Incertidumbre
Todos los propietarios de los pisos como donde vivo pagan 120 euros al mes para el mantenimiento de la urba; entre otras cosas, el sueldo del conserje. Es alto, 1,85 metros. Moreno. Joven; unos 30 años. Atractivo. Simple. Sonrisa fácil. Aspecto tranquilo. Español.
Cuando hay que cortar el césped viene una empresa de jardinería. Cuando se funde un fusible acude una empresa de electricidad. El ascensor también tiene quien le cuide. Después de comentar lo del muerto en la hierba con el conserje, me marcho con mi perra “Zori” a dar un paseo. Cuando vuelvo son más de las 14,00 horas. El conserje ya se ha ido. El cadáver sigue ahí, a la intemperie. El mensaje está claro: si te molesta, lo quitas tú. Tengo que contener “Zori”; como todos los perros, siente una irresistible atracción por la carroña.
¿Qué hacer? A estas alturas, llamarle la atención al conserje sería violento. Apelar al administrador de la finca supondría probablemente una sanción. Quizá el despido, aunque no creo, pero nunca se sabe. En estos tiempos de crisis hasta los medio-ricos bajan el listón de las exigencias laborales. Estos puestos son muy buscados para practicar nepotismo. Enchufe, dicho de otro modo.
El hombre no me cae mal. No quiero que le castiguen ¿Sería antiobrero? Quizá hasta reaccionario. Déspota. Mala gente. El cadáver sigue en el mismo sitio. Ya hace otros tres días más desde que se lo comenté al conserje. Huele un poco más. Un poco nauseabundo. Es un estornino de buen tamaño; muerto de frío o de colisión contra un vehículo. Pero también podría ser España. Hay una gran bandera con un águila trasnochada en una de las ventanas de la urbanización.
*Director del desaparecido semanario "La Realidad"