11 de diciembre de 2010. Leer texto completo en http://wrm.org.uy/paises/Honduras/HondurasMisionDDHH-2010.pdf
(2) Encuentro Internacional por los Derechos Humanos en Solidaridad con Honduras, realizado en Tocoa, Colón, del 17 al 20 de febrero de 2012. Leer más información y Declaración final del encuentro en http://www.mioaguan.blogspot.com/
(3) Por más información sobre la masacre en El Tumbador ver “Masacre y barbarie en el Bajo Aguán”, en http://www.rel-uita.org/agricultura/palma_africana/masacre_y_barbarie_en_bajo_aguan.htm
(4) Declaratoria del taller “Cuerpos, luchas y esperanzas de las mujeres” realizado en La Confianza, Colón, 16 de febrero 2012, preparatorio del Encuentro Internacional por los Derechos Humanos en Solidaridad con Honduras. Leer texto completo de la Declaratoria en http://www.mioaguan.blogspot.com/